¡Hola! ¿Creíste que no te iba a escribir? Pues aquí estoy, contenta de poder dedicarte unas líneas. He estado trabajando en unas transcripciones y estoy exhausta, apenas puedo mantenerme despierta.
Muy despacio mi espalda vuelve a la normalidad. Todavía tengo dolor en el cuello pero ya puedo hacer varias cosas. Tengo una nueva rutina que incluye trabajo en tren inferior. ¡Por fin mis piernas dejarán de ser de gelatina! Lo mejor, Nadie: Estoy haciendo cardio en una especie de elíptica donde practico mi zancada. ¡Es un gran avance! ¡Pronto voy a correr! ¡Vamos adelante, Nadie! No es mi mejor foto, pero te la comparto para que veas mi cara de felicidad al terminar mi entrenamiento de hoy.
Feliz después de entrenar.
Las flores del balcón y algunas del patio están cada día más esplendentes. La caricia de la lluvia las inspira. Nunca había tenido tantos jazmines ni geranios. Las caléndulas siguen reproduciéndose, las nuevas ya tienen botones. La fresa superó la crisis y duplicó su tamaño. Los frutos de la zarzamora están madurando. En los momentos de mayor ansiedad, pasar tiempo con ellas, disfrutar su compañía me devuelve la paz. En cuanto me sea posible, sembraré en las macetas vacías. ¡Es hora de volver a la naturaleza (al menos en medida de mis posibilidades)!
Mis plantitas 🙂
El miércoles 10 de mayo celebré el Día de las Madres con Rebeca, quien tuvo una idea genial: hacer un postre juntas. Hace tres semanas encontré una receta de mi tía abuela Alicia y me pareció el momento perfecto para hacerla. Era un mousse de chocolate con Grand Marnier. Derritiendo el chocolate y batiendo huevos, así pasamos la mañana juntas: el mejor regalo para mí.
Invitamos a mi mamá a comer. Disfrutamos una tarde llena de anécdotas, risas, un poco de vino y mucho dulce. Le encantó el mousse (a mí también). Mi mamá es un ejemplo de amor, generosidad y fuerza para mí. Agradezco cada día con ella, nuestras mañanas en el gym, nuestras comidas juntas, nuestras pequeñas celebraciones de vida en el día a día.
Mousse de chocolate
No te olvides, Nadie, de que la perfección no existe. Cuando estaba por terminar ese día, la noche tuvo un giro inesperado con la tremenda sacudida de un temblor de menos de 5 segundos. Fue de baja intensidad pero con epicentro en la Ciudad de México. Según entiendo, por eso se sintió tan fuerte. Me confunde que haya habido un epicentro aquí, es la primera vez (al menos para mí). Tuve la sensación de que la pared nos caía encima. Casi vomito. No hubo daños, sólo sustos y nosotros sin un bolillo para animarnos. Como bien sabes, después de los temblores, suele llegar la ansiedad. Fue una noche complicada pero estoy bien sólo demasiado cansada, lo suficiente para no poder abrirte mi corazón esta semana. Ya será la próxima.
¡Hola! Estoy fascinada: temprano esta mañana cuando salía de casa para ir a nadar, me deslumbró un amanecer sublime como no imaginé encontrar uno en mi amada ciudad. Me detuve. Lo contemplé en éxtasis. Después lo fotografíe para ti. Quizá verlo también te alegre el día.
Amanecer en mi hermosa ciudad.
Estoy bastante mejor de la espalda. Puedo moverme con más agilidad. Ya tengo muy poco dolor, cada día disminuye. ¡Ya necesito correr! No te preocupes, no lo haré. Te prometo seguir siendo paciente.
Terminé la traducción de las películas. Este reto fue bueno para mi salud mental, además lo disfruté completo. Me quedé con ganas de traducir más. Ojalá pronto pueda volver a hacer algo así. Mantenerme tan ocupada me ayudó a no tener tanto espacio para los pensamientos negativos y miedos.
