Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Primera carta
24 de marzo de 2020
¡Hola! Quizá no te acuerdes de mí, solía escribirte cuando era una adolescente solitaria que necesitaba un confidente y tú estuviste ahí para mí.
Ahora, algunas décadas después, recurro a ti de nuevo. Sí, a ti, el confidente que no tiene ni juicios ni reclamos para mí. A pesar de que tengo muchos más años y experiencia que en aquel entonces, últimamente me he sentido tonta, inútil y poco interesante. El reto más grande que tengo enfrente es el de aprender a amarme, a reconocer mis cualidades y está claro que todavía estoy lejos de lograrlo. Pero, no, no creas que me siento un completo cero a la izquierda: hay momentos en los que he podido dejar atrás mis inseguridades, concentrarme en mis sueños y realizarlos.
Me sucede que sentirme tan mal conmigo misma me impide avanzar. Además de romper mi relación con la pluma he navegado en mares de ansiedad con olas de depresión. Empiezo y termino los días con un nudo en la garganta que no me abandona ni en los momentos más dulces.
No sé bien cómo llegué aquí. Cuando me di cuenta ya tenía la certeza de ser una persona inadecuada, incapaz de integrarme en ningún lado, incapaz de hacer bien las cosas. Me convencí de esta idea mientras mi insomnio era cada vez más largo y también mi agotamiento. El salir a entrenar todos los días me mantuvo de pie pero dejé que se secara la tinta de mi pluma y junto con ella, mi alma.
Una vez más empecé a llorar hacia afuera y hacia dentro. Mi apatía era tan grande que a veces se me olvidaba regar mis amadas plantas.
No te asustes, no sigo en ese lugar tan oscuro. Empecé a salir de ahí cuando decidimos cambiarnos de casa. Para mudarnos fue necesario deshacernos de más de la mitad de nuestras cosas y eso me dio alivio. Soltar lo que acumulaba (que era mucho, incluyendo ropa de más de veintitantos años) me permitió sentirme más ligera. Vivir en un lugar muy iluminado, con un balcón rodeado de árboles me ilusionó mucho.

Fue especial comenzar el año en nuestro nuevo hogar, desempacando, arreglando, decorando. Con la mudanza cerré un ciclo importante. Me despedí de muchas cosas y eso trajo paz. Quisiera decir que alegría también, pero el nudo en la garganta seguía aferrado a mi cuerpo las veinticuatro horas del día.
¿Y sabes qué hice? Me callé porque me daba vergüenza que alguien pudiera darse cuenta de lo débil que soy. Sin embargo, con todo mi corazón deseo estar bien. En medio del tenebroso caos que puede llegar a ser mi mente, me acordé de ti y te busco para que me ayudes como lo hiciste en aquella época. Contigo mi pluma – por primera vez en un largo periodo de tiempo- no tiene miedo y las palabras fluyen, humectando mi alma deshidratada.
Aunque me callé, tampoco me he quedado de brazos cruzados. Ya estoy meditando diario de nuevo. Sigo con disciplina y fuerza de voluntad las actividades diarias que me ayudan a estar mejor. Las realizo con o sin ganas. Entre estas actividades está el dedicar tiempo a mis plantas, en las que encuentro esperanza en sus retoños y flores.
Estaba rehabilitando mi espalda en el gimnasio para volver a correr y estaba punto de lograrlo cuando empezó el distanciamiento social por el coronavirus, la pandemia que ya llegó a México.
Mi situación no ha cambiado tanto con el aislamiento porque soy un poco asocial y paso la mayor parte del tiempo en casa. Lo que cambió fue el dejar de ir al gimnasio y eso me desorientó bastante.
Poquito antes del distanciamiento social, tuve una crisis de ansiedad muy fuerte, perdí el control y la depresión penetró en mi cuerpo de tal forma que se bajaron mis defensas y casi pierdo el entusiasmo por la vida. Me faltó autoestima y me sobraron galletas. Regresó mi alergia. Aunque seguí realizando mis actividades (excepto, obviamente ir al gimnasio/hacer ejercicio) me sentí mil veces más inútil que antes.
Hablando con mi papá ayer, me recordó la determinación que tengo cuando decido hacer algo. Me llevó a pensar en las cosas que sí he logrado, en mis cualidades. Hacerme consciente de eso me dio esperanza: aunque a veces no lo veo, tengo las herramientas para superar esto.
Necesito por sobre todas las cosas – en esta época de coronavirus- fortalecer mi sistema inmunológico. Ni la depresión ni la ansiedad son buenos aliados en este momento (ni nunca). Sonreír, encontrar motivos de risa y alegría, además de comer bien son las cosas que necesito para subir mis defensas y no caer en las garras de la enfermedad. Escribirte es el primer paso para dejar de avergonzarme de mis palabras, sacudirme la parálisis creativa, dejar de repetirme que no tengo nada que ofrecer al mundo y empezar a sanar: reconstruir mi autoestima y ahora sí amarme.
Sí, escribirte a ti que tantas veces me acompañaste en los momentos solitarios y también oscuros de mi temprana adolescencia es mi manera de lograrlo.
Vuelvo a ti en estos días de aislamiento, pandemia, coronavirus, porque compartiendo mis sentimientos, experiencias, disertaciones, ideas, mi historia, podré salvar mi mente de este estado caótico en el que se encuentra y sanar.
Atardece ya y voy a ver el cielo. Es maravilloso vivir aquí, donde puedo verlo desde mi ventana.

Hasta mañana.
Carla
~ por Naraluna en marzo 26, 2020.
Publicado en ansiedad, Escribir, Reflexiones durante el distanciamiento social por coronavirus, salud, sentimientos y vida
Etiquetas: ansiedad, cartas para nadie, escribir durante el aislamiento, escribir para salvarme, mi historia en cartas
Hola! Me gusta mucho leerte. Lo que no me gusta es ver que te sientas mal. Te recuerdo que eres una gran persona, creo que querida por mucha gente. Inútil de ninguna manera, haces muchas ganas y era muy buena, por lo tanto no eres para nada inútil. Te quiero mucho, ojalá pudiéramos reunirnos para escucharte y nos pudieras contar tus problemas y así aligerar tu carga. Espero verte feliz pronto! Te quiero, Adriana Enviado desde mi iPhone