Cuatro décadas y el adiós a una enemiga.

•septiembre 22, 2016 • Deja un comentario

Dicen que la vida empieza a los cuarenta o que los cuarenta son los nuevos treinta. Como quiera que sea, yo estoy feliz con mi llegada al cuarto piso y me siento más joven que nunca, también más rebelde.

Celebré una década más de vida con fiesta, piñatas y muchas sonrisas. Celebré con una carrera de 26 k.  Celebré sin usar una gota de maquillaje (sí, voy por la vida con la cara lavada, sin ocultar mis arrugas; lo disfruto mucho) y  mostrando mis canas brillantes (herencia de mi abuela paterna) de las cuales me siento orgullosa (ellas también tienen su historia). Por último, celebré con una sonrisa y mucho agradecimiento. Tal vez para muchos no lo parezca, pero es una gran hazaña llegar a los cuarenta.

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Cumpleaños #40

No me asustan los famosos tas y me rebelo contra los estereotipos de la edad. No acepto ideas como: «no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después», «ya llegaste a la edad en la que todo empezará a dolerte», «antes podía hacer… pero ahora ya no», «a mi edad…».  El concepto de que la edad incapacita, de la vejez que inutiliza, de los ya no puedo no va conmigo ni con lo que me han enseñado mis padres (y también mis abuelos). No diré eso de mí ni de esta maravillosa etapa que comienza. Soy más fuerte que hace veinte años. Tengo mas energía, entusiasmo y alegría. Disfruto más de la vida y tengo la certeza de que apenas viene lo mejor.

Decidí vivir mis cuarenta aceptándome tal cual soy, abrazándome más y juzgándome menos. Necesito amarme más y recriminarme menos.

Hace siete meses me prometí no volver a actuar en mi contra; no volver a insultarme, menospreciarme, dirigirme palabras negativas; sin embargo, justo después de mi cumpleaños me percaté de que no he logrado cumplir esa promesa.

Me exijo mucho siempre, me critico todo, constantemente me siento incapaz de lograr las cosas y cuando lo hago, nunca es suficiente. No necesito enemigos porque me tengo a mí misma para hacerme daño.

Me resultó muy doloroso enfrentarme a esta verdad, la cual llegó con una meditación en medio de una crisis muy fuerte de colitis y gastritis (la primera en seis meses y espero también, la última). Durante esta meditación que realicé para quitarme el dolor, para encontrar la armonía en mi interior, me hice consciente de todos mis «no puedes», «qué tonta eres», «no eres buena», «no lo hiciste bien», «no es suficiente», «mal, mal, muy mal».  Nadie mejor que yo misma para mantenerme lejos del éxito. Me quedó claro que mi primera reacción ante cualquier situación es recriminarme y dejar claro que pude haberlo hecho mejor. Esto me ha llevado a frustrarme por un lado, y a esforzarme demasiado por el otro. He tenido esta necesidad de demostrar que sí soy buena, misión que además, me ha resultado siempre imposible…

En ese momento de la meditación empecé a llorar sin intentar detenerme y me puse las manos en el vientre mientras pedía perdón a mi cuerpo por exigirle tanto, por no abrazarme lo suficiente, por no amarme lo suficiente. Pedí perdón una vez más. Pedí perdón varias veces. Las lágrimas dejaron de salir y la paz comenzó a llegar. Seguí meditando en el perdón y en el amor. Cuando abrí los ojos ya no tenía dolor y estaba muy relajada.

La perfección no existe y no aspiro a ser perfecta; sin embargo, he actuado como si esa fuera mi meta. Quizá antes no pude cumplir mi promesa porque no tenía conciencia de mi situación, no tenía claro como mi pasado, en silencio, me seguía afectando. Pasé muchos años de mi vida luchando por ser invisible, por esconderme, por alejarme del éxito. Sin quererlo ni saberlo aprendí a boicotearme para nunca llamar la atención.  En la infancia me rechazaban constantemente y les di la razón: seguramente me molestaban porque yo era mala y me lo merecía. Por si no fuera suficiente, he vivido muy consciente de mis fallas pero no de mis aciertos.  Me enojó mucho que me doliera la pierna cerca del final de la carrera de 26 k;  me enojó sentirme como tortuga y ni siquiera pasó por mi mente que había quedado en tercer lugar (de mi categoría). Me enteré horas después. Antes de felicitarme, me frustré. Antes de felicitarme, ya me había reclamado no sé cuántas cosas.  Me duele recordarlo, pero ya me perdoné y voy aprendiendo de mis errores.

Ahora, sin dolor ni promesas,  con tranquilidad y conciencia, conectada con  mi cuerpo y despidiéndome del pasado, día a día me voy deshaciendo de los ataques contra mí misma. Me perdoné primero y me abracé después. Desde ese momento, cada día me digo una cosa positiva y me reconozco algún logro; cada día me sonrío, me abrazo y agradezco la oportunidad de reescribir mi historia, de reinventarme, de estar aquí más fuerte y también más sana.

Después de varios meses de tener la intención de hacerlo, ahora sí estoy meditando diario, lo que me ayuda a desintoxicarme de los pensamientos negativos y a sentirme mejor conmigo misma. Llevo casi dos semanas sin darle la bienvenida a esos pensamientos en mi contra y, a la vez, reconociendo mis aciertos. Cuando me veo al espejo siento que brillo como mis canas.   Si mi enemiga intenta regresar, el recuerdo de mi última carrera, mi  crisis de colitis y otros momentos duros en los que me he lastimado para obstaculizar mi camino al éxito me darán la fuerza para detenerla. Ya no tengo motivos para hacerme invisible y, sobre todo, ya no quiero eso para mí.  Tampoco quiero ser juez de nadie, ni siquiera de mí misma.

Tres semanas después de mi cumpleaños me inunda una enorme sensación de bienestar sin límites ni miedos nueva para mí. Recibo esta década muy agradecida, emocionada y enfrentando los retos necesarios para llegar a donde quiero. Recibo esta nueva década con entusiasmo y amor, escuchando a mi cuerpo, en armonía conmigo misma.

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Este es el fin de la batalla, me despido de mi enemiga de toda la vida: voy a amarme más cada día, a valorar mis logros y a perdonar mis fallas.

Siento como si me hubiera quitado veinte años de encima. Quizá los cuarenta sean los nuevos veintes… y yo me siento lista para correr el primero de los muchos maratones que me faltan por correr.

Los Juegos Olímpicos, la Natación y yo.

•agosto 23, 2016 • Deja un comentario

Después de más de una década de casi no ponerle atención a los deportes, en estos Juegos Olímpicos 2016 decidí ver la natación. El hecho de volver a hacer deporte de manera intensa y haber visto el video de Under Armour donde sale Michael Phelps me motivaron a hacerlo.

«It’s what you do in the dark that puts you in the light» (Lo que haces en la oscuridad es lo que te lleva a la luz), con esta frase cierra ese video que me mandó mi entrenadora hace ya algunos meses cuando, por fin después de casi un año, pude regresar a nadar, pues el agua de la alberca estaba dañando mi salud. Estoy de acuerdo con esta frase que me dejó pasmada y con mucho en qué pensar.

En tan sólo 1.32 segundos este breve video nos muestra lo duro que es entrenar para dominar un deporte, en este caso, la natación. Se necesita mucha disciplina, fuerza de voluntad, paciencia y trabajar arduamente para lograr llegar lejos. Realizar un deporte dista mucho de ser miel sobre hojuelas. En los Juegos Olímpicos, en los Mundiales, los Panamericanos, etc., vemos el resultado de ese duro trabajo pero rara vez imaginamos lo que hay detrás, por lo que pasaron los atletas para poder estar ahí.

Michael Phelps, Under Armour

Esta historia cumplió su función: me inspiró, me motivó y me dio ánimos para seguir luchando, para no darme por vencida en mi batalla con el agua de la alberca. Al mismo tiempo despertó en mí la curiosidad por saber más sobre ese extraordinario nadador que ha roto tantos retos récords. Me puse a leer sobre su vida, sobre sus logros y también sobre sus momentos difíciles: su historia con el alcohol, las drogas,  el conflicto consigo mismo y su rehabilitación, su camino para encontrar la paz y reconciliarse con el mundo: su regreso a la alberca para cumplir una meta y retirarse en armonía consigo mismo.  A veces tocamos fondo, lo admirable es levantarse y brillar de nuevo. Phelps lo hizo y moría de ganas de verlo nadar, de ser testigo de su regreso, de verlo obtener más medallas: es el atleta olímpico con más medallas en la historia. Parece un súper hombre pero en realidad es profundamente humano y ha aprendido de sus experiencias.

Mi objetivo para estos Juegos Olímpicos era estar al pendiente de la natación y no perderme las competencias.

Llegado el momento, prendí la televisión y estaba más que lista para ver la natación. No tenía idea de lo que eso significaría para mí, de cómo me sentiría ni de la cantidad de recuerdos que me vendrían a la mente. No es lo mismo ver los eventos sin practicar los deportes que cuando se entrena duro. Ahora que mis entrenamientos para correr y nadar se han intensificado, veo las cosas desde una perspectiva muy diferente.

No cabe duda que es todo un reto ser un atleta de alto rendimiento. Los vemos en la televisión, les aplaudimos, echamos porras e inclusive hay quienes los abuchean; sin embargo, no tenemos idea de sus historias, de los sacrificios que tuvieron que hacer para llegar ahí, de lo que han sufrido para llegar tan alto. Una amiga mía se preguntaba si valía la pena pasar por tantas cosas sólo para llegar a esta meta. Es una buena pregunta y, también, una muy difícil de responder. Es demasiada la presión a la que se enfrentan y muchos de ellos no pudieron estudiar una carrera con sus compañeros, ir a fiestas, llevar lo que se considera una «vida normal».  Hay que tener una enorme vocación, voluntad, constancia, disciplina para llegar tan lejos. No es una decisión fácil de tomar pues el camino suele estar lleno de espinas. Yo admiro a quienes han tomado esa decisión, los admiro mucho.

Además de emocionante, ver la natación me dio una buena sacudida  y me mostró una parte de mí que desconocía: mi capacidad de involucrarme con un deporte que me apasiona, de aprenderme los horarios de las competencias y de gritar de emoción con los nadadores.

Esa parte de mí tan desconocida me llevó a reflexionar, a revivir mis momentos en el equipo de natación y hacerme una pregunta que nunca antes me había hecho…

Comencé a nadar casi a los seis años. Mi mamá nos inscribió a clases a mis hermanos y a mí porque acabábamos de mudarnos a un condominio con alberca y enseñarnos a nadar era la mejor manera de prevenir accidentes.  A la semana de habernos mudado, mi hermano de tres años ya se había caído al agua.

Me agradó nadar desde el principio. Mi cuerpo se movía en armonía con el agua y al poco tiempo me invitaron a ser parte del equipo de natación. Tenía que nadar todos los días y el entrenamiento duraba hora y media/dos horas. A menudo nos tocaba nadar también los sábados. En la alberca nunca importó si era flaca ni tampoco si era zurda, sólo importaba que sabía nadar y lo hacía bien. Mi equipo era el mejor y en las competencias siempre nos apoyábamos y echábamos porras: éramos amigos.  Cuando pienso en mis años en el equipo, esos son los recuerdos que prevalecen.