Tuve problemas de ansiedad aguda por un incidente que tuvimos hace casi dos semanas. No deseo hablar del tema. Sólo te diré lo siguiente: fue una situación donde además de recibir fuertes agresiones verbales por un periodo de tiempo prolongado (cerca de media hora), a mi amigo y a mí un señor nos amenazó de muerte por lo menos un par de veces . No tenía forma de irme corriendo o lo hubiera hecho. No pasó de la violencia verbal, pero fue muy traumático. Lo suficiente para paralizarme, volver a las noches de insomnio o pesadillas, dificultad para respirar, dolores de cabeza y abdominales, apatía, malestar general en el cuerpo y ningún entusiasmo para hacer nada. Salir a la calle no estaba en la lista de mis actividades preferidas: la persona en cuestión vive por la zona (no sé ni me interesa saber dónde, pero vivimos en la misma colonia). A la fecha la posibilidad de volverlo a ver me quita el aliento. Lo más aterrador de todo es la facilidad con la que nos amenazó con quitarnos la vida, como si fuera cualquier cosa. En fin, pensar en eso me sigue quitando el sueño. Te confieso, Nadie, que si no fuera por la traducción, seguiría en trance. Llegó en el momento justo, me ayudó a sanar. La crisis ya está pasando, por fin.
Ayer mi esposo y yo nos fuimos caminando a Coyoacán para visitar la Ferita Artesanal Apapacho a Mamá en el Museo Nacional de Culturas Populares en Av. Hidalgo . Hacía calor pero no tanto como otras veces, era soportable. Necesitaba pasear por el centro, tomar muchas fotos, relajarme. Era mediodía. ¡Coyoacán estaba casi vacío! ¡Qué maravilla! Un paseo bonito entre árboles y bugambilias, por el kiosko, la iglesia, la fuente de los Coyotes. Mi vida entera gira alrededor de este lugar: soy coyoacanense de nacimiento y de corazón. Por primera vez en quince días respiraba paz y libertad. Sonreí sin reservas.
Mi amado Coyoacán
Bugambilias en Coyoacán
Más a menudo de lo que quisiera, los demonios se hacen presentes, me intoxican con su noche. Cuando eso sucede, me olvido de la luz en mi vida, de la belleza de un cielo despejado, de los amaneceres y atardeceres, del canto de los grillos en las noches de lluvia, del nacimiento de una flor, del aroma del café, de caminar de la mano de mi esposo, de mis canas bañadas de sol. La caminata de ayer me ayudó a recordar. Me tatuaré esta lista en la mente para que me sacuda las ideas cuando la depresión se acerque.
Por cierto, la feria de artesanos vale la pena. Hay blusas, camisas, vestidos, bolsas que son una obra de arte. Puedes además tomar agua de cocoa o de arroz, comprar un girasol de chocolate para el día de la Madre, joyas de ámbar o productos naturales sin químicos como una pasta de dientes, un desodorante, aromaterapia. Si no te parece suficiente, además puedes platicar con los artesanos. Es probable que volvamos a visitarla este fin de semana.
Seguimos turisteando en el camino de regreso a casa. Pasamos por la casa donde Octavio Paz vivió en sus últimos años de vida. A pesar de estar tan cerca, nunca habíamos entrado y pues decidimos hacerlo. Ahora es la Fonoteca Nacional. Nadie, es obvio que se trata de una mansión; sin embargo, no esperaba ver un jardín tan inmenso. ¡Impresionante! Me imaginé ahí, sentada en una banca escribiendo mientras mis perras corrían felices. ¡Qué locura! ¡Míralo, Nadie! ¿Qué te parece? Me emocioné con las fotos. Por cierto me encontré una rosa esplendorosa en la entrada de la casa, me hizo sentir nostalgia por mis rosales. Tenía uno de flores rojo aterciopelado.
Casa Octavio Paz
Fonoteca Nacional
Terminó nuestro recorrido en el Museo de la Acuarela. No me regañes, Nadie, pero en todos estos años, tampoco había entrado. Me enamoré del jardín, de la esquina de bugambilias, de los árboles, de las flores de mil colores. ¿Te imaginas tomarte un cafecito ahí? Eso quedó pendiente…
Caminamos cerca de dos horas. ¡Felicidad pura! Eso sí, llegué a casa con urgencia de acostarme para descansar la espalda. Me dolía un poco por el esfuerzo, pero no me arrepiento. Estoy bien, Nadie, estoy muy bien.
