Una aventura de 5000 Km. Un regalo para todos. El Comienzo.
Hace tres meses, Inés nos pidió un viaje largo en coche como regalo de cumpleaños por sus dieciocho años. A mi marido y a mí eso nos sorprendió tanto como nos emocionó. Casi al instante se le ocurrió que podríamos irnos en las vacaciones de diciembre. A mí me pareció acelerado y, sobre todo, poco probable poder acomodar todo para viajar en tan poco tiempo. A pesar de mi resistencia, las cosas se fueron acomodando para poder cumplirle su deseo a Inés.
Decidimos ir a Phoenix, Arizona, donde vive mi muy querida amiga desde que se casó el año en el que salimos de la universidad. En los últimos diez años casi no hemos tenido oportunidad de vernos y esta sería la primera navidad que pasaríamos juntas. Cuando le hablé para preguntarle si podía recibirnos, su respuesta fue un enorme sí y empezó a contarme cómo nos acomodaríamos en su casa. Sentí un nudo en la garganta. No podía creerlo: el regalo de Inés había dejado de ser una idea y empezó a tomar forma.
Hace muchos años mi mamá me contó de un viaje que hizo con mi papá y la familia de mi papá: se fueron a Disneylandia en coche. Me lo contó como uno de los mejores viajes que ha hecho en su vida. Viajar en coche podría parecer largo y pesado, pero en realidad no lo es tanto. En ese entonces me encantó la historia de mi mamá pero nunca me imaginé recorriendo el país en coche.
Cuando menos lo imaginamos, llegó el día de partir. Queda claro que cuando uno viaja en coche, es imposible que todo salga exactamente cómo se planeó y, también por eso, es toda una aventura. Por motivos de trabajo salimos un día después de lo planeado y dos horas más tarde. Nuestro recorrido comenzó el viernes 18 de diciembre a las casi ocho de la noche cuando mi marido regresó del trabajo. Apenas llegó, metimos las cosas a la cajuela y nos subimos al coche. Era la primera vez que hacíamos un viaje tan largo y estábamos muy emocionados.
Me encanta viajar de noche y disfruté mucho el camino. Nuestro viaje hacia Guadalajara fue tranquilo. Escogimos irnos por Toluca. Cuando planeamos el viaje, no me imaginé los diferentes tipos de clima a los que nos enfrentaríamos. Estaba más que preparada para el frío en Arizona e inclusive llevábamos cobijas en el coche para protegernos en los trayectos de mucho frío. No hacía calor cuando salimos de la Ciudad de México, era una noche fresca. No puedo decir lo mismo de Toluca. Así como Cuernavaca es la ciudad de la eterna primavera, Toluca es la ciudad del eterno invierno. Soy la más friolenta de los cuatro y al instante sentí el cambio en la temperatura; afortunadamente iba bien abrigada.
A esa hora en la carretera nuestros compañeros eran, sobre todo, camiones. Me gustó mirar sus luces, pues vistas a cierta distancia me imaginaba que eran criaturas amigables. Me llené de historias que no le conté a nadie, ni siquiera a la luna que se veía increíble desde la carretera.
Llamó mi atención la cantidad de policías federales que estaban ahí listos para multar a quienes fueran a exceso de velocidad. Se ocultaban en lugares estratégicos y así atrapaban a varios conductores. También me pareció increíble la gran cantidad de casetas que hay de Toluca a Guadalajara. Hubo momentos en los que nos encontramos con una caseta cada quince minutos. Todavía sigo impresionada por eso. ¿En verdad son necesarias tantas casetas?
Llegamos a Guadalajara después de las dos de la mañana y todavía nos tomó como quince minutos llegar al hotel. Hacía frío y teníamos mucho sueño. Aunque la idea era levantarnos a las seis de la mañana, estábamos demasiado cansados. Emprendimos camino después de las siete. Casi a las ocho de la mañana nos estábamos despidiendo de Guadalajara. Así comenzó el que sería el día más pesado del viaje. Nos fuimos hacia Tepic y yo manejé esa parte del viaje. No tengo mucha experiencia manejando en carretera y me puse muy nerviosa, sobre todo cuando me tocaba pasar alguna curva. Temblé un poco pero aprendí a poner mi mente en blanco y concentrarme en el camino. No había en mí lugar para el miedo ni las dudas. Me visualicé en la meta y poco a poco empecé a disfrutarlo.
Cuando empacamos y cuando me preparé para el viaje, estaba lista para el frío, pero no para el calor que haría a partir de Tepic. Al salir de Guadalajara, teníamos mucho frío y en Tepic el calor era demasiado. Me quité el gorro, los guantes, la chamarra, la sudadera y seguía muriendo de calor. Ya todos teníamos hambre y paramos a desayunar en el libramiento de Tepic-Mazatlán en un restaurante llamado ITU Borrego. No soy carnívora y nunca me ha gustado desayunar carne; sin embargo, esa mañana valió la pena. Desayuné dos quesadillas y dos tacos de conejo. A todos nos gustó la comida ahí. Los cuatro quedamos satisfechos y estábamos contentos. Nuestras adolescentes no paraban de sonreír. La mañana comenzó bien y no podíamos ocultar nuestro entusiasmo.

