A Cancún en Coche: Un Cenote, Valladolid y una larga procesión del silencio…
La mañana del viernes comenzó nuestro largo regreso a casa. Teníamos planeado parar en Valladolid para tomar un helado y pasear un rato. Nos faltaba poco para llegar cuando vimos la desviación para ir a un cenote y nos dirigimos hacia allá. Los cenotes son pozos de agua que suelen hallarse a gran profundidad. Ninguno de nosotros había visitado uno antes y Yucatán es famoso por sus cenotes.
En pocos minutos llegamos a Choj Ha. Para disfrutar de este lugar, es necesario bañarse antes para quitar de la piel los residuos de bronceador, crema, loción, sustancias que contaminan el agua. Ahí había regaderas para hacer esto y ahí mismo fue posible rentar el equipo para aprovechar al máximo esta experiencia: una linterna resistente al agua, un snorkel y un chaleco salvavidas.

Llegando al cenote Choj Ha en Yucatán
Una vez listos, ya pudimos dirigirnos al cenote Choj Ha. La bajada no fue tan larga como esperaba. En pocos minutos ya estábamos frente a una maravilla de la naturaleza. La vista era fascinante. En realidad estábamos dentro de una gruta con un pozo de agua muy profundo. A pesar de la oscuridad, se percibía el azul claro del agua. Busqué tomar algunas fotos, aunque no me salieron muy bien. Después ya me aventé a nadar. El agua estaba muy fresca, perfecta para un clima tan caliente.

Camino al cenote Choj Ha Yucatán

Cenote Choj Ha Yucatán

Cenote Choj Ha Yucatán

Cenote Choj Ha Yucatán

Cenote Choj Ha Yucatán
Me resultó un poco estresante nadar en la oscuridad y mirar hacia el abismo de agua. las estalactitas y estalagmitas me parecían esculturas de una civilización muy sabia, poderosa y distante. Tuve que luchar contra el impulso de irme al fondo para encontrarla. Me dieron escalofríos. Saqué la cabeza del agua y me calmé un poco. A veces mi locura me asusta. Estaba tan fascinada como ansiosa.
En el agua hay muchos bagres, son pequeños y muy simpáticos. Me dijeron que se alimentan del guano que les dejan los murciélagos. Cuando los alumbraba con mi linterna, los pequeños peces no huían, se quedaban ahí, mirándome con curiosidad. Algunos de ellos tenían bigotes parecidos a los de los gatos. ¡Cómo deseé en ese momento tener una cámara resistente al agua!
En Choj Ha uno puede permanecer el tiempo que desee. Nosotros nos quedamos poco más de media hora. La atención recibida fue excelente y con gusto regresaría en nuestra próxima visita.
Muy sorprendidos regresamos al coche y continuamos nuestro camino. No tardamos mucho en llegar. ¡Valladolid es aún más acogedor en el día que en la noche! ¡Sí cumplimos nuestro deseo de regresar! Estacionamos el coche y lo primero que vimos fue una elegante calesa. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que vi una.

Calesa Valladolid, Yucatán
Además de un pueblo mágico, Valladolid es una ciudad heroica. Adquirió ese nombre gracias al libro Ciudad Heroica, historia de Valladolid de Oswaldo Baqueiro Anduze publicado en 1943. En este libro se describen los cuatro eventos que convirtieron a Valladolid en una ciudad cuatro veces heroica.
Primero entramos al Palacio Municipal donde leímos un poco acerca de la historia de esta ciudad y los impresionantes murales que muestran algunos acontecimientos históricos de esta ciudad. Desde el balcón de esta sala se puede ver la ciudad, especialmente la plaza principal donde está la Iglesia de San Servacio o San Gervasio. Me emocioné.

Mural en el Palacio Municipal de Valladolid, Yucatán

Mural en el Palacio Municipal de Valladolid, Yucatán
Saliendo del Palacio Municipal, paseamos por la plaza principal y nos compramos un helado. A mi marido le sorprendió que hubiera uno de queso de bola; le encantó. Nos sentamos en una banca mientras nos comíamos nuestro helado. Frente a nosotros estaba la fuente y las bancas alrededor de ella formaban un círculo. ¡Qué original manera de acomodarlas! ¡Qué formidable vista!

