La Palabra Mágica es Confianza
Ayer recibí el correo con las indicaciones para el Medio Maratón de Adidas que se llevará a cabo este domingo. Lo primero que sentí fue un enorme vacío en el estómago. No pude evitar preguntarme si estaba haciendo lo correcto y necesité tomar un poco de aire para calmarme. Es mi primer medio maratón y estaba muy nerviosa. Sentí miedo y dudé de mi capacidad para lograrlo. ¿Realmente estaba preparada para hacerlo o se trataba de una locura?

Ruta ADIDAS 21 k
Entonces me vino a la mente una palabra mágica pero, para mí, muy difícil de asimilar: confianza. Uno de los más grandes retos en mi vida ha sido aprender a confiar en mí misma, tener confianza en mí.
Desde muy pequeña me dominó esta sensación de no poder hacer las cosas, como si no estuviera en mis manos realizar algo con éxito. No sé si fue por ser zurda en una época en la que todavía no era del todo aceptado: en la escuela nunca me amarraron la mano para obligarme a escribir con la derecha, pero los maestros me hacían la vida de cuadros por hacer mal la letra y tanto maestros como compañeros se burlaban de mí por lo mal que cortaba las cosas (obviamente no se hablaba de tijeras para zurdos en ese entonces). Además tampoco era buena en los deportes (ni en voleibol ni tampoco en baloncesto), por lo que nadie me quería nunca en su equipo. Era muy tímida y hablar en público me daba terror. De los exámenes, mejor ni hablemos, me quedaba paralizada por el miedo, por la inseguridad, por la certeza de que no sabía nada. En secundaria saqué cero en un examen bimestral de civismo porque no pude superar el terror que le tenía a la maestra. Lo peor fue en la prepa: sólo tuve un extraordinario el último año (de física) porque a la hora de los exámenes, a pesar de las clases particulares que tomaba dos veces a la semana y de haberles explicado física a algunos amigos, me quedaba en blanco y me resultaba imposible contestar bien. Me fui a extraordinario por convencerme de que no podía pasar el examen, por dudar de mis conocimientos, de lo aprendido en las clases particulares. Ese duro golpe me ayudó a mejorar un poco. Cuando por fin me animé a manejar, me repetía todos los días cuando me subía al coche: «Si los demás pueden, yo también puedo. Si los demás pueden, yo también puedo. Yo también puedo. Yo puedo». De todas formas, las primeras veces que mis papás me soltaron el coche, sentía que me moría. A pesar de todo, aprendí. Hoy en día manejar es una de las muchas cosas que he logrado realizar con éxito.
Poco a poco me fui sintiendo más capaz de hacer las cosas y más segura de mí misma. Obtuve buenas calificaciones en los ocho semestres de la carrera en la universidad. Sin embargo, me olvidé de la confianza cuando llegó la hora de hacer el filtro para poder presentar el examen global de conocimientos para titularme. A la hora de hacerlo me sentí inútil, ignorante, tonta, incapaz de resolverlo y, por supuesto, lo reprobé. Tuve que esperar un semestre para poder volver a hacerlo. ¿Y por qué me pasó eso? Por dudar de mí, por menospreciarme, por permitir que el miedo me paralizara, por no sentirme segura de mis conocimientos. Prometí que no volvería a dejar que eso me pasara y en los años siguientes me fui reconstruyendo repitiéndome diario las siguientes frases: «Yo puedo. Yo sí puedo. Nada es imposible».
El camino ha sido doloroso y largo también, con sus respectivos tropezones y lágrimas, pero también con la satisfacción que da saber que sí puedo lograr lo que me propongo. Nada me detiene cuando confío en mí misma y trabajo para cumplir mi objetivo. Eso es lo que necesito tener bien presente en momentos como éste, cuando los nervios intentan dominarme. Es ahora que me siento vulnerable cuando debo confiar en el camino recorrido, en lo que he aprendido, en lo que soy capaz de hacer, en mi fuerza.
Para un examen final hay que prepararse, estudiar durante el ciclo escolar. El mero día ya no hay nada que hacer, excepto tomarlo con calma y confiar en lo que sabemos; nos cobijamos en la seguridad que nos da estar preparados, haber estudiado bien. De la misma manera, para esta carrera tuve que prepararme mucho. Han sido meses de entrenamiento, de ampollas en los dedos de los pies, de sentir dolor en las piernas, de cambiar de hábitos alimenticios, de quedarme sin aliento pero también de sentir satisfacción al lograr correr 18 kilómetros y terminarlos con una fuerte sensación de bienestar. He trabajado arduamente por llegar a este momento. No estoy actuando por impulso ni tampoco espero a que suceda un milagro porque nunca entrené.

Después de correr 18 k
Es en estos momentos cuando debo mirarme al espejo y sonreír, reconocerme en él y confiar en mi cuerpo, confiar en estos meses de aprendizaje y entrenamiento. Hoy es día de mirarme al espejo y decirme con fe y convicción: Yo sí puedo. ¡Claro que puedo!
Ahora, dos días antes del gran evento, escucho música, preparo mi playlist para la carrera, tomo las cosas con calma, relajo mi cuerpo y me echo porras. Me siento más tranquila que ayer. Esta mañana por fin pude ir a cortarme el pelo y me siento más ligera. Necesitaba este pequeño cambio para levantar mi autoestima.
Si en la vida he logrado hacer realidad muchos sueños no ha sido sólo por mi tenacidad, dedicación y esfuerzo, sino también porque he aprendido a confiar en mí, a creer en mi capacidad para hacer las cosas.
No soy un fracaso. Hasta ahora me las he arreglado para llegar, siempre llegar, a la meta. No, no debo estar nerviosa, sólo debo confiar y seguir el camino que me he trazado.

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