Un Paseo Entre Orquídeas

•mayo 20, 2017 • Deja un comentario

¿Acaso hay una flor más enigmática que la orquídea? ¿Una flor más delicada?  ¿Cómo mirarla sin pensar en las hadas y en aquellos mundos esplendentes que me acompañaban en la infancia?

En mi cumpleaños me sorprendieron regalándome una. ¡Qué fascinante obsequio!   Miré con admiración mi planta.  Lo que más deseaba era amarla y cuidarla. De ese día ya han pasado varios meses y  hoy se ve radiante. Sus flores acaban de abrirse.  Me parece que está sonriendo.

Esta semana, el miércoles 27 de mayo, inauguraron una exposición de orquídeas de primavera 2017: Los Viajes de Humboldt. Está en el Centro Cultural Isidro Fabela, casa Risco en Plaza San Jacinto. Apenas me avisó mi querida amiga de este evento, supe que teníamos que ir.  La visitamos el jueves.  ¡La entrada a este paraíso es libre!

¡Qué cantidad de orquídeas hay! ¡Cuántas especies diferentes! Algunas nunca las había visto, ni en fotografías.  Me quedé pasmada. Empecé a adentrarme en este edén cuando sucedió algo inesperado: escuché a las orquídeas.  Percibí que muchas de ellas eran muy tímidas y no sabían cómo reaccionar ante la admiración de tantas personas. Se inhibían, sobre todo ante la cámara y algunas veces no pude tomarles fotos. Eran orquídeas solitarias cuyo anhelo era alejarse de las cámaras, del ruido, de la gran cantidad de personas que las observaban. También encontré algunas muy alegres,  deseosas de compañía y felices de compartir su belleza con nosotros.

Me abstraje en ese mundo de luces de colores y figuras singulares. Algunas orquídeas parecían aves; otras, ángeles luminosos.  Entre su mundo y el mío, en ese breve instante de un parpadeo, vislumbré ese universo donde sentí la presencia de las hadas…

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

 

¡Orquídeas frágiles y soñadoras, eterno refugio de los seres etéreos! Me dejé llevar por sus murmullos cariñosos.  Entonces ellas me mostraron un lugar seguro, lejos de la humanidad ruidosa, donde viven  tranquilas en los árboles, compartiendo sus secretos con los colibríes. ¡Cómo quise acompañarlas!

 

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Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

 

Avancé y frente a mí había un corazón. ¡Qué deseo de abrazarlo!  ¡Qué inesperada perfección! ¡Qué regalo de paz! ¡Cómo hubiera deseado traerlo a mi casa!

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¡Me encontré un corazón! Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

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¡Me encontré un corazón! Orquídeas Centro Cultural Isidro Fabela, Casa Risco San Ángel

Finalmente llegó la hora de regresar a la tierra. Me hice consciente de las personas a mi alrededor y me despedí de estos seres misteriosos.

El último día para visitar esta exposición es este domingo 21 de mayo. ¡Ojalá puedan visitarla!

 

 

 

 

De cómo la literatura me ayuda a encontrarme. Mi historia con María de Jorge Isaacs

•mayo 9, 2017 • Deja un comentario

Tenía trece o catorce años cuando  leí María de Jorge Isaacs.  Aunque me conmovió mucho la historia, no recordaba la importancia que tuvo este libro para mí. Eso lo tenía bien guardado junto con otras cosas importantes – no resueltas- de mi vida y personalidad de esa época y los años posteriores.

Cuando me preguntan por los libros que han marcado mi vida, el primero que me viene a la mente es Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano, pues el  héroe de esta historia (Fernando Valle) me acompañó en uno de los momentos más complicados de mi adolescencia y me ayudó a sentirme menos sola, me dio una esperanza.  Jamás me habría pasado por la mente María. Borré ese libro de mi memoria y ahora tengo claro porqué.

Hace un par de meses, sin ninguna razón aparente, empecé a pensar en María y consideré leerlo de nuevo, pero una parte de mí se resistía a hacerlo: le di prioridad a otros libros. Fue apenas hace unos días cuando mi mamá nos invitó a comer  a su casa, que aproveché para visitar los estantes donde todavía están mis libros.  Me han dicho que los libros eligen al lector. No siempre lo he creído, pero esta vez eso sucedió.  Justo frente a mí apareció María de Jorge Isaacs, como si me estuviera esperando. Tomé el libro y, sin entender porqué, me estremecí.  En ese instante sentí una enorme desesperación por leerlo y ya no pude resistirme.  Decidí aceptar lo que esa novela tenía que enseñarme.

Abrí el libro para ojearlo un poco y entonces tuve un recuerdo que me dejó helada: vi-casi como si la tuviera en mis manos- la primera novela que escribí a los trece o catorce años y la cual rompí al poco tiempo de haberla escrito por considerarla cursi, ridícula y estúpida (implícito está que me juzgué a mí misma con esos mismos adjetivos).  Me dolió tanto haberla roto (nunca dejé de arrepentirme) que prometí nunca más volver a destruir lo que saliera de mi pluma. Fue así como se llenaron los cajones de mi cuarto.

Reviví ese momento y me percaté de que María había sido la inspiración, el hilo conductor de aquella historia que escribí y destruí.  Palidecí al darme cuenta de esto. No sólo había borrado este libro de mi memoria sino también la relación que tiene con aquella novela rota. Pero eso no fue lo único que desapareció, también mi parte cursi, la libertad para expresar lo que saliera de mi corazón sin autocensurarme o avergonzarme. Quedó eso tan oculto que lo único que recordaba era el malestar de haber destruido algo mío y la promesa de nunca más volver a hacerlo.  En diferentes ocasiones esta historia rota me ha perseguido y cada vez que eso sucede, me niego a reescribirla.

Antes de empezar a leer María, leí el prólogo escrito por Manuel Gutiérrez Nájera.  Me cautivó la delicadeza de sus palabras, las cuales me colmaron de nostalgia.  Después, ávida y nerviosa, comencé a leer la historia de Efraín y María. ¿Qué dejaría en mí esta historia ahora?

Tengo entendido que a María se le considera la mejor novela del romanticismo de América Latina. Por mucho tiempo éste fue uno de mis géneros favoritos no solamente por mi sensibilidad desbordada sino también por mi inmenso amor a la naturaleza.  No sé porqué dejé de leer estos libros. Sólo sé que con María me sentí rodeada de flores y ríos, de vida.  Mientras leía siempre tuve muy presente lo hermosa que puede ser la literatura del romanticismo y lo poderosa que es la naturaleza en estas historias. Me encantó perderme en un mundo alejado de la tecnología.  Además, a pesar de estar escrita en prosa, recordé porqué disfrutaba tanto la poesía, porqué no podía dejar de leerla;  hábito que perdí hace unos ayeres cuando mi juez interior censuró aquello que consideraba despertaba mi lado cursi y ridículo.

Desde los primeros capítulos cuando Efraín comienza a contarnos su amor por María, sentí como algo en mi interior se rompía: el muro creado por la autocensura, ese muro que me ha negado la libertad para expresarme sin represión, sin sentir vergüenza, que me ha impedido estar en contacto con mi voz más sensible.  Sus palabras revivieron mis ilusiones de la adolescencia.

¡Primer amor! Noble orgullo de sentirse amado; sacrificio dulce de todo lo que antes nos era caro a favor de la mujer querida; felicidad que comprada para un día con las lágrimas de toda existencia, recibiríamos como un don de Dios; perfume para todas las horas del porvenir; flor guardada en el alma y que no es dado a marchitar a los desengaños; único tesoro que no puede arrebatarnos la envidia de los hombres; delirio delicioso…»

Jorge Isaacs (María)

Se abrió la llave y como fuente brotó el agua de mi poesía, de mis sueños, de mi ternura, de mis devaneos y anhelos, de todo aquello que durante décadas había sido desechado en el rincón de lo ridículo, cursi e inaceptable. Me fui a las nubes con las palabras de Jorge Isaacs, con la belleza de las azucenas y el bramido del río. Por fin dejé de avergonzarme por el océano de miel que a veces llevo dentro.  Siguiendo el amor de María y Efraín redescubrí la historia que había destruido. Gracias a ellos, los capítulos que alguna salieron de mi pluma empezaron a reconstruirse y empecé a huir de esa siniestra autocensura que me ha caracterizado por décadas.

Nunca las auroras de julio en el Cauca fueron tan bellas como estaba María cuando se me presentó al día siguiente, momentos después de salir del baño, la cabellera de carey sombreado, suelta a medio rizar; las mejillas tintas de color rosa suavemente desvanecido, pero en algunos momentos avivados por el rubor; y jugando con sus labios cariñosos aquella sonrisa castísima que revela en las mujeres como María una felicidad que no les es posible ocultar.

Jorge Isaacs (María)

María es  una historia de amor del siglo XIX, colmada de miradas, sueños compartidos y flores, de presagios, vientos y una aterradora ave negra. El amor no se mide por caricias ni besos y los cuentos de hadas no existen.  María tiene epilepsia y Efraín pronto deberá marcharse, su viaje es impostergable.  Yo leo con el alma desagarrada: por un lado su amor condenado por la distancia y la desgracia que se aproxima; por el otro, su manera de confrontarme con mi yo quebrado, con mi vergüenza inventada, con mis palabras destruidas.

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Los últimos capítulos los leí llorando.  Me dolieron el viento, la noche, el ave negra: presagios de la tragedia que se avecina. Sufrí con el largo y agitado viaje de Efraín para regresar a casa.   Me afectó mucho más leer el libro ahora que cuando tenía trece años.