Jardín del Museo de la Acuarela
¿Qué crees? ¡Mis jazmines se están llenando de flores! ¡Eso nunca había sucedido! Han tenido alguna flor ocasional, pero vienen muchísimas, muchísimas. Hace unos meses estaba segura de que no sobrevivirían. Estuve a punto de quitarlos de la maceta pero no tuve el corazón para hacerlo. ¡Ahora el balcón se vestirá de blanco y su perfume entrará a la casa! Los geranios, las dalias y las caléndulas son cada vez más generosos. Muy contenta te cuento que ya pronto podré dedicarles más tiempo, quitar la mala hierba, trasplantar y podar mis plantas. Sólo necesito estar más fuerte. ¡Ya falta menos!
Mis flores 🙂
Espero te gusten las fotos. Te escribo la próxima semana.
¡Hola! Aquí estoy, Nadie, muy acalorada. Me vendría bien un poco de viento. Amanecí con un fuerte dolor abdominal. Me pasé la mañana en reposo. Voy mejor pero sigo somnolienta y débil. Con respecto a mi espalda, ayer tuve fisioterapia y ya estoy cerca del final, me vio muy bien Fabi, la terapeuta. Tengo más fuerza en mis brazos y mucho menos molestias. Ya voy volviendo a la normalidad. ¿Cuándo correré de nuevo?
En esta era de la nostalgia, estaba muy emocionada por ver Vaselina con Timbiriche en el teatro, sobre todo por ver a Benny Ibarra como Danny. Tenía casi 8 años cuando se presentó esa obra en el teatro. Mi prima y yo teníamos mucha ilusión de verla, ambas estábamos enamoradas de él y a ambas nos encantaba Timbiriche (nuestra infancia estuvo marcada por su música). Cuando por fin mi mamá nos iba a llevar, se agotaron los boletos. Nos quedamos con las ganas de ir. Casi 40 años después, regresa al teatro en julio. Querido Nadie, cuando me enteré me fui a las nubes. ¡Tendría la oportunidad de cumplir ese sueño de mi infancia! ¡Jamás lo imaginé! Le hablé a mi hermana y se puso feliz también, quedamos en ir juntas.
Hoy comenzó la preventa de los boletos. Pues, yo bien contenta, me metí a la página de Ticketmaster para ver los costos. Me tomó menos de un minuto decepcionarme. ¡Cuestan más de 5000 pesos! Es un abuso, es terrible, es el reflejo de la desagradable realidad en la que vivimos ahora. Como los conciertos y eventos musicales están de moda, los precios son excesivos. Lo peor de todo es que nos parece normal. Es tan «necesario» ir que uno paga el precio que sea. ¡No, Nadie! ¡No está bien! Es el colmo. La obra, a lo mucho, dura dos horas y media. Estoy harta de estos excesos pero mientras sigamos pagando, la situación sólo empeorará. Cuando menos lo imaginemos, también nos van a cobrar el aire que respiramos. No pienso a pagar eso: adiós a Vaselina. Mejor veré en DVD la versión con John Travolta y quizá hasta pueda ponerme a bailar.
Siguiendo con el tema de la nostalgia, ¿cómo crees que se llama el nuevo disco de Thalía? ¡Mixtape! Me enteré hace dos días, cuando vi el video donde lo anuncia y habla de los 80s, de las mezclas de música caseras y del mixtape con las canciones de su vida. Por lo visto, no soy la única con eso en la mente. ¿Cómo ves? Su disco son covers de rock en español de los 80s y principio de los 90s (del auge del rock en tu idioma). Lo escucho mientras te escribo y me alegra la tarde. Una ventaja de los servicios de streaming que no te mencioné la vez pasada es el tener acceso a los álbumes cuando se estrenan, antes había que esperar a poder comprarlo.
He tenido unos días complicados, colmados de ansiedad, de batallas con mis miedos, de noches intranquilas, agotamiento. Tuve la fortuna de que me buscara una amiga para ofrecerme trabajo: la estoy apoyando con la traducción (subtítulos) de dos películas. Soy traductora, pero sólo una vez hice algo parecido a esto y me está encantando hacerlo. Ya terminé una y me gustaría tener más retos como éste. Mantenerme ocupada y enfocada me ayuda mucho a bajar mis niveles de ansiedad. Me falta poco para terminar con este proyecto, entonces tendré más tiempo para contarte lo que me ha pasado. Ahora, necesito descansar, mi abdomen todavía está resentido.