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Antes de este verano, nunca pensaba en el cansancio de los entrenamientos,en lo terrible que me resultaba nadar con los jeans, tenis y sudadera puestos y que, después, así vestidos, nos obligaran a flotar en la parte honda de la alberca por varios minutos sin descanso; o en las veces que teníamos que ir a correr antes de entrenar en el agua (en ese entonces odiaba correr). Tampoco me acordaba de los dolores musculares después de un entrenamiento pesado, las paletas con las que odiaba nadar, el aprender a hacer la vuelta de campana, el estrés de mejorar mis tiempos y el casi no tener tiempo para socializar: las tardes de los viernes había que entrenar, nada de salir con amigas o de pasar la tarde flojeando. A veces era doloroso pero la mayor parte del tiempo me sentía feliz en la alberca y después todo valía la pena por la satisfacción de colgarme una medalla. Muchos de los mejores momentos de mi infancia y el comienzo de la pubertad los viví en la alberca.  A mis amigos del equipo los recuerdo con cariño y en días de nostalgia no puedo evitar preguntarme qué habrá sido de ellos.

Tenía once o doce años cuando mi entrenador le dijo a mi mamá que yo era una nadadora nata y que si me comprometía a nadar en serio, a entrenar muy duro, llegaría a los Panamericanos y a los Juegos Olímpicos. Si me dedicaba a eso, él se comprometía a que llegara tan lejos: con el entrenamiento adecuado lo lograría.  Cuando me lo dijeron mis papás, me quedé helada. Sí, claro, por un lado fue una noticia increíble pero también fue una noticia, para mí, aterradora. Estaba llegando la adolescencia y aunque amaba la alberca no me podía imaginar pasando todo mi tiempo dentro de ella. ¿Qué pasaría con mi tiempo para leer y para escribir? ¿Quería cambiar mi vida de esa manera?  No. Mi respuesta fue no. Mi mamá me preguntó varias veces si estaba segura, si no me iba a arrepentir de dejar pasar esa oportunidad, si eso era lo que realmente quería. Me mantuve firme y mis papás respetaron y apoyaron mi decisión. No volví a pensar en eso, no le di más vueltas al asunto, ya ni siquiera lo recordaba hasta ahora, hace un par de semanas, cuando comenzaron los Juegos Olímpicos.

Poco después de aquel evento abandoné la natación en los años de mi adolescencia. Me sumergí en mis libros y cuadernos. Me convertí en una adolescente introvertida, solitaria y llena de palabras. La pluma fue mi salvavidas, mi confidente y también mi camino. Una vez superada mi complicada adolescencia volví al agua pero sin ser constante. Fue en mis treintas cuando mis escamas resurgieron y encontré en la alberca una  nueva manera de conocer mi cuerpo, de estar en armonía conmigo misma y con mi entorno. He reencontrado en ella mi refugio. Con disciplina, fuerza de voluntad, constancia he ido recuperando mi condición, fuerza y velocidad. Llevaba un muy buen ritmo cuando el agua de la alberca comenzó a dañar mi salud de manera constante e inevitable. Tuve que mantenerme lejos del agua por varios meses y fue entonces cuando me dediqué a correr en forma, a correr en serio como una manera de llenar ese vacío. Logré regresar a nadar a finales de abril y muy decidida a ganar la batalla: volveré nadar diario sin poner en riesgo mi salud.

Ahora entreno para correr un maratón y para mejorar mi nivel en natación: ambos deportes se han vuelto una parte esencial de mi vida. Justo en este momento me pongo a ver los Juegos Olímpicos y me estremece el sentimiento que por años permaneció dormido dentro de mí.  Mientras veo las competencias, vuelven a mí las imágenes de mis competencias, los nervios, el sonido del disparo, el contacto con el agua, los gritos, la innumerables brazadas para llegar al otro lado de la alberca y siento las medallas colgando de mi cuello.  Estoy conmovida, extasiada, tengo lágrimas en los ojos. Los nadadores saltan del trampolín y veo con fascinación sus manos entrar y salir del agua…

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Vi nadar a Katinka Hosszú. Me quedé fascinada con su estilo, con su  manera de moverse en el agua y me pesaron mis años en latencia, los años en que me perdí esos eventos.  Entonces recordé la promesa de mi entrenador de llevarme a la Olimpiada y mi decisión de no hacerlo. Por primera y única vez en mi vida me pregunté si había tomado la decisión correcta y pensé en el famoso «hubiera».  ¿Qué habría pasado si yo hubiera aceptado ese reto y compromiso?  En eso pensaba mientra veía a Phelps ganar el oro en los 200 metros mariposa. ¡Estaba logrando lo que se había propuesto!  Y sentí, aunque no fuera mía, la satisfacción que llega al lograr la meta después de un arduo trabajo. Tenía ganas de aventarme al agua en ese instante.

Viendo a Phelps nadar con mi mamá, ella me preguntó si no me arrepentía de mi decisión.  Nunca habíamos hablado de eso y me sorprendió que mencionara el tema justo cuando yo pensaba en eso.  No sé cómo habría sido mi vida de haber elegido la natación. ¿Qué tan lejos habría llegado? Es bonito soñar e imaginarme con una medalla, pero,  ¿la habría ganado? Nunca lo sabré. Habría sido extraordinario estar ahí, ante la alberca olímpica, lista para darlo todo y pelear por la medalla.  Habría sido increíble que dijeran mi nombre con admiración y respeto. Habría sido increíble llegar. Así, a la distancia, parece una locura haber dicho que no. Pero, ¿eso soñaba yo en ese entonces? La respuesta una vez mas es no. Me parece que la presión inherente a nadar a esos niveles me habría quebrado: fui una adolescente con una sensibilidad desbordada y el costo de llegar habría sido, para mí, muy alto. Además, nunca me he imaginado sin mis libros ni cuadernos.  No puedo tener la certeza de qué hubiera sucedido de haberme dedicado a la natación, pero, a pesar de toda la emoción que viví durante estos Juegos Olímpicos, sí tengo la certeza de que no lamento mis decisiones ni tampoco el camino recorrido.  Afortunadamente ahora tengo la oportunidad de alcanzar otras metas. Todos los días entreno duro y aprendo a comunicarme con mi cuerpo, a reconocerlo y llevarlo a límites que no me imaginaba posibles (siempre con conciencia y cuidando mi salud).

Recuperé una parte de mí  en estos Juegos Olímpicos y también confirmé que no hay límites para lograr un objetivo: los límites los ponemos nosotros. Michael Phelps rompió la barrera de la edad: fue el primer nadador de más de 30 años que ganó una medalla olímpica en una prueba invidual (y no fue sólo una).  Por si fuera poco, unos días después, Anthony Erwin, a los 35 años, ganó la medalla de oro en los 50 metros libres. Fue emocionante vivir estos momentos aunque fuera a través de la pantalla. Admiro a los atletas que participan en los Juegos Olímpicos, que van con todo por el oro (lo ganen o no). Es un mérito calificar, llegar a los Juegos Olímpicos, no cualquiera lo logra.

Se fueron muy rápido estas dos semanas. Siento una especie de vacío. Fueron días de mucho aprendizaje para mí. Me quedo en paz con mi pasado, con mis decisiones y también tengo muy claro a dónde quiero llegar ahora. Lo repito: no hay límites, con voluntad, disciplina, paciencia y constancia sí se puede. A pesar de los obstáculos, mi lucha sigue: volveré a nadar diario y también, pronto, correré un maratón.  Seguiré descubriendo a dónde me lleva mi cuerpo.

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2016

Nado y corro. Leo y escribo. Así es como me mantengo en equilibrio, como supero los momentos difíciles, como siempre encuentro mi camino.  La vida es hermosa y me siento muy agradecida.

 

 

 

Farewell Njari

•julio 29, 2016 • 2 comentarios

Nunca estamos preparados para decir adiós y, sin embargo, hay momentos en los que nos vemos obligados a hacerlo. Temprano esta mañana me encontré con la noticia de su partida: Njari, mi amiga, terminó su misión en la Tierra.  Llena de luz emigró al cielo. Me cuesta trabajo asimilarlo aunque también estoy tranquila porque sé que ya está en paz, después de una ardua lucha ahora vuela libremente y sin dolor.

Nos conocimos hace poco más de ocho años. En ese momento ella estaba casada y yo;  soltera (faltaban todavía algunos meses para que conociera a mi marido); ella vivía en Australia; y yo, en México. Entre las muchas cosas que teníamos en común sobresalía nuestra pasión por escribir cartas, hacer amigos alrededor del mundo y viajar, sin olvidar nuestro gran amor a la naturaleza.  Nos conocimos gracias a una aplicación de penpals (amigos por correspondencia que en ese entonces tenía Facebook). Ella vio mi perfil (en esa aplicación) y decidió mandarme un largo mensaje. Ella me encontró. Ella me escogió.  Me sorprendió lo mucho que me escribió, lo mucho que me contó de su vida sin ni siquiera saber si le contestaría. Fue un poco como si ya me conociera. A ella también le encantaban el arte, la lectura, ir al cine y pasar tiempo con sus amigos. También, como yo, era un poco solitaria y con una sensibilidad desbordante que no siempre era fácil manejar. No me fue difícil responderle y darme la oportunidad de conocerla.

Nuestra amistad comenzó con una serie de mensajes kilométricos donde nos hablábamos de todo: nuestros sueños, arte, nuestros respectivos trabajos, los viajes que deseábamos realizar y los cosas de nuestra rutina diaria.  Las dos leímos The Time Traveler´s Wife de Audrey Niffenegger y a los dos nos encantó ese libro. Nos emocionamos cuando supimos que iban a hacer una película basada en la novela (la cual por cierto, es una pésima adaptación y una de las peores películas que he visto).  También intercambiamos direcciones y nos enviamos algunas cartas con regalitos incluidos (postales, separadores de libros, pulseras, detallitos). Desde el principio nos tuvimos confianza y desde el principio compartimos nuestros sentimientos. Era un alivio tener a quien escribirle en los momentos tristes.  Siempre tuvo una palabra de aliento para mí en los momentos complicados y de la misma manera estuve ahí para ella cuando su matrimonio se desmoronó. Manteníamos largas conversaciones (mensajes) acerca de nuestras metas, me contaba de sus viajes. Estuvo ahí cuando comencé mi nueva vida con la familia que elegí. Me mando una tarjeta felicitándome por mi próximo matrimonio. Preguntaba por la salud de Rebeca y entendió mis momentos de silencio en esa lucha por la salud de mi hermosa pequeña.

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Thanks for the Gift

Después de su divorcio y mientras se ajustaba a su nueva vida, llegaron los problemas de salud: empezó con una pierna que le dolía, que no le respondía, que no le permitía caminar bien.  Fue la época de estudio tras estudio y de incertidumbre: no sabían qué le pasaba. El problema parecía estar en la columna vertebral, pero nada estaba claro.  Se sintió triste, por supuesto, mil cosas pasaron por su mente, sobre todo cuando se dio cuenta de físicamente no podía hacer todo lo que deseaba; sin embargo, tomó la decisión de seguir adelante y no sumergirse en la desesperación.  Ahora tenía dos luchas ante ella: superar su duelo por aquella relación que no funcionó y entender qué pasaba con su cuerpo para encontrar la salud de nuevo. En una de sus cartas me dijo que quería hacer muchas cosas y que nada iba a detenerla. Ese se convirtió en su lema de vida a partir de ese momento. A pesar de los análisis y los hospitales, se las arreglaba siempre para vivir la vida con alegría. En sus redes sociales se expresaba siempre con optimismo, con alegría, siempre llena de entusiasmo y en completa armonía con la naturaleza. Cada día se volvía más espiritual y fuerte.  Encontró en su espiritualidad una razón para seguir luchando y así encontró también la felicidad, a pesar de sus dolencias físicas. Su condición empeoraba pero nunca su ánimo, nunca.  Había tomado la decisión de no detenerse y se mantuvo firme a pesar de todo.