Mientras me acercaba al final del libro, esa tarde hubo un viento insmisericorde en la colonia donde vivo, tiró dos árboles y se fue la luz.  Leía en la penumbra escuchando el gemido del viento como si fuera mío.  Cuando terminé, cerré el libro en completa desolación. Sufría por María, por Efraín, por mi novela rota. Veintiséis años después de haberla destruido entendí que al hacerlo también quebré la confianza en mí misma, la capacidad para expresarme libremente. A partir de ese momento, poco a poco, me fui convenciendo de lo ridícula y exagerada que era. Esa forma de censurarme mermó mi espontaneidad y se llevó también mis versos.  Me tragaba las ideas, las palabras y me convertí en alguien incapaz de verse a sí misma.  Fue así como me devoró la ansiedad, me perdí, toqué fondo.   Aunque me levanté y comencé a reinventarme, no se borraba la opresión en mi pecho ni podía fluir con las palabras.  Justo en ese momento, apareció María de Jorge Isaacs y me mostró el camino, me obligó a verme sin engaños ni paredes, sin adjetivos ni máscaras.

El viento siguió gimiendo y yo seguí llorando en la negrura, con el libro en mis manos como Efraín con las trenzas de María.  A pesar del dolor que me inundaba, me hice consciente de la la autocensura, las cadenas, la inflexibilidad y las etiquetas que por tantos años me han reprimido y saber que puedo librarme de ellas mitigó un poco mi malestar.

En mi duelo por la muerte de María, por las palabras que rompí, supe que había llegado el momento de perdonarme y abrazar esa parte de mí que tanto he menospreciado. No soy ridícula ni tonta, no hay razón para avergonzarme de mi sensibilidad ni tampoco de mis palabras dulces. Mis ideas no son ridículas y he de dejarlas fluir en lugar de deshacerlas o sofocarlas.

Perdono a la adolescente que rompió esa novela y a la mujer que se ha reprimido por cursi.  Me perdono.

Leer María revivió a mis personajes e hizo posible que los escuchara de nuevo. No sé cuánto tiempo me tome ni cómo lo haré, pero volveré a darles vida, lo prometo.

Adiós, María. En tu tumba siempre brillaran las azucenas.

Una vez más la literatura me salva, me redime y me muestra el camino.  ¿Qué sería de mí sin los libros, mis sempiternos y fieles amigos?

 

 

Stanley Kubrick en la Cineteca

•mayo 3, 2017 • Deja un comentario

Tengo un amigo que, como yo, detesta las películas de Woody Allen.  Cuando estábamos en la prepa decidimos que la peor tortura sería que nos amarraran a una silla y nos obligaran a mantener los ojos abiertos (de tal manera que no pudiéramos parpadear) frente a un televisor que pasara ininterrumpidamente las películas de Woody Allen.  En ese entonces yo no sabía que este método no era un invento de mi amigo sino  que algo muy similar ocurrió en una escena de A Clockwork Orange de Stanley Kubrick, en la cual atado a una silla y obligado a mantener los ojos abiertos, el protagonista (Alex) es obligado a ver escenas muy violentas acompañadas de música clásica (un supuesto tratamiento para curarlo). En ese entonces la única película que yo había visto de Stanley Kubrick era The Shining una de mis películas favoritas a la fecha.

Años después supe que al estadounidense Stanley Kubrick (1928-1999) se le considera uno de los cineastas más influyentes del siglo XX.  Fue director de cine, guionista, productor y fotógrafo.

Conozco muy poco a este director.  En realidad sólo he visto dos películas suyas: The Shining y Eyes Wide Shut. La primera es una adaptación de una novela de Stephen King y cuenta con la extraordinaria actuación de Jack Nicholson, a quien le quedan muy bien los personajes de villano y loco.  La segunda se estrenó en el cine en 1999 poco después de la muerte de Kubrick. Nichole Kidman y Tom Cruise son los protagonistas de esta historia.  Vi la película en el cine pero no me impresionó mucho.

Una de las películas más memorables de este cineasta es A Clockwork Orange,  famosa por sus escenas de violencia con  música de Beethoven. Por esas mismas escenas no me he atrevido a verla, aunque varias personas me han hablado de ella.

En diciembre del año pasado llegó a la Ciudad de México la exposición Stanley Kubrick, en la Cineteca Nacional y permanecerá abierta al público hasta el 29 de este mes (mayo 2017).  Tenía muchas ganas de visitarla y, por fin, en la Noche de Museos de la semana pasada mi marido y yo pudimos ir.  La entrada cuesta 65 pesos y hay descuento para estudiantes y maestros con credencial vigente.  La exposición es más grande de lo que imaginaba. Superó mis expectativas.

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Stanley Kubrick Cineteca Nacional

Lo primero que se ve al entrar son unas citas de Stanley Kubrick. Hubo dos que me gustaron:

«La falta misma de significado de la vida obliga al hombre a crear su propio significado».

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Stanley Kubrick en la Cineteca Nacional

«Si puede ser escrito,  o pensado, puede ser filmado».

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Stanley Kubrick en la Cineteca Nacional

El recorrido comienza con Stanley Kubrick fotógrafo y su participación en la revista Look. Lo primero que vemos son sus fotografías: en las portadas de la revista, en los artículos, colgadas en el techo.   Es impresionante su capacidad para jugar con la luz, para dar intensidad a la imagen por medio de contrastes, para expresarse.

La siguiente parte del recorrido está dedicada a sus primeras películas: Day of the Fight (1951), Flying Padre (1951), Seafarers (1953), Fear and Desire (1953) y Killer’s Kiss (1955). La sala está llena de pósters de las películas, fotografías de los actores y de las filmaciones, también están las fichas técnicas de las películas y alguna que otra anécdota de lo ocurrido en el set.  En el centro de la sala están los maniquíes que se usaron en la película «Killer’s Kiss».  Por cierto, me gustaría ver esta película.

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Stanley Kubrick Cineteca Nacional

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Killer’s Kiss Stanley Kubrick Cineteca Nacional

Después viene The Killing (1956). Aquí podemos ver la recreación de una de las habitaciones de la película con los muebles que se usaron en la filmación.

En 1957 se estrenó la película antibélica «Patrulla Infernal».  No me llamó mucho la atención esta sala ni tampoco la película, estuvo mejor la siguiente: Spartacus (1960).  Esta película está situada en la época de los gladiadores en Roma.  Me gustaron los bocetos con ideas para escenas de la película y también uno de los trajes originales que vi.

Continua el recorrido con la controversial Lolita (1962), basada en la novela de Vladimir Nabokov. Aprendí que Kubrick y Nabokov estuvieron en comunicación durante el proceso de escritura del guión (a cargo de Kubrick) de esta película.  Pude ver algunas cartas que ellos se escribieron.  La belleza de Sue Lyon (Lolita) puede apreciarse en varias fotos ahí expuestas.

Dr. Strangelove (1964) es la siguiente película. Peter Sellers (el protagonista) interpreta a tres personajes en esta comedia de humor negro que tanto le gusta a mi marido y que planeo ver esta semana.

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Dr. Strangelove Stanley Kubrick Cineteca Nacional

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Dr. Strangelove Stanley Kubrick Cineteca Nacional

Me parece que la sala más impresionante es la de 2001: A Space Odyssey (1968), una película de ciencia ficción y también de culto. En esta película se habla de la evolución humana, la tecnología, la inteligencia artificial y la vida extraterrestre.

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2001 A Space Odyssey Stanley Kubrick Cineteca Nacional

Esta es la sala más esperada por la mayoría de los fans de Stanley Kubrick y también es la más grande de todas.  Además de la pantalla grande donde se ven escenas de la película, hay muchas fotos, pósters y sobre todo, muchos objetos que fueron usados en la película. También hay réplicas en miniatura y las descripciones son muy claras.  Es posible ver uno de los disfraces de simio originales.  La mayoría de las personas estaban muy emocionadas por lo que encontraron en esta sala. Creo que es la más completa de la exhibición.

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2001: A Spacey Odyssey Stanley Kubrick Cineteca Nacional

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2001: A Space Odyssey Stanley Kubrick Cineteca Nacional

En 1971 se estrenó A Clockwork Orange con el inolvidable Alex DeLarge (Malcolm McDowell) y sus pestañas pintadas, el criminal violento que amaba la música clásica.  Alrededor de la pantalla podemos ver algunas escenas clave de la película, hay periódicos que tienen como encabezado la noticia con la historia de Alex que me hicieron sentir como si se tratara de una historia de la vida real. Hay  fotografías de los actores, detalles de la filmación,  descripciones del método de condicionamiento conductual que se utilizó para «curar» a Alex y también están los maniquíes del bar de drogas.

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A Clockwork Orange Stanley Kubrick Cineteca Nacional

La sala siguiente está dedicada a Barry Lyndon (1975).  Me dieron ganas de verla porque el protagonista es Ryan O’Neal, uno de mis actores favoritos de la adolescencia.  Esta sala es  más pequeña.  Me gustó mucho uno de los vestidos de época que forman parte de esta exhibición.

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Barry Lyndon Stanley Kubrick Cineteca Nacional

Después, por fin, llegamos a la sala que más ganas tenía de ver: The Shining (1980).  No importa cuánto tiempo pase, esta película no pierde su encanto y siempre me impresionará la cara de loco de Jack Nicholson. No olvido al niño repitiendo y escribiendo la famosa frase REDRUM (murder -asesinato- escrito al revés) al principio de la película ni el estresante recorrido por el interminable laberinto aquella helada noche.

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The Shining Stanley Kubrick Cineteca Nacional

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The Shining Stanley Kubrick Cineteca Nacional

Con esta película conocí a Kubrick y gracias a ella lo admiro.  Me emocioné cuando vi la máquina de escribir donde Jack Torrance (Jack Nicholson) trabajaba supuestamente en su novela; sin embargo, sólo llenaba páginas y más páginas siempre con la misma frase.

Están también los vestidos originales de las famosas gemelas y la puerta donde está escrito REDRUM.   Antes de salir de la sala, hay una maqueta con la réplica del  aterrador laberinto y yo disfruté mucho, muchísimo, ver todo esto.

 

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The Shining Stanley Kubrick Cineteca Nacional

Sólo quedaban dos películas más para casi terminar con la exposición, las últimas dos que hizo Kubrick antes de morir: Full Metal Jacket (1987) y Eyes Wide Shut (1999). La primera es una película de guerra; y la segunda, un thriller erótico y oscuro.

