A Cancún en coche: Cobá, Tulum y despedida.
Aunque nos levantamos temprano, volví a perderme el amanecer. Yo no quería irme de Cancún sin verlo. Todavía me quedaba una oportunidad más para lograrlo, sólo una.
A las ocho de la mañana salimos camino a la zona arqueológica de Cobá. Nos llevamos unos sándwiches para desayunar en el camino y de esta manera ahorrar tiempo. El camino es largo. Hicimos poco más de hora y media de camino.
Cobá fue una ciudad maya. Mis tíos ya nos habían hablado de ella y había llegado la hora de conocerla. Tuvimos suerte pues cuando llegamos no había mucha gente: nuestra visita fue tranquila. Es posible recorrer esta zona arqueológica de tres maneras: a pie, en bicicleta o en tricitaxi. El boleto de entrada cuesta 70 pesos y el acceso es gratuito para quienes tengan credencial de estudiante o de maestro vigente.
Cobá está ubicada en la selva. Es un lugar con muchos árboles muy grandes. Era muy evidente que todavía no comenzaba la época de lluvias pues en lugar de estar muy verde, el follaje de muchos árboles era café. Una vez más el sol estaba muy intenso. De los días que estuvimos en Cancún, ese fue el más caluroso. Me puse mucho bloqueador y una playera con manga corta que me cubriera los hombros. Recomiendo llevar tenis a este lugar y ropa cómoda y, de ser posible, botellas de agua.
Vimos el lugar del juego de pelota y escuché a varios pájaros cantar pero nunca los vi. No nos encontramos con iguanas, ni tampoco con coatís.
Avanzamos por el camino principal. Trataba de imaginarme como debió haber sido esa gran ciudad. De este recorrido no sólo las ruinas valen la pena, sino también la convivencia con la naturaleza, a pesar de que es difícil acostumbrarse al clima selvático. He leído que se ven varios animales durante el camino, esta vez lo único que me encontré fueron los horribles moscos. Lo bueno es que no tenían ganas de comerme, sólo recibí un par de piquetes.
Para finalizar el recorrido, llegamos a la gran pirámide Nohoch Mul. Sí está permitido subir a la cima de esta pirámide y no dudé en hacerlo. La subida fue un poco pesada, los escalones, como suele suceder en estos casos, eran muy estrechos; sin embargo, no me cansé. La vista panorámica de ese lugar es fascinante. Desde esa altura es posible ver los kilómetros y kilómetros de selva en Cobá y también sus lagunas. Para quienes amamos la naturaleza, la vista es espectacular. Sin dudarlo repetiría la experiencia. Bajar de la pirámide no fue tan complicado como esperaba. Logré hacerlo de pie y sin problemas. me sentí orgullosa de mi espalda y piernas, de mi cuerpo por fin sano.

Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo

Vista desde la Gran Pirámide Nohoch Mul Cobá, Zona Arqueológica. Quintana Roo
Después de Cobá, fuimos a la zona arqueológica de Tulum. Hicimos alrededor de 40 minutos de camino. En Tulum sí había muchísima gente. Del estacionamiento a la zona arqueológica hay que caminar un kilómetro. De hecho, ese estacionamiento corresponde al centro comercial que está ahí, no a la zona arqueológica. No me agradó nada ese lugar.
A la las pirámides se puede llegar a pie o en un pequeño tren. Nosotros caminamos. La distancia no fue el problema sino el calor que estaba muy intenso. Por fin llegamos a la taquilla. La entrada cuesta 70 pesos y es gratuita con credencial de estudiante o maestro vigente.
Al comenzar el recorrido vimos un par de iguanas tomando el sol. Entre árboles y flores llegamos a las pirámides. Como había muchísima gente fue difícil dedicar el tiempo necesario para absorber la historia y belleza del lugar; sin embargo, me hizo feliz visitar Tulum. Me encantó el Templo del Dios del Viento. Quizá no sea tan impresionante como los otros, pero tiene la ubicación perfecta: aislado, en lo alto, mirando al mar. Quería entrar, pero estaba prohibido.