Un helado Valladolid, Yucatán

Un helado Valladolid, Yucatán

Plaza principal Valladolid, Yucatán

Valladolid, Yucatán

Plaza Principal Valladolid, Yucatán

Valladolid, Yucatán
Si no fuera por el calor tan intenso, creo que Valladolid sería el lugar perfecto para llevar una vida más tranquila y en armonía.

Valladolid, Yucatán
Desafortunadamente no podíamos quedarnos más tiempo. No me atrevería a decir que conocimos la ciudad, pero sí afirmo que me fascinó lo que vi. Confío en que pronto tendremos la oportunidad de regresar.
Nuestra siguiente parada fue Chichen Itza. Llegamos unos minutos antes de que cerraran. El precio del boleto de entrada es de 165 por persona para mexicanos y 260 para extranjeros. Nos quedamos pasmados por el precio. La entrada cuesta el doble que la de Tulum o Cobá. Tuve que correr al auto por mi credencial de elector, la había olvidado. Cuando regresé, justo en el momento para entrar, sucedió algo que tomó proporciones descabelladas. Un malentedido, mucha tensión acumulada, estrés y sentimientos negativos hicieron que una bomba dentro de mí estallara. En seguida se rompió el frágil equilibrio sobre el cual estábamos caminando y la armonía se volvió una idea muy distante. Quebrados nos olvidamos de Chichen Itza.
El camino a Campeche fue una eternidad. Nadie habló. Me dediqué a mirar a través de la ventana, a seguir el movimiento de las nubes, a escapar de mi entorno. Ya pasaban de las cinco y de pronto recordé que era Viernes Santo. Hace tanto que no pensaba en eso que me pareció extraño que justo ahora eso me viniera a la mente. Recordé las procesiones del silencio que presenciábamos en Querétaro con mis papás cuando eramos niños mis hermanos y yo. Sentí que estaba viviendo mi propia procesión del silencio y no tenía a nadie con quien compartirla.
Llegamos a Campeche. Me pregunto porqué nunca nadie habla de esa ciudad. Sabía que existía, está en el mapa, pero jamás nadie menciona su belleza. De no ser por este viaje, jamás se me habría ocurrido visitarla. Agradezco mucho esa oportunidad de hacerlo.
Nuestra primera parada fue para comer pero yo no tenía hambre. Necesitaba estar sola con mi tempestad irrefrenable. Por fortuna, afuera del restaurante había un mirador frente al mar. Ahí caminé primero y luego me senté. Ahí me vino la idea de lanzarme al agua a fin de que se llevara mi dolor pero en lugar de eso, pedí ayuda para salir del abismo en el que estaba atrapada. Gracias a quienes me ayudaron pude calmarme un poco. Entonces me di cuenta de que ya iba a atardecer. ¡Qué magnífico regalo!
La naturaleza es mi refugio, mi salvación, mi lugar de paz. A menudo me pregunto cómo sería el mundo si los seres humanos recurriéramos a la naturaleza en momentos de crisis. Estoy segura de que entonces nuestro mundo sería un lugar menos violento…

Atardecer Campeche
Frente a mí tenía el atardecer más impresionante que jamás haya visto hasta ahora. Lo viví como un regalo de oportunidad y esperanza. Estaba muriendo despacio para renovarme después. El sol dominante invadía el agua del mar y alumbró mi alma entonces oscura. Dependía de mí ser feliz, mirar hacia adelante, restaurarme. Nunca me había sentido tan rota y al mismo tiempo tan agradecida. Frente a ese gigante crepúsculo hice la promesa de reconstruirme, de no lanzarme al vacío, de ser feliz.

Frente a ese gigante crepúsculo hice la promesa de reconstruirme, de no lanzarme al vacío, de ser feliz. Campeche

Atardecer y Gaviotas en Campeche
Las gaviotas me acompañaron aquella tarde de viento y silencio. Ese atardecer fue el abrazo que necesitaba, mi compañía en un momento de desolación, la fuerza para que yo no me rindiera, la belleza que sobrevive a tempestades.