 

Después hay una sala donde se muestran los proyectos de Stanley Kubrick que por un motivo u otro no llegaron a realizarse. Entre ellos, hay varias fotos para una película sobre el holocausto, proyecto que abandonó porque no estuvo listo antes de que se estrenara la Lista de Schindler de Steven Spielberg.

La última parte del recorrido fue nuestra favorita, está dedicada a la música de las películas de Kubrick. Es una sala pequeña, oscura y con tres pantallas (una en el centro y dos a los lados) en las cuales se proyectan escenas de las películas de Kubrick mientras se escucha la música (música clásica, por supuesto).  Rodeada por las pantallas y la música, me sentí lejos de la realidad, pasmada, casi como en trance. Nos quedamos escuchando maravillados hasta que la música terminara y las escenas se repitieran. Desafortunadamente creo que esta sala no es muy apreciada, pues en el tiempo que estuvimos ahí quienes entraban se salían casi al instante, después de tomar un par de fotos.

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Un colado en la última sala de la exposición de Stanley Kubrick en la Cineteca Nacional. 🙂

 

Fue un largo recorrido que nos tomó alrededor de hora y media, gracias al cual ahora tengo más ganas de ver las películas de este cineasta tan reconocido y admirado.  Hoy, en un par de horas,  por fin, me atreveré a ver A Clockwork Orange  también en la  Cineteca (¡Ya tengo los boletos!).

 

A Cancún en Coche: Un Cenote, Valladolid y una larga procesión del silencio…

•abril 25, 2017 • Deja un comentario

La mañana del viernes comenzó nuestro largo regreso a casa. Teníamos planeado parar en Valladolid para tomar un helado y pasear un rato. Nos faltaba poco para llegar cuando vimos la desviación para ir a un cenote y nos dirigimos hacia allá. Los cenotes son pozos de agua que suelen hallarse a gran profundidad.  Ninguno de nosotros había visitado uno antes y Yucatán es famoso por sus cenotes.

En pocos minutos llegamos a Choj Ha.  Para disfrutar de este lugar, es necesario bañarse antes para quitar de la piel los residuos de bronceador, crema, loción, sustancias que contaminan el agua. Ahí había regaderas para hacer esto y ahí mismo fue posible rentar el equipo para aprovechar al máximo esta experiencia: una linterna resistente al agua, un snorkel y un chaleco salvavidas.

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Llegando al cenote Choj Ha en Yucatán

Una vez listos, ya pudimos dirigirnos al cenote Choj Ha.  La bajada no fue tan larga como esperaba. En pocos minutos ya estábamos frente a una maravilla de la naturaleza.  La vista era fascinante.  En realidad estábamos dentro de una gruta con un pozo de agua muy profundo. A pesar de la oscuridad, se percibía el azul claro del agua. Busqué tomar algunas fotos, aunque no me salieron muy bien.  Después ya me aventé a nadar. El agua estaba muy fresca, perfecta para un clima tan caliente.

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Camino al cenote Choj Ha Yucatán

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Cenote Choj Ha Yucatán

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Cenote Choj Ha Yucatán

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Cenote Choj Ha Yucatán

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Cenote Choj Ha Yucatán

Me resultó un poco estresante nadar en la oscuridad y mirar hacia el abismo de agua. las estalactitas y estalagmitas me parecían esculturas de una civilización muy sabia, poderosa y distante. Tuve que luchar contra el impulso de irme al fondo para encontrarla. Me dieron escalofríos.  Saqué la cabeza del agua y me calmé un poco. A veces mi locura me asusta. Estaba tan fascinada como ansiosa.

En el agua hay muchos bagres, son pequeños y muy simpáticos.  Me dijeron que se alimentan del guano que les dejan los murciélagos.  Cuando los alumbraba con mi linterna,  los pequeños peces no huían, se quedaban ahí, mirándome con curiosidad. Algunos de ellos tenían bigotes parecidos a los de los gatos.  ¡Cómo deseé en ese momento tener una cámara resistente al agua!

En Choj Ha uno puede permanecer el tiempo que desee.  Nosotros nos quedamos poco más de media hora. La atención recibida fue excelente y con gusto regresaría en nuestra próxima visita.

Muy sorprendidos regresamos al coche y continuamos nuestro camino.  No tardamos mucho en llegar. ¡Valladolid es aún más acogedor en el día que en la noche!  ¡Sí cumplimos nuestro deseo de regresar! Estacionamos el coche y lo primero que vimos fue una elegante calesa.  Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que vi una.

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Calesa Valladolid, Yucatán

Además de un pueblo mágico, Valladolid es una ciudad heroica.  Adquirió ese nombre gracias al libro Ciudad Heroica, historia de Valladolid de Oswaldo Baqueiro Anduze publicado en 1943.  En este libro se describen los cuatro eventos que convirtieron a Valladolid en una ciudad cuatro veces heroica.

Primero entramos al Palacio Municipal donde leímos un poco acerca de la historia de esta ciudad y los impresionantes murales que muestran algunos acontecimientos históricos de esta ciudad.  Desde el balcón de esta sala se puede ver la ciudad, especialmente la plaza principal donde está la Iglesia de San Servacio o San Gervasio.  Me emocioné.

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Mural en el Palacio Municipal de Valladolid, Yucatán

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Mural en el Palacio Municipal de Valladolid, Yucatán

Saliendo del Palacio Municipal, paseamos por la plaza principal y nos compramos un helado. A mi marido le sorprendió que hubiera uno de queso de bola; le encantó.  Nos sentamos en una banca mientras nos comíamos nuestro helado.  Frente a nosotros estaba la fuente y las bancas alrededor de ella formaban un círculo. ¡Qué original manera de acomodarlas! ¡Qué formidable vista!

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Un helado Valladolid, Yucatán

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Un helado Valladolid, Yucatán

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Plaza principal Valladolid, Yucatán

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Valladolid, Yucatán

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Plaza Principal Valladolid, Yucatán

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Valladolid, Yucatán

Si no fuera por el calor tan intenso, creo que  Valladolid sería el lugar perfecto para llevar una vida más tranquila y en armonía.

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Valladolid, Yucatán

Desafortunadamente no podíamos quedarnos más tiempo. No me atrevería a decir que conocimos la ciudad, pero sí afirmo que me fascinó lo que vi. Confío en que pronto tendremos la oportunidad de regresar.

Nuestra siguiente parada fue Chichen Itza. Llegamos unos minutos antes de que cerraran. El precio del boleto de entrada es de 165 por persona para mexicanos y 260 para extranjeros. Nos quedamos pasmados por el precio. La entrada cuesta el doble que la de Tulum o Cobá.  Tuve que correr al auto por mi credencial de elector, la había olvidado.  Cuando regresé, justo en el momento para entrar, sucedió algo que tomó proporciones descabelladas. Un malentedido, mucha tensión acumulada, estrés y sentimientos negativos hicieron que una bomba dentro de mí estallara. En seguida se rompió el frágil equilibrio sobre el cual estábamos caminando y la armonía se volvió una idea muy distante.  Quebrados nos olvidamos de Chichen Itza.

El camino a Campeche fue una eternidad.  Nadie habló.  Me dediqué a mirar a través de la ventana, a seguir el movimiento de las nubes, a escapar de mi entorno.  Ya pasaban de las cinco y de pronto recordé que era Viernes Santo.  Hace tanto que no pensaba en eso que me pareció extraño que justo ahora eso me viniera a la mente.  Recordé las procesiones del silencio que presenciábamos en Querétaro con mis papás cuando eramos niños mis hermanos y yo.  Sentí que estaba viviendo mi propia procesión del silencio y no tenía a nadie con quien compartirla.

Llegamos a Campeche.  Me pregunto porqué nunca nadie habla de esa ciudad. Sabía que existía, está en el mapa, pero jamás nadie menciona su belleza.  De no ser por este viaje, jamás se me habría ocurrido visitarla. Agradezco mucho esa oportunidad de hacerlo.

Nuestra primera parada fue para comer pero yo no tenía hambre.  Necesitaba estar sola con mi tempestad irrefrenable.  Por fortuna, afuera del restaurante había un mirador frente al mar. Ahí caminé primero y luego me senté. Ahí me vino la idea de lanzarme al agua a fin de que se llevara mi dolor pero en lugar de eso,  pedí ayuda  para salir del abismo en el que estaba atrapada. Gracias a quienes me ayudaron pude calmarme un poco.  Entonces me di cuenta de que ya iba a atardecer. ¡Qué magnífico regalo!

La naturaleza es mi refugio, mi salvación, mi lugar de paz.  A menudo me pregunto cómo sería el mundo si los seres humanos recurriéramos a la naturaleza en momentos de crisis. Estoy segura de que entonces nuestro mundo sería un lugar menos violento…

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Atardecer Campeche

Frente a mí tenía el atardecer más impresionante que jamás haya visto hasta ahora. Lo viví como un regalo de oportunidad y esperanza.  Estaba muriendo despacio para renovarme después. El sol dominante invadía el agua del mar y alumbró mi alma entonces oscura.  Dependía de mí ser feliz, mirar hacia adelante, restaurarme. Nunca me había sentido tan rota y al mismo tiempo tan agradecida. Frente a ese gigante crepúsculo hice la promesa de reconstruirme, de no lanzarme al vacío, de ser feliz.

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Frente a ese gigante crepúsculo hice la promesa de reconstruirme, de no lanzarme al vacío, de ser feliz. Campeche

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Atardecer y Gaviotas en Campeche

Las gaviotas me acompañaron aquella tarde de viento y silencio. Ese atardecer fue el abrazo que necesitaba, mi compañía en un momento de desolación, la fuerza para que yo no me rindiera, la belleza que sobrevive a tempestades.

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Gaviotas al atardecer Campeche

Atardecer en Campeche (13)

Gaviotas al atardecer Campeche

¡Cómo es hermoso Campeche! A pesar de todo, por un instante, sentí alegría por estar en esa ciudad.