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Llegó el diagnóstico para su padecimiento: tenía esclerosis lateral amiotrófica (la enfermedad de Lou Gehrig). Todavía no hay cura para esto y lo que provoca es una parálisis muscular progresiva que lleva a la muerte.  Sobra decir que ya no le era posible escribir cartas ni mensajes personales.  Cambió nuestra manera de comunicarnos. Aunque a veces sólo pudiera hacerlo brevemente, escribía siempre en Facebook, era su manera de estar en contacto sus amigos (que, por cierto, no éramos pocos). Publicaba fotos de los lugares que visitaba (siempre en la naturaleza), de amaneceres, atardeceres, de animales y de sus plantas. También publicaba fotos suyas con su enorme sonrisa y sus ganas de vivir. Nos contagiaba su entusiasmo, nos alegraba el día con su espíritu aventurero y su paz interior (siempre visible en sus palabras). Se hacía presente dándole  “like” a mis fotos, a mis estados en Facebook y , cuando le era posible, con breves comentarios o palabras de aliento.  No sé cómo lo hacía, pero estaba al pendiente de sus amigos. No se autocompadecía ni se lamentaba.  A medida que su condición empeoraba, apreciaba más las pequeñas cosas de la vida y se alegraba con sus pequeños (en realidad enormes) logros como poder ponerse de pie ella sola.

Se emocionaba con el vuelo de un pájaro, con la belleza de una flor, con los regalos de la Madre Tierra. Me parece que encontró su fuerza en su conexión con la naturaleza, en sus jardines de hadas, en los amaneceres y también en los atardeceres, en el suspiro del viento.  Su espíritu viajero no se durmió nunca y aún en su situación viajó mucho. Recorrió un poco el mundo y encontró el amor, a su compañero de vida que estuvo con ella en este camino tan duro.  Se me salieron las lágrimas cuando vi las fotos de su boda. Había cumplido su sueño y en su cara se dibujaba no sólo la felicidad sino una paz enorme.

Ver las fotos que publicaba me hacía feliz. Sus palabras siempre eran inspiración para mí. Ojalá cada vez fuéramos más los que pudiéramos vivir tan llenos de luz, en paz con nosotros mismos y con nuestra circunstancia, tan conectados con la naturaleza como ella.

A pesar de no haberla visto nunca en persona, podía sentir el amor que surgía de ella. Nos apoyamos muchos en momentos difíciles y entendimos nuestro respectivo silencio. La distancia no fue obstáculo para estar cerca y compartir momentos importantes de nuestra vida.

Deseaba venir a México. Por un breve tiempo estudió español o tenía la intención de hacerlo pues no se sentía bien por hablar solamente un idioma. Me dijo que quería venir cuando su salud mejorara. Ojalá hubiera venido. Ojalá yo hubiera podido visitarla. Ojalá la distancia no fuera tan larga. Ojalá le hubiera escrito más mensajes. Ojalá hubiera hecho más por alegrarle los días difíciles. Ojalá hubiera pensado más en ella y menos en mí. Ojalá. Ojalá. Ojalá. ¿Cómo no llenarme de ojalás cuando pienso en mi amiga y su partida?  A veces la muerte viene acompañada de culpas, de todo lo que pudimos hacer y no hicimos; nos cuesta aceptar o entender que hicimos lo que pudimos, que no somos infalibles, que cargamos nuestras propias batallas y tenemos nuestros defectos.

Fue su marido quien publicó la noticia de su partida y desde entonces la página se llenado de comentarios, de palabras de agradecimiento, mensajes de varios lugares del mundo que reflejan toda la luz que nos dio a quienes tuvimos la oportunidad de conocerla.

Ayer cuando vi una de sus fotos, me vi con ella en Australia, paseando por sus lugares favoritos, conociendo sus plantas, riendo con ella. Esa imagen me hizo feliz. Me desperté con ganas de escribirle para contarle y me encontré con la noticia… Quizá esa imagen fue una manera de presentir su muerte, de sentirla despedirse.

No tuve ánimo de ir a nadar esta mañana. Me quedé en mi habitación leyendo sus cartas y la sentí conmigo. Lloré. ¡Qué frágiles somos! ¡Qué efímeros! ¡Qué trabajo me cuesta despedirme!

Querida Njari, este año habrías cumplido 41 años (uno más que yo) y también en septiembre (como yo). ¡Qué rápido terminó tu viaje en la Tierra!  Mi amiga guerrera, mi amiga sonrisa, mi amiga mariposa, mi amiga vida, mi amiga invencible, mi amiga creadora, mi amiga maestra. La adversidad para ti era un reto no una queja ni tampoco una barrera.  Nada, ni siquiera la peor tempestad pudo arrancarte la felicidad ni el amor a la vida. Fuiste más fuerte que los huracanes y los temblores en tu cuerpo. ¡Gracias por tus enseñanzas, tus palabras de aliento! ¡Gracias por encontrarme en el sobrepoblado mundo de las redes sociales y escogerme como tu amiga! ¡Gracias por compartir conmigo una parte de tu camino!  Ser tu amiga fue y será siempre un privilegio.

“I walk each step not knowing where I go, but knowing I go with my heart” (Avanzo cada paso sin saber a dónde voy, pero sé que voy con todo mi corazón)

Njari Johnson

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Njari, my beautiful friend.

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A beautiful soul, farewell my beloved friend.

Nos encontraremos en la siguiente parte de este viaje a su debido tiempo. Mientras tanto seguiré tu ejemplo y viviré lo mejor que pueda, con ilusión, con entusiasmo y, sobre todo, con amor, abrazando la luz y enfrentando la adversidad de la mejor manera posible. Gracias por no rendirte. ¡Siempre gracias!

Siento como la melancolía de esta tarde se filtra en mi garganta, pero no voy a ponerme gris. Duele decirte adiós pero me alegra mucho haberte conocido.

Mientras estaba en mi pequeño jardín en la azotea, me di cuenta con gran sorpresa que en mi rosal encantado (que sólo tiene flores en ocasiones especiales) se asoma el diminuto botón de una rosa blanca, justo hoy en el día de tu partida…

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For you. 

 

Te encontraré siempre entre las flores y los árboles, siempre en la naturaleza.

Me faltan ocho libros para llegar a la meta. Parte 2.

•julio 26, 2016 • Deja un comentario

…Y la lista continúa…

Después de haber leído la Muerte de un Instalador de Álvaro Enrigue,  escogí un libro ligero: El Espejo de las Ideas de Michael Tournier. Tenía curiosidad por conocer a este escritor. No es su mejor obra ni tampoco la más representativa, pero se trata de un libro que aborda algunos temas filosóficos de manera sencilla y fresca. Fue bueno leerlo.

El siguiente libro que leí fue Selected Stories 1968-1994 de Alice Munro. Me encanta su mente retorcida, la oscuridad en la mayoría de sus cuentos, las tramas tan enredadas, tan complejas. Ya he leído varios libros de ella y hasta ahora no me ha decepcionado; por el contrario, al terminar sus libros, siempre quiero más.

Almódovar se basó en tres cuentos suyos para crear su película más reciente: Julieta. Acabo de verla en el cine y la disfruté mucho. Pensé que sería imposible llevar a la pantalla grande el mundo oscuro de Alice Munro pero Almodóvar me demostró lo contrario.

Una vez más me tocó leer sobre Rusia pero ahora a través de las palabras de  un muy admirado escritor y reportero polaco: Ryszard Kapuściński. Supe de él gracias a mi amiga polaca que acaba de realizar un breve documental sobre él. Me invitó a la función del preestreno y me gustó mucho lo que vi.  Le pregunté a mi marido si había leído algo de él y resulta que también lo admira mucho.

Teníamos en casa El Imperio. Trata sobre el Imperio Ruso y de la caída del comunismo.  Sus palabras me involucraron en su  historia desde la primera página. Al leerlo sentí como si me estuviera llevando de la mano por cada lugar que mencionaba.  Hay algunos capítulos muy duros donde habla de la miseria y también de la crueldad humana.  Justo cuando pienso que ya nada puede sorprenderme,  me encuentro con una espeluznante verdad que me deja helada y vuelve a despojarme de mi ingenuidad. A veces me pregunto cómo puedo seguir siendo tan ingenua.  Me tomó tiempo borrarme (si es que eso es posible) las imágenes de las atrocidades cometidas en los campos de trabajo de Kolymá en Siberia.

Esta lectura me ayudó a comprender más a los rusos y a sacudirme varios prejuicios. En el futuro me esperan más lecturas de Ryszard Kapuściński. Todavía no tengo idea de cómo encontraré el tiempo para leer todos los autores que quiero. Mi hambre por la lectura crece cada día más y no importa cuántos libros lea: nunca es suficiente.

Me resulta imposible no escoger entre mis lecturas algún libro de Paul Auster. Por lo menos leo un libro suyo al año. No logro explicar porqué me atraen tanto sus libros. Supongo que ha de ser por el existencialismo que compartimos y del cuál me parece imposible deshacerme, también por su forma de expresarse, por sus frases profundas, por su forma de obligarme a reflexionar, de plasmar ideas que también comparto (como si me leyera la mente) y por su forma de romperme el corazón con sus historias.

Esta vez leí Report from the Interior, una novela autobiográfica, por lo tanto no sería tan intensa como sus novelas y mi corazón no correría peligro.  La primera parte del libro me pareció un poco lenta pero disfruté muchísimo la última, la cual consiste en las cartas que le escribió a  Lydia Davis (su ex-esposa) pues fue como estar leyendo su diario y conocer a ese Paul Auster joven y enamorado, con sus sueños, expectativas y frustraciones.

Me hace feliz leer pero creo que a veces soy masoquista con las lecturas que escojo. No puedo evitarlo (y vaya que lo he intentado). José Saramago es uno de los grandes de la literatura y lo admiro mucho.  Después de darle muchas vueltas, decidí que ya había llegado el momento para leer El Evangelio Según Jesucristo. Fue un gran reto para mí leer este libro pues Saramago critica con rudeza al catolicismo y aunque no me considero católica hoy en día, yo fui educada en esa religión. Por lo tanto,  no puedo ser indiferente a sus palabras. Fue duro enfrentarme a este libro y a los sentimientos encontrados que me provocó. Sin embargo, también fue una buena oportunidad para reflexionar sobre la religión y superar ciertos miedos y culpas que traía atoradas.  Fue muy dolorosa esta lectura, fue una verdadera sacudida que me llevó a escribir un blog sobre este tema (la religión), el cual siempre trato de evitar con las demás personas. Es el único blog que he escrito al respecto y aunque me sentí un poco incómoda y un poco insegura, hacerlo me ayudó a sanar (http://wp.me/pRkkJ-1E3).

Después de este doloroso golpe, necesitaba leer algo diferente que me sacara del trance. Mi marido me dio un libro que ya me había mencionado varias veces: Noticias del Imperio de Fernando del Paso, quien nos narra la historia de Maximiliano y Carlota en México, de esos años de la invasión francesa.

Me conquistó desde la primera palabra con la voz de Carlota, encerrada en el Castillo de Bouchot, sesenta años después de la muerte de Maximiliano. Con erotismo y locura, con poesía y dolor, empieza a contarnos su historia. Mi corazón se conmovía con cada una de sus palabras.  La historia no la narra solamente Carlota, hay varios narradores que nos van dando las piezas para armar la historia del Imperio en México, son casi mil páginas para comprender este momento en la historia, para conocer al México de esa época, para mezclar  la historia con la ficción, para llenarse el alma de poesía y para acompañar a Maximiliano al Cerro de las Campanas el día de su muerte.  Son casi mil páginas para sentirse cerca de los personajes y llorar con su triste final.

