Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Segunda carta

•marzo 27, 2020 • Deja un comentario

¡Hola! No quiero aburrirte. Llevo más de dos horas peleándome conmigo misma para escribirte esta carta. Una parte de mí desea hacerlo pero la otra me critica sin cesar. Me asfixio y no sé cómo expresarme con libertad. Me fastidia la falta de confianza en mí, el seguir alimentando la creencia de que no tengo nada que ofrecer cuando tengo la cabeza llena de ideas que desarrollar, de universos que deseo compartir. Me cuento historias varias veces en el transcurso del día pero cuando quiero escribirlas mi mente se queda en blanco, ni siquiera mi cuerpo quiere moverse. ¡Hoy grito basta! Voy a tirar el muro que siempre me detiene y me impide hacer las cosas. El muro-juez que me restringe y no me permite hacer lo que me venga en gana. Si no puedo escalarlo, saltarlo entonces debo tirarlo ya sea a gritos, a patadas, con indiferencia, como me sea posible. Mi voz es más fuerte que el áspero muro intolerante.

Te estoy escribiendo a gritos, impulsiva. Te estoy escribiendo cansada, muy cansada de mi juez interno. ¡Si tan sólo pudieras extirpármelo! ¡Ayúdame! No sé cómo escapar de la censura que yo misma he creado. Te confieso que llevo más tiempo en aislamiento que la llegada del coronavirus porque desde antes de la pandemia he tenido mucho miedo: miedo de mí misma, miedo a que me juzguen los demás como me juzgo yo misma. Es paradójico como no me gusta juzgar a los demás pero me paso la vida criticándome todo. Estoy desesperada y por el momento lo que me ayuda es confiarte mi verdad para obligarme a enfrentarla.

¿Qué no sabes qué me asusta tanto? Yo tampoco lo sé y es agotador tener esta guerra conmigo misma a diario. ¡Quiero sentirme bonita! ¡Quiero sentirme orgullosa de mis logros! ¡Quiero cerrarle la boca a la criticona insoportable que vive en mí!

Uy, querido Nadie, necesité hacer una pausa para calmarme. Sacar mis tinieblas resulta agotador pero después me sosiega.

Me hace falta pasear por Coyoacán y comprarme un helado. ¿No se te antoja uno? No sé cuánto tiempo falte para poder ir. Por ahora sólo me queda seguir en casa. Te dará gusto saber que ya estoy más activa. Mis vecinas me prestaron su bicicleta fija y ya empecé a usarla; además hoy tomé una clase en línea para hacer ejercicio y la terminé sonriendo. No es lo mismo que ir al gimnasio pero me hace bien.

Sabes, fue una verdadera batalla conmigo misma escribirte esta tarde, pero me despido agradecida por haberte reencontrado. Con esta carta te envío también la foto de una jacaranda que apenas va a vestirse de violeta.

Jacaranda que apenas empieza a vestirse de violeta.

Carla

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Primera carta

•marzo 26, 2020 • 1 comentario

24 de marzo de 2020

¡Hola! Quizá no te acuerdes de mí, solía escribirte cuando era una adolescente solitaria que necesitaba un confidente y tú estuviste ahí para mí.

Ahora, algunas décadas después, recurro a ti de nuevo. Sí, a ti, el confidente que no tiene ni juicios ni reclamos para mí. A pesar de que tengo muchos más años y experiencia que en aquel entonces, últimamente me he sentido tonta, inútil y poco interesante. El reto más grande que tengo enfrente es el de aprender a amarme, a reconocer mis cualidades y está claro que todavía estoy lejos de lograrlo. Pero, no, no creas que me siento un completo cero a la izquierda: hay momentos en los que he podido dejar atrás mis inseguridades, concentrarme en mis sueños y realizarlos.

Me sucede que sentirme tan mal conmigo misma me impide avanzar. Además de romper mi relación con la pluma he navegado en mares de ansiedad con olas de depresión. Empiezo y termino los días con un nudo en la garganta que no me abandona ni en los momentos más dulces.

No sé bien cómo llegué aquí. Cuando me di cuenta ya tenía la certeza de ser una persona inadecuada, incapaz de integrarme en ningún lado, incapaz de hacer bien las cosas. Me convencí de esta idea mientras mi insomnio era cada vez más largo y también mi agotamiento. El salir a entrenar todos los días me mantuvo de pie pero dejé que se secara la tinta de mi pluma y junto con ella, mi alma.

