Lo que me enseñó la Guerra No Tiene Rostro de Mujer de Svetlana Alexiévich

•febrero 16, 2016 • Deja un comentario

Hace un par de semanas leí La Guerra No Tiene Rostro de Mujer de la ganadora del Premio Nobel, Svetlana Alexiévich.  Necesité dejar pasar un poco de tiempo para poder escribir al respecto de este tema. Tuve que asimilar lo que mis ojos vieron en esa semana aterradora. Aunque vale la pena leer este libro, se trata de una lectura dura, devastadora.  Hay que tener valor para hacerlo. Pensé que después de haber leído el Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn ya me habría preparado para lo que me encontraría en este libro de Svetlana Alexiévich, pero estaba equivocada.  La realidad es que es muy duro leer sobre la guerra.  Hay páginas cuya crueldad me dejó tan pasmada que no pude llorar ni tampoco vomitar.

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Me duele la humanidad, siempre me ha dolido. Las guerras me asustan, me quitan el sueño. Las del pasado y las del presente.  Sobra decir que en las guerras todos pierden, inclusive los vencedores. Sufren y mueren millones de personas. Se derraman litros de sangre por infinidad de razones, que en su mayoría me resultan incomprensibles.

He leído mucho sobre la Segunda Guerra Mundial, principalmente sobre las injusticias, los campos de concentración, los prisioneros, las víctimas, las familias que se pierden pero nunca había considerado la perspectiva de los soldados y  no sabía que en esta guerra también habían peleado mujeres.  Las mujeres soviéticas no quisieron quedarse en casa a esperar que las cosas pasaran, lucharon por ser parte de la guerra, por defender su patria.  Es decir, no sólo iba a leer un libro sobre los soldados en la guerra, sino de soldados mujeres que eligieron ir a la guerra.  Escucharía sus voces emergiendo de un silencio de décadas, de sus experiencias que despojarían a la Victoria de sus adornos y heroísmos, que hablarían de la vida en la guerra…

Svetlana Alexiévich entrevistó a cientos de mujeres para escribir este libro: se convierte en su voz. A través de ellas, Svetlana Alexiévich nos da una radiografía de la guerra. No es una historia de héroes, de vencedores y vencidos. No es una historia que glorifique a nadie. Pone al descubierto el esqueleto de la guerra, nos muestra sus sombras, la desolación, el sufrimiento y también la cotidianidad de la vida en los campos de batalla.

Me identifiqué con las preguntas que se plantea Svetlana Alexiévich con respecto a la naturaleza humana.  Me conmovió  su manera de sobrellevar el dolor de las historias que escuchaba. En realidad, es un libro profundamente humano que para mí fue más allá de la guerra que describen las mujeres; ha sido un libro que me obligó a hacerme más preguntas sobre la humanidad y ver las cosas desde una perspectiva diferente.

Leerlo me dolió física y emocionalmente. Después de algunos capítulos tuve que cerrar el libro para controlar mis náuseas, para no ahogarme, para entrar en calor después del espeluznante testimonio que me dejó helada. Y me sentía como la autora de este libro, exactamente como ella: Ante mí se ha abierto otra página de la guerra que haría palidecer cualquier fantasía».  (Svetlana Alexiévich). 

No exageró cuando escribió esas palabras. En realidad todo mi ser palideció. ¿Cómo es posible que los seres humanos seamos capaces de crear tanta atrocidad?  La guerra transforma a las personas en animales,  eso dijeron algunas mujeres en sus testimonios. Entiendo que ante esas circunstancias es la única manera de sobrevivir y eso me deja muda, incapaz de decir algo más al respecto.

Svetlana Alexiévich nos permite escuchar las voces de las mujeres y ver la guerra sin adornos ni juicios. Se plantea las mismas preguntas que muchos de nosotros nos hacemos sobre la naturaleza humana. No es una observadora indiferente, su dolor es tangible en sus palabras, en su visión de los seres humanos. Me atrapó su sensibilidad. Comparto su perspectiva de la vida, su manera de entender a la naturaleza humana.

Leer este libro  estremeció mi cuerpo: sentí el dolor en mis extremidades, en el estómago, en los pulmones, en la garganta, en mis ojos.  Entonces, ¿por qué seguí leyendo? ¿Por qué no pude cerrar el libro?  Porque necesitaba aprender de esas voces.  Porque esas mujeres no sólo hablaban de batallas y soldados, porque esas voces me mostraban el lado humano de la guerra, algo que me parecía inconcebible, algo que jamás había pasado por mi mente. Hablaban también de la vida en los campos de batalla, lo que comían, lo que soñaban, lo que enfrentaban, lo que  debían hacer para sobrevivir y su constante convivencia con la muerte.  A pesar de los horrores que vivían a diario, perduraba en ellas y en sus compañeros el deseo de seguir viviendo.  No dejo de preguntarme: ¿Cómo amar la vida en la guerra? ¿Cómo encontrar momentos para sonreír de nuevo?  A pesar de lo indescriptible,  lo inhumano, los ríos de sangre, podían encontrar belleza en la vida. ¡Podían verla en uno de los peores momentos en la historia de la humanidad!

Una mujer habló de los detalles que les daban felicidad en esos momentos tan terribles y dijo que no había atardeceres más hermosos que los de la guerra.  Los soldados sabían que ese podía ser el último que verían, el último.  Un atardecer hacía sonreír a alguien en la guerra. Un atardecer  le mostraba al ser humano la magnificencia de la naturaleza y lo efímero de su existencia.

Encontré mucha paz en las palabras que Svetlana Alexiévich escribió al final de un capítulo muy duro: El único camino es amar al ser humano. Comprenderlo a través del amor.  Eso es exactamente lo que siento. El amor es el camino no la venganza, la indiferencia ni el odio. El camino es el amor, siempre el amor.

Antes de leer este libro, nunca había pensado en los soldados. De alguna manera los he considerado responsables de la guerra; desde cierta perspectiva los he visto como si fueran los villanos.  Nunca sentí empatía. No se me ocurrió pensar en sus circunstancias, sus conflictos ni mucho menos sus motivos, ideales. Después de leer este libro, por primera vez en mi vida recé por los soldados de todas las guerras. Recé por ellos y lloré.

Recordé las palabras de mi padre: «Nadie es completamente malo ni completamente bueno».   No vivimos en un mundo blanco y negro, un mundo de héroes y villanos. Vivimos en un mundo de seres humanos bastante imperfectos. Y ya no quiero juzgar, ya no. Sólo deseo amar y hacer mi mejor esfuerzo para comprender a través del amor.

Los seres humanos tenemos una gran capacidad para amar pero también para odiar. No se trata sólo de la segunda guerra mundial, ¿cuántas guerras ha habido en la humanidad? ¿Cuántas más nos faltan por vivir?  «La humanidad ha vivido miles de guerras; sin embargo, la guerra sigue siendo un gran misterio. Nada ha cambiado». (Svetlana Alexiévich) No sólo la guerra, también la naturaleza humana sigue siendo un gran misterio para mí.  Muchas cosas no han cambiado: la crueldad, las matanzas, las injusticias, las guerras siguen. Los protagonistas tienen otros nombres, pero los resultados no son tan diferentes.  Se habla de victorias y de ideales. Siempre hay una razón que justifique tanto sufrimiento. La victoria está envuelta de muerte y sangre, sin importar el nombre del vencedor ni tampoco la causa de la pelea. «Los tiempos cambian, pero ¿y los humanos? Las repeticiones me hacen pensar en la torpeza de la vida»(Svetlana Alexiévich) ¿Cuándo aprenderemos?  ¿Aprenderemos? Me lo he preguntado por años, pero en realidad es una pregunta retórica.

En la voz de Svetlana Alexiévich y de las mujeres que entrevistó escucho también la historia de la humanidad, me encuentro con esas preguntas que ninguno sabemos responder como el porqué de tanto odio; pero también me encuentro con un profundo amor a la vida, a los atardeceres, a la oportunidad de tener un día más para mirar al mundo.

La vida no se vive en blanco y negro, en buenos y malos y sigo aprendiendo a no juzgar. Confío en que llegará el día en que logre dejar de hacerlo.

Mientras escribo escucho una y otra vez las palabras de Svetlana Alexiévich: «El único camino es amar al ser humano. Comprenderlo a través del amor.» «El único camino es amar al ser humano. Comprenderlo a través del amor»… 

El único camino es amar al ser humano…

El único camino es amar…

Agradezco la oportunidad de leer un libro que me enseñó a ver el lado humano de la guerra. Y en esta tarde melancólica, una vez más, me abrazo a la vida con sus diferentes colores.

 

 

 

 

#TeAmo

•febrero 14, 2016 • Deja un comentario

No me mires porque me enamoro.
No respires porque me enamoro.
¡No!… Porque me enamoro.

Soy una forever alone
sin ningún #TeAmo
en la historia de mis tuits.

Anhelo un amor de Trending Topic,
nuestros nombres entrelazados en un shipname
y nuestras fotos coloreando el Facebook.

Sueño un amor que no deje mis mensajes en visto
ni me oculte las conversaciones de Whats App,
un amor de tiempo completo
de comedias románticas y palomitas azules.

Quiero ser la ganadora del concurso #TeAmo,
escribirlo en todas las líneas de tiempo,
en todas las redes sociales,
en todos los muros de nuestros mundos.
#TeAmo. #TeAmo. #TeAmo.

No me busques porque me enamoro.
No te acerques porque me enamoro.
¡No!… Porque me enamoro.

Sólo soy una forever alone atormentada
que necesita un #TeAmo,
Un amor de Trending Topic,
para dejar de serlo.

CGG

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Un pequeño poema para reír un poco en este día de palabras cursis. ¡Feliz domingo! 🙂

¿El Peor día?

•febrero 9, 2016 • Deja un comentario

El peor día no siempre es tan malo. Hay momentos en los que es el golpe que nos sacude, la mano que nos arranca la venda de los ojos, la cachetada que nos obliga a decir basta. A veces el peor día puede convertirse en el mejor porque nos obliga a reinventarnos, a deshacernos de nuestros complejos, a disfrutar.

No soy ni me considero víctima de las cosas que me suceden. Tampoco soy doña Perfecta ni mucho menos soy una santa. Si se tratara de describirme diría que soy una mujer que lucha por ser mejor cada día, que trabaja por transformar sus defectos en cualidades. Me niego a quedarme en el abismo profundo de la depresión, del eterno malestar, de las quejas que suelen robarnos la voluntad de levantarnos. Si mi corazón sangra, la mayoría de las veces tomo la decisión – a veces agresiva- de salirme de la cama y obligarme a hacer ejercicio.

No voy a encontrar armonía en las sábanas ni en el sueño pesado que impide el paso de la vida. No puedo tolerar la idea de quedarme acostada y sentir el cansancio que enferma al cuerpo sano. Tampoco voy a encontrar armonía en la autocompasión y el falso apapacho.  En días como hoy, cuando me siento así, me cobijo en los pants, meto los pies en mis tenis, me amarro las agujetas y la vida sigue. Necesito avanzar, necesito aprender, necesito saber que no me doy por vencida. Necesito poder salir adelante.  Necesito crecer. Lo necesito.

Me levanté y me fui a correr. Corrí más de seis kilómetros y mientras lo hacía la oscuridad me abandonaba: comencé a mirarme desde otra perspectiva. Me sentí un poco más lúcida. La herida me seguía (sigue) doliendo, pero se fueron mis ganas de llorar.

Llevaba ya varias semanas -quizá meses- con la sensibilidad desbordada, moviéndose sin dirección en todo mi cuerpo. Semanas en las que he vivido con el llanto siempre presente y cada vez menos ganas de sonreír. Meses, semanas, días, horas, segundos en los cuales me he sentido la más tonta, la más inútil, la más malvada, la fracasada, la PEOR de todas. Últimamente para mí sólo he tenido reclamos, palabras amargas, a veces violentas y culpas de todo tipo, reales e inventadas. Me sentía avergonzada por casi todo, hasta por respirar a destiempo. Me empequeñecía un poquito cada día y quizá así hubiera seguido por más tiempo si ayer no hubiera recibido un golpe severo, un despiadado encuentro con  mi realidad, con las consecuencias de mi falta de autoestima, de mis miedos, de mi estupidez.  Si yo pienso lo peor de mí misma, ¿cómo puedo esperar que los demás no lo hagan?  No digo que me mereciera las patadas, sólo que las vi venir y no me quité, nunca me quité.