A Campeche llegaban los piratas ingleses, irlandeses y escoceses; entre ellos estaba mi tátara tátara abuelo. Para impedir que ellos invadieran la ciudad, una enorme muralla fue construida.  Una vez más me encontraba en un lugar donde estuvieron mis antepasados, una vez más me topaba con la historia de mi apellido, de una parte de mí.

Nuestra siguiente parada fue visitar el centro de la ciudad y la muralla de Campeche.

Al igual que Mérida,  Campeche es muy colorido. Me dijeron que se parecía mucho a Mérida pero en chiquito.  Era de noche y la ciudad estaba bien iluminada.

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Campeche

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Campeche

Campeche Ciudad Amurallada (12)

Campeche

No pensé que me entusiasmara tanto estar frente a la muralla que antes protegía a la ciudad y que, tal vez, mi tátara tátara abuelo cruzó para entrar a Campeche.

También paseamos por el centro. Los edificios coloniales azules, amarillos, rosas me dejaban boquiabierta. Es una ciudad elegante en la cual es seguro caminar en las noches. Hace tanto calor durante el día que las personas prefieren salir a pasear en la noche que es más fresca.

Campeche Ciudad Amurallada (26)

Campeche

Campeche Ciudad Amurallada (28)

Campeche

Campeche Ciudad Amurallada (34)

Campeche

Hay una cuadra de restaurantes cuyas mesas y sillas están afuera, en la calle. En mi próxima visita me sentaré ahí a tomar un rico café.  ¡Qué maravilla sería vivir en un lugar donde se pueda salir a pasear en la noche sin correr riesgos!  Eso es casi imposible de lograr en la Ciudad de México.

Campeche Ciudad Amurallada (35)

Campeche

Mi tátara tátara abuelo y la muralla de Campeche, mi tátara tátara abuelo y su voluntad de acero y  garra para cruzar el océano y abrirse camino en una ciudad tan lejana  a su casa.  ¿Habría algo de esa voluntad y garra en mi sangre?

¡Ay Campeche amurallada! ¡Qué ganas de volver con más ánimo y tiempo a tus calles y visitar tus museos, tus restaurantes! ¡Qué ganas de empaparme de tu historia y embriagarme con tu belleza! ¡Ay Campeche amurallado! Le has dado un poco de luz a mi noche triste.

Campeche Ciudad Amurallada (49)

Campeche, Ciudad Amurallada

La mañana siguiente emprendimos la última parte de este viaje. Sería largo el regreso a casa, la Ciudad de México.  La primera parte del camino seguimos viajando en ese silencio implacable que nos pesaba a todos.  Fue antes de llegar a Ciudad del Carmen cuando comenzó a deshacerse el hielo y nos volvimos más amables. Compartimos la emoción de ver muchos delfines al cruzar el puente para salir de Ciudad del Carmen. ¡Vimos más de diez!

Comimos en una Plaza en Villahermosa, Tabasco, cerca de la carretera.  Fue raro pasar por Tabasco, recordar la ilusión de la ida y ahora sentir el dolor al regreso.  No hubo más paradas en la carretera hasta llegar a Córdoba, donde necesitábamos tomarnos un café para sacudirnos: todavía nos faltaban tres horas de camino.

Último atardecer en Carretera, hacia México (3)

Último atardecer en Carretera. Campeche – Ciudad de México

La última parte del viaje fue más ligera,  había más conversación que silencio.  Platicando sobrevivimos a la espera de más de veinte minutos para llegar a la caseta en Puebla.   Llegamos a casa  sanos y salvos aunque exhaustos después de medianoche.  Fueron quince horas de camino de Campeche a la Ciudad de México.  Nuestra aventura había terminado.

Aunque la explosión del día anterior fue devastadora, también trajo alivio. La crisis acumulada había salido (aunque no de la mejor manera) y tantas horas de silencio nos dieron la posibilidad de reflexionar y comenzar a reconstruirnos.

Además de ver a nuestra familia, de la diversión y de conocer más nuestro amado México, en este viaje también aprendimos a levantarnos de una fuerte caída, a reencontrarnos en el amor que nos tenemos.

Regresaremos a Cancún y espero que sea pronto. Necesito tomar las fotos que no tomé esta vez. A los cuatro nos encanta viajar en coche y tenemos el firme propósito de volver a hacerlo.

A Cancún en coche: Cobá, Tulum y despedida.

•abril 24, 2017 • Deja un comentario

Aunque nos levantamos temprano, volví a perderme el amanecer.  Yo no quería irme de Cancún sin verlo.  Todavía me quedaba una oportunidad más para lograrlo, sólo una.

A las ocho de la mañana salimos camino a la zona arqueológica de Cobá. Nos llevamos unos sándwiches para desayunar en el camino y de esta manera ahorrar tiempo. El camino es largo. Hicimos poco más de hora y media de camino.

Cobá fue una ciudad maya. Mis tíos ya nos habían hablado de ella y había llegado la hora de conocerla.  Tuvimos suerte pues cuando llegamos no había mucha gente: nuestra visita fue tranquila.  Es posible recorrer esta zona arqueológica de tres maneras: a pie, en bicicleta o en tricitaxi.  El boleto de entrada cuesta 70 pesos y el acceso es gratuito para quienes tengan credencial de estudiante o de maestro vigente.

Cobá está ubicada en la selva. Es un lugar con muchos árboles muy grandes. Era muy evidente que todavía no comenzaba la época de lluvias pues en lugar de estar muy verde, el follaje de muchos árboles era café.  Una vez más el sol estaba muy intenso. De los días que estuvimos en Cancún, ese fue el más caluroso.  Me puse mucho bloqueador y una playera con manga corta que me cubriera los hombros.  Recomiendo llevar tenis a este lugar y ropa cómoda y, de ser posible, botellas de agua.

Vimos el lugar del juego de pelota y escuché a varios pájaros cantar pero nunca los vi. No nos encontramos con iguanas, ni tampoco con coatís.

Avanzamos por el camino principal. Trataba de imaginarme como debió haber sido esa gran ciudad. De este recorrido no sólo las ruinas valen la pena, sino también la convivencia con la naturaleza, a pesar de que es difícil acostumbrarse al clima selvático. He leído que se ven varios animales durante el camino, esta vez lo único que me encontré fueron los horribles moscos. Lo bueno es que no tenían ganas de comerme, sólo recibí un par de piquetes.

Para finalizar el recorrido, llegamos a la gran pirámide Nohoch Mul.  Sí está permitido subir a la cima de esta pirámide y no dudé en hacerlo.  La subida fue un poco pesada, los escalones, como suele suceder en estos casos, eran muy estrechos; sin embargo, no me cansé.  La vista panorámica de ese lugar es fascinante. Desde esa altura es posible ver los kilómetros y kilómetros de selva en Cobá y también sus lagunas. Para quienes amamos la naturaleza, la vista es espectacular.  Sin dudarlo repetiría la experiencia.  Bajar de la pirámide no fue tan complicado como esperaba. Logré hacerlo de pie y sin problemas. me sentí orgullosa de mi espalda y piernas, de mi cuerpo por fin sano.

 

 

 

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Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

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Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

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Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

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Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

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Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

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Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

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Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

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Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

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Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

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Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

Después de Cobá, fuimos a la zona arqueológica de Tulum. Hicimos alrededor de 40 minutos de camino.  En Tulum sí había muchísima gente. Del estacionamiento a la zona arqueológica hay que caminar un kilómetro. De hecho, ese estacionamiento corresponde al centro comercial que está ahí, no a la zona arqueológica. No me agradó nada ese lugar.

A la las pirámides se puede llegar a pie o en un pequeño tren. Nosotros caminamos. La distancia no fue el problema sino el calor que estaba muy intenso. Por fin llegamos a la taquilla. La entrada cuesta 70 pesos y es gratuita con credencial de estudiante o maestro vigente.

Al comenzar el recorrido vimos un par de iguanas tomando el sol.  Entre árboles y flores llegamos a las pirámides. Como había muchísima gente fue difícil dedicar el tiempo necesario para absorber la historia y belleza del lugar; sin embargo, me hizo feliz visitar Tulum. Me encantó el Templo del Dios del Viento. Quizá no sea tan impresionante como los otros, pero tiene la ubicación perfecta: aislado, en lo alto, mirando al mar.  Quería entrar, pero estaba prohibido.

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Templo del Dios del Viento Tulum Zona Arqueológica Quintana Roo

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Tulum Zona Arqueológica Quintana Roo

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Templo del Dios del Viento Tulum Zona Arqueológica Quintana Roo

Tulum  no es muy grande, pero es enigmático y la vista al mar es muy seductora. El mar del Caribe es famoso por sus azules tan claros y yo no podía dejar de mirarlo.

Nuestro recorrido terminó al llegar al castillo, desde donde se puede ver la bahía. Nos gustó mucho esta visita, aunque salimos acalorados y exhaustos.  Afortunadamente mis tíos tuvieron la idea de llevar naranjas para hidratarnos después del paseo. Apenas nos subimos al coche, tomé una naranja y le di una mordida. Su frescura me dio alivio.

De ahí nos fuimos a Puerto Morelos, era nuestro último día en Cancún y queríamos despedirnos de la playa. Ya no hacía tanto calor pues había muchísimo viento.  Nos cayó bien el cambio de clima. Esa tarde no nadé, sólo estuve frente al mar, mirando a las gaviotas, esperando la llegada del atardecer. Me sentía feliz pero también triste. Nunca me ha sido fácil despedirme del mar. A veces soy una sirena que sobrevive fuera del agua y regresar a ella me renueva.

Puerto Morelos (5)

Despedida Puerto Morelos Quintana Roo

Puerto Morelos (13)

Despedida Puerto Morelos Quintana Roo

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Despedida Puerto Morelos Quintana Roo

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Gaviota. Puerto Morelos Quintana Roo

 

Se fue el atardecer y con él, también nosotros.