Gaviotas al atardecer Campeche

Gaviotas al atardecer Campeche
¡Cómo es hermoso Campeche! A pesar de todo, por un instante, sentí alegría por estar en esa ciudad.
A Campeche llegaban los piratas ingleses, irlandeses y escoceses; entre ellos estaba mi tátara tátara abuelo. Para impedir que ellos invadieran la ciudad, una enorme muralla fue construida. Una vez más me encontraba en un lugar donde estuvieron mis antepasados, una vez más me topaba con la historia de mi apellido, de una parte de mí.
Nuestra siguiente parada fue visitar el centro de la ciudad y la muralla de Campeche.
Al igual que Mérida, Campeche es muy colorido. Me dijeron que se parecía mucho a Mérida pero en chiquito. Era de noche y la ciudad estaba bien iluminada.

Campeche

Campeche

Campeche
No pensé que me entusiasmara tanto estar frente a la muralla que antes protegía a la ciudad y que, tal vez, mi tátara tátara abuelo cruzó para entrar a Campeche.
También paseamos por el centro. Los edificios coloniales azules, amarillos, rosas me dejaban boquiabierta. Es una ciudad elegante en la cual es seguro caminar en las noches. Hace tanto calor durante el día que las personas prefieren salir a pasear en la noche que es más fresca.

Campeche

Campeche

Campeche
Hay una cuadra de restaurantes cuyas mesas y sillas están afuera, en la calle. En mi próxima visita me sentaré ahí a tomar un rico café. ¡Qué maravilla sería vivir en un lugar donde se pueda salir a pasear en la noche sin correr riesgos! Eso es casi imposible de lograr en la Ciudad de México.

Campeche
Mi tátara tátara abuelo y la muralla de Campeche, mi tátara tátara abuelo y su voluntad de acero y garra para cruzar el océano y abrirse camino en una ciudad tan lejana a su casa. ¿Habría algo de esa voluntad y garra en mi sangre?
¡Ay Campeche amurallada! ¡Qué ganas de volver con más ánimo y tiempo a tus calles y visitar tus museos, tus restaurantes! ¡Qué ganas de empaparme de tu historia y embriagarme con tu belleza! ¡Ay Campeche amurallado! Le has dado un poco de luz a mi noche triste.

Campeche, Ciudad Amurallada
La mañana siguiente emprendimos la última parte de este viaje. Sería largo el regreso a casa, la Ciudad de México. La primera parte del camino seguimos viajando en ese silencio implacable que nos pesaba a todos. Fue antes de llegar a Ciudad del Carmen cuando comenzó a deshacerse el hielo y nos volvimos más amables. Compartimos la emoción de ver muchos delfines al cruzar el puente para salir de Ciudad del Carmen. ¡Vimos más de diez!
Comimos en una Plaza en Villahermosa, Tabasco, cerca de la carretera. Fue raro pasar por Tabasco, recordar la ilusión de la ida y ahora sentir el dolor al regreso. No hubo más paradas en la carretera hasta llegar a Córdoba, donde necesitábamos tomarnos un café para sacudirnos: todavía nos faltaban tres horas de camino.

Último atardecer en Carretera. Campeche – Ciudad de México
La última parte del viaje fue más ligera, había más conversación que silencio. Platicando sobrevivimos a la espera de más de veinte minutos para llegar a la caseta en Puebla. Llegamos a casa sanos y salvos aunque exhaustos después de medianoche. Fueron quince horas de camino de Campeche a la Ciudad de México. Nuestra aventura había terminado.
Aunque la explosión del día anterior fue devastadora, también trajo alivio. La crisis acumulada había salido (aunque no de la mejor manera) y tantas horas de silencio nos dieron la posibilidad de reflexionar y comenzar a reconstruirnos.
Además de ver a nuestra familia, de la diversión y de conocer más nuestro amado México, en este viaje también aprendimos a levantarnos de una fuerte caída, a reencontrarnos en el amor que nos tenemos.
Regresaremos a Cancún y espero que sea pronto. Necesito tomar las fotos que no tomé esta vez. A los cuatro nos encanta viajar en coche y tenemos el firme propósito de volver a hacerlo.