Por cierto, Nadie, mis plantas van muy bien. Están contentas y recuperándose. La fresa sobrevivió, sus hojas están enormes. Las zarzamoras han crecido mucho. No te había dicho pero hace unos meses nacieron dos retoños y están muy sanos, fuertes. Hay muchas flores: de los geranios, de los chiles serranos, del pimiento y de la dalia también. Estoy muy emocionada y agradecida por eso. Casi no te tomado fotos esta últimamente, pero te comparto las que tengo. Ojalá te gusten.
Mis flores
Abril 2023
Es todo por hoy, necesito descansar. Ya te platicaré más cosas la próxima semana.
¡Hola! ¿Cómo estás? Yo ya estoy mejor de la espalda. Cada día me duele un poco menos. Confío en pronto volver a correr pero, no te preocupes, no planeo acelerarme.
En mi última carta te hablé de mi viaje al pasado al releer mis diarios. Esta vez te contaré algo menos denso. Tengo nostalgia de aquellos tiempos cuando el internet no existía y las videollamadas nos parecían una locura de los Jetsons o Ricky Ricón (caricaturas de mi infancia en los 80s). Todo comenzó porque, el otro día, deseaba escuchar música. Como de costumbre, abrí mi Spotify y volví a quedarme mirando a la pantalla con la mente en blanco, sin tener la más remota idea de qué poner. En mi perfil guardo más de 100 playlists, muchas de ellas sin terminar. Si ya estoy muy desesperada, pongo The Cure y Depeche Mode o la de En Casa. At Home para la cual me la pasé agregando canciones (las favoritas, las significativas, las nuevas, sin importar género, idioma, ritmo) durante la parte más pesada del confinamiento por el COVID-19. Es una mezcla extrema que va desde Timbiriche hasta Nightwish. Sí, Nadie, no te rías, es en serio.
Tengo más de 100 playlists en Spotify…
En fin, ese día quería algo diferente y caí en la cuenta de que casi no sé los nombres de cantantes ni de las bandas de los últimos años. Hoy en día con el internet, las redes sociales y los servicios de streaming, tenemos acceso a los álbumes no sólo de los artistas reconocidos, de compañías discográficas (por ejemplo, Emi) sino también de quienes se están dando a conocer en Tik Tok, YouTube, Spotify. Antes era muy difícil sobresalir de manera independiente, quienes lo hacían tenían una audiencia muy pequeña. En esta época, cualquiera puede promoverse en las redes y si se hace viral, será reconocido no sólo en su país sino en el mundo entero. ¿Cómo aprenderme los nombres si hay alrededor de 300 géneros de música en la actualidad? Hay demasiadas bandas, grupos, cantantes. Todavía no sé si navegan o más bien naufragan en este universo virtual de los servicios de streaming y de las redes sociales. O quizá quien naufraga soy yo.
Nadie, el contenido de Spotify, YouTube y Prime ni siquiera nos pertenece. Podemos escucharlo; pagando una cantidad al mes, nos libramos de los anuncios además de tener la posibilidad de descargarlo en nuestros dispositivos para prescindir del Wi-Fi o los datos de Internet. La música se escurre como las gotas de agua en mis manos. Me parece casi imposible retenerla.
Cuando era niña no había internet, ni siquiera existían los CDs. Tendría alrededor de cuatro años cuando mi papá me regaló mi primer disco. En ese entonces, principios de los ochentas, los discos eran de vinilo a 33 1/2 revoluciones. Eran geniales por su gran tamaño, sus colores, sus portadas llamativas. Elegí Lucky Seven de Bob James. No, no fui una niña prodigio de gusto refinado. Sólo me enamoré de la enorme catarina en la portada. No tenía nada que ver con el jazz y todo que ver con la foto, así de simple.
Lucky Seven de Bob James.
Mi primer disco.