Templo del Dios del Viento Tulum Zona Arqueológica Quintana Roo

Tulum Zona Arqueológica Quintana Roo

Templo del Dios del Viento Tulum Zona Arqueológica Quintana Roo
Tulum no es muy grande, pero es enigmático y la vista al mar es muy seductora. El mar del Caribe es famoso por sus azules tan claros y yo no podía dejar de mirarlo.
Nuestro recorrido terminó al llegar al castillo, desde donde se puede ver la bahía. Nos gustó mucho esta visita, aunque salimos acalorados y exhaustos. Afortunadamente mis tíos tuvieron la idea de llevar naranjas para hidratarnos después del paseo. Apenas nos subimos al coche, tomé una naranja y le di una mordida. Su frescura me dio alivio.
De ahí nos fuimos a Puerto Morelos, era nuestro último día en Cancún y queríamos despedirnos de la playa. Ya no hacía tanto calor pues había muchísimo viento. Nos cayó bien el cambio de clima. Esa tarde no nadé, sólo estuve frente al mar, mirando a las gaviotas, esperando la llegada del atardecer. Me sentía feliz pero también triste. Nunca me ha sido fácil despedirme del mar. A veces soy una sirena que sobrevive fuera del agua y regresar a ella me renueva.

Despedida Puerto Morelos Quintana Roo

Despedida Puerto Morelos Quintana Roo

Despedida Puerto Morelos Quintana Roo

Gaviota. Puerto Morelos Quintana Roo
Se fue el atardecer y con él, también nosotros.
Esa noche invitamos a cenar a nuestra familia. Eligieron un restaurante que les gusta mucho: Cheester. Nunca había oído hablar de él, en la Ciudad de México no existe. Me dijo mi tía que a ese lugar no suelen ir turistas. Estaba lleno cuando llegamos, nos tocó esperar unos 15 minutos para poder entrar y puedo afirmar que valió la pena.
Me gustó la decoración original del lugar que se distingue por sus paredes de colores brillantes y sus lamparas hechas de jaulas de colores con focos adentro. Me pareció un poco psicodélico y eso me agradó. Los platillos que sirven aquí son enormes, la idea es compartirlos. Me pareció divertido que las pastas se sirvieran en sartenes grandes. Hay un buen ambiente y la comida es rica. Yo comí pizza griega y me gustó mucho. El Cheester no es un restaurante de comida típica yucateca, su menú consiste mayormente en ensaladas, pastas y pizzas. A pesar de que el lugar estaba lleno, no había mucha ruido y se podía platicar a gusto.
Estábamos muy agradecidos con nuestra familia porque nos llenaron de atenciones, nos cocinaron platillos exquisitos y nos hicieron sentir en casa. Fue una velada de risas, anécdotas y cariño.
Regresamos a casa exhaustos. La noche me saludaba a través de la ventana. No quería despedirme. Me costaba trabajo creer que era nuestra última noche en Cancún.
La mañana siguiente, por fin, lo logré: me desperté justo antes de que amaneciera. A través de la ventana todavía se veía la luna.

Antes del amanecer Cancún, Quintana Roo
Emocionada me salí a trotar y me sentí la más afortunada. Me conmueve la naturaleza, me recuerda que estoy viva. Fue fabuloso correr con el amanecer a mi lado. Extrañaré esos días de trotar en el Parque Kabah, ojalá pronto podamos regresar.
Desayunamos todos juntos. Mis tíos nos trajeron cochinita pibil y lechón. Nos preparamos unos exquisitos taquitos (a los que también les agregué salsa de chile habanero y cebolla morada). Fue un reto no llorar al despedirnos. Me subí al coche muy triste pero también lista para el recorrido que faltaba.
Sin dudarlo repetiría este viaje. Queremos regresar a Cancún en coche. Mis tíos y primos nos miraban desde la ventana. Les dijimos adiós por última vez y confío en que nos volveremos a ver muy pronto.
Hay que mirar hacia adelante: el viaje todavía no terminaba. Nuestra siguiente parada sería Valladolid.