Lo que me enseñó la Guerra No Tiene Rostro de Mujer de Svetlana Alexiévich
Hace un par de semanas leí La Guerra No Tiene Rostro de Mujer de la ganadora del Premio Nobel, Svetlana Alexiévich. Necesité dejar pasar un poco de tiempo para poder escribir al respecto de este tema. Tuve que asimilar lo que mis ojos vieron en esa semana aterradora. Aunque vale la pena leer este libro, se trata de una lectura dura, devastadora. Hay que tener valor para hacerlo. Pensé que después de haber leído el Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn ya me habría preparado para lo que me encontraría en este libro de Svetlana Alexiévich, pero estaba equivocada. La realidad es que es muy duro leer sobre la guerra. Hay páginas cuya crueldad me dejó tan pasmada que no pude llorar ni tampoco vomitar.
Me duele la humanidad, siempre me ha dolido. Las guerras me asustan, me quitan el sueño. Las del pasado y las del presente. Sobra decir que en las guerras todos pierden, inclusive los vencedores. Sufren y mueren millones de personas. Se derraman litros de sangre por infinidad de razones, que en su mayoría me resultan incomprensibles.
He leído mucho sobre la Segunda Guerra Mundial, principalmente sobre las injusticias, los campos de concentración, los prisioneros, las víctimas, las familias que se pierden pero nunca había considerado la perspectiva de los soldados y no sabía que en esta guerra también habían peleado mujeres. Las mujeres soviéticas no quisieron quedarse en casa a esperar que las cosas pasaran, lucharon por ser parte de la guerra, por defender su patria. Es decir, no sólo iba a leer un libro sobre los soldados en la guerra, sino de soldados mujeres que eligieron ir a la guerra. Escucharía sus voces emergiendo de un silencio de décadas, de sus experiencias que despojarían a la Victoria de sus adornos y heroísmos, que hablarían de la vida en la guerra…
Svetlana Alexiévich entrevistó a cientos de mujeres para escribir este libro: se convierte en su voz. A través de ellas, Svetlana Alexiévich nos da una radiografía de la guerra. No es una historia de héroes, de vencedores y vencidos. No es una historia que glorifique a nadie. Pone al descubierto el esqueleto de la guerra, nos muestra sus sombras, la desolación, el sufrimiento y también la cotidianidad de la vida en los campos de batalla.
Me identifiqué con las preguntas que se plantea Svetlana Alexiévich con respecto a la naturaleza humana. Me conmovió su manera de sobrellevar el dolor de las historias que escuchaba. En realidad, es un libro profundamente humano que para mí fue más allá de la guerra que describen las mujeres; ha sido un libro que me obligó a hacerme más preguntas sobre la humanidad y ver las cosas desde una perspectiva diferente.
Leerlo me dolió física y emocionalmente. Después de algunos capítulos tuve que cerrar el libro para controlar mis náuseas, para no ahogarme, para entrar en calor después del espeluznante testimonio que me dejó helada. Y me sentía como la autora de este libro, exactamente como ella: Ante mí se ha abierto otra página de la guerra que haría palidecer cualquier fantasía». (Svetlana Alexiévich).
No exageró cuando escribió esas palabras. En realidad todo mi ser palideció. ¿Cómo es posible que los seres humanos seamos capaces de crear tanta atrocidad? La guerra transforma a las personas en animales, eso dijeron algunas mujeres en sus testimonios. Entiendo que ante esas circunstancias es la única manera de sobrevivir y eso me deja muda, incapaz de decir algo más al respecto.
Svetlana Alexiévich nos permite escuchar las voces de las mujeres y ver la guerra sin adornos ni juicios. Se plantea las mismas preguntas que muchos de nosotros nos hacemos sobre la naturaleza humana. No es una observadora indiferente, su dolor es tangible en sus palabras, en su visión de los seres humanos. Me atrapó su sensibilidad. Comparto su perspectiva de la vida, su manera de entender a la naturaleza humana.
