Lluvia Roja

Mis grillos aún están ausentes. La única música que se escucha es la de la lluvia. El viento suspira y las gotas bailan suavemente.  Me imagino afuera, mojándome como cuando era niña y riéndome del frío,  de la humedad, de las personas que me miran  asombradas o molestas.

Llueve. Me imagino descalza y corriendo, el pasto me hace cosquillas y tengo los pies llenos de tierra.  Encuentro un lugar que me gusta, me detengo y extiendo los brazos. Me quedo quieta, quiero empaparme. Quiero que la lluvia penetre en mi cuerpo y me seque las ganas de llorar, me lave el dolor, me haga cantar. Quiero que me ayude a no extrañar a mis grillos.

Llueve y busco en el agua la claridad que no encuentro en la tierra.  Quiero que la lluvia me esconda, me proteja, me abrace, me arranque este desconcierto, esta impotencia, esta pesadilla que no se borra al abrir los ojos, esta violencia que nunca desaparece.

Llueve y le pido a la lluvia que borre mi falta de fe en los seres humanos, que me empape de amor y también de perdón, también de perdón.

Desde hace varios días o semanas me he encontrado publicaciones y comentarios de rechazo y violencia hacia las personas con inclinaciones sexuales diferentes, publicaciones en contra de ellas, de los matrimonios igualitarios, de darles la oportunidad de adoptar. Muchas de estas publicaciones y comentarios incluían juicios, condenas y agresiones.  Enojada y también muy triste, me pregunto: ¿Por qué tanta violencia contra  los seres humanos que son considerados diferentes? ¿Por qué tanto odio, faltas de respeto e intolerancia?  En ese momento guardé silencio mientras buscaba una manera constructiva de expresarme.  Y, de pronto, cayó un diluvio de balas en un bar gay en Orlando; un diluvio imparable que silenció los latidos de cincuenta corazones e hirió a cincuenta y tres más; un diluvio nacido del odio, del resultado de tantos prejuicios, juicios, discriminación, dogmas y miedo. Una vez más en este mundo se perdieron vidas inocentes y la tragedia todavía no termina.

No me atrevo a escribir los comentarios que leí o las cosas que escuché de personas que celebraban esta masacre, palabras que hablaban de seres humanos como si fueran una plaga que hay que exterminar. No, de mi pluma no saldrán esas palabras de odio. No entiendo como hay personas capaces de alegrarse por tragedias como ésta, por el sufrimiento de otros seres humanos.

Llueve afuera y dentro de mí cae un estruendoso aguacero. El odio mata y se extiende, toca la puerta de varias personas quienes sin dudarlo le dan la bienvenida. Cada vez que eso sucede algo muere en mí y me siento como cuando tenía catorce años que deseaba vivir en una cabaña lejos de la humanidad, de las personas crueles e inhumanas; sin embargo, no puedo volverme ermitaña porque una parte de mí necesita amar a la humanidad, no perder la fe en ella.

Llueve lluvia roja. Mi espíritu se quiebra.  Recuerdo a mi querido amigo, quien vive lejos. Tengo presente su llamada hace muchos ayeres para decirme que era gay, para preguntarme si quería seguir siendo su amiga, si seguía siendo bienvenido en mi casa (estábamos planeando su visita a México), si no estaba enojada con él por eso.  Me quebró su angustia, el rechazo que estaba viviendo en su país, su miedo a que yo le cerrara las puertas sólo por ser quién era. No tenía que explicarme nada ni mucho menos justificarse. Estuve ahí para él como lo sigo estando ahora, como lo estaré siempre.

Llovió lluvia roja cuando mi amigo salió del clóset (Nadie tendría que vivir ahí, escondido, fingiendo para ser aceptado, para no sentir miedo, para no ser rechazado sólo por ser diferente) y se enfrentó al rechazo. Eso le ha costado serias depresiones, soledad y dos intentos de suicidio.

 

Llueve lluvia roja cuando la «sociedad heterosexual perfecta» etiqueta a las personas que no son heterosexuales, las aisla, las juzga, las arrastra a un mundo de juicios, rechazo y violencia, condenándolas a un exilio de sufrimiento, soledad y miedo.  Me niego a usar las palabras gay, homosexual, lesbiana, etc. porque generalmente se usan para discriminar y hacer daño. Ni heterosexual ni homosexual ni nada: todos somos seres humanos.

LLueve lluvia roja cuando mis amigos viven con miedo al rechazo y, mucho peor, a la violencia. Algunos han recibido insultos y también amenazas de golpes. No siempre tienen la libertad para caminar de la mano de la persona que aman.  Las pequeñas cosas que muchos damos por hecho, para ellos son una cruenta batalla y, en ocasiones, una guerra perdida.

Llueve lluvia roja cuando se usan los clósets para esconder a las personas, cuando les ponen una máscara de heterosexuales a las personas para que puedan ser normales. ¿Quién dice que todos los seres humanos tienen que ser iguales? ¿Quién dice que es correcto y aceptable pisotear a quien no lo sea? ¿Si a la mayoría de las personas nos gustara el color azul sería aceptable rechazar a los que prefirieran el verde? O, peor aún, ¿sería aceptable alegrarnos de su muerte?

Diluvia sin sol y los arco iris brillan por su ausencia. No hay belleza.  Los juicios y prejuicios ennegrecen vidas, borran sonrisas y sólo traen soledad y miedo. Es más fácil juzgar a quienes nos rodean que enfrentarnos al espejo y responsabilizarnos de nuestras acciones. Es más fácil lanzar piedras que recibirlas. Es más fácil odiar, siempre es más fácil odiar  que respetar y amar.

Diluvia sin sol. Me pregunto si hay esperanza.  En este océano de odio y miedo busco un velero de amor y tolerancia.  Tengo sed de un abrazo y hambre de paz.  Necesito creer que el amor es más fuerte que los prejuicios, que en el fondo los seres humanos no somos tan crueles; sin embargo, este inmenso dolor que tengo adherido al cuerpo me dice lo contrario.

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Llueve y le pido a la lluvia que me muestre el lugar de los arco iris radiantes; ese lugar donde el sol convive con la luna y la noche abraza al día, donde el blanco sí se mezcla con el negro y todos los colores son hermosos.

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Llueve y busco en el agua el respeto que no encuentro en la tierra. Quiero que la lluvia me limpie, moje mi amargura hasta que desaparezca, empape mi garganta hasta encontrar las palabras de aliento que tanta falta me hacen ahora, que humedezca mi corazón para ayudarlo a perdonarme, a perdonarnos a los seres humanos, a reconciliarme con esta humanidad a veces tan destructora.

Me imagino acostada en el pasto, descalza y con los brazos extendidos, toda cubierta de lluvia, llena de viento y rodeada de mis grillos dedicándome un concierto en un mundo donde todos valemos lo mismo, donde todos somos libres de escoger nuestro camino, nuestro color favorito, nuestro destino y donde todos podemos abrazar y ser abrazados sin importar nuestras creencias, nuestros sueños, nuestra estatura, nuestro origen, nuestra inclinación sexual, si somos ricos o pobres, zurdos o diestros.

Me imagino ese mundo donde estoy mirando a un cielo de arco iris brillantes y sonrientes que me pinta con todos los colores, donde nos abrazamos a la naturaleza y somos felices, muy felices…

Ojalá podamos crear ese mundo. Ojalá.

~ por Naraluna en junio 14, 2016.

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