Como era de esperarse, recibí el golpe en el lugar más vulnerable que tengo y casi inmediatamente empecé a sangrar. Primero me enojé, después me frustré y por último me agobió el desconcierto.  Me convertí en un volcán de ira y escupí lava de lágrimas. No me quedé callada ni me guardé nada.  Esa explosión me limpió. Me hizo bien. La mayor parte del tiempo callar es una mala idea. Mis palabras me liberaron aunque no me di cuenta en ese momento. Cuando me quedé vacía me fui a acostar.  Envuelta en mi torpeza no lograba conciliar el sueño.  Apenas me sequé, se apagó mi insomnio y dormí profundamente.

Hoy desperté con dolor pero tranquila. Creí que tendría remordimientos, culpa o añoranza y me arañé las entrañas para encontrarlos, pero no estaban. Dentro de mí había una intensa sensación de libertad, un poco de paz y, sobre todo, una enorme necesidad de respetarme y ser respetada.

Respetarme y ser respetada era lo único en lo que pensaba en ese momento.  Me di cuenta de que ya no soporto que me miren despectivamente, que me traten como si fuera insignificante o tonta, como si mis ideas no contaran para nada. Ya estoy harta de parecer invisible, de aceptar palabras o actitudes que me lastiman porque tengo miedo a perder a las personas que me importan. Me cansé de ser ignorada. Me cansé de las patadas que me han dado, me cansé de permitirlo y me cansé de patearme yo.  ¡Me cansé tanto que me quedé sin energía! Ese cansancio ha sido tan intenso, tan pesado, tan absorbente que hoy no puedo sentir nada además de la necesidad de ser respetada y la libertad de ya no cargar con eso. Lo único que quiero hoy es decir basta y prometerme que no volveré a permitir que esto suceda.

Ya no voy a sufrir porque personas cercanas a mí no me acepten. Las personas son libres de amarme o no, de aceptarme o no, de pensar de mí lo mejor o lo peor. Reconozco que la mayor parte de las veces no está en mis manos cambiar la percepción que tengan de mí. Tengo una enorme lista con mis defectos y llevo ya tiempo trabajando  la lista de mis cualidades. No me considero monedita de oro para caerle bien a todos y me considero afortunada de tener a mi lado a quienes me ven tal cual soy y así me quieren.  No puedo ni mucho menos deseo exigirle a nadie que me acepte. Tampoco puedo huir de quien soy, de las cosas que son parte de mí para complacer a quienes me importan. Sólo hay una cosa que es mi obligación dar y que, además, exijo de los demás: respeto.

No volveré a avergonzarme de ser quien soy ni a creer que en mí sólo hay defectos. No volveré a tratarme ni a permitir que me traten sin respeto. No es tarea fácil, pero prometo nunca volver a actuar en mi contra, a insultarme, a juzgarme con palabras que no me merezco. Para vivir en el amor primero debo y necesito amarme a mí misma. No puedo tratarme con violencia y soñar con un mundo de paz. Este día he vivido el dolor por la falta de amor hacia mí misma y las consecuencias que eso me ha traído.  Esta vez no sólo escribo para sanar, también escribo para obligarme a cumplir mi promesa, para tener presente mi aprendizaje y compromiso de hoy.

Me siento triste pero ya no estoy sangrando. Estoy tranquila, un poco más cerca de la paz que tanto busco y más libre para ser yo misma.

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Esta mañana, por primera vez en varias semanas, pude disfrutar del amanecer, de un cielo rojizo en esta ciudad de locura.  Por la tarde, cuando fui con mis plantas, me encontré un retoño donde antes hubo una dalia. Mi rosal está lleno de rosas a pesar de la plaga. Las lavandas florecen. Mi pequeño jardín macetero sigue de pie: mis plantas se aferran a la vida. Mientras escribo cantan los grillos.  La naturaleza me sonríe y yo le sonrío de regreso. Hoy me llamo Esperanza.

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Retoño de dalia

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El peor día no siempre es tan malo. Me miro al espejo y por primera vez en décadas, siglos, vidas me digo a mí misma: «¡Qué guapa eres, Carla! ¡Qué guapa eres!».  Me lo diré diario hasta convencerme, hasta dejar bien cerrada esa puerta de mi pasado y ser feliz.

No, no fue el peor día, fue un día de sacudidas para soltar las piedras que me obligaban a caminar tan cerca del suelo.

Me perdono.

Hoy es el primer día, de los muchos  que me faltan por vivir, en el que me miro con amor, perdón y tolerancia.  Así es como sueño que nos miremos todos siempre: con amor, perdón y tolerancia.   Es lo que más falta me hizo en estos días de aprendizaje.

La Cosa.

•febrero 2, 2016 • 2 comentarios

Respiro profundamente y me lleno de calma: ya estoy lista. Tengo la pluma  en la mano, el café a un lado y escucho la música que me gusta.

Antes de navidad, mi marido me dio un libro: el Huésped de Guadalupe Nettel, escritora mexicana a quien admira mucho.  Hace una semana me puse a leerlo sin estar lista para lo que me esperaba. Desde la página uno me atrapó la manera de escribir de Guadalupe Nettel. Esa noche planeaba dormirme temprano pero pasaron horas antes de que me decidiera a cerrar libro y descansar.

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Me tomó un fin de semana leerlo y me descalabró. Fue tan estruendoso el golpe que mi primera reacción fue rechazar la historia, más específicamente, el final.

La protagonista del Huésped es Ana, quien desde niña  sintió la presencia de alguien dentro de ella, alguien a quien llamaba «La Cosa» y contra quien luchaba constantemente. No sabemos si la Cosa es real o imaginaria.  Para Ana era real y  habría dado lo que fuera para librarse de esa presencia inquietante. A La Cosa no le gustaba la luz: «…sabía que nada le resultaba tan hiriente como la luz y que, si alguna vez llegaba a dominarme, me condenaría a la oscuridad absoluta».   Ana luchaba contra ella pero en el fondo sabía que tarde o temprano la Cosa la dominaría, que la oscuridad sería su vida. Por lo tanto,  poco a poco, Ana se iba acercando a lo que consideraba inevitable.

La travesía de Ana no me resultó tan impactante: la pérdida que sufrió en la infancia, su trabajo con los ciegos, su recorrido en el metro y el encuentro con su esperado destino. No puedo decir lo mismo de la trascendencia de la Cosa, lo irremediable del destino de la protagonista y lo que se despertó en mí a lo largo de la lectura. Eso sí me resultó escalofriante.

En las primeras páginas me preguntaba si la Cosa era real o si Ana estaba trastornada. Intenté predecir la historia, el camino por el cuál Guadalupe Nettell nos llevaría a sus lectores; sin embargo, la existencia de la Cosa comenzó a inquietarme a mí también, a agitarme los miedos y mientras el llanto se formaba en mi pecho intenté huir de esas palabras, esconderme de mi propia Cosa, pues yo también la sentía adentro.

«Existir es desmoranarse».  Necesité dejar de leer cuando me encontré con esa frase. ¡Existir es desmoronarse! ¡Qué sencilla y fuerte manera de expresarlo! ¡Cuántas veces me he sentido así en la vida!

Percibí a la Cosa como esa parte oscura que todos tenemos dentro, ese lugar donde viven nuestros miedos, nuestros pensamientos más tenebrosos, nuestras aprehensiones; esa parte que buscamos ignorar, ocultar y que puede dominarnos si nos distraemos un poco.

La Cosa se abría camino y Ana se sentía cada vez más indefensa, desesperada, sabía que se acercaba el día en el cual La Cosa la dominaría. Resignada buscó llenarse de recuerdos visuales, imágenes que quería guardar en su mente  cuando la oscuridad llegara.  Vivía atenta a todo lo que la rodeaba, principalmente a la belleza de la naturaleza.

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Empecé a desesperarme. Escuché a mi propia oscuridad reírse de mí. La Cosa gritaba en mí, me quitaba el valor, me paralizaba mientras Ana se resignaba a lo que consideraba su destino. Guardando imágenes avanzaba, mirando la vida con indiferencia cedía en su lucha. Yo quería sacudirla (sacudirme) y desviarla (desviarme) de ese camino tan apartado de lo que yo veía como la victoria, la meta deseada.

«Existir es desmoronarse».  Y yo me seguía desmoronando con cada página. La Cosa se fortalecía y yo estaba pasmada.  Cuando terminé de leer la historia, Ana y la Cosa estaban juntas; a pesar de todo, Ana parecía estar en paz con la oscuridad en su camino, con la llegada de lo inevitable, la Cosa había vencido y sentía el alivio que el fin de esa lucha trajo consigo.

Por el contrario, yo me enojé.  Me enojé con el final de la historia, con mi existencia desmoronada, con la Cosa narrándome mis miedos y aprehensiones. Me quedé inmóvil ante la oscuridad que me rodeaba. Después cerré el libro y lo escondí en el librero. Eso no evitó que la Cosa se quedara conmigo. Temblaba y no precisamente por el frío de este voluble invierno.  El Huésped me dejó con los miedos en la superficie, a la vista de todos. En mis labios se derramaba la angustia ante lo inevitable y no tuve lágrimas porque no se atrevían a salir.

Me molestó mucho el final y no estaba en calma. Por un lado rechazaba la historia y, por el otro, admiraba profundamente a  Guadalupe Nettel por su maestría para acomodar las palabras y atraparme en su historia.

Me costó trabajo dormir. La voz de la Cosa intentaba invadirme y yo pasaba la noche demasiado consciente de mi fragilidad y de mis debilidades; sin embargo, yo no soy Ana y me niego a resignarme. Pocas cosas para mí son inevitables: no estoy predestinada a perder esta lucha. La Cosa no va a dominarme porque soy más fuerte que mis miedos, la voz de mis amaneceres es más potente que la de mis huracanes. La luz disminuye el tamaño de la Cosa y yo tengo la fuerza para salir adelante en esta lucha.

Me molestó tanto el final de la historia por la resignación del personaje, porque se dejó llevar al camino que desde el comienzo le dictó la Cosa. Me molestó mucho pero ahora entiendo que era el único final para ella: estaba convencida de que su camino tarde o temprano sería la oscuridad y cuando llegó el momento, se quedó en paz.

Me costó mucho trabajo despegarme de El Huésped.  Eso siempre me sucede cuando me encuentro con una buena historia.  No sé si mi interpretación de esta novela sea la adecuada y tampoco me preocupa: la magia de la literatura es que cada lector recibe un mensaje diferente.  En mi caso, El Huésped me mostró la Cosa dentro de mí y ahora sé con certeza que puedo enfrentarme a ella y salir victoriosa. Me descalabró esta historia, me tomó días recuperarme, pero ya tengo más armas para defenderme.

Los libros no sólo son mis mejores amigos, también son mis maestros. Una vez más lo afirmo: no concibo una vida sin libros que leer.

 

 

 

Bienvenido sea el 2016

•enero 19, 2016 • Deja un comentario

En días fríos levantarse de la cama resulta un acto de valor. Aunque la tentación fue fuerte, me salí de la cama y me preparé para ir al gimnasio. Necesito recuperar la constancia y disciplina que perdí poco antes de las vacaciones.

Ya estamos en la segunda quincena de este año y me siento bien. Me entusiasma este ciclo nuevo, este camino de oportunidades ante mis ojos, esta posibilidad de mirar al pasado para reestructurar mis metas y concretar mis propósitos.

El 2015 fue un año intenso pero también equilibrado. Comencé a cerrar ciclos para poder abrir nuevos y seguí trabajando arduamente para sentirme mejor conmigo misma. Hubo momentos en los que estuve a punto de tirar la toalla y otros en los que no paré de reír. También fue un año de regalos, de dos grandes viajes, de amistades que duran toda la vida. Agradezco profundamente todo lo que he vivido y estoy lista para seguir adelante, para disfrutar este año en el cuál cumpliré cuarenta años, un año en el cual me siento más fuerte y más segura.