Considero este libro una obra maestra, un exquisito y agridulce paseo por el México de los 1860s.  Amé este libro y, por consiguiente, a Fernando del Paso. Días después de haber terminado de leerlo, la historia seguía conmigo, seguía escuchando las voces de los personajes y seguía de luto por tan triste historia.  Me quedé tan conmovida, tan afectada, tan maravillada por este libro que me sentí un poco huérfana cuando lo terminé y me tomó un par de días decidirme a abrir otro libro. En algunos años, algún día, tendré que volver a leerlo. Lo necesito.

Ahora me tocaba escoger un libro más relajado, que no me afectara tanto, algo menos intenso y más ligero para entretenerme. Tenía justo el libro adecuado para eso. Soy fan de Star Wars (las películas) pero nunca había leído un libro sobre esta saga. Hace casi un año me regalaron Onslaught (Dark Tide #13, Star Wars: The New Jedi Order #2) de Michael A. Stackpole. Leia Organa, sus hijos y Luke Skywalker deben enfrentarse a los poderosos Yuzhan Vong. Esta historia ocurre varios años después del Regreso del Jedi. Los hijos de Han y Leia ya son adolescentes.  Me divertí mucho leyendo esta historia, fue casi como si estuviera viendo una nueva película. Me pareció un poco largo el inicio pero todo cambia cuando la acción comienza. Me di cuenta de todavía me falta mucho por conocer acerca del universo de Star Wars. Como las películas, la historia continúa y para saber el final tendré que leer el siguiente tomo (primero habrá que conseguirlo)…

Después de la fuerza y la guerra en las galaxias, regresé a la tierra con Morirás Lejos de José Emilio Pacheco. Ya había leído Batallas en el Desierto y el Principio del Placer hace algunos ayeres. Sobra decir que José Emilio Pacheco era un genio.

Morirás Lejos no se parece en nada a lo que había leído de José Emilio Pacheco. Es una laberíntica historia,  a veces muy compleja en la que tratamos de averiguar quiénes son Eme y Alguien, los personajes centrales de los cuales prácticamente no sabemos nada. El narrador nos va dando diferentes hipótesis de quienes pueden ser  y la posible relación entre ellos. Al mismo tiempo nos habla de la diáspora de los judíos  y de lo sucedido en los campos de concentración nazi.   Mientras nos cuenta o no la historia de los personajes centrales (una historia llena de enigmas y con más preguntas que respuestas)  hace una fuerte crítica a la crueldad de los seres humanos.

Me volvió un poco loca este libro. Me gustó la manera en la que Emilio Pacheco involucra al lector, juega con su mente y le hace llegar el mensaje.  Ese mensaje que no sólo llegó sino que también dolió y que no se olvida. No, nunca se olvida.

El siguiente libro que leí fue El Arte de la Resurección de Hernán Rivera Letelier. Se trata de la historia del famoso Cristo de Elqui en Chile. No me atrapó esta novela. Me sentí muy ajena a lo que sucedía en el libro. No es que sea malo pero no es mi estilo: no me gustó el lenguaje con el que se narra esta historia ni tampoco el humor. Nunca me hizo reír. Fue un verdadero alivio terminarlo. Me quedé con un muy mal sabor de boca y la enorme necesidad de encontrar un libro que llenara el vacío que me quedó en ese momento.

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Mi existencialismo ganó de nuevo y encontré el libro perfecto: Sobre Héroes y Tumbas de Ernesto Sabato. El año pasado leí el Túnel y me quedé con ganas de leer más libros suyos. Fue la mejor elección. Desde la primera página supe que caminaría por un mundo más tenebroso que el del Túnel. Lo único que sabemos al abrir el libro es que Alejandra Vidal Olmos mató a su padre Fernando Vidal , después prendió fuego a la habitación donde se quemó viva y no hay más información al respecto.

La primera parte del libro nos cuenta la historia de Alejandra y Martín, un amor obsesivo, tortuoso y destinado al fracaso: » Lo más extraño de todo era que él quería a ese monstruo equívoco:  dragón princesa, rosafango, niña murciélago».

Leer a Sabato es como estar en la playa ante un mar inquieto, sinuoso, violento y completamente oscuro. Las primeras páginas son como caminar en la arena caliente: sentir el agua oscura refresca nuestros pies y nos atrae.  Conforme pasamos las páginas, nos vamos adentrando en ese mar hasta sumergirnos en la oscuridad total donde luchamos por no ahogarnos en esas aguas tenebrosas y cuando falta poco para terminar de leer el libro, nos convertimos en náufragos en la Isla de la Desesperanza. Al leerlo me invadió una enorme tristeza que no me pertenecía.

Sobre Héroes y Tumbas es una obra desoladora, aterradora, terrible y yo, yo no podía dejar de leerla. Después de Alejandra y Martín,  sigue la historia de Fernando Vidal en el  Informe sobre los Ciegos, esta es la parte más escalofriante del libro. No sé si se pueda llamar miedo a lo que sentí, pero terminé el libro con el alma desgarrada. Una vez adentro, cuesta mucho trabajo salir de los túneles tan lúgubres de Ernesto Sabato. Después de leerlo queda la sensación de caer en un abismo sin final donde la muerte está siempre presente. Siempre. Debo ser muy masoquista porque amé este libro.

Y para finalizar con esta enorme lista, por fin encontré un libro que llevaba meses buscando: Una Introducción a Octavio Paz de Alberto Ruy Sánchez, uno de mis escritores favoritos.  Sólo me faltan dos libros para leer todas las historias de Mogador. Cuando leo a Alberto Ruy, me siento en las nubes, es como si viajara con él a Mogador.  Mi mente, mi alma y mi cuerpo se llenan de poesía y me elevo: su lenguaje es delicioso; y los lugares que describe, paradisíacos.

Aunque Octavio Paz es uno de los grandes escritores del siglo XX y  ganó el Premio Nobel, siempre me ha resultado difícil acercarme a su obra. En realidad, sólo he leído algunos de sus poemas y El Laberinto de la Soledad. Desde que supe del libro Una Introducción a Octavio Paz quise leerlo pues deseaba conocer a Paz a través de la mirada de Alberto Ruy. Pensé que tal vez su visión podría ayudarme a sacudirme los prejuicios que me han impedido acercarme a las palabras de Paz.  A veces me resulta difícil acercarme al trabajo de algunas figuras célebres y estoy tratando de cambiar eso.

Comencé muy emocionada (lo que siempre me sucede con los libros de Alberto Ruy) en un muy largo recorrido en metro. Ni cuenta me di del paso del tiempo pues estaba abstraída en la lectura, la cual tuve que continuar en la noche apenas regresé a mi casa.

Una Introducción a Paz no se trata de una detallada biografía ni tampoco de un largo ensayo sobre su obra; como su nombre lo dice, es una introducción (breve, por cierto) cuya finalidad es invitar al lector a acercarse a la obra de Paz, despertar en él la curiosidad por conocer más acerca de este grande y muy reconocido poeta, escritor, ensayista, traductor.  Conmigo este libro sí cumplió su objetivo: me dio curiosidad leer lsu obra, encontrar el camino hacia sus palabras, redescubrirlo sin mis prejuicios, sin los adornos que envuelven a algunas figuras célebres.

Mientras leía, recordé al Octavio Paz traductor, de quien tantas veces hablamos en la universidad y cuya visión de la traducción admiraba. Me gustaron mucho las palabras que Alberto Ruy Sánchez eligió para hablar de la traducción: «Traducir es poner la atención y el oficio del poeta en la otredad del mundo y al hacerla un poco propia hacerse un poco otro». Sí, así es, estoy de acuerdo con ambos.

Al terminar, cerré el libro sonriendo, todavía saboreando las palabras de Alberto Ruy, recordando mis tiempos como estudiante de la licenciatura en Traducción en la universidad y empezando a reconciliarme con las palabras de Octavio Paz.  Creo que es un buen momento para volver a leerlo y ver qué tipo de música serán para mí sus palabras ahora…

Ya sólo me faltan ocho libros para llegar a la meta que me puse este 2016.  ¿Qué libros me encontraré ahora? ¿Qué me enseñarán ahora?  ¡Muero por saberlo!

 

 

 

 

 

Me faltan ocho libros para llegar a la meta. Parte 1.

•julio 26, 2016 • Deja un comentario

Ya pasó la primera mitad del 2016 y  julio está a punto de terminar. Comencé el año con cuatro propósitos y creo que poco a poco los voy cumpliendo.  Uno de ellos fue correr medio maratón.  ¡Hace dos semanas  crucé esa meta y todavía me emociono al recordarlo! Otro propósito fue el de leer treinta libros en el transcurso del año. Pensando en ello, decidí hacer un recuento para ver cuántos libros me faltan para cumplir mi objetivo y también para estar más consciente de lo que he leído en estos siete meses.

Me hace muy feliz leer. La literatura me lleva a otros mundos, me enseña caminos que nunca hubiera imaginado, me guía en este mundo a veces tan de cabeza y me da las piezas para comprender mejor mi entorno y a mí misma. Gracias a la lectura no estuve sola en tiempos complicados ni sentí la desolación de ser un bicho raro. En los libros encuentro motivos, ilusiones, viajes y también amigos. He pasado varias noches en vela por no poder cerrar el libro que tengo en la mano. He llorado por varios personajes y he guardado luto por las muertes de algunos. Jamás olvidaré a mi Fernando Valle de la  la inolvidable Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano. Fue uno de mis héroes y me ayudó a lidiar con la primera parte de mi adolescencia. Le estaré siempre agradecida por eso.

Me propuse leer treinta libros este año y ya me faltan pocos para lograrlo. Hasta ahora llevo 22 libros y la mayoría han valido mucho la pena. He tenido buenos encuentros con las plumas de otros escritores. Me gustaría ser tan talentosa como ellos.

libros blog julio

El primer libro del 2016 fue el segundo volumen de los Cuentos de Hoffmann. Tenía muchas ganas de leerlo porque me gustan mucho los cuentos de terror, de fantasmas y de sucesos sobrenaturales. Me gustan Edgar Allan Poe y HP Lovecraft. No había tenido la oportunidad de encontrarme con ETA Hoffmann y fue un buen encuentro. Mis cuentos favoritos fueron: Historia de Fantasmas, El Huésped Siniestro, Afortunado en el Juego y Datura Fastuosa. Quizá uno no se muere de miedo al leer estas historias, pero Hoffmann es bueno creando una atmósfera sombría,  a veces tétrica, otras enigmática o ambas para sus cuentos, la mayoría de ellos impredecibles. Me gustó esa sensación de no saber qué esperar, de no poder adivinar el final de sus cuentos.

Una muy querida amiga mía quien  fue mi maestra en la universidad, me prestó uno de sus libros favoritos: El Viaje de Teo de Catherine Clèment. Es un libro muy parecido al Mundo de Sofía de Jostein Gaarder. Sofía viaja por las diferentes corrientes filosóficas; Teo por las principales religiones en el mundo. Es una lectura muy entretenida e interesante para tener un panorama general acerca de este tema. Teo recorre el mundo con su tía en busca de una cura para la extraña enfermedad que tiene y esperan encontrarla en las diferentes religiones del mundo. A diferencia del Mundo de Sofía cuyo final me desconcertó mucho, este libro me gustó de principio a fin.