Heredé la melomanía de mis padres. No recuerdo un momento sin música en nuestra casa, en el coche, en nuestra historia como familia. Mi papá pasaba horas en Zorba (la tienda de discos en Perisur antes de la llegada de Mix-Up). Siempre le ha gustado estar a la vanguardia, estar al pendiente de la lista de éxitos de la Billboard. Se tomaba su tiempo para decidir qué comprar. A mis hermanos y a mí nos encantaba acompañarlo porque nos daba al menos un disco. Lo único malo era esperarlo cuando ya habíamos escogido.
Mi papá era experto grabando sus mezclas en casettes (ahora conocidos como mixtapes). Yo seguía con admiración el proceso, era como un ritual. Me encantaba acompañarlo. Grabar sólo un casette le tomaba por lo menos una tarde completa. Primero pensaba en la selección de las canciones y en qué orden ponerlas pues no iba a juntar a Sadao Watanabe con Luis Miguel. Cuando ya lo tenía claro, hacía una lista en la cual también anotaba la duración de cada una. Medir el tiempo era esencial, si no corría el riesgo de dejar una canción a la mitad porque se acabó el espacio.
No sé si te acuerdes, Nadie, pero los casettes tenían dos lados que podían durar desde 30 hasta 60 minutos cada uno. El mejor era el de 45 minutos por lado. El de 30 era muy corto; la cinta del de 60 se tensaba demasiado y era más propensa a romperse. Mi papá me explicaba cada paso entusiasmado y me dejaba ayudarlo. Era un proceso complicado. Para hacer una playlist hoy basta con dar unos cuantos clics. Sin embargo, hacerla del vinilo al casette era una labor titánica. Primero ponías el vinilo en el tocadiscos, buscabas la canción ( el vinilo era redondo con rayitas, las más gruesas indicaban dónde terminaba una y empezaba la otra) y acomodabas la aguja ahí sin tocar al vinilo. Después presionabas el botón de rec en la casetera y en ese instante bajabas la aguja. Debía hacerse con mucha precisión. En cuanto terminara la canción, presionabas el botón de pausa. En los casettes de 90 minutos, cabían alrededor de 10 canciones por lado. Este proceso se repetía 20 veces o más si cometíamos algún error. Entonces regresabas la cinta y lo hacías de nuevo. Le ayudaba a mi papá presionando el botón de rec y/o el de pausa. Él se encargaba de manipular el tocadiscos, pesadilla que acabó cuando llegaron los CDs. ¡Cómo extraño esas tardes que no volverán!
Mixtapes.
Casettes.
Siguiendo los pasos de mi papá a finales de los ochentas, empecé a hacer mis mixtapes. Escribía mi selección en una hoja de papel, incluyendo la duración pero a mí no me importaba tanto combinar el ritmo. Yo me preocupaba porque cupieran todas las canciones que necesitaba juntas en ese momento. Mis mezclas podían ir desde Simon & Garfunkel a Caló y hasta Sade. A mis amigas les gustaban. A menudo me pedían prestados mis casettes y me encantaba hacer unos para ellas. Regalar o recibir un mixtape era lo máximo. Significaba que le importabas a esa persona, que ella dedicó horas de su tiempo para compartirte su música favorita. Todavía conservo algunos de esos regalos, incluso los de quienes ya no son parte de mi vida.
Mixtapes que me regalaron.
Me alegré cuando los vinilos desaparecieron: era más sencillo manipular los CDs ( no volví a arruinar un disco por rayarlo con la aguja). Sin embargo, no pensé lo mismo de sus portadas. Las de los CDs son chicas, planas, son fotos digitalizadas sin chiste. Recuerdo perfectamente la del vinilo de Fresh Aire VI de Manheim Steamroller. Era verde brillante, con la luz me deslumbraba. Con mis dedos podía sentir los bordes de sus dibujos, delfines y columnas griegas. Pero eso no era todo, al abrirla, había un paraíso griego que me hizo soñar por primera vez con viajar a Europa.