Esa noche invitamos a cenar a nuestra familia. Eligieron un restaurante que les gusta mucho: Cheester. Nunca había oído hablar de él, en la Ciudad de México no existe.  Me dijo mi tía que a ese lugar no suelen ir turistas. Estaba lleno cuando llegamos, nos tocó esperar unos 15 minutos para poder entrar y puedo afirmar que valió la pena.

Me gustó la decoración original del lugar que se distingue por sus paredes de colores brillantes y sus lamparas hechas de jaulas de colores con focos adentro. Me pareció un poco psicodélico y eso me agradó. Los platillos que sirven aquí son enormes,  la idea es compartirlos.  Me pareció divertido que las pastas se sirvieran en sartenes grandes. Hay un buen ambiente y la comida es rica. Yo comí pizza griega y me gustó mucho. El Cheester no es un restaurante de comida típica yucateca, su menú consiste mayormente en ensaladas, pastas y pizzas. A pesar de que el lugar estaba lleno, no había mucha ruido y se podía platicar a gusto.

Estábamos muy agradecidos con nuestra familia porque nos llenaron de atenciones, nos cocinaron platillos exquisitos y nos hicieron sentir en casa.  Fue una velada de risas, anécdotas y cariño.

Regresamos a casa exhaustos. La noche me saludaba a través de la ventana. No quería despedirme. Me costaba trabajo creer que era nuestra última noche en Cancún.

La mañana siguiente, por fin, lo logré: me desperté justo antes de que amaneciera. A través de la ventana todavía se veía la luna.

Amanecer y Parque Kabah (2)

Antes del amanecer Cancún, Quintana Roo

Emocionada me salí a trotar y me sentí la más afortunada.  Me conmueve la naturaleza, me recuerda que estoy viva.  Fue fabuloso correr con el amanecer a mi lado. Extrañaré esos días de trotar en el Parque Kabah, ojalá pronto podamos regresar.

Desayunamos todos juntos. Mis tíos nos trajeron cochinita pibil y lechón. Nos preparamos unos exquisitos taquitos (a los que también les agregué salsa de chile habanero y cebolla morada).  Fue un reto no llorar al despedirnos. Me subí al coche muy triste pero también lista para el recorrido que faltaba.

Sin dudarlo repetiría este viaje. Queremos regresar a Cancún en coche.  Mis tíos y primos nos miraban desde la ventana. Les dijimos adiós por última vez y confío en que nos volveremos a ver muy pronto.

Hay que mirar hacia adelante: el viaje todavía no terminaba. Nuestra siguiente parada sería Valladolid.

 

 

 

 

 

 

 

A Cancún en Coche: Playa, familia y comida yucateca

•abril 22, 2017 • Deja un comentario

En Cancún amanece muy temprano. Cuando abrí los ojos a las 6:40 ya había amanecido. Me propuse ganarle al amanecer por lo menos un día en estas vacaciones.

Me desperté con entusiasmo y energía. Me puse los tenis y me fui a trotar.  Hay un parque estilo los Viveros, el Parque Kabah.   Me encantó agradó ese lugar.  Además de los árboles y de  los pájaros, la humedad fue buena para mí: cuando corro en la ciudad mi nariz a veces se queja mucho mientras que en Cancún no tuve ningún problema.

Me sentí muy bien al  darme cuenta de que no importa dónde estemos, un corredor saluda a otro.  No parecía estar lejos de casa, por el contrario, me sentí bienvenida.

Mi recorrido fue de cuatro kilómetros y regresé a la casa con una enorme sensación de bienestar.

Esa misma mañana mi marido, adolescentes y yo nos fuimos a la playa.  Hacía calor pero no era bochornoso.  Fuimos a la playa Casa Maya, en donde con un consumo de 150 pesos por persona se puede estar en los camastros con sombrilla el día completo.  Nos pareció una trato aceptable y nos quedamos ahí.

La arena de Cancún es fina y muy suave; por lo tanto eso posible caminar descalzo pues no quema ni lastima los pies.  Decidí recorrer la playa de un lado al otro. Una de las cosas que más disfruto en la vida es caminar a la orilla de la playa.  También busqué cangrejos pero no encontré ninguno.  Lo que sí vi cerca de los camastros fue un par de majestuosas iguanas. ¡Me gustan mucho! Me acerqué a saludarlas y pude fotografiar a una de ellas, que se esperó a que terminara de tomarle fotos y luego se fue a su madriguera.  Quería acariciarla pero ni siquiera lo intenté. Me bastó con admirarla.

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Playa Casa Maya Cancún, Quintana Roo

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Playa Casa Maya Cancún, Quintana Roo

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Playa Casa Maya Cancún, Quintana Roo

 

 

Después me metí al mar. Las aguas de Cancún suelen ser tranquilas, no hay olas fuertes como en las playas de Oaxaca o de Guerrero.   Me dirigí a las boyas; una vez ahí me puse a nadar de un lado al otro, sintiendo como mi cuerpo se liberaba de su fragilidad y la sirena en mí resucitaba.  En este mar el agua no me dañaría. Nadé y mis cadenas se cayeron, el peso que cargaba se aligeró mientras el agua salada me limpiaba.

Nadé de dorso y mientras braceaba miraba al cielo, a las nubes, al infinito. Volaba sin detenerme. ¡Viva la vida!

El mar, el cielo y yo, yo en éxtasis reencontrándome conmigo misma. Se fueron mis miedos, preocupaciones, problemas. Sólo quedé yo fundiéndome con el mar, colmada de sal y de sueños. Quería permanecer ahí siempre, flotando boca arriba, suspendida en el agua con mis extremidades bien relajadas. La corriente me impulsaba, yo me dejaba llevar sin poner resistencia.  La voz del agua me guiaba.  ¡La vida es bella!

Sonriendo me dije  una y otra vez: «El mar es mi casa. Estoy bien y voy a estar bien». Prometí no olvidar este instante de fuerza y plenitud, de bienestar absoluto, de paz, armonía y arrobamiento.

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El mar es mi casa. Playa Casa Maya Cancún, Quintana Roo

 

Nunca me es fácil salir del mar, pero tuve que hacerlo. Tomé un par de micheladas y comí un fresco cóctel de camarones. Los disfruté.  A pesar del bloqueador, mis hombros y cara quedaron bien rojos, pero no me importó:  fue un día muy agradable en la playa.

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Playa Casa Maya Cancún, Quintana Roo

Cuando llegamos a casa, mis tíos ya nos habían preparado una exquisita comida yucateca. ¡Qué rico! ¡Qué consentidos estuvimos esos días!

Esa tarde nos llevaron al Parque de las Palapas, famoso por sus marquesitas. La marquesita esa una especie de barquillo (en forma de taco) relleno de queso de bola, nutella, cajeta (al gusto del cliente). No me atreví a probar una porque me pareció demasiado dulce.  En este parque también hay puestos de botanas, esquites, pan dulce y comida yucateca. Fue agradable caminar y llenarnos de viento.

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Parque de las Palapas Cancún, Quintana Roo

Parque de las Palapas, Cancún

Parque de las Palapas Cancún, Quintana Roo

A la mañana siguiente, después del desayuno, los cuatro volvimos a Playa Maya. Había más viento. Esta vez nadar fue una experiencia intensa y fría.  No tardé en darme cuenta de que  ahora nadaría con mis demonios y el reto sería superarlos. El mar y sus originales maneras de sanarme.

A mi lado nadaba un pez.  Aunque no podía verlo, sentía su presencia y eso me estresaba. Cerca de mí unos turistas me hacían señas (o eso creía yo).  Confundida me acerqué a ellos.  No era a mí a quien señalaban, sino al pez que iba conmigo. Era un pez más o menos grande, según lo que me dijeron era del tamaño de mi brazo.  Fue un alivio saber que no era mi imaginación: no estaba sola.  El pez se alejó  y seguí nadando, esta vez con más confianza e intensidad. Me quedé sin aliento pero no me detuve.  Ese día aprendí que sólo podría vencer a la adversidad si dejaba de evadirme o minimizarme. No huí del mar ni de mí misma: lo abracé y salí adelante.  Además de mi casa, también es mi maestro. Volví al camastro exhausta y con frío, pero también muy agradecida.

Recorrí la playa con mi cámara y me dediqué a tomarle fotos a las gaviotas. Volaban cerca de mí y me maravillaba ver cómo desplegaban sus colosales alas. Nunca les había puesto tanta atención como en este viaje.

Playa Maya Cancún

Gaviota Playa Casa Maya Cancún, Quintana Roo

Playa Maya Cancún (2)

Gaviota Playa Casa Maya Cancún, Quintana Roo

Playa Maya Cancún (3)

Gaviota Playa Casa Maya Cancún, Quintana Roo

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Gaviota Playa Casa Maya Cancún, Quintana Roo

 

Exhaustos y un poco insolados regresamos a casa. Mis tíos no estaban pero nos dejaron la comida lista: unas exquisitas tostadas. Cuando se trata de comida yucateca, no puede faltar la salsa de chile habanero. Al principio me dio miedo probarla, después me acostumbré a ella y me gustó su sabor.  Agregar sólo unas gotitas a la comida le da un muy buen sabor, el chiste es no pasarse para evitar sufrir una buena enchilada.

Pasamos una velada divertida jugando uno.  Fue refrescante.  ¡Me hacía mucha falta convivir con la familia!

Una vez más  ya había alboreado cuando me levanté. ¿A qué hora tendría que despertarme para ver el amanecer?  Era nuestro tercer día en Cancún y yo no lograba ganarle.

Ese día mis tíos nos llevaron a Puerto Morelos, la playa a la que suelen ir, donde nadaban mis primos cuando eran pequeños.

Casi no había gente en la playa y eso fue genial. Lo único malo es que  era imposible esconderse del sol intenso.  Me asusté cuando un pelícano pasó muy cerca de mí; luego, fascinada,  pude verlo pescar.  Fue extraordinario.

Había muchísimas gaviotas.  Es fascinante ver como sus alas  minúsculas en apariencia cuando están en tierra firme, se vuelven enormes a la hora de emprender el vuelo.