Terminé el año con un poco de cansancio, de alergias y molestias en las vías respiratorias. En diciembre casi no hice ejercicio y me dediqué a comer como tenía tiempo de no hacerlo. Perdí un poco mis hábitos pues no escribí mucho durante ese mes ni tampoco leí tanto como tenía planeado. Sin embargo, no me siento mal por eso. Quizá necesitaba ese espacio para después poder renovarme, para cuestionarme algunas cosas y reconstruir mis metas y propósitos en estos días de enero.

El año pasado tuve tres propósitos que además convertiría en hábitos:

  1. Escribir con constancia
  2. Leer por lo menos 10 páginas diarias.
  3. Mejorar mi carácter.

Me siento satisfecha porque sí cumplí lo que me propuse.  Todavía me falta un largo camino que recorrer pero estoy contenta.  Escribí con constancia tanto en mi blog como en mis proyectos personales; leí veinticinco libros  y aunque todavía no estoy donde quisiera, he logrado controlar  mejor mi malhumor y ser un poco más tolerante. Reconciliarme con mis demonios toma tiempo pero tengo paciencia.  Todavía me enciendo con facilidad pero ahora puedo controlarme mejor que antes.

Mis propósitos para este año tampoco son muchos ni han cambiado tanto.  Para este 2016 agregué uno más a la lista. Con estas cuatro metas he decidido comenzar el año.

  1. Escribir poesía sin las barreras que merman mi libertad para jugar con las palabras. Enfrentarme a ella sin sentirme inferior, sin avergonzarme de mis versos como me sucedió el año pasado.
  2. Leer un mínimo de veinte páginas diarias y un mínimo de treinta libros este año; entre ellos terminar de leer dos libros de los que he abandoné en años pasados.
  3. Seguir trabajando en mi carácter, en ser más tolerante y menos explosiva; enfrentar mis miedos e impedir que me limiten o sean un obstáculo para realizar mis proyectos.
  4. Ser más disciplinada con el ejercicio y cumplir mi meta de correr 21 kilómetros este año.
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2016

A pesar del frío, estoy de buen humor. El invierno ha limpiado el cielo y la ciudad luce hermosa. Vi un impresionante atardecer de fuego como nunca creí que vería uno aquí.

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Atardecer en la Ciudad de México  Enero 2016

Cuando está terminando el año, se dice mucho «año nuevo, vida nueva».   A menudo repetimos esta frase y la mayoría de las veces lo hacemos por costumbre, por rutina, por esperanza de que eso sea cierto; sin embargo rara vez lo tomamos en serio.  Esta vez sí sentí una diferencia porque he dejado atrás todo lo que me atreví a soltar. Empecé este año más limpia y más ligera, más abierta a una vida nueva.  Arrastro menos equipaje y tengo más espacio para asimilar y disfrutar el presente.

Comienzo el 2016 con la certeza de que me tengo a mí misma y la fuerza para salir adelante. Miro mis canas sin sentir vergüenza, sin tenerles miedo. Rejuvenezco y le sonrío a la vida.  No me sentaré a esperar a que las cosas cambien, actuaré para lograrlo.

A pesar de las situaciones tan terribles y crueles en el mundo, a pesar de lo mucho que  me duelen, seguiré creyendo en el amor y su inagotable luz.

Que el 2016 sea un buen año depende mayormente de cada uno de nosotros; sin embargo, en esta fría tarde, les deseo lo mejor. ¡Qué tengan un feliz año!

Una Aventura de 5000 km: Un Regalo para Todos.2500 kilómetros para llegar a casa

•enero 12, 2016 • Deja un comentario

Nos despedimos de Arizona en un día soleado. Esta vez me tocó manejar a mí. Acepté el reto gustosa.  Fui muy cuidadosa y me apegué al límite de velocidad. Manejé siguiendo las reglas. Tantas veces me dijeron que los americanos son muy respetuosos con el reglamento de tránsito que me lo creí; sin embargo, comprobé que no lo son tanto.  Una buena cantidad de autos avanzaban con exceso de velocidad, sin respetar el límite.  Me rebasaron camiones que iban a más de cien kilómetros por hora. En realidad, eran pocos los coches que se apegaban al límite de velocidad.

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Adiós Arizona

Manejar me mantuvo concentrada en el camino.  Los demás dormían, yo cantaba las canciones de mi Ipod e imaginaba las fotos que tomaría si no fuera al volante. La carretera de Phoenix a Nogales es mayormente recta, sin complicaciones. Me gustó ser el piloto en esta parte del camino.   Casi no hicimos paradas, sólo las necesarias: ir al baño y cargar gasolina. No está de más mencionar que la gasolina allá es mucho más barata que en México. Aquí cuesta el doble.   Por otro lado, los servicios de internet y teléfono, son más caros allá.

Un detalle que me llamó la atención es que los baños públicos de las carreteras, en general,  están en mucho mejores condiciones en México.  En las carreteras que conocimos de Arizona, en las paradas sólo había un baño y estaba dentro de la tienda de conveniencia correspondiente (lo que para nosotros sería un Oxxo, por ejemplo).  A menudo ese baño era el mismo para todos (hombres y mujeres).  Era común tener que esperar en la fila a que llegara nuestro turno. En ciertas ocasiones, los baños no estaban muy limpios. Eso sí, siempre eran gratuitos.  Por otro lado, en México hay varios baños y están divididos en baños para hombres y baños para mujeres. Me sorprendió mucho que en general estaban en muy buenas condiciones: estaban limpios, olían bien, había jabón para lavarse las manos y tenían papel de baño (fueron pocas las excepciones). Eso sí, en algunos es necesario pagar una cuota (suele ser de cinco pesos).  Dadas las circunstancias no me quejo. Prefiero pagar una cuota a no pagar y entrar a un baño que no esté en buenas condiciones.

Todavía en Arizona hicimos nuestra primera parada. Llenamos el tanque de gasolina y entramos a la tienda de conveniencia a gastar nuestros últimos dolares.  Me compré un chocolate de leche de Cadbury. Me encanta ese chocolate pero ya no lo venden en la Ciudad de México.  Lo guardé para más tarde.  Seguimos nuestro camino.   Unas horas más tarde llegamos a Nogales.  Me invadió la nostalgia cuando pasamos por la calle donde dimos nuestros primeros pasos después de cruzar la frontera cuando nos dirigíamos a Phoenix. En ese momento teníamos la ilusión del viaje que comenzaba; y ahora, el agridulce sabor de la despedida.

Cruzar la frontera fue tan rápido como sencillo. No había fila, nos tocó el semáforo verde y pasamos sin tener que mostrar el pasaporte. Seguimos nuestro camino hacia Hermosillo, donde nos esperaban mis primos para cenar juntos. Una vez más,  nos atardeció en la carretera, unos minutos después nos quedamos a oscuras y pudimos apreciar la luna. Manejé un rato más, después mi marido tomó el volante.

Eran las ocho de la noche cuando llegamos a Hermosillo. ¡Qué gusto volver a ver a mis primos! Nos saludaron con cariño y nos fuimos a cenar los famosos dogos (hot dogs) de los que ya nos habían hablado. Además de la carne, las coyotas, las tortillas de harina y los burritos, estos dogos también se encuentran entre las comidas típicas de Sonora.   No tardamos mucho en llegar al lugar.

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Dogos en Hermosillo

Pedí un dogo jumbo y con eso tuve más que suficiente. Sabía muy bien, le hizo honor a su fama. No necesité comer nada más para quitarme el hambre.

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Adiós Arizona

Mis primos pidieron unos dogos en los cuales una salchicha se envuelve en tocino y después se mete en una tortilla de harina, se fríe y después se coloca en el pan. Son una bomba. Me parece que es el equivalente a las guajolotas (tortas de tamal) de la Ciudad de México.

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Dogo con tortilla de harina

Mientras cenamos nos la pasamos riendo. Tienen planes de visitarnos en la ciudad y espero que sea pronto. Nosotros quedamos en volver. Uno de mis primos dijo que podríamos irnos juntos a California. ¡Ojalá que sí lo hagamos! ¡Me encantaría viajar con ellos! Pasamos la noche en su casa. Descansamos. No me gustó despedirme y espero nos veamos pronto y no una vez cada quince años.

En Hermosillo nos tocó una noche fresca. Nos contaron mis primos que estuvieron a cero grados unos días antes. Al día siguiente me enteré que la carretera a Hermosillo estuvo cerrada debido a las heladas. ¡Fuimos afortunados pues no tuvimos problemas para llegar y tuvimos un buen clima el tiempo que estuvimos ahí!

Adiós, Hermosillo. ¡Gracias por tu calidez y tu exquisita comida!

 

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Adiós Hermosillo

 

 

Dejamos Hermosillo a la mañana siguiente. Nuestro siguiente destino sería Obregón. Nos esperaban casi tres horas de camino.  Esta vez pasamos por Guaymas y tuvimos la oportunidad de ver el mar.   ¡Qué felices estábamos! Nos encantó la vista en ese lugar.

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Carretera a Guaymas

Una capa de nubes muy blancas cubría una parte del cielo. Fue una mañana extraordinaria.

 

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Carretera hacia Obregón

En  Obregón, mi tío y su esposa nos esperaban a comer. Supe que nos faltaba poco para llegar cuando vimos la impresionante estatua del Danzante Yaqui. Mide más de treinta metros y fue inaugurada el año pasado.

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Danzante Yaqui. Obregón, Sonora

¡Después de tres años por fin vería a mi tío y conocería a su esposa!  Quedamos de verlo en el Wal-mart y lo reconocí al instante; nos presentó a su esposa y después regresamos a nuestros respectivos coches.

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Obregón, Sonora

De ahí nos fuimos en caravana a su casa, donde nos esperaban unos taquitos de carne sonorense. ¡Teníamos mucha hambre! Me comí siete u ocho tacos. Quedé bien satisfecha. Repito lo que ya había escrito antes: la carne de Sonora es exquisita.

Nos encantó conocer a la esposa de mi tío, es cariñosa, sonriente y nos trató muy bien. Ella y mi tío se ven muy felices.  Hablamos de muchos temas y, como siempre me sucede, después de hablar con él me quedé en paz. Nos sentimos bienvenidos y muy queridos. Planeábamos quedarnos sólo un par de horas, pero mi marido tuvo que trabajar un rato. Eso nos permitió convivir más.  Nos dimos un fuerte abrazo al despedirnos. Estuvimos todos a gusto, muy contentos. Nos hizo muy bien visitarlos. Me quedé muy agradecida. Me sentí tranquila, llena de bendiciones. ¡Ojalá la distancia no fuera tanta y pudiéramos vernos más seguido!

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Adiós, Obregón

Nos despedimos de Obregón. Nos fuimos justo al atardecer.  Siempre agradezco los regalos de la naturaleza. Además de coleccionar cielos, en este viaje también coleccioné atardeceres.

Ese día me dijo mi tío, que debería ir a Obregón en verano porque me encantaría vivir esos atardeceres. Sí, me gustaría. La pregunta es: ¿resistiría mi familia el calor de esos días?

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Atardecer saliendo de Obregón

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Atardecer saliendo de Obregón

Nos fuimos  a Culiacán. Llegamos poco después de las once. En el camino nos habían recomendado un hotel, cuando por fin llegamos,  nos dimos cuenta de que no era un hotel familiar, era para parejas. Obviamente nos teníamos que reír.  Preguntamos por un hotel en la gasolinería más cercana. Nos dieron indicaciones para llegar a uno. Nos costó un poco de trabajo encontrarlo.  Estábamos en una calle muy solitaria y yo me puse nerviosa; sin embargo, salimos de ahí y con ayuda de Google Maps encontramos el hotel. Llegamos a dormir. Nos quedaba un día más de camino y sería un día muy largo.

Al día siguiente salimos del hotel poco antes de las ocho de la mañana. Como de costumbre, antes de subirme al auto, miré al cielo y le  tomé una foto.  Después me subí al auto del lado del piloto, me tocaba manejar de nuevo.