Fresh Aire VI
Mannheim Steamroller
Portada del vinilo
Fresh Aire VI
Mannheim Steamroller
El interior de la portada
En fin, crecí con una colección de vinilos (todavía los tengo en casa de mis papás), CDs y casettes en mi haber. Era dueña de mis combinaciones locas, de la música que amaba. Podía tocarla, desde cierta perspectiva, poseerla. Con la llegada de las redes sociales, de la digitalización de prácticamente todo (hasta de las fotografías, ni siquiera sé cuándo fue la última vez que imprimí una), ya no me pertenece. Con tantos nuevos éxitos, todos a la distancia de un clic, mi memoria es como el teflón, se pierden cuando no estoy frente a la pantalla o monitor. Ante cualquier servicio de streaming me quedo pasmada sin saber qué escuchar o ver. Me agobia el exceso de información: un sinfín de nombres, de bibliotecas virtuales, de listas que no me expresan nada. Mis mezclas antes representaban una época en mi vida, un estado de ánimo, un momento específico. ¿Y ahora?
Mis mixtapes 🙂
Dibujé las portadas 🙂
El novio de mi hija Rebeca, le regaló a un Ipod. Cuando me lo mostró, no oculté mi desconcierto. ¿Por qué querría ella uno? Ella estaba en las nubes. Era justo lo que quería: volver a tener control de lo que escucha, tener un dispositivo sólo con la música escogida por ella y no con la que Spotify le impusiera. En su Ipod ella es la dueña. No sólo eso, había una sopresa mayor en ese regalo. Su novio incluyó una playlist para ella. Me parece que eso es lo más cercano a un mixtape en esta era de tecnología excesiva.
Sigo pensando en lo que dijo sobre tener control, imponer. No puedo ni contar cuantas veces dejo a Spotify elegir por mí. Lo acepto, suelen gustarme sus recomendaciones, pero, ¿qué pasó con mis tardes dedicadas a crear la mezcla perfecta? Lleno el vacío con un algoritmo que conoce mis gustos. Eso es más aterrador que las historias de fantasmas que a varias personas les quitan el sueño.
Ayer saqué del librero mis casettes (perdí varios en la última mudanza). Repliqué algunos en Spotify, en medida de lo posible. No es lo mismo pero funcionó bien. Quise bailar pero mi espalda todavía no lo permite. Me relajé. Lo sé, Nadie, los mixtapes se han marchado; sin embargo, puedo retomar el viejo método adaptándome a las circunstancias. A partir de ahora voy a establecer un límite para la duración de mis mezclas. Haré mi lista a la antigüita, designaré un cuaderno especial para eso. No descarto la posibilidad de volver a los cds en un futuro cercano.
Un día Spotify (o cualquier servicio de streaming) desaparecerá y mis cientos de playlists con él. Pero mis listas escritas permanecerán conmigo, podré volver a hacerlas.
Después de por lo menos una década, escucho Lunar Dance de Luis Pérez. ¡Ya me había olvidado de ella! ¡Qué delicia! Es parte del mixtape que grabé en 1999. ¿Sabes que título le puse? Maybe you won’t like it, can I help it? (Tal vez no te guste, pero, ¿puedo evitarlo?). ¿En qúe estaría pensando? En fin, la incluyo en esta carta junto con las otras que hice, por si tienes curiosidad de conocer mis combinaciones raras de aquellos tiempos.
¡Hola! Me he prometido darte lata una vez a la semana con el compromiso de permitir a mi pluma avanzar sin censura.
La primavera me acompaña, puedo sentirla en los jazmines del balcón cuando su fragancia llega a mis pulmones; en los geranios, las caléndulas y las dalias renacidas presumiendo sus botones; en las alegres fresas y zarzamoras cuyos frutos vienen en camino. Como voy mejorando de la espalda, ya pude quitarles la plaga y casi todas mis plantas se están poniendo hermosas. ¿Quieres verlas?