Una vez más empecé a llorar hacia afuera y hacia dentro. Mi apatía era tan grande que a veces se me olvidaba regar mis amadas plantas.

No te asustes, no sigo en ese lugar tan oscuro. Empecé a salir de ahí cuando decidimos cambiarnos de casa. Para mudarnos fue necesario deshacernos de más de la mitad de nuestras cosas y eso me dio alivio. Soltar lo que acumulaba (que era mucho, incluyendo ropa de más de veintitantos años) me permitió sentirme más ligera. Vivir en un lugar muy iluminado, con un balcón rodeado de árboles me ilusionó mucho.

La vista desde mi balcón. 🙂

Fue especial comenzar el año en nuestro nuevo hogar, desempacando, arreglando, decorando. Con la mudanza cerré un ciclo importante. Me despedí de muchas cosas y eso trajo paz. Quisiera decir que alegría también, pero el nudo en la garganta seguía aferrado a mi cuerpo las veinticuatro horas del día.

¿Y sabes qué hice? Me callé porque me daba vergüenza que alguien pudiera darse cuenta de lo débil que soy. Sin embargo, con todo mi corazón deseo estar bien. En medio del tenebroso caos que puede llegar a ser mi mente, me acordé de ti y te busco para que me ayudes como lo hiciste en aquella época. Contigo mi pluma – por primera vez en un largo periodo de tiempo- no tiene miedo y las palabras fluyen, humectando mi alma deshidratada.

Aunque me callé, tampoco me he quedado de brazos cruzados. Ya estoy meditando diario de nuevo. Sigo con disciplina y fuerza de voluntad las actividades diarias que me ayudan a estar mejor. Las realizo con o sin ganas. Entre estas actividades está el dedicar tiempo a mis plantas, en las que encuentro esperanza en sus retoños y flores.

Estaba rehabilitando mi espalda en el gimnasio para volver a correr y estaba punto de lograrlo cuando empezó el distanciamiento social por el coronavirus, la pandemia que ya llegó a México.

Mi situación no ha cambiado tanto con el aislamiento porque soy un poco asocial y paso la mayor parte del tiempo en casa. Lo que cambió fue el dejar de ir al gimnasio y eso me desorientó bastante.

Poquito antes del distanciamiento social, tuve una crisis de ansiedad muy fuerte, perdí el control y la depresión penetró en mi cuerpo de tal forma que se bajaron mis defensas y casi pierdo el entusiasmo por la vida. Me faltó autoestima y me sobraron galletas. Regresó mi alergia. Aunque seguí realizando mis actividades (excepto, obviamente ir al gimnasio/hacer ejercicio) me sentí mil veces más inútil que antes.

Hablando con mi papá ayer, me recordó la determinación que tengo cuando decido hacer algo. Me llevó a pensar en las cosas que sí he logrado, en mis cualidades. Hacerme consciente de eso me dio esperanza: aunque a veces no lo veo, tengo las herramientas para superar esto.

Necesito por sobre todas las cosas – en esta época de coronavirus- fortalecer mi sistema inmunológico. Ni la depresión ni la ansiedad son buenos aliados en este momento (ni nunca). Sonreír, encontrar motivos de risa y alegría, además de comer bien son las cosas que necesito para subir mis defensas y no caer en las garras de la enfermedad. Escribirte es el primer paso para dejar de avergonzarme de mis palabras, sacudirme la parálisis creativa, dejar de repetirme que no tengo nada que ofrecer al mundo y empezar a sanar: reconstruir mi autoestima y ahora sí amarme.

Sí, escribirte a ti que tantas veces me acompañaste en los momentos solitarios y también oscuros de mi temprana adolescencia es mi manera de lograrlo.

Vuelvo a ti en estos días de aislamiento, pandemia, coronavirus, porque compartiendo mis sentimientos, experiencias, disertaciones, ideas, mi historia, podré salvar mi mente de este estado caótico en el que se encuentra y sanar.

Atardece ya y voy a ver el cielo. Es maravilloso vivir aquí, donde puedo verlo desde mi ventana.

Atardecer desde mi ventana.

Hasta mañana.

Carla

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Antecedente.