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Culiacán

Había pocos coches en la carretera y me sentí a gusto.  Después de un rato empezó a sentirse mucho calor y tuve que esperar un rato antes de poder quitarme la chamarra, la sudadera y los guantes.

Lo que más me gusta de viajar en carretera es estar rodeada de naturaleza. Las carreteras en México son únicas y yo estaba disfrutando el recorrido. Al principio iba muy tranquila pero cuando llegué a la parte de la carretera en la que sólo había tres carriles (uno de cada sentido y el del centro para rebasar), me estresé tanto que empecé a sentir cómo mi estómago se hacía nudos.  Era la primera vez que manejaba en una carretera así.  Rebasar un coche fue una experiencia aterradora.  No deseaba estar en el tercer carril. Por cierto, esa fue la parte de las casetas caras, la más cara fue de doscientos pesos. Me sigue pareciendo un exceso, sobre todo para una carretera de tres carriles.

Decidimos comer en Tepic, por lo tanto me desvié en la carretera para poder entrar a la ciudad. Esa parte consistió en dos carriles y muchas curvas. Fue una descarga de adrenalina para mí. Terminé exhausta pero llegamos bien.

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Carretera Tepic

Mi marido escogió el restaurante y fue una buena elección. Él tiene buen olfato cuando se trata de comida. Desafortunadamente no recuerdo el nombre del lugar, pero su especialidad eran los chilaquiles.   Yo pedí unos tradicionales. Venían bien servidos y sabían bien.

Me gustó lo poquito que conocimos de Tepic. Un amigo nos recomendó visitar el mercado de artesanías que está cerca de la Catedral y del Palacio. Me dijo que deberíamos tomar agua de raíz y probar los tamales de camarón.   En ese momento no teníamos el tiempo para hacerlo pues todavía nos faltaban varios kilómetros por recorrer. Espero podamos regresar con más tiempo la próxima vez.

Salimos de Tepic y tomamos la carretera hacia Guadalajara. Esta vez mi marido era quien iba al volante. La carretera a Guadalajara fue mi favorita. Me la pasé boquiabierta una buena parte del camino. Tomé y tomé fotos.  A veces sólo observaba en silencio, sonriendo o con admiración; otras veces les decía  a las chavas que no se perdieran de la vista.

Carretera a Guadalajara (2)

Carretera a Guadalajara

Carretera a Guadalajara

Carretera a Guadalajara

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Carretera a Guadalajara

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Carretera a Guadalajara

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Carretera a Guadalajara

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Carretera a Guadalajara

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Carretera a Guadalajara

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Carretera a Guadalajara

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Carretera a Guadalajara

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Carretera a Guadalajara

Cruzamos la ciudad de Guadalajara. Pudimos apreciar un poco la belleza de esa ciudad.  No nos regresamos por Toluca, nos regresamos por Irapuato, Celaya, Querétaro. Saliendo de Guadalajara, nos tocó el último atardecer del viaje y fue un atardecer majestuoso. Me hizo feliz pero también sentí añoranza. Ya cada vez faltaba menos para llegar al final de nuestra aventura.

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Último atardecer en nuestro viaje

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Último atardecer en nuestro viaje

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Último atardecer en nuestro viaje

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Último atardecer en nuestro viaje

El resto del camino lo vivimos en calma. Las chavas dormían a ratos. Mi marido y yo platicábamos y escuchábamos música. Mi iPod aguantó casi todo el camino. La música es muy buena compañía. No hicimos paradas, sólo para cargar gasolina e ir al baño.  Mis ojos se iluminaron cuando pasamos por Querétaro.  Tanto de día como de noche, es una de las ciudades más hermosas de México y su cielo es casi único. Ahí la luna resplandecía, seductora.  Lamenté no tener una cámara con un buen zoom para atraparla.

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Luna en Querétaro

Nos alejamos de Querétaro, ya nos faltaban sólo unos kilómetros para llegar a casa. Percibimos las luces de nuestra enorme ciudad poco después de la una de la mañana.  La Ciudad de México nos daba la bienvenida y yo sólo deseaba mi cama.

Llegamos con bien a casa. Al entrar me sentí extraña, me tomó unos minutos acostumbrarme.  No pude evitar  ver cómo estaban mis plantas antes de irnos a dormir. Había una hermosa rosa  y varios botones que pronto abrirían.  ¡Qué alivio saber que estaban bien!

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Mi Rosa

¡Felices dieciocho años querida Inés! ¡Muy felices dieciocho!  En este viaje celebramos un cumpleaños y junto con él, la vida, la maravillosa vida.

Como lo dice el título de esta historia: este regalo no fue sólo para ella, fue un regalo para todos. No podría sentirme ni más afortunada ni más agradecida. Son estas experiencias las que guardo en mi memoria, las que colecciono, las que llevaré conmigo siempre.

 

Una Aventura de 5000 km: Un regalo para Todos. Flagstaff, Sedona y la Despedida

•enero 7, 2016 • Deja un comentario

El despertador sonó poco después de las seis de la mañana: había llegado el momento de prepararnos para ir a Flagstaff. Fernando nos dijo que nos enfrentaríamos a una temperatura de siete grados bajo cero. Estaba preocupado por nosotros, por nuestro bienestar y nos dio todos los consejos para abrigarnos bien, así como también nos prestó chamarras para la ocasión.   Me puse mallas, ropa térmica, calcetines térmicos. No recuerdo cuántos suéteres me puse antes de la chamarra; en mi bolsa llevaba mis guantes, banda para las orejas, bufanda y gorro. ¿Sería suficiente para lo que nos esperaba?

Ceci preparó café y también un almuerzo para todos: fruta, galletas saladas y un trail mix  de nueces y chocolate. Salimos todos de la casa poco después de las 7:20 y nos fuimos en caravana.

Sólo una vez en mi vida había visto la nieve, tenía diecisiete años y en un campamento nos llevaron a esquiar a Ruidoso. Cuando fuimos ya era el fin de la temporada y el comienzo de la primavera. No era lo mismo a ir en pleno invierno.

Un poco dormidos pero muy entusiasmados nos dirigimos a Flagstaff.  Serían aproximadamente tres horas de camino desde Phoenix. En el camino me entretuve viendo el paisaje a través de la ventana, como ya es mi costumbre. Era una hermosa y clara mañana, todavía se veía la luna.

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Phoenix, Arizona. Amanece.

Lo que más me gustó de la carretera  fueron las hileras de pequeños saguaros.  ¿Cómo se verán en unas cuántas décadas?

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Saguaros, Arizona

Fuimos a vuelta de rueda por un rato pues hubo un accidente. Vimos pasar a la ambulancia y después nos tocó ver el accidente. No pude evitar sentirme mal por las personas afectadas. Me tomó un ratito recuperarme. Una vez que pasamos por esa zona, se acabó el tráfico y avanzamos a buen ritmo el resto del tiempo.

Nos dimos cuenta de que ya estábamos cerca cuando el paisaje comenzó a teñirse de blanco. El cielo se veía increíble.  Mi marido despertó a las chavas y amabas estaban fascinadas por la sutil presencia de la nieve. Yo también estaba encantada.

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Camino a Flagstaff, Arizona

Llegamos a Flagstaff.  Necesitábamos hacer una parada para comprar algunas cosas que nos hacían falta para esta aventura.

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Flagstaff, Arizona

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Flagstaff, Arizona

Apenas nos bajamos del coche sentimos el viento gélido en el cuerpo. Llevaba consigo pequeños trozos de escarcha y esos segundos de caminata para entrar a la tienda fueron suficientes para darnos una idea de qué nos esperaba.

En la tienda compramos lo que nos hacía falta para estar bien abrigados. En mi caso fueron unos calcetines térmicos, con lo que llevaba puesto no era suficiente.  Salimos de la tienda y nos dirigimos al parque donde pasaríamos unas horas (al menos eso pensaba yo).

Llegó el momento de caminar sobre la nieve, en ese momento con la ropa que traíamos el frío era soportable, me puse los guantes, la bufanda y me cubrí las orejas. Me gustó sentir como mis pies se hundían en el hielo. Me costó trabajo resistir la tentación de tocarlo, pero sé que hubiera sido una mala idea hacerlo. Las chavas estaban felices. Tenían esa cara de asombro que ponen los niños pequeños cuando están descubriendo el mundo. Esa cara de asombro que a veces se pierde con la edad adulta y que ellas, afortunadamente, no han perdido. Inés corrió a abrazarme conmovida y yo me sentí la más dichosa, la más dichosa. Rebeca también estaba muy emocionada, sonreía todo el tiempo.  Ambas jugaron con Fernandito a aventarse en la tabla. Debí haberme aventado también, pero no tuve el valor de hacerlo. Me conformé con caminar y tomar muchas fotos.

Flagstaff (1)

Flagstaff Arizona

Flagstaff (3)

Flagstaff, Arizona

Flagstaff (4)

Flagstaff, Arizona

Siempre he disfrutado ver paisajes nevados ya sea en fotografías, videos o películas. Ahora tenía la oportunidad de vivirlo, de saborearlo, de estar ahí, rodeada por una brillante y gélida blancura, otro milagro de la naturaleza que me tocaba presenciar.

Flagstaff (7)

Flagstaff Arizona

Flagstaff (5)

Flagstaff Arizona

Ante tanta magnificencia sentí ganas de llorar.  Percibí la melancolía de la nieve y se quedó conmigo un rato. Me distraje con los gritos de las personas que se aventaban en la tabla. De pronto el clima empeoró. El viento escarchado se hizo más denso y me golpeaba la nariz. Mis dedos, a pesar de los guantes, comenzaron a entumirse. Aunque ya me había puesto el gorro, me dolía un poco la cabeza. Se me dificultaba un poco moverme. Estábamos como a diez grados bajo cero.  El lugar se vaciaba: las personas huían del frío. Temblábamos.  No llevábamos ni una hora en la nieve y también nos tocaba emprender la huida.  Mi cuerpo estaba aterido y, sin embargo, me costó trabajo dejar este lugar.

Flagstaff (6)

Flagstaff, Arizona

Flagstaff (2)

Flagstaff, Arizona

Ya dentro del coche, nos reímos. ¡Qué experiencia tuvimos en Flagstaff! ¡Nunca habíamos tenido tanto frío! ¡Qué increíble! ¡Qué locura! ¡Qué genial!

Ni siquiera con la calefacción del coche se me descongelaron los pies, pasó un buen rato antes de que volviéramos a la normalidad.  Ahora nos dirigíamos a Sedona, donde, por fin, comeríamos algo.  Fue en esa parte del camino donde noté el efecto sanador del chocolate: comiéndolo sentí que la temperatura de mi cuerpo aumentaba un poco y me dio una enorme sensación de bienestar.

Llegar  nos tomaría unas horas y yo ya quería estar ahí. Hace diez años, camino al Gran Cañón, paramos en Sedona unos minutos. Me quedé con el deseo de volver y por fin ese día había llegado. La carretera  es impresionante, íbamos embobados en el coche absorbiendo tanta belleza. Algunas veces no podía evitar abrir la ventana para tomar una foto, el aire helado no fue un obstáculo para mí. Me estremecí al ver las inmensas rocas rojas características de Sedona, tienen una cierta magia, energía que me resulta muy atractiva. Me encantaría tener la oportunidad de meditar ahí algún día.

carretera Sedona

Saliendo de Flagstaff

 

Sedona Camino

Camino a Sedona, Arizona

Había muchísimo tráfico y no sé cuánto tiempo hicimos para llegar a nuestro destino. No pensé que ese lugar tuviera tanta demanda. Cuando le comenté a Ceci me dijo que sí la tiene debido a la  energía que hay en este lugar. Eso me hizo pensar en Tepoztlán, cuyo  gran magnetismo supuestamente atrae OVNIS.

Me encantó lo que pude ver de Sedona. Es una ciudad muy atractiva que me invita a quedarme.

Una vez más al bajarnos del coche comenzamos a tiritar. No había nieve en este lugar pero no nos salvamos del despiadado viento.  Fuimos a Tlaquepaque Village, un centro comercial construido al estilo de la ciudad de Tlaquepaque en Jalisco, México.