El tercer libro que leí fue un regalo de mi marido: El Huésped de Guadalupe Nettel, a quien yo no había leído nunca.  No tenía idea de qué esperar con este libro y puedo afirmar que su lectura me afectó profundamente, sobre todo  el destino irremediable de la protagonista  y su relación con la Cosa. La tremenda descripción de los ciegos y su mundo me golpeó muy duro. Terminé de leer este libro muy angustiada y me quedé con mis miedos a la vista de todos. Fue tan impactante, que necesité escribir mis sentimientos y emociones al respecto de este libro en mi blog  (http://wp.me/pRkkJ-1jw). Es un hecho que tengo que leer  las otras novelas y también los cuentos de esta muy talentosa escritora mexicana.

Me escapé de la Cosa y me fui con Albert Camus.  Ya llevaba tiempo queriendo leerlo, pero por una u otra cosa no lo hacía. Leí su primer libro: L’envers et l’endroit. No importa cuánto intente rebelarme, una parte de mí siempre será existencialista y las palabras de Camus me hicieron mucho sentido.  «No hay amor por la vida sin desesperación por la vida».   ¡Qué fuerte!  Me encantó el libro y ahora tengo que leer el Extranjero.

El quinto libro que leí este año fue Bajo el Sol Jaguar de Italo Calvino y fue una delicia leerlo. Son tres cuentos estupendos, cada uno enfocado a uno de los cinco sentidos. La idea  que él tenía era hacer cinco cuentos (uno sobre cada sentido) pero la vida no le alcanzó para hacerlo. El primer cuento trata del olfato; el segundo, del gusto; y, el tercero, del oído. Me gustó sobre todo el cuento que da nombre al libro porque describe a México a través de sus sabores. No pude evitar sonreír con los sabores que conocía y desear viajar para probar los sabores que me faltaban (y todavía faltan) por conocer. Fue una muy buena decisión leer algo tan exquisito, porque necesitaría tener fuerzas para el siguiente libro que me tocaría leer.

Después de varias semanas de espera, por fin pudimos comprar La Guerra No Tiene Rostro de Mujer de Svetlana Alexiévich, la ganadora del Premio Nobel. Es un libro acerca de las mujeres que combatieron con el Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial.  La lectura de este libro fue a veces insoportable por las intensas oleadas de dolor  que me dejaron helada y con náuseas en varios capítulos. Es un gran libro pero lo que nos cuenta es tan terrible que  no pude llorar ni tampoco vomitar.   Me quebró tanta crueldad y me sorprendieron la fe y ganas de vivir de la mayoría de las mujeres sobrevivientes cuyos testimonios están en ese libro. Leerlo me ayudó a comprender mejor a la humanidad, a confirmar lo que pienso al respecto de los seres humanos: nos falta amar más y juzgar menos. Siempre amar más.  También necesité escribir un blog sobre este libro para encontrar un poco de calma, para terminar de poner en orden mis ideas y nunca olvidar lo que aprendí con esta lectura (http://wp.me/pRkkJ-1m9).

Todavía en la línea de lecturas fuertes, escogí  I Know Why the Caged Bird Sings de Maya Angelou. Es un libro autobiográfico en el cual la autora escribió sobre su infancia, sobre la violación que sufrió y cómo logro sanar y liberarse del pasado a través de la literatura. La descripción de la violación es fuerte y la historia es buena pero confieso que esperaba más. Quizá por lo que había leído acerca de esta escritora mis expectativas fueron demasiado altas.

Cayó en mis manos un libro extraordinario, una Antología de Narradores Eslovenos Contemporáneos publicada por Textos de Difusión Cultural UNAM. La traducción es de Mónica Mansour. Desde hace tiempo siento una gran inclinación por los países eslavos. Estudié un poco de checo (espero poder continuar con mis clases pronto) y ya llevo dos años estudiando polaco. Encontrarme con un libro de cuentos eslovenos me hizo feliz. La mayoría de los cuentos en esta antología son intensos, raros y con un toque  de melancolía que percibí también en la antología de cuentos polacos que leí el año pasado.  Es una literatura muy diferente a la que estoy acostumbrada a leer.  Me quedé con ganas, muchas ganas, de leer más cuentos como estos.  Mis favoritos fueron: Guitarra Eléctrica de Andrej Blatnik; Imitatio Mundi de Igor Bratož y Los Cuentos del Corazón de Feri Lainšček.

Mi novena lectura de este año fue  A Room of One’s Own de Virginia Woolf. En este libro Virginia Woolf describe la posición de la mujer en el transcurso de la historia y su relación con la escritura. No sólo me pareció interesante y enriquecedora, sino también me motivó a seguir escribiendo. Me obligó a reflexionar y a preguntarme sobre el mundo que me rodea y también sobre la situación de la mujer, principalmente la mujer escritora,  no sólo en la historia sino también en estos días,  las primeras décadas del siglo XXI.

Después de tener un buen rato sin leer a Julio Cortázar, uno de mis escritores favoritos (y también un gran poeta) me atreví a leer La Vuelta al Día en Ochenta Mundos, Tomo 1. Es una especie de collage donde Cortázar, a su muy peculiar manera, nos comparte su manera de ver al mundo, sus ocurrencias, sus  gustos.  Admiro mucho a Julio Cortázar pero acepto que a veces es muy difícil de leer.  Me costó un poco de trabajo leer este libro. Fue necesario detenerme en algunas páginas para comprender lo que estaba leyendo, descifrar algunos símbolos y desenredar algunas historias, pero valió la pena hacerlo. Mi cuento favorito fue De Otra Máquina Célibe. Me divertí mucho al leerlo, no pude evitar reírme varias veces y me encantaría tener en mi casa un Rayuel-O-matic.

El siguiente libro que leí fue otra recomendación de mi marido: La Muerte de un Instalador de Álvaro Enrigue. Comencé a leerlo un día tranquilo (no tenía traducciones pendientes) y no pude soltarlo. Me pasé todo el día leyendo hasta terminarlo.  Es la cruda historia de un instalador mediocre llamado Sebastián Vaca y el cínico millonario Aristóteles Brummell que se convierte en su supuesto mecenas, aunque en realidad es evidente que sus intenciones no son nada buenas.  Es una historia cruel y perversa, una historia de decadencia que me dejó con el estómago revuelto y la tristeza en el cuerpo; pero también una historia que me dejó el buen sabor de boca de haber leído una historia bien escrita: el mensaje llegó claro y fuerte.  La crítica a la sociedad se escucha estruendosamente. ¡Qué buen libro leí!

Ese fue el onceavo libro  de los veintidós que leí en este 2016.  Me parece que es buen momento para terminar el blog de hoy, quedan pendientes para mi siguiente blog los otros once libros que he leído hasta ahora.

Ya sólo me faltan ocho para llegar a la meta, considerando que vamos en el mes 7, no me falta tanto. ¡Creo que sí cumpliré mi objetivo!

 

 

 

Mis Primeros 21 Kilómetros (21k adidas 2016)

•julio 12, 2016 • 5 comentarios

Domingo 10 de julio, el despertador suena a las 4:30 am y abro los ojos con una enorme sonrisa. Siento las hormigas de la emoción caminando en mi cuerpo. Contrario a lo esperado, no tengo nada de sueño. Sólo quiero ponerme los tenis y estrenar la playera de éste, mi primer medio maratón.

 

No tengo miedo, a diferencia de los días pasados, desperté con la certeza de que lo voy a hacer bien y me siento ansiosa por cruzar la meta. Estoy lista para levantarme, despierto a mi marido con entusiasmo. Él no correrá pero siempre me apoya y estará conmigo en este día tan importante.

Me preparo. No quiero que nada se me olvide. Pongo el chip en mi tenis derecho y después me amarro bien las agujetas. Tomo un poco de agua y me como una manzana en el camino. Estoy  lista, estoy en forma,  me siento fuerte.

Llegamos a Reforma, a la Torre Mayor poco antes de las 5:30. Al ver a los corredores mi estómago enloquece; siento cosquillas como si estuviera en la parte más alta de una montaña rusa justo antes de bajar. Tengo que ir al baño. Voy una vez más antes de lograr calmarme.

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Lista para los 21k de Adidas.

Todavía no amanece y disfruto esta oscuridad iluminada. Estoy cerca de la salida y en unos minutos justo en ese lugar comenzará mi carrera.  Mi marido me da ánimos, yo no puedo mantenerme quieta. Comienzo a calentar para relajarme…

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Reforma, Torre Mayor. 21k Adidas

Ya son las seis. Ya los corredores podemos acomodarnos en el bloque que nos corresponde. Comienza el calentamiento. Intento seguirlo pero a veces platico con  mi amigo que acaba de llegar y quien lleva años corriendo.  Mi marido me da ánimos. Me siento segura y confío en mi entrenamiento. Tengo la certeza de que lo haré bien pero no puedo evitar estar un poquito nerviosa.

Ya pasan de las 6:20, me acomodo los audífonos y pongo mi música en el celular. Espero impacientemente a que den las 6:30…

Todavía no amanece cuando empezamos a correr. Soy adrenalina, soy fuerza, hoy soy corredora. La música me ayuda a concentrarme. Llegará el día en el cual me atreva a correr sin música, pero todavía no estoy lista para eso. Miro los árboles a mi alrededor y acelero un poco el paso, consciente de que debo administrar bien mi energía.  Cortarme el pelo fue una buena idea: me siento más cómoda y, sobre todo, ligera. Avanzo  y mi entusiasmo me da energía.

Es una mañana fresca y tengo viento en todo mi cuerpo. Mis brazos están fríos a pesar del movimiento. Soy afortunada por poder correr en calles normalmente muy transitadas. Esta mañana los corredores somos los dueños y no hay semáforo que nos detenga: las calles de Reforma y Chapultepec son nuestras. Disfruto la vista como si fuera extranjera, como si fuera la primera vez que paso por estos lugares. Voy tan concentrada en todo lo que veo, en no perder el ritmo que ni siquiera me doy cuenta de que ya llevo casi dos kilómetros. Voy feliz, la música me inspira.

El cielo se tiñe de color rosa y la luz aparece: el sol nos saluda. ¡Qué privilegio recibirlo corriendo! Ya estoy llegando a los cinco kilómetros. Paso por lugares que visitaba en mi  infancia. Estoy cerca del Castillo de Chapultepec. ¡Qué ganas de visitarlo de nuevo!  Todavía me falta mucho camino pero no estoy cansada. Mis piernas están bien. La música me incita a aumentar mi velocidad.  Tomo agua en el kilómetro seis.

Estoy tranquila, sólo me preocupan las subidas que vendrán más adelante. No entrené en subidas y varias personas me dijeron que el recorrido de este medio maratón es muy pesado. Recuerdo las palabras de mi hermano quien me dijo que no tendría ningún problema, que quizá debido a las subidas el recorrido sería un poco más cansado pero nada que no pudiera superar.  Cuando corrí 10 kilómetros en el estadio de CU, también me preocupó la subida, pero nunca la sentí, hasta pensé que me habían cambiado la ruta. Mejor me olvido de las subidas y sigo concentrada en administrar bien mi energía.

Es increíble, ya llevo ocho kilómetros y no estoy cansada, mis piernas responden bien y no me duelen las corvas.  Estoy en armonía con mi cuerpo y conmigo misma. Mis ideas fluyen libremente y voy atenta al camino. Disfruto mucho todo lo que veo. Me encantaría tener mi cámara en la mano y tomar miles de fotografías, pero no puedo hacer ambas cosas al mismo tiempo. Mi ciudad es muy hermosa y soy muy afortunada por poder gozarla de esta manera: en paz y sin el estruendo de la vida cotidiana.