•marzo 26, 2020 • Deja un comentario

Antes de compartir la primera carta, considero importante empezar con una de las cartas que Nadie recibió hace casi treinta años…

19 de octubre de 1990

¡Hola! Tal vez nadie lea esta carta ni escuche mi voz. Sólo soy yo con estas ganas de escribir pero sin tener a quién hacerlo. Sí, lo sé, estoy loca pero eso no importa.

Hoy no es un buen día, hace mucho frío y está nublado. Estoy sola, como siempre, escondiendo las lágrimas detrás de los ojos, deseando que no haya persona que las encuentre. Estoy sola y ni siquiera me importa el examen que tendré en la próxima hora. Sé que es malo pensar o estar así cuando podría sonreír y gritar, reír o cantar pero me siento insignificante y no le veo el sentido a mi existencia. No soy aceptada ni aquí ni en ningún lado y no sé ni cómo valorarme (si es que hay algo en mí que valga la pena).

Hace mucho tiempo que no sentía tanto odio hacia mí. Es un hecho que soy mi peor enemiga, mi propio juez, el más implacable de todos. No quiero ser así pero tampoco puedo evitarlo.

Lloro con frecuencia y lo hago de dos maneras: en silencio, sintiendo la llama arder en mi pecho y con estruendo, empapando mi cuerpo con lágrimas. Así es como intento deshacerme del dolor por un rato, pues luego me agobia de nuevo. ¿Qué puedo hacer?

Soy un ser solitario con sueños e ilusiones que son sólo eso. Me desahogo y resuelvo mis problemas con la pluma en la mano y las palabras que de ella salen.

Tengo miedo. Me hace falta una meta, un objetivo para vivir. Mi mente es un enredo, un código que no sé descifrar. ¿Podrías mostrarme el camino? ¿Me ayudas? ¿Quieres ser mi confidente?

¡No! No eres sólo aire y escribirte me permite desahogarme. ¡Si pudiera sacar lo que llevo dentro! Quizá entonces podría volar.

Deseo y necesito ser feliz pero para lograrlo debo poner en claro mis pensamientos y sentimientos. Por eso necesito escribirte. No imagino a nadie mejor que tú para poder lograrlo.

Carla

El Balcón

•marzo 19, 2020 • Deja un comentario

Abril, te veo acercarte al balcón. Avanzas despacio como si tu cuerpo fuera un lastre que a duras penas arrastras. Una vez que llegas, miras hacia abajo y te preguntas cómo sería la caída, qué tan larga, qué tan dolorosa y cuánto tardarías en morirte. Eso no te asusta, tu única preocupación es que el balcón no esté lo suficientemente alto y sobrevivieras. Te quedas ahí, pasmada, con esa tristeza que gobierna tu cuerpo desde hace tiempo, ese dolor de piernas y brazos que te hace sentir torpe y frágil, demasiado frágil.

Quieres morirte porque sabes que eres un fracaso. Frente al espejo no ves a la mujer fuerte e independiente que aseguraste que serías, que tanto luchaste para ser. No, claro que no la ves a ella; sólo ves a una mujer que depende económicamente de un esposo al que no merece porque es un desastre, una estúpida incapaz de controlar sus ataques de ansiedad, su mal carácter, sus emociones.

¡Es horrible vivir contigo, Abril! Nadie mejor que tú lo sabe, por eso quieres lanzarte del balcón y acabar con todo. Te sientes sola y no tienes nada. ¡No tienes nada! Él lo sabe y por eso ahora te ignora. Tal vez es una especie de lección para que por fin aprendas a valorarlo y también a comportarte. Y tú, Abril, que creías que tenías un sueño, un hogar, una vida diferente.

¡Ay, Abril, querida Abril! Te preguntas cómo sería tu vida si hubieras empezado por amarte a ti misma, por creer en ti, por no abandonar tus metas. Ese es el reclamo que te haces en la mañanas de frustración, cuando te sabes incapaz de lograr las cosas, de verte bonita, de sentirte bien contigo misma.

FRACASO es la palabra que te define. Si llegas a dudarlo, siempre hay hombres a tu alrededor que se encargan de recordártelo. Nada de lo que hagas cambiará los juicios ni la opinión que se han formado de ti, sobre todo él, que te dejó sola en medio de una tormenta (vamos, Abril, quién te manda a ser tan inestable y dramática, nadie te va a soportar así, NADIE). Fracaso es lo que respiras, bebes y comes. Fracaso es lo que hay en cada paso que das. Al parecer nada de lo que haces es suficiente para quienes quieres y ya te creíste todas las críticas que recibes.