ITU Borrego, Tepic (Libramiento Tepic – Mazatlán)
En este lugar tomé la primera foto al cielo en este viaje. El cielo luce diferente en cada lugar y a mí me maravilló poder verlo. Soy una feliz coleccionista de cielos.

Cielo en Tepic
Nos esperaba un largo camino, apenas terminamos de desayunar, dejamos atrás Tepic y nos dirigimos a Mazatlán, Sinaloa. Yo iba feliz mirando el cielo y los paisajes. Por esos lugares todo era verde a nuestro alrededor. Eso sí, el calor era cada vez más intenso y nos desesperamos un poco. Íbamos preparados para el frío y la verdad yo no tomé en cuenta que pasaríamos por lugares calurosos.

Cielo camino a Mazatlán
Íbamos a buen ritmo en la carretera, no había muchos coches. El problema fue en las casetas para llegar a Culiacán pues sólo había una funcionando y la fila avanzaba con mucha lentitud. Nos tocó esperar en la fila casi media hora. En Culiacán paramos a comer algo en uno de esos lugares que están junto a la gasolinería. Era un restaurante pequeño y comimos burritos de frijol y queso. No estaban muy buenos pero nos quitaron el hambre.

Culiacán
También aprovechamos para caminar un poco. Después de pasar tantas horas en el coche, también es necesario estirarse, mover las piernas. Eso nos dio mucho alivio. A pesar de que el cielo se veía gris, hacía mucho calor.

Cielo en Culiacán
En cuanto estuvimos listos, seguimos nuestro camino hacia Sonora. En esta época del año en esa zona atardece alrededor de las 5:30 y después de las 6:00 ya está completamente oscuro. En Sonora ya no hacía tanto calor, había mucho viento y lloviznaba poco. Los colores del camino cambiaron: se fueron los verdes y nos quedó el color ocre o café muy claro, ya se percibía la presencia del desierto.
A las siete de la noche, el coche empezó a hacer un ruido raro y fuerte. Estábamos en un pueblito en Sonora en medio de la nada y sin tener señal en los teléfonos. Mi marido se puso muy nervioso y yo empecé a estresarme. Es inevitable sentir miedo cuando uno se encuentra incomunicado en un lugar desconocido. En la gasolinería más cercana nos recomendaron a un mecánico. Estuvimos dos horas en su taller pero no pudo resolver el problema. Se había desgastado la rosca que asegura a una bujía y el mecánico no tenía el equipo necesario para arreglarla. Teníamos sueño, hambre y ahora también muchos nervios. Nos faltaban tres horas para llegar a Hermosillo. Nos arriesgamos. Emprendimos camino de nuevo, en cuanto tuvimos señal, estuvimos en contacto con mis primos, quienes estuvieron al pendiente de nosotros el resto del camino. Ellos nos esperaban con una cena sonorense que ellos prepararon. La idea era llegar alrededor de las diez pero después de este percance, ya llevábamos mucho tiempo de retraso. Con el coche en esas condiciones fue necesario irnos más despacio, siempre pendientes de que el ruido no empeorara, de que el coche respondiera bien. Llegamos a Obregón y a partir de ahí la carretera estaba en reparación por lo que la mayoría del tiempo sólo había un carril disponible y no era posible ir a más de 70km/hr. Fue un verdadero reto mantenerme despierta, pero no quería dejar a mi marido solo, las chavas ya estaban bien dormidas. Él sí estaba bien alerta, una bebida de coca-cola con dos aspirinas le ayudaron mucho. Fue una noche larga y el camino a Hermosillo nos pareció eterno. A pesar de mi cansancio y desesperación, me invadió el placer de sentir la luz de luna sobre nosotros. La luna me da fuerza y la noche me fascina.
Por fin vimos las luces de Hermosillo, la ciudad estaba iluminada por las luces navideñas que me llenaron de alegría. Esas luces de colores me hicieron sonreír a pesar de todo.