 

Tlaquepaque (7)

Tlaquepaque Village, Sedona

Caminamos por la plaza unos minutos y nos dirigimos al restaurante donde íbamos a comer, Oak Greek Brewery and Grill. Al parecer ahí hay unas hamburguesas enormes. Nos quedamos con las ganas de conocer este lugar porque estaba lleno y la lista de espera era larga. Nos fuimos a otro lugar en otra plaza: Famous Pizza & Beer. Camino a esta plaza nos tocó ver el atardecer. Me maravilla como el cielo se tiñe de rojo para ennegrecerse después. ¡Ojalá tuviéramos atardeceres así en la Ciudad de México!

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Phoenix, Arizona. Amanece.

Cuando llegamos al restaurante teníamos muchísima hambre. Pedí una ensalada y dos rebanadas de pizza, con eso fue más que suficiente. La ensalada estaba de buen tamaño y aunque la pizza estaba un poco grasosa, sabía bastante bien.  Compartimos las experiencias de ese día, contamos anécdotas, estuvimos juntos disfrutando la velada, la última en Arizona. Me hubiera gustado alargar más este momento. Mi amiga, nuestras respectivas familias y yo conviviendo felices. Nuestras adolescentes enseñándole travesuras a Fernandito y él divertido haciéndoles caso.

Hace algunos años, cuando mi amiga me dijo que estaba embarazada me ilusionó mucho la noticia, sabía lo importante que era para ella y lo mucho que deseaba ser madre. Confieso que también sentí un poco de melancolía porque la distancia me impediría ver nacer y crecer a su hijo.  Esa semana en Phoenix me permitió ganarme su cariño, jugar con él todos los días, ser parte de su vida.  Voy a extrañar esos momentos. Al salir del restaurante empecé a sentir la tristeza de la despedida y el frío afuera se filtró en mi pecho.

Fue pesado el regreso a casa de Ceci. Compré chocolate para calentarme en el camino. Estaba muy oscuro y la mayor parte del camino nos fuimos en silencio. Me pesaba la cabeza y no pude evitar quedarme dormida.  A las once de la noche terminó la travesía y llegamos directo a la cama. Fue un gran día pero terminamos exhaustos.

Al día siguiente me desperté con la tristeza en la garganta. Sólo nos quedaban unas horas en Phoenix. Ceci nos consintió con un desayuno americano: pancakes, huevos revueltos y papa hashbrown (¡Se acordó cuánto me gustan!). ¡Qué delicioso desayuno! ¡Qué conmovida me sentí!

No hablé mucho esa mañana porque no quería que las lágrimas me traicionaran. Terminamos de empacar y estuvimos tranquilos ya fuera en la sala viendo tele o en el comedor. Ceci nos preparó nueces garapiñadas para el camino, nos dio chocolates, una rebanada de pay de chocolate con mazapán para cada uno y sandwiches.

A las dos de la tarde ya estábamos listos para irnos. No fue una despedida de muchas palabras. Les dimos las gracias por todo, por recibirnos en su casa, por consentirnos, por su cariño.  Nos abrazamos e hicimos planes para vernos pronto.  Nos subimos al coche y cuando los vi regresar a su casa, se me escaparon algunas lágrimas. Nos fuimos alejando despacio hasta perder de vista la casa de mi querida amiga.

Apenas a unos kilómetros de distancia la nostalgia ya me invadía; sin embargo, no me dejé llevar por ese sentimiento pues tenía muchos motivos para alegrarme: la gran oportunidad que tuvimos los cuatro para hacer este viaje, el reencuentro con mi amiga y su familia, los recuerdos de cada lugar que visitamos, todo lo que aprendí en esos días. Me quedo con el camino recorrido y la felicidad de todo lo que vivimos.

Hicimos una última parada en una farmacia donde compramos unas cosas, después nos dirigimos a la carretera.

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Phoenix, Arizona.

Fue un día soleado y cálido el de nuestra despedida. Había terminado la segunda parte de nuestra aventura. Nos faltaba el largo camino de regreso a casa…

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Hasta pronto, Arizona, hasta pronto.

 

Una Aventura de 5000 km: Un Regalo para Todos. Phoenix y Glendale, Arizona

•enero 5, 2016 • 2 comentarios

Después del largo recorrido de los días anteriores y de haber descansado un poco,  vivimos en calma nuestro primer día en Arizona.

En la mañana por fin pude saludar a mi querida amiga Ceci con toda la emoción acumulada. Estuvimos platicando mientras los demás estaban listos y ella preparaba el desayuno. Siempre le ha encantado cocinar y en este viaje se dedicó a consentirnos. Me seguía pareciendo increíble que estuviéramos ahí y que pasaríamos la Navidad juntas.

No importa la distancia ni lo poco que hemos convivido en los últimos años, nuestra amistad sigue firme y fuerte, como si el tiempo no hubiera pasado.

Desayunamos todos juntos, excepto Fer, el marido de mi amiga quien esos días tuvo que trabajar.  Nuestras adolescentes desde el primer momento se llevaron muy bien con el hijo de Ceci, un niño de ocho años tan inteligente como travieso. Apenas terminamos de desayunar, nos preparamos para salir a pasear.

¿Qué visitaríamos primero? No fue difícil saberlo: a Inés le encanta el fútbol americano y tenía muchas ganas de conocer el estadio de los Cardenales de Phoenix.

Salimos de casa y había un poco de viento. Iba bien abrigada y además llevaba guantes, gorro y bufanda. Estuve cómoda y me gusta cómo se ve la ropa de invierno. En cuanto salimos,  miré al cielo y  después le tomé una foto. Siempre me maravilla el cielo. Sabía que sería un buen día y todos estábamos de buen humor.

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Cielo en Phoenix, Arizona

El Estadio de la Universidad de Phoenix, donde juegan los Cardenales, se encuentra en Glendale. Nos tomó como media hora llegar allá. Inés estaba muy emocionada pues era su primera vez en un estadio de fútbol americano. Lo primero que hice al llegar al lugar fue tomarle fotos en la entrada del estadio, ayudarla a cumplir una parte de otro sueño que tiene: tomarse una fotografía en la entrada de los estadios de fútbol americano en Estados Unidos. Su alegría me hizo muy feliz.

Estadio Phoenix

Cielo en Phoenix, Arizona

Glendale

Glendale, Arizona. Afuera del Estadio de la  Universidad de Phoenix

Después de pasearnos por los alrededores del estadio, entramos a la tienda. Venden todo lo necesario para los amantes del fútbol americano y seguidores de los Cardenales; sin embargo, como es de esperarse, todo está carísimo. Es increíble lo que puede costar una playera nada más por ser de la NFL.  Inés no le va a los Cardenales,  sólo se compró un pequeño souvenir para su colección (la cual empezó con la «Terrible Towel» de los Steelers que le regalé en el verano). Fernandito, el hijo de Ceci, también estaba contento pues le gusta mucho el fútbol americano.

Inés obtuvo su foto en el Estadio de la Universidad de Phoenix y todos disfrutamos el momento. Una vez alcanzada esta meta, nos dirigimos al centro de Glendale, donde paseamos un rato.  Entramos a una tienda de juguetes antiguos, Ceci dijo que nos iba a gustar y tenía razón. Me encontré con varios juguetes de mi infancia y me dio nostalgia ver un view master rojo como el que tuve en los ochentas. Recordé esos días viendo las fotografías a través de sus lentes.  Revivimos un poco nuestra infancia en esa tienda.

En Glendale se percibe el sabor árido del desierto pero no todo es color ocre. Los árboles tienen diferentes tonos de verde, un verde que no brilla pero que contrasta bien con el pasto casi café.  Hay también árboles sin hojas y arbustos amarillos.

Glendale (1)

Glendale, Arizona

Mientras caminábamos y observaba la naturaleza a mi alrededor, me preguntaba cómo se vería este lugar en el verano.  Será una pregunta sin respuesta porque no creo poder resistir el calor en esa época del año pues las temperaturas son de cuarenta grados centígrados.  Me dijo Ceci que en esos días las personas no salen a la calle, por eso aprovechan el invierno para salir a caminar, a pasear; en verano el calor tan insoportable se los impide.  En invierno el clima es impredecible: hay días cálidos, días templados, frescos y también muy helados.  En los días que estuvimos allá nos tocaron días de clima templado, con un poco de sol y también frescos, pero nunca hizo tanto frío como esperábamos, afortunadamente.

Pasamos el resto del día en casa de mi amiga. Mi marido tenía que trabajar un poco. Las chavas y Fernandito jugaron juegos de mesa, Ceci y yo platicábamos y recordábamos los tiempos de la universidad mientras la comida estaba lista.

En Estados Unidos la comida fuerte del día es a las seis de la tarde, no como en México que suele ser entre la una y las tres.  Ellos desayunan temprano y luego almuerzan a mediodía. No nos costó trabajo acostumbrarnos al cambio porque confieso que nos la pasábamos comiendo todo el día, entre el desayuno, el almuerzo y los antojitos, nos manteníamos ocupados. Además, en casa de Ceci es imposible tener hambre.  Igual que como cuando éramos estudiantes: en su casa siempre había comida, mucha comida y siempre exquisita. Además de consentirnos con el desayuno y la comida, Ceci preparó unos mazapanes de nuez cubiertos de chocolate.

mazapán cubierto de chocolate

Mazapán cubierto de chocolate

Esa tarde noche por fin se conocieron nuestros maridos y se cayeron bien, tienen muchas cosas en común.  Comimos todos en armonía y sin parar de hablar. Estando todos ahí, ambas familias juntas, platicando y riendo me di cuenta de la falta que me hace mi amiga, de lo afortunada que era por tener varios días para convivir con ella y su familia.  La distancia duele pero al mismo tiempo, nos da la oportunidad de valorar más a las personas que queremos.   Ese día, por fin, nos dormimos temprano. Ceci es tan cariñosa y detallista que nos regaló unos calcetines abrigadores (para dormir) a las chavas y a mí (no se le olvida lo friolenta que soy). Con esos calcetines dormí muy bien.

Nuestro segundo día en Arizona lo pasamos en el centro de Phoenix. Ese día sí sentí mucho frío. Iba bien abrigada, pero el viento me helaba la piel y mi nariz lo resintió bastante.

Me parece que el centro es hermoso en casi cualquier ciudad del mundo; Phoenix no es la excepción. Paseamos por Heritage Square y me encantaron sus casitas tan acogedoras.

Heritage Square (1)

Heritage Square, Phoenix Arizona

Heritage Square (2)

Heritage Square, Phoenix Arizona

Heritage Square (3)

Heritage Square, Phoenix Arizona

Después nos dirigimos al Chase Field, el estadio de baseball. Esa parte del centro es diferente a Heritage Square, hay varios edificios bonitos ahí y la vista es agradable.

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Chase Field, estadio de baseball, Phoenix Arizona

 

Caminamos a la pista de hielo al aire libre. ¡Por fin después de más de un año iba a patinar en hielo! ¡Y en el centro de Phoenix! Sólo patinamos Inés, Fernandito y yo.

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Pista de Hielo Phoenix, Arizona

No tenían patines de artístico y tuve que conformarme con unos de hockey. Acepté el reto a pesar de llevar falda.

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Patines de Hockey

Mis primeros pasos fueron inciertos y casi no logro mantenerme en pie. Me acerqué a la orilla en lo que me acostumbraba, en lo que lograba equilibrarme de nuevo.

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Pista de Hielo, Phoenix Arizona

Por otro lado, me parece que Phoenix despertó mi lado cursi o por lo menos navideño porque me emocionó mucho patinar alrededor del enorme árbol navideño.

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Árbol de Navidad, Pista de Hielo, Phoenix Arizona

Jugué con Fernandito, nos perseguíamos uno al otro y todavía no tengo idea cómo pude patinar a su velocidad con los patines que traía puestos. Por un momento creí que acabaría tirada en el hielo, pero eso nunca sucedió. Libre y llena de viento me deslicé en la pista, mirando a mi alrededor,  encantada en Phoenix.