Ay, Abril. Ahora estás aquí, frente al balcón, con tu ansiedad, depresión y tu mal carácter, con todos tus defectos, reproches y veinte mil millones de errores, con tu falta de amor a ti misma y las manos vacías, con el dolor de no haber cumplido las metas de aquella mujer rebelde que alguna vez fuiste…

¿Cómo sería la caída? Piensas en el viento en tu cara, tu cuerpo ligero, en ese único vuelo que significaría el fin que tanto anhelas, la libertad que ya no tienes… pero justo en ese momento ves las flores de la jacaranda que se está cubriendo de violeta y te das cuenta de lo afortunada que eres por estar viva y poder verla. Entonces te alejas del balcón y optas por la vida. Mañana será otro día y quizá busques verte en otro espejo, donde tu luz sí se refleje…

Florece la Jacaranda

Los monstruos andan sueltos en Coyoacán

•noviembre 2, 2019 • Deja un comentario

Una vez al año los monstruos caminan felices por las calles de Coyoacán. Entre altares de muertos y cempasúchiles, criaturas horrendas se pasean en la noche de Halloween, algunas sonrientes, otras muy serias; algunas simpáticas, otras muy macabras. Cabe mencionar que no todas son monstruos, también hay catrinas , catrines, superhéroes y personajes de películas.

La primera vez que los vi fue en el 2005, una amiga me llevó a verlos. A pesar de visitar seguido el centro de Coyoacán, yo no conocía esta tradición. En ese entonces había pocos monstruos y también poca gente, pero fue una experiencia increíble; por lo tanto, decidí seguir yendo. Hoy en día va muchísima gente: los monstruos y sus admiradores. ¡Es genial!

Me he encontrado a Mike Myers (asesino serial de la película Halloween), una gran cantidad de payasos horribles, brujas, monjas, lloronas, el villano de la película Scream. He visto gárgolas enormes afuera de la Iglesia y varios monstruos de pesadilla. ¡Es fantástico!

Este año ha sido la mejor noche hasta ahora. A mi alrededor hubo alegría, risas, entusiasmo, música y ganas de divertirse. Admiro la capacidad de las personas de posesionarse de sus personajes, de dar miedo o dar risa (según sea el caso). Nos encontramos a un Freddy Mercury adolescente cantando feliz, a un Jack Sparrow bailador, a una bruja siniestra. Yo fui la Reina de Corazones acompañada de Mario Bros, quien fue muy popular sobre todo entre los niños.

Es una noche para quienes somos amantes de los monstruos y las risas; una noche para caminar entre criaturas extrañas, tomar muchas fotos, admirar la creatividad de los disfraces y reír con extraños sin sentir miedo.

Una vez al año las tinieblas son divertidas y el miedo es una idea que nos seduce en la Plaza de Coyoacán y las calles que la rodean.

Algunos monstruos que me encontré en Coyoacán este Halloween. 😉

En este fin de Semana del Día de Muertos, es muy probable que se encuentren con las Catrinas y quizá uno que otro fantasma…

Ella en el Louvre.

•septiembre 19, 2019 • Deja un comentario

El piso de aquel laberinto se mueve y tanta opulencia me sobrepasa. Ya lo había recorrido una vez cuando una puerta cerrada me robó el único anhelo que tenía: estar frente a ella y admirarla en todo su esplendor.

Avanzo ignorando las salas. Volví a este lugar sólo para encontrarla en la residencia de los pintores franceses. El Louvre se reduce a esa sala cuya puerta me dejará entrar ahora.

Blancos son mis recuerdos de los pasillos; blancas las paredes, las pinturas y las esculturas. Blancas también las personas y mi respiración. Esa amnésica blancura persiste hasta que llego a la sala donde voy a encontrarla.

¡Y ahí está frente a mí! Es ella, el único resplandor en ese lóbrego atardecer. Es ella dormida en el río, sempiterna como los espíritus celestes, indiferente a las tinieblas que la abrazan, a las cuerdas en sus brazos, al sufrimiento. Su faz irradia un amor dorado que obnubila el alma hasta humedecerla.