En el pasaporte decía que las subidas empezaban a partir del kilómetro ocho. Estoy fuerte y avanzo con buena velocidad. Nada, ni las subidas pueden detenerme. Junto a mí pasa un corredor cuyo objetivo es terminar la carrera en una hora con cincuenta minutos. Lo sé porque lleva en la espalda un letrero que lo anuncia. Me siento motivada por ese letrero y aumento mi velocidad para correr junto a él. Mientras mi cuerpo me lo permita y no me sienta cansada puedo ir a su paso. ¡Qué libre me siento!

Tomo agua antes de llegar al kilómetro diez. Voy al lado de mi corredor elegido. Escogí bien la música para esta carrera. Estoy inspirada y tengo ganas de cantar. Sonrío: acabo de pasar el kilómetro once y me siento como nueva. Ya voy a la mitad del camino. Ya quiero ver el lago. ¿Cuánto me faltará para llegar?   Sé que ya falta poco. Lo busco. Sigo al lado de mi corredor elegido.  ¡Soy invencible!  Y entre los árboles, se asoma el lago. ¡Ya falta poco! Ya quiero pasar los árboles y estar cerca del agua, mi espíritu de sirena se despierta…

¡Por fin voy corriendo alrededor del Lago Mayor! Es muy temprano y veo asombrada como sus aguas se evaporan con el sol. Estoy maravillada.  Si no estuviera en la carrera, me quedaría ahí un rato, admirando tanta belleza.  Tomaría todas las fotos que me permitiera mi cámara pero hoy no es el día para hacerlo. Todavía voy al ritmo de mi corredor elegido. ¡Ya llevo catorce kilómetros! ¡Ya llevo dos terceras partes del camino! Ya falta poco. Tomo agua y dejo ir al corredor, ya debo bajar la velocidad. Mi reto esta vez es terminar la carrera, la próxima vez el reto será mejorar mi tiempo.

Voy bien. Sigo avanzando. Empiezo a sentir dolor en la corva derecha. Suspiro. Bajo la velocidad por el tiempo que sea necesario. Soy más fuerte que el dolor. Me visualizo en la meta. No me detengo. Pienso en el cielo, en los árboles, en el milagro de poder vivir este momento y cuando me doy cuenta ya estoy corriendo sin dolor. Aumento la velocidad, me concentro en llegar a la meta.

Hay una enorme pantalla para llegar al kilómetro dieciséis. Me sorprende verme en esa pantalla, no puedo evitar reírme ante algo tan inesperado.  Al ver el número 16 levanto las manos y sonrío muy emocionada. El conductor que está junto a la pantalla, me echa porras. Estoy realmente entusiasmada, tanto que aumento la velocidad y avanzo suspirando, con la boca abierta.  Me doy cuenta porque un corredor muy amablemente me aconseja que cierre la boca y respire despacio. Me lo repite para cerciorarse de que lo escucho. Le doy las gracias sonriendo y sigo su consejo. Me concentro en mantener la boca cerrada y respirar adecuadamente. Me viene bien.

Otra cosa que me gusta mucho de correr, es el ambiente de solidaridad y compañerismo entre corredores. Hay quienes se preocupan, quienes echan porras, quienes dan consejos, quienes enseñan, quienes acompañan.

Tomo agua. Estoy sudando. No me detengo. El último tramo es el más difícil.  Tengo calor a pesar del viento. Corro. Las personas en la ruta nos echan porras. Agradezco de todo corazón cada palabra, cada sonido de las matracas, cada aplauso, son para mí una inyección de energía, un impulso para seguir adelante y no desistir.

Hay personas dando a los corredores esponjas húmedas.  Cuando las veo no entiendo para qué son, pero veo a los corredores que van adelante de mí mojarse la cabeza con ellas. Tomo una y me la exprimo en la cara. El alivio llega al instante. Me parece eterno el camino para llegar al kilómetro dieciocho pero yo no me detengo. ¡No me detengo!

Se acabaron las subidas y confieso que no me pesaron; me costaron más trabajo las bajadas. Mi cuerpo está bien y  mis piernas como nunca, pero mi mente comienza a desesperarse. Este el reto más grande de las carreras (al menos para mí):  evitar que la mente que se dé por vencida. No puedo perder la concentración. Acelero, sólo acelerando podré llegar más rápido a la meta. Para mi buena suerte, ahora toca escuchar una de mis canciones favoritas de Depeche Mode, eso me anima.  Siento escalofríos al llegar al kilómetro diecinueve. ¡Ya sólo me faltan dos kilómetros!

Si pude correr diecinueve, sin lugar a dudas puedo correr dos más. Tengo ganas de gritar pero me contengo.  Las personas a nuestro alrededor nos echan porras y nos señalan el camino a la meta. Tengo que ir más rápido. ¡Vamos, piernas, muévanse! ¡Muévanse! Si me pareció eterno el kilómetro dieciocho, me quedo sin palabras para describir el diecinueve. Avanzo, avanzo, avanzo y nunca acaba. Estoy a punto de perder la paciencia. Aumento mi velocidad en medida de mis posibilidades. Eso me ayuda. De mi lista de canciones, ahora sale la de «I’m sexy and I know it» de LMFAO. Cuando hice la lista, escogí esa porque además de movida (y de que me hace reír), me recuerda a mis adolescentes. Me causa gracia que salga esa canción justo en este momento.  Por fin llego al kilómetro veinte.  ¡Estoy a un kilómetro del camino! ¡Un kilómetro!

Ya no sé que hay a mi alrededor. No tengo idea de dónde estoy.  Lo único que deseo es llegar al kilómetro veintiuno. Lo único que veo es el camino ante mí.  Las personas alrededor nuestro gritan emocionadas. Nos dan ánimos y nos señalan la meta que todavía no logro ver. Ya falta menos. Se distinguen unos globos, me gustaría pensar que es la meta pero tengo la certeza de que no es así.  Estoy ahí y no he llegado al final todavía, pero ya sólo faltan quinientos metros.  Empiezo a emocionarme como nunca.  Llego al siguiente letrero: 400 metros. Estoy pasmada, incrédula y me dan ganas de llorar, muchas ganas de llorar, muchísimas ganas de llorar.  Tengo que seguir avanzando. Es tan intenso mi sentimiento que no logro respirar bien. La emoción me está sofocando. Todavía no puedo creer que lo voy a hacer. ¡Voy a llegar a la meta!

Me faltan trescientos metros.  Me obligo a calmarme, me trago el llanto, controlo mi respiración y aumento la velocidad lo más que puedo.  Paso los doscientos metros y sigo adelante. Mi estómago está lleno de mariposas y murciélagos inquietos. ¡Me faltan cien metros! La meta me espera. Corro libre. Corro feliz. Corro sonriendo. Corro. Cruzo la meta con las manos en alto. Tengo escalofríos en todo el cuerpo. Soy 1.78 metros de felicidad y agradecimiento. Quiero abrazar a alguien. Cruzo la meta con ganas de saltar. Me sonríen los conductores que están recibiendo a los corredores.  Les sonrío de regreso. Me siento todopoderosa. Estoy conmovida. Estoy extasiada. Estoy incrédula. Estoy loca, completamente loca.

 

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Meta. Adidas 21k

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Meta. Adidas 21k.

¡Hice casi veinte minutos menos de lo que tenía contemplado! ¡Casi veinte minutos menos! ¡Estoy eufórica! ¡Quiero más! Sigo caminando para recuperarme.  Me tomo fotos con la meta de fondo. Respiro profundamente. No me duelen las corvas, no me duele nada: estoy entera.  Es una sensación infinita de bienestar la que me invade en este momento. Miro al cielo y doy gracias por este medio maratón, doy gracias por estar aquí llena de vida.  Doy gracias a mi cuerpo, sobre todo a mis piernas y espalda por aguantar esta locura. Me siento la persona más afortunada del planeta.

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21k Adidas. Después de la meta. 🙂

Tomo el agua que me dan en la zona de recuperación y miro con admiración la medalla que ahora llevo en el pecho. Me tomo una foto con ella, simboliza mi llegada a la meta, mi largo camino de 21 kilómetros.

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21k Adidas. ¡Mi primer medio maratón! 🙂

Camino más despacio y sigo tomando agua. Le llamo a mi marido para avisarle que ya pasé la meta. Allá me estaban esperando él y mis adolescentes, pero no me vieron pasar ni yo tampoco los vi a ellos.  Acaricio la medalla y me como un plátano. Miles de corredores se toman fotos contentos.  Miles de corredores logramos llegar a la meta. Miro a la Diana Cazadora con una enorme sonrisa. ¡Qué bello es Reforma! No sé si tomar fotos, llorar o reír.  Creo que quiero hacerlo todo. Pienso en mi familia y en el amor de las personas a mi alrededor. Su fe en mí me dio fuerza en los momentos difíciles y me ayudó a superar mis miedos.

 

No, no puedo tomar fotos ahora ni tampoco reír ni llorar. No puedo creer que corrí 21 kilómetros y estoy de pie, sin dolor, con ánimo de seguir. Tal vez al rato sólo querré mi cama pero ahora me lleno de sol y de viento, admiro mi ciudad hermosa y contemplo a la Diana Cazadora mientras espero a mi familia…

 

 

 

La Palabra Mágica es Confianza

•julio 8, 2016 • Deja un comentario

Ayer recibí el correo con las indicaciones para el Medio Maratón de Adidas que se llevará a cabo este domingo. Lo primero que sentí fue un enorme vacío en el estómago. No pude evitar preguntarme si estaba haciendo lo correcto y necesité tomar un poco de aire para calmarme. Es mi primer medio maratón y estaba muy nerviosa. Sentí miedo y dudé de mi capacidad para lograrlo. ¿Realmente estaba preparada para hacerlo o se trataba de una locura?

rutaadidas

Ruta ADIDAS 21 k

Entonces me vino a la mente una palabra mágica pero, para mí, muy difícil de asimilar: confianza. Uno de los más grandes retos en mi vida ha sido aprender a confiar en mí misma, tener confianza en mí.

Desde muy pequeña me dominó esta sensación de no poder hacer las cosas, como si no estuviera en mis manos realizar algo con éxito. No sé si fue por ser zurda en una  época en la que todavía no era del todo aceptado: en la escuela nunca me amarraron la mano para obligarme a escribir con la derecha, pero los maestros me hacían la vida de cuadros por hacer mal la letra  y tanto maestros como compañeros se burlaban de mí por lo mal que cortaba las cosas (obviamente no se hablaba de tijeras para zurdos en ese entonces). Además tampoco era buena en los deportes (ni en voleibol ni tampoco en baloncesto), por lo que nadie me quería nunca en su equipo. Era muy tímida y hablar en público me daba terror. De los exámenes, mejor ni hablemos, me quedaba paralizada por el miedo, por la inseguridad, por la certeza de que no sabía nada.  En secundaria saqué cero en un examen bimestral de civismo porque no pude superar el terror que le tenía a la maestra.  Lo peor fue en la prepa: sólo tuve un extraordinario el último año (de física) porque a la hora de los exámenes, a pesar de las clases particulares que tomaba dos veces a la semana y de haberles explicado física a algunos amigos, me quedaba en blanco y me resultaba imposible contestar bien.  Me fui a extraordinario por convencerme de que no podía pasar el examen, por dudar de mis conocimientos, de lo aprendido en las clases particulares.  Ese duro golpe me ayudó a mejorar un poco.  Cuando por fin me animé a manejar, me repetía todos los días cuando me subía al coche: «Si los demás pueden, yo también puedo. Si los demás pueden, yo también puedo. Yo también puedo. Yo puedo». De todas formas, las primeras veces que mis papás me soltaron el coche, sentía que me moría.  A pesar de todo, aprendí.  Hoy en día manejar es una de las muchas cosas que he logrado realizar con éxito.

