No soy tan Grinch como creía.
Cerca de mi casa hay una escuela y en estos días los niños cantan villancicos por la mañana. Esta semana me tocó escucharlos un día mientras trabajaba y como buen Grinch sentí ganas de alejarme de ese sonido.
Me doy cuenta de que la navidad se acerca porque me dan ganas de llorar al atardecer – las tardes decembrinas suelen contagiarme su melancolía-y en las noches nunca sé qué hacer con mi nostalgia. Soy muy friolenta y rara vez encuentro la manera de protegerme del dolor que me llega a los huesos.
En esta época navideña no sé si soy la niña, la adolescente, el adulto de ahora o la mujer de pelo blanco con mechones de colores que llegaré a ser algún día. Creo que en esta época del año tengo presentes a todas esas Carlas. Quizá.
En esta mañana escucho música de Peter, Paul & Mary y también a John Denver. Me lleno de recuerdos de mi infancia, de las tardes de música con mi papá, de las canciones que él me enseñó, que escuchábamos juntos. Y después pienso en las navidades de mi infancia, cuando todavía no era Grinch, cuando esperaba esas fechas con ilusión y entusiasmo.
Tengo una imagen muy clara en la mente de cuando tenía cuatro o cinco años. En ese entonces también existía la tradición de enviarle globos a Santa Claus. Siempre he creído en la magia y por eso no me sorprendí cuando al mirar al cielo, vi el trineo de Santa Claus abriéndose camino entre los globos. Me sentí emocionada por verlo pasearse alegremente y no pude evitar sonreír. Por supuesto no le dije a nadie lo que había visto, me guardé ese secreto y a la fecha pocas veces he contado esa historia. A los seis años descubrí que Santa Claus era sólo una ilusión. Me sorprende la fuerza de la imaginación: me sigue costando aceptar que ese trineo sólo estuvo en mi cabeza.
De las navidades de mi infancia recuerdo las cenas con toda la familia y cómo nos divertíamos los primos. Mi abuelita materna amaba la navidad y tiraba la casa por la ventana en esa época. Ir a su casa era como visitar un museo. Lo que más me gustaba era su creatividad para decorar el árbol. En ocasiones lo decoraba con hileras de palomitas que se me antojaban.

Yo hace unas cuantas navidades
Además, el día de la cena, siempre había dulces y postres preparados por ella. Mis navidades en su casa eran sinónimo de amor, de risas, de magia y de dulces. Con mis abuelos paternos lo que más me emocionaba era reunirme con mis primos, sobre todo con mi prima de Querétaro (la única prima de mi edad). Éramos muchos primos y eso hacía que las navidades fueran escandalosas. Era muy divertido. A veces inventábamos alguna obra de teatro o cantábamos alguna canción. Y al llegar la hora de repartir los regalos, teníamos que hacer algo chistoso para tener derecho a recibirlos. Fue una tradición que inventó mi papá y que seguimos conservando mis papás, mis hermanos y yo en las navidades con las nuevas generaciones (nuestros hijos y sobrinos). Al día siguiente de la cena, mi hermano y yo teníamos una regla para esa mañana: el primero en despertarse tenía que despertar a los otros para abrir juntos nuestros regalos de Santa Claus. Después pasaríamos la mañana en pijama, jugando juntos. Una vez mi papá nos tomó una foto de ese momento. Cuando la veo, el hecho de que estemos en pijama y despeinados me recuerda la libertad que sentíamos en ese instante: no había nada de qué preocuparse, no había miedos ni prejuicios, sólo juegos, muchos juegos.
Ahora, tantos años después, veo la magia de esos momentos y agradezco profundamente la enorme bendición de haber tenido una infancia feliz y muchas navidades alegres, sobre todo, amorosas, muy amorosas.
Al igual que mi abuelita, mi mamá ama la navidad. Cada año se esfuerza en convertir su casa en un sueño navideño. ¡De niña me encantaba decorar la casa con ella! Me ilusionaba verla sacar las cajas de navidad y poner las luces en los árboles. Apenas terminaba de hacerlo, yo disfrutaba llenarlo de esferas.
Grinch o no Grinch, siempre he sentido la melancolía decembrina; su viento me hace consciente de mi fragilidad, de lo corta que es la vida. Suele sucederme que el invierno me recuerda el principio y el final. Además es cuando más siento la intensidad de mi existencialismo.