Hermosillo, madrugada
Ya casi eran las tres de la mañana, ni ganas teníamos de contar las horas que llevábamos sin salir del coche. Gracias a las instrucciones de mi primo y a Google Maps, llegamos a nuestro destino. Mis primos nos esperaban despiertos y con la cena lista. Tenía quince años sin verlos y no me esperaba una bienvenida tan cálida, tan llena de luz. Me sentí tan conmovida como agradecida. ¡Qué emoción verlos de nuevo! Conocí a la esposa de mi primo, el mayor y yo les presenté a mi familia. Nos preguntaron si teníamos hambre, si todavía queríamos cenar y los cuatro respondimos sin dudarlo que sí. La verdad, a pesar del cansancio, teníamos mucha hambre. Además, ¿cómo decirle que no a una cena que nos prepararon con tanto cariño? Nos tenían lista una deliciosa carne asada sonorense, con frijoles y para el postre, coyotas. No he comido una carne más exquisita que ésa y de sólo acordarme se me antoja de nuevo. Si viviera en Sonora, creo que cambiaría mi relación con la carne. En general y antes de ese día, comía la carne por obligación, costumbre o falta de disciplina para prepararme comida vegetariana. Esa madrugada todo cambió: comer esa carne fue una verdadera caricia a mi paladar. No hay mejor carne que la de Sonora. Cuando ya no me era posible comer más carne, probé las Coyotas, las famosas coyotas. Confieso que en momentos como ése comer es un verdadero placer de dioses, un premio, un lujo que agradezco. A pesar de la hora, platicamos todos mientras cenábamos. Nos sentimos bienvenidos, no sentimos en casa; sí, en casa.
Este viaje de regalo para Inés, también incluyó un feliz reencuentro con mi familia: mis primos quienes sin dudarlo y con el corazón nos abrieron las puertas de su casa y nos hicieron sentir muy queridos. Una vez listos, nos fuimos a dormir. Después de más de quince horas en el coche, necesitábamos descansar. Caí en los brazos de Morfeo casi de inmediato. Fue una de esas madrugadas sin insomnio ni interrupciones. Dormí profundamente. Desperté poco después de las ocho y poco después me bañé. El baño me reanimó bastante.
Mi primo se levantó temprano, trajo lo necesario para preparar el desayuno y buscó a su mecánico de confianza. Su esposa empezó a preparar el desayuno. No sólo nos llenaron de atenciones, sino que no me permitieron ayudarles. Nos consintieron mucho y espero pronto vengan a México para poder hacer lo mismo por ellos. Desayunamos todos juntos, desayunamos bien y rico. Quedamos satisfechos. Pasamos una mañana tranquila, relajados. Mis primos y mi marido llevaron el coche al mecánico.
El incidente con el coche tuvo su lado amable: nos permitió convivir más tiempo con mis primos. En la tarde nos llevaron a pasear por Hermosillo. Fuimos al Mirador. El clima fue muy benévolo con nosotros, no hacía frío ni tampoco calor. Nos acariciaba el viento y el sol también estaba presente. Alguna vez me dijeron que Hermosillo era feo pero a nosotros no nos lo pareció.
Me gustó la vista desde el Mirador, me gustó su silencio.

Vista desde el Mirador, Hermosillo

Vista desde el Mirador, Hermosillo

Vista desde el Mirador, Hermosillo
Me gustó el azul de su cielo y la intensidad del atardecer.