En la penumbra, un hombre la observa. ¿Verdugo o doliente? Quizá sólo alguien que no pudo salvarla. El sol atormentado atardece sin gloria y la noche envuelve al lienzo…

Yo, de pie ante ella, soy la melancolía de un llanto seco, tristeza sublime, agua.

Pierdo la conciencia del tiempo. Mi quietud atrae a otras personas, les incomoda o les causa curiosidad. Se acercan para buscarla; sin embargo, a La Joven Mártir, ellos no pueden verla.

La Jeune Martyre La Joven Mártir Paul Delaroche

Ohiopyle. Naturaleza y un poco de historia.

•agosto 21, 2019 • Deja un comentario

Cuando llegamos todavía había sol y pudimos pasear por el parque donde corren las aguas del Río Youghiogheny.

Teníamos hambre y buscamos un lugar donde comer: un restaurante llamado Fall Market. Fue una buena elección. Debo decir que en este lugar comí una hamburguesa exquisita (y eso que a mí casi no me gustan las hamburguesas). Además de ser de buen tamaño, parecía recién hecha. A mis amigos y a mí nos gustó mucho este lugar, tanto que regresamos a comer ahí al día siguiente. También tienen una buena variedad de postres, especialmente de helados. Yo me comí el tradicional helado de chocolate y fue una delicia.

Nos tocó un poco de lluvia después. Ya oscurecía y pude ver luciérnagas. No había visto una desde mi infancia. ¡Efímeras luces que alegraron mi noche! Me resultó imposible captarlas con la cámara, pero guardo las imágenes en mi memoria. En la noche, fuera del hotel, vimos un sapo y yo me sentí muy feliz. Amo estar en la naturaleza. Lugares como éste me dan energía y paz.

A la mañana siguiente, al salir de la habitación, me encontré con esta bella vista. Me sentía un poco como en el Éden.

Visitamos el parque Fort Necessity National Battlefield. En este lugar George Washington construyó un fuerte para defenderse de los franceses en 1754. George Washington perdió la batalla y el fuerte fue destruido. Se reconstruyó en la misma ubicación que tenía. En mi opinión se ve muy pequeño para la cantidad de hombres que se alojaban ahí. Lo que me encantó fue el paisaje y también la explicación que nos dio el guía del recorrido. Aunque no alcancé a tomarles una foto, vimos un venado con su cría. ¡Qué belleza! 🙂

Caminamos por el parque (Ohiopyle State Park) mientras nos dirigíamos hacia una nueva aventura de la cual, esta vez, yo sólo sería espectadora.

Fuimos a un tobogán de agua natural. Desde antes de verlo supe que ni de broma me lanzaría. Una vez frente a él, sentí escalofríos ante la idea de hacerlo, sólo de pensarlo me empezó a doler la espalda. Había varias personas y la mayoría admiraban el tobogán esperando a ver quién se atrevía a lanzarse, en realidad, no fueron muchos. Mis amigos ya estaban más que listos para hacerlo. El primero fue Fabricio y después Susan. Yo estaba muy nerviosa, me preocupaba que pudieran lastimarse; sin embargo, lo disfrutaron tanto que volvieron a lanzarse. ¡Qué locura y qué valientes!

Para terminar, visitamos la Península de Ferncliff. Esta zona fue declarada Monumento Nacional Natural en 1973. Aquí hay muchas plantas poco comunes. Es un recorrido largo y un poco difícil porque hay mucha humedad y los mosquitos se hacen presentes todo el tiempo. No habría estado de más haberme puesto repelente.

Para llegar, atravesamos un puente. Después caminamos la primera parte de este paseo cerca del río, el cual lleva semillas desde Maryland y West Virginia para depositarlas en esta península. Por eso hay una gran variedad de plantas aquí. Antes este lugar era un pantano. Encontramos algunos fósiles de las plantas de aquel entonces.

La segunda parte del recorrido la pasamos rodeados de enormes árboles. Fue aquí donde la humedad era intensa y los mosquitos querían acabar con nosotros; sin embargo, no me quejo pues la vista era espectacular y yo, aunque exhausta, estaba muy contenta.

Cuando estamos felices el tiempo vuela y algunas veces queremos detenerlo, ponerle pausa unos instantes, prolongar la sonrisa que se niega a abandonar nuestros labios, pero eso sólo es posible en nuestra memoria, en el corazón. Mi viaje estaba por terminarse.