No sé cuándo dejó de gustarme la navidad. Es probable que fuera cuando me saturó la mercadotecnia, cuando se llenó de compromisos, cuando percibí las palabras empalagosas que muchas personas dicen por costumbre. Me desesperé con el «todo es amor» de esos días para después regresar a las rutinarias críticas y quejas después. Por mucho tiempo sentí el peso de esas dos palabras: «Feliz Navidad» porque había que decirlas a todas las personas de nuestro entorno cercanas o no y acompañarlas de regalos. No se trataba de una muestra de cariño sino de cumplir con un compromiso. Varias me ha sido difícil decir esas palabras. Me alejé de la superficialidad con la que adornan estos días. Dejé de sentirme culpable si no tenía dinero para comprar regalos, dejé de participar en intercambios y evadí los compromisos: la navidad no consiste en quedar bien sino en dar amor, en convivir con los seres queridos.
He sido Grinch por tanto tiempo que se me olvidaron los pequeños detalles. Me esforcé tanto en rechazar la superficialidad y los compromisos que me perdí algunas cosas. Afortunadamente no me desagrada tanto la navidad como creía, sólo es cuestión de encontrar el equilibrio. Aunque no todos los años decoro la casa, el año pasado fue toda una experiencia hacerlo con mis adolescentes. Nos divertimos mucho y nos encantó el resultado. Además nos dio la oportunidad de pasar más tiempo juntas. También el año pasado disfruté mucho aprender villancicos en polaco y cantarlos con mis compañeros, aunque no pude cantar con ellos en el festival justo antes de que comenzaran las vacaciones. Amo las luces de colores, el olor a pino, el ponche y las galletas de jengibre.

Galletas de Jengibre hechas en casa
Soy feliz cuando veo la cara de mis papás al pasar las navidades con sus nietos. Al llegar las nuevas generaciones, mi papá le cedió su lugar de «Santa Claus» a mi hermano y ahora él se encarga de hacer bailar a todos antes de que reciban sus regalos. Ver a mis sobrinos e hijas bailar es uno de los mejores regalos de esa noche.
Gracias a la compañía de la nostalgia decembrina, veo con claridad que no es la navidad lo que no me gusta sino lo que sucede alrededor de ella. Siempre seré Grinch cuando se trate de regalos obligados, compromisos no deseados, de palabras vacías de significado, de actitudes falsas. No seré navideña si se trata de participar en intercambios o de inventarme un ánimo festivo. En ninguna época del año pretenderé ser quien no soy y no me sentiré culpable por eso. Me dedicaré a celebrar el amor de mis seres queridos. A partir de ahora trabajaré en reencontrar mi espíritu navideño y disfrutar las pequeñas cosas como escuchar los villancicos de los niños de la escuela en las mañanas y también quiero cantarlos con mis sobrinos. Una vez más lloraré con las luces de colores y haré el ponche que tanto disfrutamos. Celebraré las risas, las vacaciones y el olor a pino.
Me gusta el olor a tejocote, me gusta ver Scrooge la versión con Bill Murray y me gusta escuchar Silent Night, Adeste Fideles y los Peces en el Río. Me gusta encontrarme con las Carlas que fui, que soy y que seré. Me gusta ser Grinch antes de que llegue la Navidad pero también dejar de serlo cuando celebro con las personas que amo.
Me gusta el espíritu navideño de quienes viven la navidad en su sentido más profundo: el del taxista del año pasado que nos ayudó con el arbolito que a duras penas podíamos cargar Inés y yo (nos trajo a casa sin cobrarnos); el de mi amiga querida que ahorra todo el año para organizar una cena navideña para los niños en el hospital y sus respectivas familias; las personas que tienen palabras amables para quienes viven un momento difícil. Me gusta creer que este espíritu navideño les dura todo el año. Me gusta recordar que la vida es buena y que tenemos alas para volar.
Ya llegó diciembre con sus atardeceres de melancolía y sus noches de nostalgia, pero también con sus luces de colores e innumerables celebraciones. Este año disfrutaré más y me quejaré menos. Feliz diciembre para todos, muy feliz diciembre.