La Cosa.
Respiro profundamente y me lleno de calma: ya estoy lista. Tengo la pluma en la mano, el café a un lado y escucho la música que me gusta.
Antes de navidad, mi marido me dio un libro: el Huésped de Guadalupe Nettel, escritora mexicana a quien admira mucho. Hace una semana me puse a leerlo sin estar lista para lo que me esperaba. Desde la página uno me atrapó la manera de escribir de Guadalupe Nettel. Esa noche planeaba dormirme temprano pero pasaron horas antes de que me decidiera a cerrar libro y descansar.
Me tomó un fin de semana leerlo y me descalabró. Fue tan estruendoso el golpe que mi primera reacción fue rechazar la historia, más específicamente, el final.
La protagonista del Huésped es Ana, quien desde niña sintió la presencia de alguien dentro de ella, alguien a quien llamaba «La Cosa» y contra quien luchaba constantemente. No sabemos si la Cosa es real o imaginaria. Para Ana era real y habría dado lo que fuera para librarse de esa presencia inquietante. A La Cosa no le gustaba la luz: «…sabía que nada le resultaba tan hiriente como la luz y que, si alguna vez llegaba a dominarme, me condenaría a la oscuridad absoluta». Ana luchaba contra ella pero en el fondo sabía que tarde o temprano la Cosa la dominaría, que la oscuridad sería su vida. Por lo tanto, poco a poco, Ana se iba acercando a lo que consideraba inevitable.
La travesía de Ana no me resultó tan impactante: la pérdida que sufrió en la infancia, su trabajo con los ciegos, su recorrido en el metro y el encuentro con su esperado destino. No puedo decir lo mismo de la trascendencia de la Cosa, lo irremediable del destino de la protagonista y lo que se despertó en mí a lo largo de la lectura. Eso sí me resultó escalofriante.
En las primeras páginas me preguntaba si la Cosa era real o si Ana estaba trastornada. Intenté predecir la historia, el camino por el cuál Guadalupe Nettell nos llevaría a sus lectores; sin embargo, la existencia de la Cosa comenzó a inquietarme a mí también, a agitarme los miedos y mientras el llanto se formaba en mi pecho intenté huir de esas palabras, esconderme de mi propia Cosa, pues yo también la sentía adentro.
«Existir es desmoranarse». Necesité dejar de leer cuando me encontré con esa frase. ¡Existir es desmoronarse! ¡Qué sencilla y fuerte manera de expresarlo! ¡Cuántas veces me he sentido así en la vida!
Percibí a la Cosa como esa parte oscura que todos tenemos dentro, ese lugar donde viven nuestros miedos, nuestros pensamientos más tenebrosos, nuestras aprehensiones; esa parte que buscamos ignorar, ocultar y que puede dominarnos si nos distraemos un poco.
La Cosa se abría camino y Ana se sentía cada vez más indefensa, desesperada, sabía que se acercaba el día en el cual La Cosa la dominaría. Resignada buscó llenarse de recuerdos visuales, imágenes que quería guardar en su mente cuando la oscuridad llegara. Vivía atenta a todo lo que la rodeaba, principalmente a la belleza de la naturaleza.
Empecé a desesperarme. Escuché a mi propia oscuridad reírse de mí. La Cosa gritaba en mí, me quitaba el valor, me paralizaba mientras Ana se resignaba a lo que consideraba su destino. Guardando imágenes avanzaba, mirando la vida con indiferencia cedía en su lucha. Yo quería sacudirla (sacudirme) y desviarla (desviarme) de ese camino tan apartado de lo que yo veía como la victoria, la meta deseada.
«Existir es desmoronarse». Y yo me seguía desmoronando con cada página. La Cosa se fortalecía y yo estaba pasmada. Cuando terminé de leer la historia, Ana y la Cosa estaban juntas; a pesar de todo, Ana parecía estar en paz con la oscuridad en su camino, con la llegada de lo inevitable, la Cosa había vencido y sentía el alivio que el fin de esa lucha trajo consigo.
Por el contrario, yo me enojé. Me enojé con el final de la historia, con mi existencia desmoronada, con la Cosa narrándome mis miedos y aprehensiones. Me quedé inmóvil ante la oscuridad que me rodeaba. Después cerré el libro y lo escondí en el librero. Eso no evitó que la Cosa se quedara conmigo. Temblaba y no precisamente por el frío de este voluble invierno. El Huésped me dejó con los miedos en la superficie, a la vista de todos. En mis labios se derramaba la angustia ante lo inevitable y no tuve lágrimas porque no se atrevían a salir.
Me molestó mucho el final y no estaba en calma. Por un lado rechazaba la historia y, por el otro, admiraba profundamente a Guadalupe Nettel por su maestría para acomodar las palabras y atraparme en su historia.
Me costó trabajo dormir. La voz de la Cosa intentaba invadirme y yo pasaba la noche demasiado consciente de mi fragilidad y de mis debilidades; sin embargo, yo no soy Ana y me niego a resignarme. Pocas cosas para mí son inevitables: no estoy predestinada a perder esta lucha. La Cosa no va a dominarme porque soy más fuerte que mis miedos, la voz de mis amaneceres es más potente que la de mis huracanes. La luz disminuye el tamaño de la Cosa y yo tengo la fuerza para salir adelante en esta lucha.
Me molestó tanto el final de la historia por la resignación del personaje, porque se dejó llevar al camino que desde el comienzo le dictó la Cosa. Me molestó mucho pero ahora entiendo que era el único final para ella: estaba convencida de que su camino tarde o temprano sería la oscuridad y cuando llegó el momento, se quedó en paz.
Me costó mucho trabajo despegarme de El Huésped. Eso siempre me sucede cuando me encuentro con una buena historia. No sé si mi interpretación de esta novela sea la adecuada y tampoco me preocupa: la magia de la literatura es que cada lector recibe un mensaje diferente. En mi caso, El Huésped me mostró la Cosa dentro de mí y ahora sé con certeza que puedo enfrentarme a ella y salir victoriosa. Me descalabró esta historia, me tomó días recuperarme, pero ya tengo más armas para defenderme.
Los libros no sólo son mis mejores amigos, también son mis maestros. Una vez más lo afirmo: no concibo una vida sin libros que leer.
Me encanto tu publicación hasta me dieron ganas de leer el libro,genial,gracias por compartir
Muchas gracias por leerme, Einerd y por tus palabras, me hicieron mucho bien. Abrazos.