Cuando tomamos la carretera para regresar a Pittsburgh, nos tocó ver el atardecer. Una emotiva despedida. Un par después tomaría el avión para volver a casa con lágrimas en los ojos y la esperanza de volver a ver a mis amigos pronto. Confío en que así será.

Atardecer de regreso a Pittsburgh

Swallow Falls en Oakland, Maryland.

•agosto 19, 2019 • Deja un comentario

A mis amigos les gusta la aventura y también estaban decididos a llevarme de paseo. Yo sigo muy agradecida por esta sorpresa. Así que nos alejamos unos días de la ciudad de Pittsburgh para ir primero a Oakland y después Ohiopyle.

En la noche llegamos a Oakland, un pueblito acogedor en Maryland. Tuve oportunidad de conocerlo un poco cuando salimos a correr en la mañana, pues pasamos la mayor parte del tiempo en Swallow Falls State Park porque queríamos ver las cascadas. En este parque no hay señal de celular; por lo tanto, estuvimos varias horas desconectados del mundo y bien conectados con la naturaleza. ¿Qué más se puede pedir?

Justo cuando llegamos cayó un aguacero que duró alrededor de media hora, después ya pudimos bajarnos del coche y entrar al parque.

Swallow Falls State Park Oakland

Primero nos dirigimos a una cascada chica. Estábamos rodeados de árboles Tsugas mejor conocidos como falsos abetos. Aunque el agua estaba helada, metimos los pies y caminamos un poco por la parte que no era profunda. ¡Éramos casi los únicos en ese momento! ¡Qué maravilla!

Sólo tomó unos minutos llegar a la cascada pequeña. Es hermosa y yo soy feliz cerca del agua. Muy feliz.

Swallow Falls Oakland Maryland

Encontramos un lugar para sentarnos a comer nuestro almuerzo, tomar agua, disfrutar la vista y escuchar la música de la naturaleza. Estábamos tan a gusto que no teníamos ganas de movernos. La ventaja del verano es que los días son largos y oscurece tarde, además no teníamos tanta prisa.

Una vez listos y ya con calma, nos dirigimos a la cascada grande: Tolliver Falls.

Swallow Falls Oakland, Maryland.

El recorrido fue un poquito largo pero no estuvo pesado. Ayudó mucho que no hiciera tanto calor. Yo iba feliz, renaciendo con los árboles y el agua. En un futuro (no sé que tan lejano) me gustaría vivir rodeada de naturaleza, lejos de las grandes ciudades (aunque amo mi ciudad).

Me encanta la voz del agua. Yo podría quedarme horas sentada cerca de una cascada escuchándola.

Cuando llegamos ya había salido el sol y era la tarde perfecta. Susan bromeaba cuando me dijo que nadara hasta la cascada. Me reí pero la idea se quedó en mi cabeza. No planeaba nadar pero quizá había otra forma de lograrlo. Tal vez podría llegar trepando por las rocas que estaban cerca de la cascada, pero me sentía insegura. Justo en ese momento se acercó Susan y cuando menos nos dimos cuenta, ya estábamos trabajando en equipo para llegar. Con una rama grande en la mano y mucha determinación nos lanzamos a la aventura. Fabricio nos tomó algunas fotos. Hace tiempo que no hacía algo así y aunque hubo momentos de duda, fue increíble hacerlo. Me sentí eufórica cuando llegamos a la cascada. Susan y yo no paramos de reír, empapadas. Lo que empezó como una broma se convirtió en una experiencia genial.

Seguimos nuestro recorrido, ahora queríamos una foto en la cima de la cascada. Caminamos un poco más. Todo iba muy bien. Ya estábamos cerca cuando me distraje y me resbalé. Caí sobre la rodilla. Pasaron unos minutos antes de que pudiera levantarme. Sólo fue el susto. Dudé en avanzar para tomarme la foto pues me temblaban las piernas y sentí miedo. En equipo lo hicimos. Reí con mis amigos. Tomamos las fotos. Me encantó este lugar.

La vida me sonríe. Es un privilegio poder vivir aventuras como ésta con mis amigos. Agradezco estos momentos pues hacen que la distancia duela menos.