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Libre en la pista de hielo. 🙂

No sé si alcancé a patinar la hora completa, me salí cuando los patines ya estaban lastimando mis pies. Fui al Beergarden que estaba a unos pasos de la pista, ahí estaban mi marido, Ceci y Rebeca. Pedí una bebida caliente: un café espresso (creo) con crema batida. Fue una buena elección para ese día tan frío (aunque después de patinar más bien sentía un poco de calor).

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Ese día en el centro, me percaté de que las personas son muy sonrientes y amables en Phoenix. Saludan a los demás y cuando nos veían tomando fotos, se ofrecían a tomarla ellos para que pudiéramos salir todos en la foto.  El ambiente es muy amigable en esta ciudad y es difícil no sentirse bienvenido. Es un hecho que los habitantes también son parte de la belleza de este lugar. Nunca nos topamos con una mala cara ni tampoco con una actitud hostil.

En Arizona, como es un estado fronterizo,  se habla tanto inglés como español. En los días que estuvimos ahí me encontré a muchas personas que hablan español. En realidad, es un estado bilingüe y quienes no hablan inglés pueden moverse, adaptarse casi sin problema.

Después del centro fuimos a South Mountain Park, the Mormon Trail. Antes dejamos a Fernandito y Rebeca en la casa.  Pasamos a comprar botellas de agua para el camino y de paso un chocolate para después del trayecto. Me tocó manejar a mí  y estaba nerviosa por manejar en un país que no era el mío, pero no fue tan complicado como yo creía. Llegamos a la montaña y puedo decir que estaba muy contenta porque soy feliz en la naturaleza y me encanta escalar. El clima era el adecuado para visitar ese lugar. En el verano hace mucho calor y eso ocasiona muchos problemas. Muchas personas se deshidratan e incluso mueren; también  hay una buena cantidad de víboras de cascabel  y francamente no tengo ningún interés en encontrarme con alguna.

El viento pegaba más en la montaña, pero eso no me molestó. Estaba más que lista para escalar y llegar lo más alto que el tiempo nos permitiera.

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South Mountain Park, Mormon Trail. Phoenix, Arizona

Hay muy poca vegetación en la montaña, el color predominante es el café en diferentes tonos, a veces tenue a veces más oscuro.

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South Mountain Park, Mormon Trail.  Phoenix ,Arizona.

Vimos varios saguaros. Hasta ese momento no me había percatado de su belleza.  Son enormes y majestuosos.  Son perfectos. Me dieron ganas de abrazar uno pero no era mi intención espinarme. Hay que admirarlos a la distancia.

 

Me dijo Ceci algo terrible: hay quienes se roban los saguaros para decorar sus jardines y esto sucede cada vez con más frecuencia.  Los saguaros crecen muy despacio, les tomaría décadas a estas personas tener uno grande en su jardín, por eso los roban. Me molestó mucho esa noticia. ¿Cuándo aprenderemos a respetar la naturaleza?

Cuando llegamos casi a la cima miré los diferentes tonos de azul en el cielo. Vi a Phoenix desde las alturas. Agradecí la magia de ese momento. Estaba frente a un paisaje diferente a lo acostumbrado: no había flores y el color predominante era café mezclado con ocre. Era un paisaje adornado con la elegancia de los saguaros. No podía pedir más de lo que tenía en ese momento. Me hubiera gustado pasar más tiempo ahí, parada, sintiendo el viento en todo mi cuerpo pero anochece muy temprano en invierno y no queríamos regresar cuando ya estuviera oscuro.

Compramos carne asada para comer y regresamos a casa. Hay muchos lugares para comprar comida, botanas y dulces mexicanos en Phoenix. Por eso cuando le pregunté a Ceci que quería que le llevara de México, me dijo que nada porque ahí podía conseguirlo todo, bueno, casi todo porque los turrones no.  Es posible conseguir Chamoy, Miguelito y Lucas.

El día terminó con una deliciosa comida y mucha plática en la noche. Paseando a los perros y arreglando la cocina, Ceci y yo teníamos todo el tiempo del mundo para platicar cómo nos hacía falta.

Era apenas 22 de diciembre pero la mercadotecnía allá es tan intensa que en los supermercados y varias tiendas ya no se vendía nada de navidad y ya vendían cosas para celebrar el Día de San Valentín. ¡Y yo que me quejo siempre de que en México llenan los supermercados de navidad en tiempos de Halloween! Me pareció una locura que la navidad ya hubiera terminado antes de que comenzara.

Al día siguiente mi marido pasó toda la mañana y parte de la tarde trabajando. Nosotros nos fuimos a Cerreta, una chocolatería en Glendale donde compramos el  VIP Tour. Nos dieron un pequeño recorrido sobre cómo hacer chocolate.  Nos dieron un bombón cubierto de chocolate blanco que no sabía nada mal.

El tour finalizaba con una pizza de chocolate que nosotros hicimos. Se me antojó desde que comenzamos a hacerla.  Los chocolates de ese lugar estaban muy ricos, de verdad muy ricos.

Fue una experiencia deliciosa y seguro la repetiría. Me encanta el chocolate, sobre todo en invierno.

Esa tarde mi marido, las chavas y yo fuimos al Target, una tienda del estilo del Wal-mart. Me impresionó como Star Wars invadía todo: había pasta de dientes, enjuague bucal, curitas, dulces, botanas, además de los juguetes y la ropa.  Era simplemente demasiado.  En fin. Las chavas se fueron por su lado y encontraron ropa que les gustara.  Salimos de la tienda y ya estaba oscureciendo. Una vez más me perdí el atardecer pero todavía alcancé a ver el cielo teñido de rojo.

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Saliendo del Target, Phoenix Arizona.

Regresamos justo a tiempo para comer y escuchamos música de los sesentas.  Los días duran poco cuando uno está contento.

El 24 de diciembre pasamos la mañana en el Arizona Mills, un centro comercial. A las chavas les encantó la idea de ir.  Esta vez si nos fue posible comprar algunas cosas. Nos la pasamos de tienda en tienda toda la mañana. No niego que fue entretenido pero también muy cansado. Compramos unos regalitos de Navidad para Ceci  y su familia.

En México celebramos la Nochebuena cenando con nuestros seres queridos, recibimos la Navidad a medianoche.  Es una costumbre desvelarnos esa noche, aunque sea un poquito. El 25, día de Navidad, nos reunimos para comer recalentado y suele ser un día tranquilo. En Estados Unidos no acostumbran celebrar la Nochebuena, ellos celebran el 25 con una comida. Eso sí, en ambos países ya sea para la cena o la comida, se acostumbra preparar pavo.

Mis amigos son mexicanos, por lo tanto celebraríamos a la mexicana con nuestra cena de Nochebuena. Apenas regresamos del centro comercial, nos pusimos a trabajar para tener todo listo para la cena en la noche. Pasamos una tarde muy ocupados y acelerados. Fue una carrera contra el reloj y los invitados llegaron antes de que estuviéramos listos, pero, como suele suceder en estas ocasiones, no hubo ningún problema y todo salió bien.

Fue una dulce Nochebuena bilingüe.  Fueron seis invitados además de nosotros: dos mejores amigas y una pareja con sus dos hijos. Todos muy agradables y abiertos.  Durante la velada siempre tuvimos temas de plática y algo que aprender.

El menú para la cena fue pavo al pastor, jamón con piña, ensalada de frutas, pan relleno de queso, un pastel de chocolate y dos pays helados de Marie Callender’s (uno de chocolate y el otro de plátano). Comimos hasta quedar bien satisfechos.

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Listos para la Cena

Fue una noche de villancicos y risas, de mexicanos y americanos, de tradiciones mezcladas y anécdotas divertidas. Desafortunadamente los invitados se fueron temprano, justo antes de empezar el karaoke. Ellos todavía tenían que prepararse para su celebración al día siguiente. Nosotros tuvimos nuestra Navidad karaoke y nos divertimos cantando. No había vivido una Navidad karaoke antes. ¡Fue genial!

Claro que extrañé pasar la Navidad en casa de mis papás, extrañé nuestras tradiciones y locuras, pero fue una gran idea pasar la Navidad en Phoenix. Fue una Navidad de tradiciones mixtas y de metas que se alcanzan.  Fue también una Navidad de luna llena, la primera en Navidad después de 38 años. ¡Otro hermoso regalo que nos dio el 2015! Y por supuesto que salí a admirar la luna en la madrugada, a compartir mi felicidad con ella.  ¡Era una luna magnífica! En Phoenix se ve enorme.  Pensé que era sólo por esa ocasión, pero me dijo Ceci que no, que así se ve siempre. ¡Qué maravilla!

Luna

Luna Navideña 2015

¡Qué feliz Navidad! Se supone que nosotros le estábamos regalando esto a Inés por sus dieciocho años, pero una vez más le agradezco el regalo que ella nos dio a nosotros. Mi familia por fin pudo convivir con mi querida Ceci y su familia.

El 25 de diciembre no hay nada o casi nada abierto allá. Como todo estaba cerrado, nos quedamos en casa descansando.  Aproveché para escribir un rato, leer y dormir un poco.  Después en equipo recogimos la casa. Esa es la parte no tan divertida después de una reunión: recoger la casa.  Más tarde, como a las seis, llegaron unos amigos de Fer y Ceci, también son mexicanos y llevan ocho años viviendo allá. Hablamos de música, de nuestras vidas, de México y de Estados Unidos. Comimos recalentado y ellos llevaron pozole hecho en casa.  En Phoenix, Arizona, el día de Navidad tuvimos la oportunidad de comer pozole.

Todo tiene un comienzo y un final. Nuestro viaje ya estaba llegando al suyo. Nos quedaba sólo un día en Arizona: el día en el que iríamos a ver la nieve. Sería una fría aventura, ¿estaríamos preparados?  Nos esperaba un largo y emocionante último día. Me dormí pensando en eso.

Una aventura de 5000 Km. Un regalo para todos. El Comienzo.

•enero 4, 2016 • Deja un comentario

Hace tres meses, Inés nos pidió un viaje largo en coche como regalo de cumpleaños por sus dieciocho años.  A mi marido y a mí eso nos sorprendió tanto como nos emocionó. Casi al instante se le ocurrió que podríamos irnos en las vacaciones de diciembre. A mí me pareció acelerado y, sobre todo, poco probable poder acomodar todo para viajar en tan poco tiempo. A pesar de mi resistencia, las cosas se fueron acomodando para poder cumplirle su deseo a Inés.

Decidimos ir a Phoenix, Arizona, donde vive mi muy querida amiga desde que se casó el año en el que salimos de la universidad. En los últimos diez años casi no hemos tenido oportunidad de vernos y esta sería la primera navidad que pasaríamos juntas. Cuando le hablé para preguntarle si podía recibirnos, su respuesta fue un enorme sí y empezó a contarme cómo nos acomodaríamos en su casa.  Sentí un nudo en la garganta. No podía creerlo: el regalo de Inés había dejado de ser una idea y empezó a tomar forma.

Hace muchos años mi mamá me contó de un viaje que hizo con mi papá y la familia de mi papá: se fueron a Disneylandia en coche. Me lo contó como uno de los mejores viajes que ha hecho en su vida. Viajar en coche podría parecer largo y pesado, pero en realidad no lo es tanto.  En ese entonces me encantó la historia de mi mamá pero nunca me imaginé recorriendo el país en coche.

Cuando menos lo imaginamos, llegó el día de partir. Queda claro que cuando uno viaja en coche, es imposible que todo salga exactamente cómo se planeó y, también por eso, es toda una aventura. Por motivos de trabajo salimos un día después de lo planeado y dos horas más tarde. Nuestro recorrido comenzó el viernes 18 de diciembre a las casi ocho de la noche cuando mi marido regresó del trabajo. Apenas llegó, metimos las cosas a la cajuela y nos subimos al coche. Era la primera vez que hacíamos un viaje tan largo y estábamos muy emocionados.