Puerto Morelos (13)

Gaviotas en Puerto Morelos Cancún, Quintana Roo

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Gaviotas en Puerto Morelos Cancún, Quintana Roo

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Gaviotas en Puerto Morelos Cancún, Quintana Roo

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Gaviotas en Puerto Morelos Cancún, Quintana Roo

En este lugar nadar es una experiencia increíble.  El mar es más hondo y más tranquilo. Fue como estar en una alberca con una corriente muy ligera.   Ahí  hay muchos peces y,  me contó mi tía, también mantarrayas.  Me hubiera gustado ver alguna, pero no llevaba ni visor ni gogles.

Sentí mucha paz en las aguas de Puerto Morelos.  Lo único que no me gustó fueron los sargazos que se adherían a mi piel y una vez fuera del agua tenía mucha comezón. Nunca había visto tantos. Era imposible no pisarlos.

Puerto Morelos es un buen lugar para nadar, convivir con las gaviotas, encontrar peces, estar en contacto con la naturaleza y descansar.  Eso sí, para pasar el día ahí es importante llevar una sombrilla. En la zona donde estuvimos no hay palapas ni nada. Nosotros llevamos la botana y botellas de agua.

Esa tarde el menú en la casa fue el siguiente:  salbutes, panuchos y atún a la vizcaína con arroz. Aprendí la diferencia entre salbutes y panuchos.  Ambos consisten en una pequeña tortilla de maíz un poco inflada y suave que lleva carne deshebrada, pollo, cochinita pibil o relleno negro, además de cebolla colorada. Suelen servirse con salsa de chile habanero.  La única diferencia entre ambos es que la tortilla de los panuchos va rellena de fríjoles y la de los salbutes no. Ambos son ricos pero  me gustan más los panuchos. Me atreví a comerlos con salsa de chile habanero. Valió la pena arriesgarme.

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Atún a la Vizcaína Cancún, Quintana Roo

Pasamos la velada platicando, recordando a mis abuelos y también cantando. ¡Cómo desearía convivir así con  ellos más seguido! Ojalá la distancia no pesara tanto.

A pesar de que nos fuimos a dormir un poco tarde, estábamos dispuestos a levantarnos temprano al día siguiente pues nos tocaba visitar las zonas arqueológicas de Cobá y Tulum.  No me perdería ese paseo por nada. Me dolía pensar que nuestro viaje estaba por terminar. ¿A quién le gusta que las vacaciones terminen?

 

 

 

 

A Cancún en Coche: Disfrutando el paseo en carretera y un lugar para comer en Mérida

•abril 21, 2017 • 2 comentarios

Nos esperaba una larga travesía para llegar a Cancún.  Dejamos atrás Ciudad del Carmen, la cual no es una ciudad tan llamativa. Lo que sí disfrutamos mucho fue la carretera hacia Yucatán.  Me encantó tener el mar a mi alrededor y ver a las gaviotas. Tampoco en esta ruta nos tocó tráfico, avanzábamos a nuestro paso sin estrés de ningún tipo. Mirar a mi alrededor me relajaba mucho, rodeados de tanta naturaleza el viaje no parecía tan largo.

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Saliendo del Ciudad del Carmen, Campeche.
Dirección: Yucatán.

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Carretera Ciudad del Carmen a Yucatán.

Conforme avanzábamos el calor aumentaba y en Champotón, Campeche, me estaba sofocando. Fue el único lugar donde me dolió la cabeza. El bochorno era casi insoportable. Yo me estaba derritiendo y los vendedores ambulantes nos ofrecían tamales. ¡Quién come tamales con este calor tan tremendo! No podía creerlo. ¿Hay alguien a quien se le antojen en una tarde así? Yo sólo pensaba en tomar agua y alejarme de ese lugar. Más adelante, todo mejoró. Seguimos nuestro camino y yo sentí alivio, siempre me ha gustado estar cerca del mar. La naturaleza me hace feliz.

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Llegando a Yucatán desde Campeche. 

Cuando menos lo pensamos, ya estábamos llegando a la bella Mérida en Yucatán. En todo el camino no habíamos visto nubes así. ¡Qué lindo cielo! Estábamos encantados. Me han hablado maravillas de Mérida y apenas ahora pude tener un vistazo de esta preciosa ciudad. En realidad, sólo conocimos un pedacito del centro pues sólo teníamos un par de horas para comer. No, nos tocaría pasear por sus calles ni descubrir su sublime esplendor.

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Las nubes en Mérida, Yucatán

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Mérida, Yucatán

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Mérida, Yucatán

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Mérida, Yucatán.

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Mérida, Yucatán

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Mérida, Yucatán

Buscábamos un restaurante que no fuera muy caro y donde pudiéramos encontrar comida típica yucateca. Nos recomendaron la Chaya Maya, ubicada en el centro de la ciudad y sin dudarlo allá fuimos.

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La Chaya Maya, en Mérida, Yucatán.

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La Chaya Maya, en Mérida, Yucatán

Llegamos a la Chaya Maya y tuvimos que esperar casi veinte minutos pues había mucha gente, a pesar de que ya casi eran las cinco de la tarde. Al entrar me pareció estar en una mansión antigua, llena de historia. Había mesas al aire libre y el ambiente del lugar era muy agradable. Pedí un agua de chaya, una delicia que no había probado antes. Mi marido y yo ordenamos una combinación de cuatro guisos para conocer más sabores yucatecos. Probé el relleno negro y no me desagradó. El pollo con pipián estaba muy rico y disfruté muchísimo la cochinita pibil. No sé ni cuántos tacos me comí. Comimos hasta quedar satisfechos. Ya estábamos listos para continuar nuestro camino.

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Cuatro guisos yucatecos en la Chaya Maya. Mérida, Yucatán

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Agua de Chayas en la Chaya Maya. Mérida, Yucatán

Estar sólo unas horas en Mérida me pareció muy poco. ¡Quiero regresar! Me gustaron sus árboles y sus casas coloridas. Me gustaron sus calles ordenadas y también su silencio (no se parece en nada al escándalo al que estamos acostumbrados en la Ciudad de México).

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Mérida, Yucatán.

Esta vez no nos fuimos por la carretera de cuota, nos fuimos por la libre. Nos dijeron estaba en buenas condiciones y que era segura. Ambas cosas fueron ciertas. Me encantaron las nubes de Mérida y todavía pude disfrutarlas un rato más en la carretera.

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Nubes. Carretera de Mérida a Valladolid, Yucatán.

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Nubes. Carretera de Mérida a Valladolid, Yucatán.

Esta vez sí fue posible ver el atardecer. ¡Qué maravilla! Me he convertido en coleccionista de atardeceres y los de la carretera suelen ser impresionantes.

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Atardecer en la Carretera. De Mérida a Valladolid, Yucatán.

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Atardecer en la Carretera. De Mérida a Valladolid, Yucatán.

Descubrimos un pueblito del que yo nunca había escuchado hablar: Valladolid. Nos atrapó desde que lo percibimos. Nos recordó mucho a Querétaro (otra ciudad que amo). No me salieron muy bien las fotos porque ya estaba muy oscuro y no tuvimos oportunidad de detenernos; sin embargo, dejamos la posibilidad abierta para visitarlo a nuestro regreso.

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Valladolid, Yucatán.

Fue una noche tranquila y la música nos alegró el camino. Fueron poco más de ocho horas de camino de Ciudad del Carmen a Cancún. Estábamos cansados pero no exhaustos. Los cuatro llevábamos con nosotros la ilusión de este viaje. Una vez más Google Maps nos indicó la mejor ruta para llegar a casa de nuestros tíos y primos. No tardamos mucho en llegar. La luna enorme, la esplendente luna, nos dio la bienvenida. Finalmente habíamos llegado a nuestro destino.

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La luna en Cancún cuando llegamos

Nuestra familia nos llenó de abrazos y amor. Estaban felices y emocionados por nuestra visita (igual que nosotros por visitarlos). Nos recibieron con una deliciosa cena: vaporcitos, también llamados tamales torteados. Nunca los había visto. Además de ricos, pude digerirlos bien.

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Vaporcitos o tamales torteados. Cancún, Quintana Roo

Al instante me sentí en casa. Cenamos, reímos, platicamos. Un viento fresco entraba por la ventanas. ¿Qué puede ser mejor que llegar a una casa muy acogedora con la familia que nos ama?

Por si fuera poco, justo afuera de la habitación donde nos tocó dormir, los grillos estaban dando un espectacular concierto.

Habíamos llegado a Cancún sanos y salvos; estábamos listos para disfrutarlo.

A Cancún en Coche: Primera parada, Tabasco y una cosa que cumplir de mi lista de cosas por hacer antes de morir.

•abril 21, 2017 • 2 comentarios

Por fin llegaron las vacaciones, era urgente salir de la rutina, de la ciudad y cargar las pilas en la playa. En diciembre vino de visita nuestra familia de Cancún. Justo antes de despedirse nos invitaron a pasar unos días en su casa y a mi marido se le ocurrió que podríamos hacer el viaje en Semana Santa, una vez más haríamos el viaje en coche, lo cual me pareció una excelente idea.  Tuvimos una experiencia increíble en diciembre de 2015 cuando viajamos a Arizona.  En diciembre, abril nos parecía muy lejano y ahora ya estábamos listos para comenzar otra aventura más…

Este viaje además me daría la oportunidad de cumplir un deseo de años.  He visto que hoy en día está de moda tener una lista de cosas por hacer antes de morir (bucket list). No puedo decir que tenga una escrita, pero creo que la mayoría de las personas tenemos en la mente varias cosas que deseamos vivir, experimentar,  realizar antes de que la muerte venga por nosotros.  Puedo decir, muy emocionada, que este viaje representaba para mí, además de la oportunidad de reunirme con nuestra familia y visitar la playa, la oportunidad de realizar una de esas cosas que debo hacer antes de dejar este mundo.  El hecho de viajar en coche nos haría posible visitar Villahermosa, Tabasco, donde yo tenía mi sueño que cumplir.  Mi marido, que conocía bien este sueño, puso todo de su parte para ayudarme a lograrlo y siempre le estaré agradecida por eso.