Nos despedimos de Swallow Falls y también de Oakland. Ya era hora de seguir nuestro camino para llegar a Ohiopyle. Tenía mucha curiosidad por conocerlo…

Un viaje al pasado y una noche de choques…

•agosto 17, 2019 • Deja un comentario

Una tarde llegamos al Condado de Westmoreland, Pennsylvania. Fuimos a Historic Hanna’s Town para viajar en el tiempo por unas horas: ese fin de semana había una feria de los años 1773 al 1786 (la época del fin de la colonia en Estados Unidos).

Lo primero que me llamó la atención fue ver tanto verde a mi alrededor. No había nada más: ni edificios, centros comerciales, casas. Nada que me hiciera pensar en la época actual (excepto por los coches estacionados, claro está).

Hanna’s Town Westmoreland Pennsylvania

Hanna’s Town se fundó en 1773 y fue la primera sede del gobierno del Condado de Westmoreland. Aquí se celebraron los primeros tribunales ingleses del oeste de las Montañas de Allegheny; sin embargo, al final de la Guerra de Independencia, este pueblo fue atacado y quemado. Hoy en día es un parque histórico que nos muestra un poco como era la vida en aquella época. Para hacer esto, reconstruyeron la Cantina, tres casas hechas de troncos y un fuerte de la Guerra de Independencia.

Llegamos justo en el momento de la recreación de una batalla. Me tapé los oídos cuando me di cuenta de que iba a haber disparos. Tanto los miembros del ejército como los nativos americanos estaban armados con rifles. Hubo algunos «muertos» y mucho humo.

Pudimos ver cómo se eran los vestidos que se usaban en aquellos días y los instrumentos que usaban las mujeres para coser, bordar, tejer. ¡Me encantaría aprender a usar los telares!

Caminamos un poco más y encontramos la cantina. Este lugar fue la primera sede del Tribunal de este condado y fue destruida en 1782. Mientra el guía nos explicaba como era la vida aquí, yo no dejaba de dar gracias por tener un lugar donde dormir segura y sin frío, sin carencias. Aquí, cuando no había camas, dormían en el piso, donde se pudiera. Las camas se compartían, las personas tenían que dormir con sus pertenencias (muchas veces como almohadas) para evitar que se las robaran. En fin, varios detalles más que sólo demuestran lo que ya sabemos: las guerras son duras, se sufre mucho y nadie gana en realidad.

La feria comenzó en la mañana y nosotros llegamos en la tarde, cuando ya no faltaba poco para que cerrara. Nos perdimos los talleres, por ejemplo el de costura. Sin embargo, pudimos ver cómo era el lugar dónde atendían a los heridos, visitar el fuerte, platicar con varias personas que nos contaron sobre esta época y sobre sus experiencias representando sus personajes. ¡Viajan a varios lugares del mundo con esta feria! Además pudimos escuchar la música de las gaitas, música tradicional irlandesa que tocó la banda llamada Gallowglass.

Me encontré este video del grupo y de la feria ese día: Gallowglass band en Hanna’s Town

Regresamos al 2019 y nos esperaba una noche interesante en Westmoreland. Como parte de la Feria de Westmoreland había un evento: The Summer Demo Derby. Hay muchas cosas en este mundo de las que yo no tengo ni idea, este evento era una de ellas. ¡Es un espectáculo que consiste en que un chocar automóviles y el ganador es el dueño del automóvil que, al final, siga funcionando!

Después de un paseo por el final de la época colonial de los Estados Unidos, ahora viviríamos una noche escandalosa, una noche de automóviles estrellándose deliberadamente unos contra otros. Algo así como los coches chocones de la feria a los que me encantaba subirme en la infancia, pero en este caso se trata de automóviles reales y en situaciones peligrosas.

Lo primero que tuve que hacer fue asimilar que eso existía y después sacudirme el miedo de que me tocara ver un horrible accidente, pues a veces ocurren. Hay ambulancias y médicos en la zona, listos para reaccionar de inmediato ante cualquier percance. Mi único deseo era que nadie, nadie saliera lastimado.

Dos cosas llamaron mi atención: 1) el evento inició con niños en sus cochecitos. ¡Niños felices más que listos para chocar! 2) El público tan entusiasmado, tan lleno de adrenalina. ¡Cuánta emoción por ver a los automóviles destruirse!