Me encanta viajar de noche y disfruté mucho el camino. Nuestro viaje hacia Guadalajara fue tranquilo. Escogimos irnos por Toluca. Cuando planeamos el viaje, no me imaginé los diferentes tipos de clima a los que nos enfrentaríamos. Estaba más que preparada para el frío en Arizona e inclusive llevábamos cobijas en el coche para protegernos en los trayectos de mucho frío.  No hacía calor cuando salimos de la Ciudad de México,  era una noche fresca. No puedo decir lo mismo de Toluca. Así como Cuernavaca es la ciudad de la eterna primavera, Toluca es la ciudad del eterno invierno. Soy la más friolenta de los cuatro y al instante sentí el cambio en la temperatura; afortunadamente iba bien abrigada.

A esa hora en la carretera nuestros compañeros eran, sobre todo, camiones.  Me gustó mirar sus luces, pues vistas a cierta  distancia me imaginaba que eran criaturas amigables. Me llené de historias que no le conté a nadie, ni siquiera a la luna que se veía increíble desde la carretera.

Llamó mi atención la cantidad de policías federales que estaban ahí listos para multar a quienes fueran a exceso de velocidad. Se ocultaban en lugares estratégicos y así atrapaban a varios conductores. También me pareció increíble la gran cantidad de casetas que hay de Toluca a Guadalajara.  Hubo momentos en los que nos encontramos con una caseta cada quince minutos. Todavía sigo impresionada por eso. ¿En verdad son necesarias tantas casetas?

Llegamos a Guadalajara después de las dos de la mañana y todavía nos tomó como quince minutos llegar al hotel. Hacía frío y teníamos mucho sueño.  Aunque la idea era levantarnos a las seis de la mañana, estábamos demasiado cansados. Emprendimos camino después de las siete. Casi a las ocho de la mañana nos estábamos despidiendo de Guadalajara. Así comenzó el que sería el día más pesado del viaje.  Nos fuimos hacia Tepic y yo manejé esa parte del viaje. No tengo mucha experiencia manejando en carretera y me puse muy nerviosa, sobre todo cuando me tocaba pasar alguna curva.   Temblé un poco pero aprendí a poner mi mente en blanco y concentrarme en el camino. No había en mí lugar para el miedo ni las dudas. Me visualicé en la meta y poco a poco empecé a disfrutarlo.

Cuando empacamos y cuando me preparé para el viaje, estaba lista para el frío, pero no para el calor que haría a partir de Tepic. Al salir de Guadalajara, teníamos mucho frío y en Tepic el calor era demasiado.  Me quité el gorro, los guantes, la chamarra, la sudadera y seguía muriendo de calor. Ya todos teníamos hambre y paramos a desayunar en el libramiento de Tepic-Mazatlán en un restaurante llamado ITU Borrego. No soy carnívora y nunca me ha gustado desayunar carne; sin embargo, esa mañana valió la pena. Desayuné dos quesadillas y dos tacos de conejo. A todos nos gustó la comida ahí.  Los cuatro quedamos satisfechos y estábamos contentos.  Nuestras adolescentes no paraban de sonreír. La mañana comenzó bien y no podíamos ocultar nuestro entusiasmo.

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ITU Borrego, Tepic (Libramiento Tepic – Mazatlán)

En este lugar tomé la primera foto al cielo en este viaje. El cielo luce diferente en cada lugar y a mí me maravilló poder verlo. Soy una feliz coleccionista de cielos. 

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Cielo en Tepic

Nos esperaba un largo camino, apenas terminamos de desayunar, dejamos atrás Tepic y nos dirigimos a Mazatlán, Sinaloa.  Yo iba feliz mirando el cielo y los paisajes. Por esos lugares todo era verde a nuestro alrededor. Eso sí, el calor era cada vez más intenso y nos desesperamos un poco. Íbamos preparados para el frío y la verdad yo no tomé en cuenta que pasaríamos por lugares calurosos.

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Cielo camino a Mazatlán

Íbamos a buen ritmo en la carretera, no había muchos coches. El problema fue en las casetas para llegar a Culiacán pues sólo había una funcionando y la fila avanzaba con mucha lentitud. Nos tocó esperar en la fila casi media hora.  En Culiacán paramos a comer algo en uno de esos lugares que están junto a la gasolinería. Era un restaurante pequeño y comimos burritos de frijol y queso. No estaban muy buenos pero nos quitaron el hambre.

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Culiacán

También aprovechamos para caminar un poco. Después de pasar tantas horas en el coche, también es necesario estirarse, mover las piernas. Eso nos dio mucho alivio.  A pesar de que el cielo se veía gris, hacía mucho calor.

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Cielo en Culiacán

En cuanto estuvimos listos, seguimos nuestro camino hacia Sonora. En esta época del año en esa zona atardece alrededor de las 5:30 y después de las 6:00 ya está completamente oscuro. En Sonora ya no hacía tanto calor, había mucho viento y lloviznaba poco.  Los colores del camino cambiaron: se fueron los verdes y nos quedó el color ocre o café muy claro, ya se percibía la presencia del desierto.

A las siete de la noche, el coche empezó a hacer un ruido raro y fuerte. Estábamos en un pueblito en Sonora en medio de la nada y sin tener señal en los teléfonos.  Mi marido se puso muy nervioso y yo empecé a estresarme. Es inevitable sentir miedo cuando uno se encuentra incomunicado en un lugar desconocido. En la gasolinería más cercana nos recomendaron a un mecánico. Estuvimos dos horas en su taller pero no pudo resolver el problema. Se había desgastado la rosca que asegura a una bujía y el mecánico no tenía el equipo necesario para arreglarla.  Teníamos sueño, hambre y ahora también muchos nervios. Nos faltaban tres horas para llegar a Hermosillo.  Nos arriesgamos. Emprendimos camino de nuevo, en cuanto tuvimos señal, estuvimos en contacto con mis primos, quienes estuvieron al pendiente de nosotros el resto del camino. Ellos nos esperaban con una cena sonorense que ellos prepararon. La idea era llegar alrededor de las diez pero después de este percance, ya llevábamos mucho tiempo de retraso.  Con el coche en esas condiciones fue necesario irnos más despacio, siempre pendientes de que el ruido no empeorara, de que el coche respondiera bien. Llegamos a Obregón y a partir de ahí la carretera estaba en reparación por lo que la mayoría del tiempo sólo había un carril disponible y no era posible ir a más de 70km/hr.  Fue un verdadero reto mantenerme despierta, pero no quería dejar a mi marido solo, las chavas ya estaban bien dormidas.  Él sí estaba bien alerta, una bebida de coca-cola con dos aspirinas le ayudaron mucho. Fue una noche larga y el camino a Hermosillo nos pareció eterno. A pesar de mi cansancio y desesperación, me invadió el placer de sentir la luz de luna sobre nosotros. La luna me da fuerza y la noche me fascina.

Por fin vimos las luces de Hermosillo, la ciudad estaba iluminada por las luces navideñas que me llenaron de alegría. Esas luces de colores me hicieron sonreír a pesar de todo.

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Hermosillo, madrugada

Ya casi eran las tres de la mañana, ni ganas teníamos de contar las horas que llevábamos sin salir del coche. Gracias a las instrucciones de mi primo y a Google Maps, llegamos a nuestro destino.  Mis primos nos esperaban despiertos y con la cena lista. Tenía quince años sin verlos y no me esperaba una bienvenida tan cálida, tan llena de luz. Me sentí tan conmovida como agradecida. ¡Qué emoción verlos de nuevo! Conocí a la esposa de mi primo, el mayor y yo les presenté a mi familia. Nos preguntaron si teníamos hambre, si todavía queríamos cenar y los cuatro respondimos sin dudarlo que sí. La verdad, a pesar del cansancio, teníamos mucha hambre.  Además, ¿cómo decirle que no a una cena que nos prepararon con tanto cariño?  Nos tenían lista una deliciosa carne asada sonorense, con frijoles y para el postre, coyotas.  No he comido una carne más exquisita que ésa y de sólo acordarme se me antoja de nuevo. Si viviera en Sonora, creo que cambiaría mi relación con la carne. En general y antes de ese día, comía la carne por obligación, costumbre o falta de disciplina para prepararme comida vegetariana. Esa madrugada todo cambió: comer esa carne fue una verdadera caricia a mi paladar. No hay mejor carne que la de Sonora.  Cuando ya no me era posible comer más carne, probé las Coyotas, las famosas coyotas.  Confieso que en momentos como ése comer es un verdadero placer de dioses, un premio, un lujo que agradezco. A pesar de la hora, platicamos todos mientras cenábamos. Nos sentimos bienvenidos, no sentimos en casa; sí, en casa.

Este viaje de regalo para Inés, también incluyó un feliz reencuentro con mi familia: mis primos quienes sin dudarlo y con el corazón nos abrieron las puertas de su casa y nos hicieron sentir muy queridos. Una vez listos, nos fuimos a dormir. Después de más de quince horas en el coche, necesitábamos descansar.  Caí en los brazos de Morfeo casi de inmediato. Fue una de esas madrugadas sin insomnio ni interrupciones. Dormí profundamente. Desperté poco después de las ocho y poco después me bañé. El baño me reanimó bastante.

Mi primo se levantó temprano, trajo lo necesario para preparar el desayuno y buscó a su mecánico de confianza. Su esposa empezó a preparar el desayuno. No sólo nos llenaron de atenciones, sino que no me permitieron ayudarles. Nos consintieron mucho y espero pronto vengan a México para poder hacer lo mismo por ellos.  Desayunamos todos juntos, desayunamos bien y rico. Quedamos satisfechos. Pasamos una mañana tranquila, relajados. Mis primos y mi marido llevaron el coche al mecánico.

El incidente con el coche tuvo su lado amable: nos permitió convivir más tiempo con mis primos.  En la tarde nos llevaron a pasear por Hermosillo. Fuimos al Mirador.  El clima fue muy benévolo con nosotros, no hacía frío ni tampoco calor.  Nos acariciaba el viento y el sol también estaba presente. Alguna vez me dijeron que Hermosillo era feo pero a nosotros no nos lo pareció.

Me gustó la vista desde el Mirador, me gustó su silencio.

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Vista desde el Mirador, Hermosillo

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Vista desde el Mirador, Hermosillo

 

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Vista desde el Mirador, Hermosillo

Me gustó el azul de su cielo y la intensidad del atardecer.

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Cielo, Hermosillo

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Atardecer en Hermosillo

No podíamos marcharnos sin comer unos burros percherones.  Estaban enormes y exquisitos.  Además de sus carnes y coyotas, Sonora es conocido por sus tortillas de harina, burritos y dogos (hot dogs).  Las tortillas de harina de la ciudad no son nada junto a las de Sonora. Con un burrito percherón fue más que suficiente para continuar nuestro viaje sin pasar hambre.  Al salir del restaurante, nos tocó ver el atardecer, me quedé encantada con el cielo rojo.  En invierno, los atardeceres duran poco y hay que estar muy alerta para poder disfrutarlos.

El coche ya estaba listo y emprendimos camino de nuevo; no sin antes agradecer a mis primos todas sus atenciones y prometer regresar para comernos los dogos que quedaron pendientes. La comida sonorense es exquisita, de lo mejor que hay.  Nos despedimos con mucho cariño y nos dirigimos hacia Nogales. Las chavas estaban muy emocionadas pues este sería su primer viaje a los Estados Unidos.

Para usar el coche en Estados Unidos, es obligatorio comprarle un seguro estadounidense. Este seguro puede conseguirse en la salida a Hermosillo y también en Nogales, desde la llegada hasta antes de cruzar la frontera. Hay muchas opciones y el chiste es encontrar la más conveniente, la menos cara.

Una vez más nos tocó viajar de noche. De Hermosillo a Phoenix, Arizona son alrededor de 6 horas de camino más el tiempo que toma cruzar la frontera. En realidad seis horas nos parecieron poco después del día anterior. Estaba despejada la carretera a Nogales. Una vez más era posible ver las estrellas y admirar la luna. Ya en el desierto el color predominante es el ocre, casi no hay árboles, sólo huizaches. Por un largo rato no había mucho que ver a nuestro alrededor. Con respecto al clima, empezamos a sentir el frío pero ya estábamos preparados, ya teníamos las cobijas listas.  El coche ya no presentó ningún problema, el mecánico de mi primo lo dejó muy bien.