Poco a poco me fui sintiendo más capaz de hacer las cosas y más segura de mí misma.  Obtuve buenas calificaciones en los ocho semestres de la carrera en la universidad. Sin embargo, me olvidé de la confianza cuando llegó la hora de hacer el filtro para poder presentar el examen global de conocimientos para titularme. A la hora de hacerlo me sentí inútil, ignorante, tonta, incapaz de resolverlo y, por supuesto, lo reprobé.  Tuve que esperar un semestre para poder volver a hacerlo. ¿Y por qué me pasó eso?  Por dudar de mí, por menospreciarme, por permitir que el miedo me paralizara, por no sentirme segura de mis conocimientos. Prometí que no volvería a dejar que eso me pasara y en los años siguientes me fui reconstruyendo repitiéndome diario las siguientes frases: «Yo puedo. Yo sí puedo. Nada es imposible».

El camino ha sido doloroso y largo también, con sus respectivos tropezones y lágrimas, pero también con la satisfacción que da saber que sí puedo lograr lo que me propongo. Nada me detiene cuando confío en mí misma y trabajo para cumplir mi objetivo. Eso es lo que necesito tener bien presente en momentos como éste, cuando los nervios intentan dominarme. Es ahora que me siento vulnerable cuando debo confiar en el camino recorrido,  en lo que he aprendido, en lo que soy capaz de hacer, en mi fuerza.

Para un examen final hay que prepararse,  estudiar  durante el ciclo escolar.  El mero día ya no hay nada que hacer, excepto tomarlo con calma y confiar en lo que sabemos; nos cobijamos en la seguridad que nos da estar preparados, haber estudiado bien. De la misma manera, para esta carrera tuve que prepararme mucho.  Han sido meses de entrenamiento, de ampollas en los dedos de los pies, de sentir dolor en las piernas, de cambiar de hábitos alimenticios, de quedarme sin aliento pero también de sentir satisfacción al lograr correr 18 kilómetros y terminarlos con una fuerte sensación de bienestar. He trabajado arduamente por llegar a este momento. No estoy actuando por impulso ni tampoco espero a que suceda un milagro porque nunca entrené.

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Después de correr 18 k

Es en estos momentos cuando debo mirarme al espejo y sonreír, reconocerme en él y confiar en mi cuerpo, confiar en estos meses de aprendizaje y entrenamiento. Hoy es día de mirarme al espejo y decirme con fe y convicción: Yo sí puedo. ¡Claro que puedo!

Ahora, dos días antes del gran evento, escucho música, preparo mi playlist para la carrera, tomo las cosas con calma, relajo mi cuerpo y me echo porras.  Me siento más tranquila que ayer. Esta mañana por fin pude ir a cortarme el pelo y me siento más ligera. Necesitaba este pequeño cambio para levantar mi autoestima.

Si en la vida he logrado hacer realidad muchos sueños no ha sido sólo por mi tenacidad, dedicación y esfuerzo, sino también porque he aprendido a confiar en mí, a creer en mi capacidad para hacer las cosas.

No soy un fracaso. Hasta ahora me las he arreglado para llegar, siempre llegar, a la meta. No, no debo estar nerviosa, sólo debo confiar y seguir el camino que me he trazado.

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Viveros

 

 

Pluma Rota

•junio 21, 2016 • 1 comentario

Rasgaste las hojas y rompiste la pluma. Tus garabatos y frases inconclusas acabaron en el bote de basura.  No hay poesía en tu batalla contra las hojas en blanco. Tampoco hay poesía en tu falta de confianza ni de valor.  Ni mucho menos la hay en tu cuaderno vacío de palabras.

Si tan sólo pudieras escribir todo lo que piensas cuando no tienes la pluma en la mano, el mundo que inventas cuando caminas por las calles, cuando viajas en el pesero, cuando te mueves de un lado a otro en la alberca, cuando los enigmas se resuelven y tú te sientes bien.

Es al momento de llegar a casa y tomar la pluma cuando todo parece esfumarse. Lo que antes te pareció brillante ahora te parece absurdo e insignificante. Una vez más te agobia esa sensación de no tener nada que decirle al mundo. No te pareces a los grandes escritores que tanto admiras y que tanto han cambiado tu vida. A veces te frustra  no poder mostrar tu mundo a los demás como lo hacen  ellos; pero, ¿cómo vas a hacerlo si en lugar de intentarlo siempre menosprecias lo que llevas dentro?

¿A quién podría importarle tu sirena desgarrada o tu luna de agua? ¿Quién te ayudaría a buscar flores para las hadas de tu jardín? ¿Quién vería tus fantasmas y seguiría contigo?

Te sientes un lugar común de ideas sin sentido y de palabras inútiles. Por eso no puedes compartir tu música con la pluma y ella se mueve sólo en círculos y líneas rectas, ambos vacíos de significado.

Miras a la hoja y te golpea el desconcierto. Estás llenas de candados. Un día los creaste para defenderte y después olvidaste como abrirlos. Te deshojas como la dalia después de la lluvia. Tus pétalos se desvanecen. Te desmoronas.

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Dalia

¿Por qué no puedes creer en tus historias?  ¿Por qué censuras a la pluma? ¿Por qué insistes en callarte?

Te duele la espalda. Te duelen las nubes que te impidieron ver la luna de fresa. Te duele la lluvia que te empapó las pantuflas, congeló tus pies y te obligó a regresar a los brazos de Morfeo. Te duelen las páginas que has desperdiciado por miedosa. ¿Cuándo dejarás de avergonzarte?  ¿Cuándo dejarás de juzgarte?

La llegada del verano te cubre de melancolía. Te sientes gris después del día más luminoso del año. Gris como las nubes que ya están listas para escupir su tormenta. Miras tu cuaderno, te enojas, gritas y después lloras. Tiras la pluma que rompiste y buscas una nueva. Ya no quieres preguntarte nada. Sólo deseas encontrar la melodía adecuada para que la pluma baile. Necesitas sus palabras para seguir respirando, para no secarte, para florecer de nuevo.

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Antes de la lluvia

¿A quién podrían importarle tus noches sin grillos o tus arco iris sedientos? ¿Quién querría encontrarse con tus pesadillas? ¿Quién se quedaría despierto leyendo tus cuentos?  No lo sabes, tal vez muchas personas; tal vez nadie nunca.  No tendrías que preocuparte por eso. Cuando escondías tus palabras en el cajón no te importaba: escribías para ti y eras libre. ¿Por qué permitiste que eso cambiara?  Sacarlas del cajón no cambia nada, sólo te hace valiente.

Rasgaste las hojas y rompiste la pluma. Tus garabatos y frases inconclusas acabaron en el bote de basura. No hay poesía en tu batalla contra las hojas en blanco.  Sin embargo, no te levantas de tu lugar ni abandonas tu cuaderno. Tomas la pluma.  No desistes. Los necesitas para seguir adelante.  Después de los garabatos y la intensa lucha, sobrevivirán tus palabras que danzarán con la pluma y quizás en esa danza si haya poesía.

 

Lluvia Roja

•junio 14, 2016 • Deja un comentario

Mis grillos aún están ausentes. La única música que se escucha es la de la lluvia. El viento suspira y las gotas bailan suavemente.  Me imagino afuera, mojándome como cuando era niña y riéndome del frío,  de la humedad, de las personas que me miran  asombradas o molestas.

Llueve. Me imagino descalza y corriendo, el pasto me hace cosquillas y tengo los pies llenos de tierra.  Encuentro un lugar que me gusta, me detengo y extiendo los brazos. Me quedo quieta, quiero empaparme. Quiero que la lluvia penetre en mi cuerpo y me seque las ganas de llorar, me lave el dolor, me haga cantar. Quiero que me ayude a no extrañar a mis grillos.

Llueve y busco en el agua la claridad que no encuentro en la tierra.  Quiero que la lluvia me esconda, me proteja, me abrace, me arranque este desconcierto, esta impotencia, esta pesadilla que no se borra al abrir los ojos, esta violencia que nunca desaparece.

Llueve y le pido a la lluvia que borre mi falta de fe en los seres humanos, que me empape de amor y también de perdón, también de perdón.

Desde hace varios días o semanas me he encontrado publicaciones y comentarios de rechazo y violencia hacia las personas con inclinaciones sexuales diferentes, publicaciones en contra de ellas, de los matrimonios igualitarios, de darles la oportunidad de adoptar. Muchas de estas publicaciones y comentarios incluían juicios, condenas y agresiones.  Enojada y también muy triste, me pregunto: ¿Por qué tanta violencia contra  los seres humanos que son considerados diferentes? ¿Por qué tanto odio, faltas de respeto e intolerancia?  En ese momento guardé silencio mientras buscaba una manera constructiva de expresarme.  Y, de pronto, cayó un diluvio de balas en un bar gay en Orlando; un diluvio imparable que silenció los latidos de cincuenta corazones e hirió a cincuenta y tres más; un diluvio nacido del odio, del resultado de tantos prejuicios, juicios, discriminación, dogmas y miedo. Una vez más en este mundo se perdieron vidas inocentes y la tragedia todavía no termina.

No me atrevo a escribir los comentarios que leí o las cosas que escuché de personas que celebraban esta masacre, palabras que hablaban de seres humanos como si fueran una plaga que hay que exterminar. No, de mi pluma no saldrán esas palabras de odio. No entiendo como hay personas capaces de alegrarse por tragedias como ésta, por el sufrimiento de otros seres humanos.

Llueve afuera y dentro de mí cae un estruendoso aguacero. El odio mata y se extiende, toca la puerta de varias personas quienes sin dudarlo le dan la bienvenida. Cada vez que eso sucede algo muere en mí y me siento como cuando tenía catorce años que deseaba vivir en una cabaña lejos de la humanidad, de las personas crueles e inhumanas; sin embargo, no puedo volverme ermitaña porque una parte de mí necesita amar a la humanidad, no perder la fe en ella.

Llueve lluvia roja. Mi espíritu se quiebra.  Recuerdo a mi querido amigo, quien vive lejos. Tengo presente su llamada hace muchos ayeres para decirme que era gay, para preguntarme si quería seguir siendo su amiga, si seguía siendo bienvenido en mi casa (estábamos planeando su visita a México), si no estaba enojada con él por eso.  Me quebró su angustia, el rechazo que estaba viviendo en su país, su miedo a que yo le cerrara las puertas sólo por ser quién era. No tenía que explicarme nada ni mucho menos justificarse. Estuve ahí para él como lo sigo estando ahora, como lo estaré siempre.

Llovió lluvia roja cuando mi amigo salió del clóset (Nadie tendría que vivir ahí, escondido, fingiendo para ser aceptado, para no sentir miedo, para no ser rechazado sólo por ser diferente) y se enfrentó al rechazo. Eso le ha costado serias depresiones, soledad y dos intentos de suicidio.

 

Llueve lluvia roja cuando la «sociedad heterosexual perfecta» etiqueta a las personas que no son heterosexuales, las aisla, las juzga, las arrastra a un mundo de juicios, rechazo y violencia, condenándolas a un exilio de sufrimiento, soledad y miedo.  Me niego a usar las palabras gay, homosexual, lesbiana, etc. porque generalmente se usan para discriminar y hacer daño. Ni heterosexual ni homosexual ni nada: todos somos seres humanos.