Cielo, Hermosillo

Atardecer en Hermosillo
No podíamos marcharnos sin comer unos burros percherones. Estaban enormes y exquisitos. Además de sus carnes y coyotas, Sonora es conocido por sus tortillas de harina, burritos y dogos (hot dogs). Las tortillas de harina de la ciudad no son nada junto a las de Sonora. Con un burrito percherón fue más que suficiente para continuar nuestro viaje sin pasar hambre. Al salir del restaurante, nos tocó ver el atardecer, me quedé encantada con el cielo rojo. En invierno, los atardeceres duran poco y hay que estar muy alerta para poder disfrutarlos.
El coche ya estaba listo y emprendimos camino de nuevo; no sin antes agradecer a mis primos todas sus atenciones y prometer regresar para comernos los dogos que quedaron pendientes. La comida sonorense es exquisita, de lo mejor que hay. Nos despedimos con mucho cariño y nos dirigimos hacia Nogales. Las chavas estaban muy emocionadas pues este sería su primer viaje a los Estados Unidos.
Para usar el coche en Estados Unidos, es obligatorio comprarle un seguro estadounidense. Este seguro puede conseguirse en la salida a Hermosillo y también en Nogales, desde la llegada hasta antes de cruzar la frontera. Hay muchas opciones y el chiste es encontrar la más conveniente, la menos cara.
Una vez más nos tocó viajar de noche. De Hermosillo a Phoenix, Arizona son alrededor de 6 horas de camino más el tiempo que toma cruzar la frontera. En realidad seis horas nos parecieron poco después del día anterior. Estaba despejada la carretera a Nogales. Una vez más era posible ver las estrellas y admirar la luna. Ya en el desierto el color predominante es el ocre, casi no hay árboles, sólo huizaches. Por un largo rato no había mucho que ver a nuestro alrededor. Con respecto al clima, empezamos a sentir el frío pero ya estábamos preparados, ya teníamos las cobijas listas. El coche ya no presentó ningún problema, el mecánico de mi primo lo dejó muy bien.
Fue emocionante llegar a la frontera en Nogales. Mi corazón se aceleró e Inés no podía dejar de sonreír. Su emoción me hizo recordar mi primer viaje al extranjero. ¡Qué gran oportunidad de poder hacer esto los cuatro juntos! Como ya era muy noche, la fila para cruzar la frontera era larga y avanzaba a buen ritmo. Cuando menos lo esperamos, ya estábamos frente al oficial que nos pidió nuestros papeles. No tuvimos ningún problema. Sonriendo nos dio las indicaciones para sacar nuestros permisos. Cruzamos la frontera felices, muy felices. Habíamos llegado a Nogales, Arizona, Estados Unidos.
Estacionamos el coche en el Mc Donalds que nos indicó el oficial. Ahí nos compramos el peor café que he tomado en mi vida: no sabía a nada. Después caminamos hacia la oficina donde tramitaban los permisos. Esos primeros pasos en Estados Unidos no se me olvidan porque las chavas estaban entusiasmadas, ilusionadas, felices. Tenían esa cara de asombro, esa cara de «no puedo creer que estamos aquí», esa cara de fascinación mezclada con alegría y yo me sentí la más afortunada por ser parte de ese momento, de ese sueño que se realizaba.
Hay que sacar un permiso por persona y cada permiso cuesta seis dólares. Es importante llevar la cantidad exacta porque los oficiales que trabajan ahí no tienen cambio. No toma mucho tiempo el trámite. El oficial nos hizo algunas preguntas, nos sacó temas de plática y nos tomó nuestras huellas digitales. Después de eso sólo nos quedó esperar a que estuviera listo el permiso. Una vez con los permisos en la mano, pudimos seguir nuestro camino. Estábamos a poco menos de tres horas de llegar a nuestro destino.
En la carretera de Tucson, había un señalamiento que decía lo siguiente: «The force is with you, but buckle up» (La fuerza está con usted, pero abróchese el cinturón). Me sorprendí mucho. Es cierto que la mercadotecnia es excesiva, pero me gusta Star Wars y me agradó esa manera de pedirle a las personas que se abrochen el cinturón. No reaccioné rápido por lo que no pude tomar foto de eso.
Rebeca se durmió en la carretera, pero Inés tenía los ojos bien abiertos porque no quería perderse ningún detalle. Brillaba de felicidad y sonrió prácticamente todo el camino. Quien batallaba por mantenerse despierta era yo. A ratos cabeceaba, pero me puse las pilas justo a tiempo para darle la indicación a mi marido de dónde debía salirse de la carretera. LLegamos a Phoenix después de las tres de la mañana. Afuera de la casa de mi amiga había un trineo navideño bien iluminado. ¡Cómo disfruto las luces de colores! ¡Por fin habíamos llegado a nuestro destino! Nos recibió mi amiga, más dormida que despierta pero feliz, muy feliz. Nos indicó cuáles eran nuestras habitaciones y nos fuimos todos a dormir. Estábamos exhaustos. Ya al día siguiente mi amiga y yo nos pondríamos al corriente.
Recorrimos 2500 kilómetros en dos días y medio para llegar a su casa. La primera parte de nuestra aventura había terminado. Nos desvelamos tres días seguidos, pasamos por climas muy fríos, muy cálidos y otra vez muy fríos, nos falló el coche, me reencontré con mis primos y cruzamos la frontera. Todo eso en un fin de semana. ¡Qué experiencia tan increíble! En ese momento yo ya tenía muy claro que el regalo que pidió Inés, en realidad, era un regalo para todos, uno de los mejores regalos que la vida me ha dado. ¡Y el viaje apenas comenzaba!