Fue emocionante llegar a la frontera en Nogales. Mi corazón se aceleró e Inés no podía dejar de sonreír.  Su emoción me hizo recordar mi primer viaje al extranjero. ¡Qué gran oportunidad de poder hacer esto los cuatro juntos!  Como ya era muy noche, la fila para cruzar la frontera era larga y avanzaba a buen ritmo. Cuando menos lo esperamos, ya estábamos frente al oficial que nos pidió nuestros papeles. No tuvimos ningún problema. Sonriendo nos dio las indicaciones para sacar nuestros permisos. Cruzamos la frontera felices, muy felices.  Habíamos llegado a Nogales, Arizona, Estados Unidos.

Estacionamos el coche en el Mc Donalds que nos indicó el oficial. Ahí nos compramos el peor café que he tomado en mi vida: no sabía a nada. Después caminamos hacia la oficina donde tramitaban los permisos.  Esos primeros pasos en Estados Unidos no se me olvidan porque las chavas estaban entusiasmadas, ilusionadas, felices. Tenían esa cara de asombro, esa cara de «no puedo creer que estamos aquí», esa cara de fascinación mezclada con alegría y yo me sentí la más afortunada por ser parte de ese momento, de ese sueño que se realizaba.

Hay que sacar un permiso por persona y cada permiso cuesta seis dólares. Es importante llevar la cantidad exacta porque los oficiales que trabajan ahí no tienen cambio.  No toma mucho tiempo el trámite. El oficial nos hizo algunas preguntas, nos sacó temas de plática y nos tomó nuestras huellas digitales. Después de eso sólo nos quedó esperar a que estuviera listo el permiso.  Una vez con los permisos en la mano, pudimos seguir nuestro camino. Estábamos a poco menos de tres horas de llegar a nuestro destino.

En la carretera de  Tucson, había un señalamiento que decía lo siguiente: «The force is with you, but buckle up» (La fuerza está con usted, pero abróchese el cinturón). Me sorprendí mucho. Es cierto que la mercadotecnia es excesiva,  pero me gusta Star Wars y me agradó esa manera de pedirle a las personas que se abrochen el cinturón.  No reaccioné rápido por lo que no pude tomar foto de eso.

Rebeca se durmió en la carretera, pero Inés tenía los ojos bien abiertos porque no quería perderse ningún detalle. Brillaba de felicidad y sonrió prácticamente todo el camino.  Quien batallaba por mantenerse despierta era yo. A ratos cabeceaba, pero me puse las pilas justo a tiempo para darle la indicación a mi marido de dónde debía salirse de la carretera.  LLegamos a Phoenix después de las tres de la mañana. Afuera de la casa de mi amiga había un trineo navideño bien iluminado.  ¡Cómo disfruto las luces de colores! ¡Por fin habíamos llegado a nuestro destino! Nos recibió mi amiga, más dormida que despierta pero feliz, muy feliz.  Nos indicó cuáles eran nuestras habitaciones y nos fuimos todos a dormir. Estábamos exhaustos. Ya al día siguiente mi amiga y yo nos pondríamos al corriente.

Recorrimos 2500 kilómetros en dos días y medio para llegar a su casa. La primera parte de nuestra aventura había terminado. Nos desvelamos tres días seguidos, pasamos por climas muy fríos, muy cálidos y otra vez muy fríos, nos falló el coche, me reencontré con mis primos y cruzamos la frontera. Todo eso en un fin de semana. ¡Qué experiencia tan increíble!  En ese momento yo ya tenía muy claro que el regalo que pidió Inés, en realidad, era un regalo para todos, uno de los mejores regalos que la vida me ha dado. ¡Y el viaje apenas comenzaba!

 

 

 

 

No soy tan Grinch como creía.

•diciembre 4, 2015 • Deja un comentario

Cerca de  mi casa hay una escuela y en estos días los niños cantan villancicos por la mañana.  Esta semana me tocó escucharlos un día mientras trabajaba y como buen Grinch sentí ganas de alejarme de ese sonido.

Me doy cuenta de que la navidad se acerca porque me dan ganas de llorar al atardecer – las tardes decembrinas suelen contagiarme su melancolía-y en las noches nunca sé qué hacer con mi nostalgia. Soy muy friolenta y rara vez encuentro la manera de protegerme del dolor que me llega a los huesos.

En esta época navideña no sé si soy la niña, la adolescente, el adulto de ahora o la mujer de pelo blanco con mechones de colores que llegaré a ser algún día. Creo que  en esta época del año tengo presentes a todas esas Carlas. Quizá.

En esta mañana escucho  música de Peter, Paul & Mary y también a John Denver. Me lleno de recuerdos de mi infancia, de las tardes de música con mi papá, de las canciones que él me enseñó, que escuchábamos juntos. Y después pienso en las navidades de mi infancia, cuando todavía no era Grinch, cuando esperaba esas fechas con ilusión y entusiasmo.

Tengo una imagen muy clara en la mente de cuando tenía cuatro o cinco  años. En ese entonces también existía la tradición de enviarle globos a Santa Claus. Siempre he creído en la magia y por eso no me sorprendí cuando al mirar al cielo, vi el trineo de Santa Claus abriéndose camino entre los globos. Me sentí emocionada por verlo pasearse alegremente y no pude evitar sonreír. Por supuesto no le dije a nadie lo que había visto, me guardé ese secreto y a la fecha pocas veces he contado esa historia. A los seis años descubrí que Santa Claus era sólo una ilusión. Me sorprende la fuerza de la imaginación: me sigue costando aceptar que ese trineo sólo estuvo en mi cabeza.

De las navidades de mi infancia recuerdo las cenas con toda la familia y cómo nos divertíamos los primos.  Mi abuelita materna amaba la navidad y tiraba la casa por la ventana en esa época. Ir a su casa era como visitar un museo. Lo que más me gustaba era su creatividad para decorar el árbol. En ocasiones lo decoraba con hileras de palomitas que se me antojaban.

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Yo hace unas cuantas navidades

Además, el día de la cena, siempre había dulces y postres preparados por ella.  Mis navidades en su casa eran sinónimo de amor, de risas, de magia y de dulces.  Con mis abuelos paternos lo que más me emocionaba era reunirme con mis primos, sobre todo con mi prima de Querétaro (la única prima de mi edad).  Éramos muchos primos y eso hacía que las navidades fueran escandalosas. Era muy divertido.  A veces inventábamos alguna obra de teatro o cantábamos alguna canción.  Y al llegar la hora de repartir los regalos, teníamos que hacer algo chistoso para tener derecho a recibirlos.  Fue una tradición que inventó mi papá y que seguimos conservando mis papás, mis hermanos y yo en las navidades con las nuevas generaciones (nuestros hijos y sobrinos).  Al día siguiente de la cena, mi hermano y yo teníamos una regla para esa mañana: el primero en despertarse tenía que despertar a los otros para abrir juntos  nuestros regalos de Santa Claus. Después pasaríamos la mañana en pijama, jugando juntos. Una vez mi papá nos tomó una foto de ese momento. Cuando la veo, el hecho de que estemos en pijama y despeinados me recuerda la libertad que sentíamos en ese instante: no había nada de qué preocuparse, no había miedos ni prejuicios, sólo juegos, muchos juegos.

Ahora, tantos años después, veo la magia de esos momentos y agradezco profundamente la enorme bendición de haber tenido una infancia feliz y muchas navidades alegres, sobre todo, amorosas, muy amorosas.

Al igual que mi abuelita, mi mamá ama la navidad. Cada año se esfuerza en convertir su casa en un sueño navideño. ¡De niña me encantaba decorar la casa con ella! Me ilusionaba verla sacar las cajas de navidad y poner las luces en los árboles. Apenas terminaba de hacerlo, yo disfrutaba llenarlo de esferas.

 

Grinch o no Grinch, siempre he sentido la melancolía decembrina; su viento me hace consciente de mi fragilidad, de lo corta que es la vida. Suele sucederme que el invierno me recuerda el principio y el final. Además es cuando más siento la intensidad de mi existencialismo.

No sé cuándo dejó de gustarme la navidad. Es probable que fuera cuando me saturó la mercadotecnia, cuando se llenó de compromisos, cuando percibí las palabras empalagosas que muchas personas dicen por costumbre. Me desesperé con el «todo es amor» de esos días para después regresar a las rutinarias críticas y quejas después.  Por mucho tiempo sentí el peso de esas dos palabras: «Feliz Navidad» porque había que decirlas a todas las personas de nuestro entorno  cercanas o no y acompañarlas de regalos. No se trataba de una muestra de cariño sino de cumplir con un compromiso. Varias me ha sido difícil decir esas palabras. Me alejé de la superficialidad con la que adornan estos días. Dejé de sentirme culpable si no tenía dinero para comprar regalos, dejé de participar en intercambios y evadí los compromisos: la navidad no consiste en quedar bien sino en dar amor, en convivir  con los seres queridos.

He sido Grinch por tanto tiempo que se me olvidaron los pequeños detalles. Me esforcé tanto en rechazar la superficialidad y los compromisos que me perdí algunas cosas. Afortunadamente no me desagrada tanto la navidad como creía, sólo es cuestión de encontrar el equilibrio.  Aunque no todos los años decoro la casa, el año pasado fue toda una experiencia hacerlo con mis adolescentes. Nos divertimos mucho y nos encantó el resultado. Además nos dio la oportunidad de pasar más tiempo juntas.  También el año pasado disfruté mucho aprender villancicos en polaco y cantarlos con mis compañeros, aunque no pude cantar con ellos en el festival justo antes de que comenzaran las vacaciones. Amo las luces de colores, el olor a pino, el ponche y las galletas de jengibre.

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Galletas de Jengibre hechas en casa

Soy feliz cuando veo la cara de mis papás al pasar las navidades con sus nietos. Al llegar las nuevas generaciones, mi papá le cedió su lugar de «Santa Claus» a mi hermano y ahora él se encarga de hacer bailar a todos antes de que reciban sus regalos.  Ver a mis sobrinos e hijas bailar es uno de los mejores regalos de esa noche.

Gracias a la compañía de la nostalgia decembrina, veo con claridad que no es la navidad lo que no me gusta sino lo que sucede alrededor de ella.  Siempre seré Grinch cuando se trate de regalos obligados, compromisos no deseados, de palabras vacías de significado, de actitudes falsas. No seré navideña si se trata de participar en intercambios o de inventarme un ánimo festivo.  En ninguna época del año pretenderé ser quien no soy y no me sentiré culpable por eso.  Me dedicaré a celebrar el amor de mis seres queridos. A partir de ahora trabajaré en reencontrar mi espíritu navideño y disfrutar las pequeñas cosas como escuchar los villancicos de los niños de la escuela en las mañanas y también quiero cantarlos con mis sobrinos. Una vez más lloraré con las luces de colores y haré el ponche que tanto disfrutamos. Celebraré las risas, las vacaciones y el olor a pino.

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Me gusta el olor a tejocote, me gusta ver Scrooge la versión con Bill Murray y me gusta escuchar Silent Night, Adeste Fideles y los Peces en el Río. Me gusta encontrarme con las Carlas que fui, que soy y que seré.  Me gusta ser Grinch antes de que llegue la Navidad pero también dejar de serlo cuando celebro con las personas que amo.

Me gusta el espíritu navideño de quienes viven la navidad en su sentido más profundo:  el del taxista del año pasado que nos ayudó con el arbolito que a duras penas podíamos cargar Inés y yo (nos trajo a casa sin cobrarnos); el de mi amiga querida que ahorra todo el año para organizar una cena navideña para los niños en el hospital y sus respectivas familias; las personas que tienen palabras amables para quienes viven un momento difícil. Me gusta creer que este espíritu navideño les dura todo el año.  Me gusta recordar que la vida es buena y que tenemos alas para volar.

Ya llegó diciembre con sus atardeceres  de melancolía y sus noches de nostalgia, pero también con sus luces de colores e innumerables celebraciones. Este año disfrutaré más y me quejaré menos.  Feliz diciembre para todos, muy feliz diciembre.