Leer este libro estremeció mi cuerpo: sentí el dolor en mis extremidades, en el estómago, en los pulmones, en la garganta, en mis ojos. Entonces, ¿por qué seguí leyendo? ¿Por qué no pude cerrar el libro? Porque necesitaba aprender de esas voces. Porque esas mujeres no sólo hablaban de batallas y soldados, porque esas voces me mostraban el lado humano de la guerra, algo que me parecía inconcebible, algo que jamás había pasado por mi mente. Hablaban también de la vida en los campos de batalla, lo que comían, lo que soñaban, lo que enfrentaban, lo que debían hacer para sobrevivir y su constante convivencia con la muerte. A pesar de los horrores que vivían a diario, perduraba en ellas y en sus compañeros el deseo de seguir viviendo. No dejo de preguntarme: ¿Cómo amar la vida en la guerra? ¿Cómo encontrar momentos para sonreír de nuevo? A pesar de lo indescriptible, lo inhumano, los ríos de sangre, podían encontrar belleza en la vida. ¡Podían verla en uno de los peores momentos en la historia de la humanidad!
Una mujer habló de los detalles que les daban felicidad en esos momentos tan terribles y dijo que no había atardeceres más hermosos que los de la guerra. Los soldados sabían que ese podía ser el último que verían, el último. Un atardecer hacía sonreír a alguien en la guerra. Un atardecer le mostraba al ser humano la magnificencia de la naturaleza y lo efímero de su existencia.
Encontré mucha paz en las palabras que Svetlana Alexiévich escribió al final de un capítulo muy duro: El único camino es amar al ser humano. Comprenderlo a través del amor. Eso es exactamente lo que siento. El amor es el camino no la venganza, la indiferencia ni el odio. El camino es el amor, siempre el amor.
Antes de leer este libro, nunca había pensado en los soldados. De alguna manera los he considerado responsables de la guerra; desde cierta perspectiva los he visto como si fueran los villanos. Nunca sentí empatía. No se me ocurrió pensar en sus circunstancias, sus conflictos ni mucho menos sus motivos, ideales. Después de leer este libro, por primera vez en mi vida recé por los soldados de todas las guerras. Recé por ellos y lloré.
Recordé las palabras de mi padre: «Nadie es completamente malo ni completamente bueno». No vivimos en un mundo blanco y negro, un mundo de héroes y villanos. Vivimos en un mundo de seres humanos bastante imperfectos. Y ya no quiero juzgar, ya no. Sólo deseo amar y hacer mi mejor esfuerzo para comprender a través del amor.
Los seres humanos tenemos una gran capacidad para amar pero también para odiar. No se trata sólo de la segunda guerra mundial, ¿cuántas guerras ha habido en la humanidad? ¿Cuántas más nos faltan por vivir? «La humanidad ha vivido miles de guerras; sin embargo, la guerra sigue siendo un gran misterio. Nada ha cambiado». (Svetlana Alexiévich) No sólo la guerra, también la naturaleza humana sigue siendo un gran misterio para mí. Muchas cosas no han cambiado: la crueldad, las matanzas, las injusticias, las guerras siguen. Los protagonistas tienen otros nombres, pero los resultados no son tan diferentes. Se habla de victorias y de ideales. Siempre hay una razón que justifique tanto sufrimiento. La victoria está envuelta de muerte y sangre, sin importar el nombre del vencedor ni tampoco la causa de la pelea. «Los tiempos cambian, pero ¿y los humanos? Las repeticiones me hacen pensar en la torpeza de la vida». (Svetlana Alexiévich) ¿Cuándo aprenderemos? ¿Aprenderemos? Me lo he preguntado por años, pero en realidad es una pregunta retórica.
En la voz de Svetlana Alexiévich y de las mujeres que entrevistó escucho también la historia de la humanidad, me encuentro con esas preguntas que ninguno sabemos responder como el porqué de tanto odio; pero también me encuentro con un profundo amor a la vida, a los atardeceres, a la oportunidad de tener un día más para mirar al mundo.
La vida no se vive en blanco y negro, en buenos y malos y sigo aprendiendo a no juzgar. Confío en que llegará el día en que logre dejar de hacerlo.
Mientras escribo escucho una y otra vez las palabras de Svetlana Alexiévich: «El único camino es amar al ser humano. Comprenderlo a través del amor.» «El único camino es amar al ser humano. Comprenderlo a través del amor»…
El único camino es amar al ser humano…
El único camino es amar…
Agradezco la oportunidad de leer un libro que me enseñó a ver el lado humano de la guerra. Y en esta tarde melancólica, una vez más, me abrazo a la vida con sus diferentes colores.