Nuestro recorrido comenzó el viernes por la tarde cuando nos dirigimos a Jáltipan, Veracruz donde pasaríamos la noche. No niego que estaba un poco nerviosa con la idea de viajar en carretera debido a las noticias que se escuchan a diario en las noticias; sin embargo, eso no me impidió disfrutar del camino. Fuimos precavidos y en esta parte del viaje nos fuimos siempre por la carretera de cuota.  Nos tomó alrededor de una hora lograr salir de la ciudad pues el tráfico estaba terrible. Afortunadamente nos fue mejor en la carretera. Como teníamos prisa, paramos a comer en un Subway de la carretera. Pedimos una sub de 30 centímetros y con eso aguantamos bien el resto del viaje.

carretera Puebla a Jáltipan

El hermoso cielo en la carretera de Puebla hacia Jáltipan, Veracruz.

Viajar en coche me permite ir viendo la carretera. El paisaje es diferente para cada lugar de la República. Cuando fuimos a Arizona,  avanzamos hacia el norte de nuestro país, ahora nos tocó dirigirnos al sur. Los caminos son muy diferentes y los climas también. Me emocionaba mucho poder ver el atardecer, pero nos resultó imposible porque había mucha neblina en la carretera hacia Veracruz.; era tan intensa que me resultaba imposible ver el cielo y ver lo que había frente a nosotros era un reto.  A paso muy lento sobrellevamos la neblina y seguimos nuestro camino a Jáltipan.

Niebla. Carretera Veracruz.

Así la niebla en Veracruz, en la carretera que nos llevaría a Jáltipan.

No hubo tráfico y llegamos tranquilos a la hora planeada: poco después de las once.  Llegamos a la casa de nuestro sobrino quien nos recibió con una espléndida y exquisita cena típica: una memela gigante que tenía una combinación de todo: carne, queso, verduras y hasta plátano frito. Con excepción de una tlayuda, no había visto antes algo de semejante tamaño. No estaba segura de que mi estómago pudiera digerir eso; sin embargo, me comí cuatro pedazos porque estaba deliciosa. No sólo lo disfruté, sino que mi estómago sobrevivió al exceso. Nuestro sobrino nos platicó de cómo es la vida en Jáltipan, de sus proyectos a futuro y nos dio algunas sugerencias para Villahermosa al día siguiente.  En la noche dormí acompañada de un concierto de grillos y de cigarras.  Desperté con los trinos de varios pájaros. Me quedé escuchándolos mientras los demás dormían.

Memela de Jáltipan

Memela. Típica de Jáltipan.

A las diez de la mañana, después de un rico desayuno y de agradecer a nuestro sobrino su hospitalidad, tomamos la carretera hacia Villahermosa, Tabasco.  Pudimos ver un poquito de Jáltipan antes de irnos.

Jáltipan, Veracruz.

Jáltipan, Veracruz.

Jáltipan en Veracruz

Jáltipan, Veracruz

Estaba nublado lo que fue bueno para nosotros pues no tuvimos calor durante el camino. Son aproximadamente dos horas de Jáltipan, Veracruz a Villahermosa, Tabasco. Me sentía muy emocionada.  ¡Por fin había llegado el día!

Villahermosa, Tabasco fue la tierra de mi bisabuelo materno (y por muchos años creí que también lo era de mi abuelo, su hijo). Mucho tiempo me imaginé a mi abuelo viviendo en ese idílico lugar.  Ahí también está el hospital que lleva el nombre de mi bisabuelo: Dr. Juan Graham Casasús y moría de ganas de conocerlo.  Era importante para mí encontrarme con mis raíces.

La carretera tan verde me pareció hermosísima. Hasta ahora ha sido para mí una de las carreteras más bellas que he visto en mi país. Iba feliz disfrutando la vista a través de la ventana.

Carretera de Veracruz a Villahermosa, Tabasco

Así de hermosa la carretera para llegar a Villahermosa, Tabasco.

Carretera Veracruz a Villahermosa

Así de hermosa la carretera para llegar a Villahermosa, Tabasco.

Carretera Veracruz a Villahermosa, Tabasco

Así de hermosa la carretera para llegar a Villahermosa, Tabasco.

Al llegar a Villahermosa me sucedió algo muy extraño: aunque era la primera vez que lo visitaba sentí que ya había estado ahí antes. También me hizo pensar en las tardes llenas de árboles en Cuernavaca con mis abuelos maternos.  Me acarició una dulce nostalgia.

Gracias a Google Maps llegamos rápidamente al Hospital Regional de Alta Especialidad Dr. Juan Graham Casasús.  Me dieron ganas de sonreír y de llorar al mismo tiempo. Quizá parezca una locura, pero sentí que era una manera de estar cerca de mi bisabuelo, quien murió antes de que mi madre naciera.  Lo viví también como una oportunidad de conocer un poco acerca de mi bisabuelo.  Fue un doctor que sobresalió por su lucha para combatir las epidemias de paludismo y fiebre amarilla, disenteria amibiana en diferentes estados de la República. Me maravilla que su trabajo no se olvide, que hayan honrado su memoria poniéndole su nombre a un hospital en su ciudad natal.   Mientras llegábamos al hospital, pensé en lo poco que sabía de mi bisabuelo. Estudió medicina en la Escuela Médico Militar. Se quedó viudo cuando mi abuelo tenía once años.  Debido a su educación militar era un hombre muy duro. Mi mamá me contó que educó a sus hijos con la rigidez de un militar. Era fuerte y perseverante.  Me hubiera gustado mucho conocerlo.

Dr, Juan Graham Casasús  Foto mural hospital

El retrato de mi bisabuelo: Dr. Juan Graham Casasús.

Camino al Hospital Juan Graham en Villahermosa, Tabasco

Ya nos faltaba poquito para llegar al Hospital Dr. Juan Graham Casasús 🙂

Villahermosa, Tabasco (8)

Con mucha amabilidad nos dieron un pequeño recorrido a mi marido y a mí por el hospital (por supuesto, sin pasar por el área de hospitalización) y pudimos tomar fotos del mural donde está el retrato de mi bisabuelo.  Sobra cualquier palabra para describir lo que sentí.  Estuve frente a su retrato, frente a un pasado que aunque no es mío, también me pertenece. Conocer parte de mi historia me ayuda a comprender mi presente, a ver quién soy.

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El Mural del Hospital Dr. Juan Graham Casasús donde está el retrato de mi bisabuelo. Villahermosa, Tabasco

 

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Dentro del Hospital Dr. Juan Graham Casasús Villahermosa, Tabasco

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El Mural del Hospital Dr. Juan Graham Casasús donde está el retrato de mi bisabuelo. Villahermosa, Tabasco

 

Salí del hospital agradecida por esta visita, en paz por haber cumplido ese sueño. Me tomé una foto en la entrada del hospital, justo debajo del nombre de mi bisabuelo. Justo ahí me prometí alcanzar mis metas, nunca desistir para lograr lo que me propongo. Me prometí ser fuerte y perseverante como lo fue él.

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En la entrada del Hospital Dr. Juan Graham Casasús, una foto con el nombre de mi bisabuelo. Cumpliendo un sueño en Villahermosa, Tabasco

Una vez cumplida la misión, nos fuimos al Parque Museo de la Venta, un museo al aire libre. La visita a este museo cuesta 35 pesos. En este museo hay piezas arqueológicas procedentes de La Venta, ubicada al noroeste de este estado, Tabasco. El recorrido del parque es de aproximadamente 1.2 km y comienza con un pequeño zoológico.  Me gustaron las tortugas y la pantera negra.  Es un lugar increíble con árboles impresionantes. Me recordaron un poco a la reserva ecológica de Nanciyaga en Catemaco.   Ahí los coatís caminan libremente y son muy pacíficos excepto cuando las personas tratan de tocarlos.  Entre las piezas arqueológicas vimos cabezas olmecas y altares. Tuvimos suerte de que ese día no hiciera tanto calor, eso nos permitió disfrutar más el paseo.  Hay una pequeña sala (esa no está al aire libre) en donde nos cuentan la historia de Papillón, un lagarto que vivió ahí varias décadas (murió en el 2014, tenía ochenta años).  Ahí se encuentra su cuerpo disecado, el cual sigue siendo muy imponente.  Salimos encantados de esa visita.  Me hubiera gustado tener más tiempo para visitar esta ciudad y Tabasco completo.

Parque Museo la Venta

Parque Museo la Venta Villahermosa, Tabasco

Tabasco Villahermosa

En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

Villahermosa, Tabasco

En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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Papillón. Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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Un coatí 🙂 En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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Siempre encuentro corazones en la naturaleza. En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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Coatí En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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En el Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

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Tortugas y Lagarto Parque Museo La Venta. Villahermosa, Tabasco

Veo a Villahermosa como la ciudad del agua: está rodeada de lagunas y pantanos. Es una ciudad verde, frondosa, un paraíso que apenas pude conocer. Quiero regresar a Tabasco y conocer sus grutas, sus cascadas, su pueblo mágico, su zonas arqueológicas.  Fue una visita muy breve y no quería irme, pero volveré. ¡Hasta pronto, Tabasco!

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Villahermosa, Tabasco

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Villahermosa, Tabasco

Comimos en un pequeño restaurante saliendo de Villahermosa, en la carretera. No pude probar la comida tabasqueña, pero había unas mojarras muy ricas.  Una vez listos, nos dirigimos a Ciudad del Carmen, donde pasaríamos la noche.  Distraída admirando la carretera el tiempo pasó volando: sólo fueron dos horas de camino.