Niños listos para chocar sus cochecitos. Westmoreland Fair Summer Demo Derby

El espectáculo de los niños fue hasta cierto punto inofensivo. A mí me preocupó un poco que pudieran lastimarse el cuello o la espalda, pero todo salió bien. Duró poco. Una vez que hubo un ganador, vino lo bueno con los adultos. Empezaron con los coches pequeños, después seguirían los más grandes. No hubo accidentes fuertes ni heridos en este evento, lo cual sigo agradeciendo mientras escribo. Además del escándalo de los autos estrellándose todos contra todos, se escuchaban los gritos y las porras. Fue toda una experiencia vivir este momento tan ajeno a mi forma de ser, a mi cultura, a mis ideas. Una vez que logré adaptarme, dejar de temer y/o escandalizarme, me atrevo a decir que lo disfruté (hasta tuve mi coche favorito, el cual quedó en segundo lugar).

Quizá lo que me pareció atractivo fue la determinación de los conductores, la férrea decisión de no dar marcha atrás para poder ganar, sin importar el golpe que vendría pronto, la posibilidad de que el coche dejara de funcionar o mucho peor, de lastimarse. Esa voluntad de luchar hasta el último momento sin mirar atrás.

¡Qué noche! No creo que repetiría la experiencia, pero sí sentí la adrenalina invadirme mientras esperaba que ganara mi coche favorito. Terminé exhausta pero también satisfecha y lista para la siguiente aventura.

Un atardecer en Mount Washington, Pittsburgh.

•agosto 13, 2019 • Deja un comentario

Los atardeceres me hacen feliz, por eso cuando Fabricio me dijo que veríamos el atardecer en Mount Washington me emocioné. Ahí se tiene una vista panorámica de la ciudad y se pueden tomar las mejores fotografías. Estaba saboreando ese momento desde que nos subimos al coche para llegar allá.

Apenas íbamos en camino y el sol ya empezaba a ponerse.

Atardece en Pittsburgh

Cerca del Mount Washington, hay también un mirador. Hicimos una pequeña parada y valió la pena. Me gustó la vista. Aunque ya eran casi las nueve de la noche, todavía había mucha luz. Los días son largos en el verano, muy largos.

No exageran cuando dicen que en Mount Washington se encuentran las mejores vistas de Pittsburgh. No éramos los únicos ahí con la cámara (celular en nuestro caso) en mano. Estaba atardeciendo. Llegamos justo cuando el cielo comenzaba a teñirse de rojo.

También es posible tomar el funicular que ofrece un pequeño recorrido para subir y bajar la montaña.

En esta zona están las estatuas de George Washington y de Guyasuta, líder de los Senecas. Dos estatuas enormes en la montaña, alrededor de Pittsburgh, dos líderes reunidos cara a cara y yo preferí tomarle la foto a Guyasuta. Siempre me ha llamado la atención la historia de los nativos americanos.

Guyasuta, líder de los Senecas y George Washington
Pittsburgh

Anocheció. En cuanto terminara el partido de baseball en PNC Park el estadio de baseball, iba a haber fuegos artificiales. Decidimos esperar para verlos. La noche trajo viento consigo y sentí un poco de frío.

Tenía curiosidad por cómo se verían los fuegos artificiales desde dónde estábamos. Había muchas personas, entre ellas un par de fotógrafos esperando también el momento. Pittsburgh se iluminó y – mientras tanto- yo era feliz mirando la ciudad llena de luces.

No me gusta el sonido de los fuegos artificiales pero me encanta el juego de colores. Sería genial si sólo se tratara de explosión de luz sin sonido. Mirar el espectáculo a esta distancia fue alucinante, hasta se me olvidó que tenía frío.

Fireworks in Pittsburgh

Ya era medianoche. Entramos al museo, que es justo también donde se toma el funicular para pasear por la montaña. Todavía estaba abierto. Vimos fotografías de diferentes épocas de Pittsburgh. Fabricio me fue explicando cada una con detalle, contándome a la vez la historia de Pittsburgh. ¡Fue la mejor visita guiada!

¿Qué más puedo decir? Sólo que Pittsburgh me conquista con su cielo azul intenso, sus caminos llenos de árboles, sus ríos y los cientos de puentes que los atraviesan. Fue un privilegio volver a este lugar tranquilo, limpio y lleno de naturaleza. Lo extraño.