Grito hecho silencio.
Nacer y, después, en algún momento, morir, aunque no sepamos dónde, cuándo ni cómo, porque no puede haber vida sin la muerte ni viceversa. Desde que tengo memoria, la muerte siempre ha estado presente en mí, en mis pensamientos, en mi día a día. Al igual que mi papá, soy existencialista y no olvido aquella mañana en la playa, al comienzo de mi adolescencia, con los pies sumergidos en la arena y el vaivén de las olas arrullándome, cuando mi papá me dijo: «De lo único que podemos estar seguros es de la muerte, la única certeza que tenemos es que vamos a morirnos». Asentí. Es algo que yo ya había pensado y que en ese hermoso día no me daba angustia. Mi papá estaba tranquilo y me lo dijo como un hecho, así de sencillo. Lo que se me quedó bien grabado de esa plática, lo que me enseñó mi papá entonces fue a apreciar la vida, a agradecer cada instante, a disfrutar el hoy porque no sabemos si habrá un mañana.
La mayor parte del tiempo, la muerte le da sentido a mi vida y me siento tranquila. No he estado tan cerca de ella; sin embargo, cuando me atropellaron a los trece años, al ver el coche frente a mí y sabiendo que no podía evitar estamparme contra él, no me asustó la posibilidad de morirme, estaba en paz con eso; lo que me causó problema fue pensar en despedirme de mis papás, en el dolor que les causaría mi ausencia. No siempre ha sido así. Hay veces en que la idea de la muerte me deja una sensación de vacío como la que plantea Janne Teller en su libro Nada. Cuando eso me sucede, pierdo el equilibrio y nada tiene sentido. Entonces me siento como Pierre-Anthon – personaje de Nada, Janne Teller- quien decide trepar un árbol y no hacer nada pues independientemente de lo que haga o no haga, va a morirse; por lo tanto, nada tiene sentido para él: todo se reduce al hecho de que inevitablemente todos vamos a morirnos.
No recuerdo cuando fue la última vez que naufragué de esta manera en el sinsentido de un existencialismo extremo. Y lo que me parecía una prueba superada, una época lejana, vuelve a invadirme ahora. Mis ataques de ansiedad me reencontraron con esta parte de mí misma y me ha costado mucho trabajo no sentarme a esperar a que la vida pase como decidió hacerlo Pierre-Anthon.
El frío que me quitó el aliento cuando leí Nada de Janne Teller, una vez más se adhiere a mi cuerpo en esta cálida noche. No puedo evitar preguntarme si mi vida es un sueño, si podré sacudirme esta pesada indiferencia. No sé porqué estoy aquí ni tampoco que estoy haciendo con mi vida. ¿Hacia dónde voy?
Se me aparece la muerte como neblina que deshace mis pensamientos, como angustia de los atardeceres que se esfuman y de los ayeres que me conforman. Se me aparece la muerte como el final que llega antes de tiempo, cuando el cuadro no ha sido pintado ni el libro escrito. Es como si el camino se dividiera y yo me quedara en medio de la nada.
Quiero llorar pero no tengo la fuerza para hacerlo: estoy paralizada. ¿Cómo saldré de este bloqueo?
Cuando camino en la calle me olvido de los miedos y desesperaciones. Las ideas me hablan, me lleno de cuentos, historias, visiones, personajes, diálogos, melodías y me siento la maga más grande. Es tan intenso ese mundo creado que sólo deseo llegar a mi casa para plasmarlo en el cuaderno y ser feliz; sin embargo, cuando por fin tengo la oportunidad de hacerlo, me doy cuenta de que estoy vacía: todo se ha esfumado y sólo queda la niña asustada y ridícula,la mujer prisionera de sus propias barreras, atrapada en el rechazo del pasado. Así percibo la sombra de mi muerte y me aterra quedarme muda. Me aterra morirme sin haberme escapado de este sinsentido, de este mutismo, de mis propios complejos y traumas. No quiero vivir a la sombra de la muerte. No quiero seguir avanzando por inercia. No quiero morirme en blanco, sin haber liberado las ideas que me acompañan, sin haberme quitado la autocensura, sin haber sido verdaderamente libre.
El papel se humedece mientras escribo. La tinta me desangra. Soy silencio hecho de gritos. Mi cuerpo sana pero mi voz no vuelve. ¡No vuelve! Los capítulos ya cerrados se abren de nuevo y las heridas – mis heridas- se infectan. La ansiedad es una pesadilla recurrente que me vincula con mis fantasmas. Me encuentro conmigo misma e imploto.
Una vez más estoy en ese lugar oscuro donde soy efímera, donde aguardo la muerte en absoluta pasividad: aterrada. No.¡No quiero ser como Pierre-Anthon! No quiero morirme en el sinsentido ni tampoco con mis fantasmas. ¡No quiero morirme muda!
La ansiedad es una pesadilla recurrente y yo soy una herida que se infecta. No soportaría morirme sin liberar mi mundo interno. No puedo morirme en la penumbra. No quiero seguir siendo parte de este existencialismo extremo que me vuelve noctámbula.
El llanto aún no llega. La noche avanza y ahora, por fin, siento que mi alma se mueve con la pluma y las palabras comienzan a limpiarme. Vuelvo a preguntarme porqué estoy aquí. No sé a ciencia cierta qué estoy haciendo con mi vida pero sí sé que no quiero seguir enredada en el silencio, en mis traumas, en mi compleja autocensura. No quiero que se me escape el mundo que he encontrado, no quiero desvanecerme por seguir vinculada a mis fantasmas. ¡Quiero vivir! ¡Quiero beberme los amaneceres de esta primavera! ¡Quiero sentirme completa de nuevo!
Vuelve a mí este día en la playa, con el infinito reflejado en el agua, con mi papá hablando de certezas y yo apretándole la mano mientras sentía la vida aferrarse a mi cuerpo.
Pienso en la primavera que llega, en mis piernas que se fortalecen, en el maratón que se aproxima.
Lograré salir del trance si confío en mi mundo interior y le doy voz a mis quimeras. Voy a escaparme de la muerte corriendo hacia la vida.
Hermoso. Preciosas palabras
¡MUchas gracias! 🙂