Saliendo de Villahermosa

Mojarras

Ciudad del Carmen no llama mucho la atención, pero la entrada a la ciudad sí. Se llega por un puente, alrededor de él sólo hay mar. Yo iba fascinada mirando al mar. Disfrutamos esa vista.  Nos dirigimos a la casa donde pasaríamos la noche (mi marido la consiguió gracias a Air BnB).  En la habitación de al lado se hospedaba una pareja rusa. Ambos eran muy amigables. Ella hablaba un poco de español y su marido, inglés. Estaban sorprendidos de que supiera algunas palabras en ruso y de mi interés en aprender su idioma. Fue divertido platicar con ellos y me sentí bien de poder entender algunas palabras en ruso.

Me costó trabajo dormir esa noche porque el aire acondicionado estaba un poco fuerte y yo soy friolenta. Sólo estuvimos en Ciudad del Carmen esa noche. Nos fuimos temprano en la mañana después del desayuno. Los rusos nos compartieron un postre típico muy rico que se come acompañado de té. Eran frutas con jarabe de azúcar, especie de almíbar. ¡Qué rico! Fue un bonito detalle. Intercambiamos teléfonos y direcciones de correo y me encantará que sigamos en contacto.

Carretera Ciudad del Carmen

A punto de llegar a Ciudad del Carmen, Campeche.

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A punto de llegar a Ciudad del Carmen, Campeche.

Hacia Ciudad del Carmen (54)

Llegando a Ciudad del Carmen, Campeche.

Emprendimos camino, nos esperaba un largo día en la carretera para llegar esa misma noche a nuestro destino final: Cancún.

¡Cómo disfruto viajar en coche!

 

 

 

Hoy me tomé una selfie

•marzo 29, 2017 • Deja un comentario

Crecí convencida de que era fea. La palabra bonita no existía en mi vocabulario y el espejo era mi verdadero enemigo.  Años más tarde, confundí esa palabra: creerse bonita parecía ser sinónimo de ser superficial y frívola.

Sin importar el tiempo ni la edad, bonita no ha sido la palabra para mí.  En los últimos meses del año pasado empecé a enfrentar duras batallas conmigo misma. Después de encerrarme en el dolor físico y emocional, pude empezar a levantarme.  Así he logrado salir de las tormentas y aprender de los demonios que me visitaron. Sigo aprendiendo y parece que no sólo afuera, sino también dentro de mí, llega la primavera.

Esta semana ya dejé de arrastrar mi cuerpo y en esta lucha para sanarme cada día avanzo con más seguridad y sintiéndome más ligera. He ido soltando mis miedos. Ya pronto voy a estar en completa armonía con mi cuerpo y conmigo misma.

Por primera vez en mis cuarenta años hoy me siento bonita. No tengo la sombra de mis complejos pasados ni la equivocada vergüenza de estarme convirtiendo en una persona frívola o superficial.  Contra lo esperado, me  gustó mirarme al espejo.  Hacerlo me dio bienestar. Tuvieron que pasar poco más de cuarenta años para que pudiera empezar a amarme sin tinieblas.

Esta mañana el sol colmó mis pensamientos. Después, no pude evitarlo, me tomé una selfie porque me siento bonita, porque quiero compartir mi sonrisa, porque es la primera vez que digo esto en voz alta y frente al mundo. Hoy me atrevo a decirlo sin sentirme mal. ¡Soy bonita!

Mientras lo digo siento como se quiebran los candados que me oprimían. Mis lágrimas ahora son sanadoras.  Justo en este momento cierro el capítulo de espejos rotos y de las Carlas asustadas, inseguras, feas, o avergonzadas, de esas Carlas enemigas de sí mismas que he sido en las diferentes etapas de mi vida.

Soy bonita: me acepto tal cual soy y me siento bien con la imagen que veo frente al espejo, con la que fui y con la que soy ahora.

¡Soy bonita! Además de decirlo, me atrevo a escribirlo. En este instante logro verme sin criticarme; tampoco me censuro o juzgo.  Me abrazo y en ese reencuentro conmigo misma soy, por fin, libre.

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Hoy me tomé una selfie

 

 

 

Grito hecho silencio.

•marzo 21, 2017 • 2 comentarios

Nacer y, después, en algún momento, morir,  aunque no sepamos dónde, cuándo ni cómo, porque no puede haber vida sin la muerte ni  viceversa. Desde que tengo memoria, la muerte siempre ha estado presente en mí, en mis pensamientos, en mi día a día.  Al igual que mi papá, soy existencialista y no olvido aquella mañana en la playa, al comienzo de mi adolescencia, con los pies sumergidos en la arena y el vaivén de las olas arrullándome, cuando mi papá me dijo:  «De lo único que podemos estar seguros es de la muerte, la única certeza que tenemos es que vamos a morirnos». Asentí. Es algo que yo ya había pensado y que en ese hermoso día no me daba angustia. Mi papá estaba tranquilo y me lo dijo como un hecho, así de sencillo.  Lo que se me quedó bien grabado de esa plática, lo que me enseñó mi papá entonces fue a apreciar la vida, a agradecer cada instante, a disfrutar el hoy porque no sabemos si habrá un mañana.

La mayor parte del tiempo, la muerte le da sentido a mi vida y me siento tranquila. No he estado tan cerca de ella; sin embargo, cuando me atropellaron a los trece años, al ver el coche frente a mí y sabiendo que no podía evitar estamparme contra él,  no me asustó la posibilidad de morirme, estaba en paz con eso; lo que me causó problema fue pensar en despedirme de mis papás, en el dolor que les causaría mi ausencia.  No siempre ha sido así. Hay veces en que la idea de la muerte me deja una sensación de vacío como la que plantea Janne Teller en su libro Nada. Cuando eso me sucede, pierdo el equilibrio y nada tiene sentido. Entonces me siento como Pierre-Anthon – personaje de Nada, Janne Teller- quien decide trepar un árbol y no hacer nada pues independientemente de lo que haga o no haga, va a morirse; por lo tanto, nada tiene sentido para él: todo se reduce al hecho de que inevitablemente todos vamos a morirnos.

No recuerdo cuando fue la última vez que naufragué de esta manera en el sinsentido de un existencialismo extremo. Y lo que me parecía una prueba superada, una época lejana,  vuelve a invadirme ahora. Mis ataques de ansiedad me reencontraron con esta parte de mí misma y me ha costado mucho trabajo no sentarme a esperar a que la vida pase como decidió hacerlo Pierre-Anthon.

El frío que me quitó el aliento cuando leí Nada de Janne Teller, una vez más se adhiere a mi cuerpo en esta cálida noche.  No puedo evitar preguntarme si mi vida es un sueño, si podré sacudirme esta pesada indiferencia. No sé porqué estoy aquí ni tampoco que estoy haciendo con mi vida. ¿Hacia dónde voy?

Se me aparece la muerte como neblina que deshace mis pensamientos, como angustia de los atardeceres que se esfuman y de los ayeres que me conforman. Se me aparece la muerte como el final que llega antes de tiempo, cuando el cuadro no ha sido pintado ni el libro escrito. Es como si el camino se dividiera y yo me quedara en medio de la nada.

Quiero llorar pero no tengo la fuerza para hacerlo: estoy paralizada. ¿Cómo saldré de este bloqueo?

Cuando camino en la calle me olvido de los miedos y desesperaciones. Las ideas me hablan, me lleno de cuentos, historias, visiones, personajes, diálogos, melodías y me siento la maga más grande. Es tan intenso ese mundo creado que sólo deseo llegar a mi casa para plasmarlo en el cuaderno y ser feliz; sin embargo, cuando por fin tengo la oportunidad de hacerlo, me doy cuenta de que estoy vacía: todo se ha esfumado y sólo queda la niña asustada y ridícula,la mujer prisionera de sus propias barreras, atrapada en el rechazo del pasado.  Así percibo la sombra de mi muerte y me aterra quedarme muda. Me aterra morirme sin haberme escapado de este sinsentido, de este mutismo, de mis propios complejos y traumas. No quiero vivir a la sombra de la muerte. No quiero seguir avanzando por inercia. No quiero morirme en blanco, sin haber liberado las ideas que me acompañan, sin haberme quitado la autocensura, sin haber sido verdaderamente libre.

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El papel se humedece mientras escribo. La tinta me desangra. Soy silencio hecho de gritos. Mi cuerpo sana pero mi voz no vuelve. ¡No vuelve! Los capítulos ya cerrados se abren de nuevo y las heridas – mis heridas- se infectan. La ansiedad es una pesadilla recurrente que me vincula con mis fantasmas. Me encuentro conmigo misma e imploto.

Una vez más estoy en ese lugar oscuro donde soy efímera, donde aguardo la muerte en absoluta pasividad: aterrada.  No.¡No quiero ser como Pierre-Anthon! No quiero morirme en el sinsentido ni tampoco con mis fantasmas.  ¡No quiero morirme muda!

La ansiedad es una pesadilla recurrente y yo soy una herida que se infecta. No soportaría morirme sin liberar mi mundo interno.  No puedo morirme en la penumbra. No quiero seguir siendo parte de este existencialismo extremo que me vuelve noctámbula.

El llanto aún no llega. La noche avanza y ahora, por fin, siento que mi alma se mueve con la pluma y las palabras comienzan a limpiarme. Vuelvo a preguntarme porqué estoy aquí. No sé a ciencia cierta qué estoy haciendo con mi vida pero sí sé que no quiero seguir enredada en el silencio, en mis traumas, en mi compleja autocensura. No quiero que se me escape el mundo que he encontrado, no quiero desvanecerme por seguir vinculada a mis fantasmas. ¡Quiero vivir!  ¡Quiero beberme los amaneceres de esta primavera! ¡Quiero sentirme completa de nuevo!

Vuelve a  mí este día en la playa, con el infinito reflejado en el agua, con mi papá hablando de certezas y yo apretándole la mano mientras sentía la vida aferrarse a mi cuerpo.

Pienso en la primavera que llega, en mis piernas que se fortalecen, en el maratón que se aproxima.

Lograré salir del trance si confío en mi mundo interior y le doy voz a mis quimeras.  Voy a escaparme de la muerte corriendo hacia la vida.