LLueve lluvia roja cuando mis amigos viven con miedo al rechazo y, mucho peor, a la violencia. Algunos han recibido insultos y también amenazas de golpes. No siempre tienen la libertad para caminar de la mano de la persona que aman.  Las pequeñas cosas que muchos damos por hecho, para ellos son una cruenta batalla y, en ocasiones, una guerra perdida.

Llueve lluvia roja cuando se usan los clósets para esconder a las personas, cuando les ponen una máscara de heterosexuales a las personas para que puedan ser normales. ¿Quién dice que todos los seres humanos tienen que ser iguales? ¿Quién dice que es correcto y aceptable pisotear a quien no lo sea? ¿Si a la mayoría de las personas nos gustara el color azul sería aceptable rechazar a los que prefirieran el verde? O, peor aún, ¿sería aceptable alegrarnos de su muerte?

Diluvia sin sol y los arco iris brillan por su ausencia. No hay belleza.  Los juicios y prejuicios ennegrecen vidas, borran sonrisas y sólo traen soledad y miedo. Es más fácil juzgar a quienes nos rodean que enfrentarnos al espejo y responsabilizarnos de nuestras acciones. Es más fácil lanzar piedras que recibirlas. Es más fácil odiar, siempre es más fácil odiar  que respetar y amar.

Diluvia sin sol. Me pregunto si hay esperanza.  En este océano de odio y miedo busco un velero de amor y tolerancia.  Tengo sed de un abrazo y hambre de paz.  Necesito creer que el amor es más fuerte que los prejuicios, que en el fondo los seres humanos no somos tan crueles; sin embargo, este inmenso dolor que tengo adherido al cuerpo me dice lo contrario.

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Llueve y le pido a la lluvia que me muestre el lugar de los arco iris radiantes; ese lugar donde el sol convive con la luna y la noche abraza al día, donde el blanco sí se mezcla con el negro y todos los colores son hermosos.

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Llueve y busco en el agua el respeto que no encuentro en la tierra. Quiero que la lluvia me limpie, moje mi amargura hasta que desaparezca, empape mi garganta hasta encontrar las palabras de aliento que tanta falta me hacen ahora, que humedezca mi corazón para ayudarlo a perdonarme, a perdonarnos a los seres humanos, a reconciliarme con esta humanidad a veces tan destructora.

Me imagino acostada en el pasto, descalza y con los brazos extendidos, toda cubierta de lluvia, llena de viento y rodeada de mis grillos dedicándome un concierto en un mundo donde todos valemos lo mismo, donde todos somos libres de escoger nuestro camino, nuestro color favorito, nuestro destino y donde todos podemos abrazar y ser abrazados sin importar nuestras creencias, nuestros sueños, nuestra estatura, nuestro origen, nuestra inclinación sexual, si somos ricos o pobres, zurdos o diestros.

Me imagino ese mundo donde estoy mirando a un cielo de arco iris brillantes y sonrientes que me pinta con todos los colores, donde nos abrazamos a la naturaleza y somos felices, muy felices…

Ojalá podamos crear ese mundo. Ojalá.

Duelos, ardillas y diez kilómetros.

•junio 6, 2016 • Deja un comentario

LLueve y mientras escucho la lluvia, habla mi pluma. Después de una semana de mucho trabajo y dormir poco, por fin tengo la oportunidad de estar conmigo misma y expresarme. En este momento de paz, me pongo cómoda, cubro mis rodillas para protegerlas de la humedad y me enfrento al cuaderno que tengo en mi regazo.

Muy temprano en la mañana recibí la noticia de la partida de un ser querido. Lo primero que hice fue subir a la azotea para mirar el cielo y llorar. Las despedidas siempre son tristes y aunque morir es algo natural, la muerte siempre nos duele a quienes seguimos vivos. A pesar del sol y del cielo hermoso, para mí fue una mañana gris, una mañana de melancolía, de pensar en la persona que partió y hacerme preguntas que nunca tendrán respuesta. Me tomó varios minutos reponerme y seguir con lo que tenía planeado para esa hora: ir a correr a los Viveros. Me tocaba correr diez kilómetros y debía hacerlo para seguir avanzando hacia mi meta de correr medio maratón en un mes.

 

El sol no estaba tan intenso como otros días, fue una mañana ligeramente fría. Hice mis estiramientos y comencé a trotar primero.  Necesitaba conectarme con mi cuerpo, encontrar el equilibrio. Tenía el llanto atorado en el pecho.  Comencé a avanzar y quería gritar, quería rebasar a todos los corredores que iban adelante de mí, quería dejar de sentir.

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Viveros, Coyoacán

Comencé a adquirir velocidad y eso era lo que  necesitaba para despejar mi mente.  No podía dejar de pensar en la muerte: la muerte vida, la muerte ausencia, la muerte miedo, la muerte siempre y junto con ella los recuerdos de la persona que ha partido, la sensación de su ausencia, la incapacidad de asimilar que no volveremos a verla, la casi insoportable necesidad de encontrar su sonrisa en el cielo, la imagen de la última vez que la vimos, el sonido de la última plática y la certeza de que ya no habrá otra.  Fue una despedida más que me recordó lo efímero de nuestra existencia, lo vulnerables que somos, lo corto que es nuestro camino.

Después del primer kilómetro me liberé de prejuicios y salieron los suspiros que antes intentaba contener. Hubo quienes me voltearon a ver como si fuera un bicho raro pero yo seguí adelante. No sólo me resultaba imposible correr en silencio sino que suspirar me daba alivio. Eso era lo que necesitaba en esta mañana de reflexión y existencialismo, de vida y muerte, de aceptación  y  de dejar de buscar respuestas.  Sentir la velocidad me ayudó a manejar la intensidad de mis emociones. Aceleré el paso de acuerdo con mi capacidad y me llené de viento. Me vino a la mente una canción de Gloria Trevi que me gustaba mucho en la adolescencia: «Hoy me iré de casa corriendo descalza, a ver quién me alcanza, a ver quién me atrapa»…  No iba descalza pero me imaginaba cómo sería estarlo, cómo sería sentir la tierra en las plantas de los pies…Y entonces lloré. Lloré por la muerte que llegó.  Correr, llorar y sentir mi corazón moverse; también,  a pesar de todo, sentir la libertad para seguir avanzando, para ser yo misma, para llenarme de viento, para tener valor.

La muerte no es algo oscuro y aunque resulta difícil entenderlo, también es parte de la vida, también nos enseña y nos ayuda a darle sentido a nuestro mundo.  No hay vida sin muerte ni viceversa.  No me asusta la muerte, lo que me pesa es la ausencia que nos deja, el vacío que se queda en su lugar, la angustia de no poder abrazar de nuevo a la persona que se ha ido.  Me sentí muy aprehensiva. Crecer no sólo nos acerca a nuestra propia muerte sino también a la de nuestros seres queridos y nunca estamos preparados para eso.  Necesité correr más rápido sin excederme, sin perder el ritmo. Me llené de árboles y cielo. Casi pierdo el equilibrio con una ardilla que se cruzó en mi camino y se detuvo justo frente a mis pies; sin embargo, seguí adelante, siempre adelante.

Le di su lugar a la muerte pero me abracé a la vida. Me despedí una vez más y di las gracias por los momentos vividos, por los recuerdos que permanecen. No hay muerte mientras alguien nos recuerde. Al final todos seremos eso: recuerdos de las personas que nos amaron.  Mi llanto se hizo un poco más fuerte. Me detuve sólo unos segundos a tomar un poco de agua para refrescar mi garganta que ardía. Seguí adelante. Corrí mientras mi llanto se acomodaba. Mi tristeza se extendió y me obligó a enfrentar otro duelo que he  mantenido en silencio. Mientras tanto, mi cuerpo ya había encontrado la música de esta carrera y yo sentía cada movimiento. He aprendido a conocer mi potencial y también mis límites, a comunicarme con mi cuerpo. Por primera vez desde que corro estuve consciente de la velocidad y me resultó más natural cambiar de velocidad hoy cuando necesitaba unos minutos para recuperarme.  Comencé a vivir los frutos de mi entrenamiento, constancia y esfuerzo. Llevaba más de seis kilómetros y no estaba cansada.

Ese ritmo me ayudó a seguir avanzando cuando resurgió ese otro duelo que llevaba en mi vientre, mi vientre vacío.  En mí había otra perdida de algo que no pudo suceder: la oportunidad de tener dentro de mí el milagro de la vida, de convertirme en madre biológica, de cargar a mi bebé en brazos. ¡Cómo me ha dolido ese deseo no cumplido, ese vacío infinito, ese sueño que no se concretó! Creí que estaba bien, que ya me había despedido de ese sueño, pero en ese momento no lo estaba y mi duelo de la muerte se combinó con el duelo de esa vida que no fue posible concebir, ese embarazo que nunca existió y mis entrañas lloraron conmigo. Entonces tuve calambres en el abdomen y mis lágrimas fluyeron libremente.  Alcé los brazos, suspiré, casi grité y dejé que ambos duelos emergieran mientras mis pies seguían corriendo hacia la meta, firme en mi voluntad y manteniendo mi velocidad.

Ya me faltaba poco para terminar de entrenar y seguía pensando en esa vida que no pude crear, en el rostro que alguna vez imaginé abrazar, en las conversaciones imaginarias que tenía con mi futuro hijo para invocarlo cuando estaba buscando embarazarme. Todavía había agua en mis ojos cuando me vinieron a la mente mis hermosas adolescentes como esos pequeños cupidos que fueron hace algunos ayeres cuando hacían todo lo posible para que su papá y yo estuviéramos juntos. Esas pequeñas niñas que me abrieron su corazón y me convirtieron en su madre. No les di la vida, pero sí les di (doy) todo mi amor. Pensando en ellas liberé a mi vientre del sueño vacío y los calambres desaparecieron. Todo estaría bien.  Seguí corriendo a buena velocidad. Mis rodillas estaban en buenas condiciones y mi cuerpo reaccionaba bien. Los últimos metros los corrí sonriendo. Hasta ahora ha sido mi mejor tiempo: corrí esos diez kilómetros más rápido que nunca. Todavía necesito mejorar y me falta mucho por aprender, pero lograr eso me dio ánimos. Caminé despacio hacia la salida.  Me fui admirando los árboles, las ardillas y el cielo. Una ardilla me dejó fotografiarla.  Ya no hacía frío y mi cuerpo me aguantó el paso.

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Viveros, Coyoacán

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Viveros, Coyoacán

No  voy a mentir diciendo que ahora me siento feliz, que la tristeza ya  se desvaneció porque se necesita tiempo para sanar, para cerrar un ciclo, para superar los duelos; sin embargo, sí estoy tranquila.  Correr me ayudó a salir de la angustia, a ver las cosas más claramente, a desenredarme. Corro y nado por la misma razón por la que escribo: para mantener la cordura, para sobrevivir, para poder ser feliz.

Me emociona estar aquí  ahora, con un corazón inquieto y con ansías de avanzar más. Ya casi termina de llover. Se acabaron los truenos y  queda la música suave de las gotas que siguen cayendo. Sólo me falta el canto de mis grillos, ojalá vuelvan pronto.

Las despedidas duelen pero los recuerdos dan vida. Justo cuando está más oscuro es porque ya va a amanecer y el amanecer es un renacimiento, un milagro que sucede todos los días…

Me dormiré tranquila y mañana me llenaré de amaneceres.