Jazmínes 🙂JazmínDaliasGeraniosCaléndula
Nadie, querido Nadie, viajé un rato al pasado al leer mis diarios del 2001. Hallé cosas escalofriantes pero necesarias para reconciliarme con la Carla libre, amante de las palabras. Desde muy joven me convencí que era una roca contra la que todos se estrellan, pero en esa época, además, escribí: «soy la roca contra la que yo misma me estrello». Me faltó el aire. Más de dos décadas después a menudo siento lo mismo. Ni siquiera puedo contar el número de veces que me he cerrado puertas por creerme incapaz, por pánico, por no permitirme tener éxito. En los últimos meses esos son mis pensamientos más frecuentes: recuerdos de caídas, de fracasos, de desesperación. He estado sumergida en esta especie de parálisis emocional. Me he centrado en las tinieblas y olvidé la contraparte. Por ejemplo, después de meses de clases particulares, de ayudar a estudiar a mis amigos, de aclararles sus dudas para el examen, reprobé física y terminé en extraordinario (el único en los tres años de prepa). De la misma manera reprobé el filtro para poder hacer examen global en lugar de tesis, a pesar de haber tenido más de nueve de promedio en toda la carrera. Tengo en mi haber varias situaciones como ésa. Hace unos años entrené muy duro para hacer un gran tiempo en un medio maratón; en el kilómetro 7 me lesioné sin ni siquiera saber cómo. Como decía, no tomé en cuenta la otra cara de la moneda: en ningún caso me rendí. Pasé el extraordinario; a pesar de mi depresión, volví a hacer el filtro con éxito y me titulé. Me lesióne en el kilómetro 7, no obstante, llegué a la meta.
Durante una buena parte del año 2001, no me daban ganas ni de levantarme. Mi voz estaba desapareciendo pero luché: encontré un empleo, obtuve mi título. Es decir, a pesar de ser esa roca, a pesar de las innumerables veces que me he estrellado contra ella, de una u otra forma he logrado alcanzar mis objetivos -no importa cuánto haya tardado-. Decidí viajar a Europa en 2006: todo parecía estar en mi contra. Iba a ir en junio y en marzo todavía no podía comprar el boleto. Me visualicé, confié en mí, trabajé motivada. ¡Sí lo hice, Nadie! ¡Me fui ese verano! Con certeza te lo digo, fue uno de los mejores viajes de mi vida. Te cuento esto para tenerlo bien presente, para abandonar los No puedo, No soy, No tengo, No. Necesito ahuyentar las telarañas mentales que me impiden actuar, como pensar demasiado las cosas o convencerme de ser estúpida.
Volviendo al tema de mi última carta, escribir ha llegado a ser, varias veces, mi único desahogo verdadero. Si no lo hiciera, mi destino sería estar encerrada en un psiquiátrico o padecer una adicción severa al cigarro o al alcohol, cuando menos. Mis cuadernos me mantienen sana y fuerte (incluyendo mis cartas para ti). Son la compulsión que me libera de otras compulsiones. A pesar de mis complejos, de mis juicios excesivos, las palabras son y serán siempre mi salvación.
Aquí estoy, busco el agua donde pueda flotar a gusto, sin limitaciones ni pensamientos oscuros. He decidido romper los malos patrones y hábitos gracias a los cuales me he convertido en un fantasma mudo.
En el 2001 escribí lo siguiente: » Soy Carla. Tengo una luz muy poderosa. Estoy llena de amor y tengo mucho que dar». Ojalá no hubiera sido sólo un destello de lucidez en un pántano muy oscuro. Ojalá me lo hubiera creído en lugar de olvidarlo. Nunca es tarde: mientras tenga vida puedo cambiar. A partir de hoy llevaré esa frase en mi mente. Tarde o temprando llegará al corazón. No volveré a perderla. Nunca más.
En estos días se despide el dulce manto violeta de las calles de la ciudad. Sólo nos visita unas semanas al año con la llegada de la primavera. No recorrí las calles para admirarlo como cada año; sin embargo, había una esplendente jacaranda en el parque con mi mamá cuando la acompañé a pasear a su perrito. Me sentí bendecida al estar frente a ella. ¡Mírala, le tomé una foto para ti!
Jacaranda 🙂
Me da paz saberte cerca. Me siento feliz cuando tú quieres leerme.
Espera noticias mías la próxima semana, no te fallaré, querido Nadie.
¡Hola! Mis ausencias se prolongan cada vez más. Te escribía una vez a la semana hace tres años, cuando comenzó la pandemia, ahora me tardo meses en hacerlo. Cuando el silencio pesa tanto, es difícil compartirlo.
Mi espalda me está enseñando a tener paciencia, a ponerle más atención a mi cuerpo, a recuperarme. Sin embargo, el dolor no se esfuma todavía. Llega en dosis más pequeñas pero no puedo correr ni pasear a mis perritas. Por semanas no pude pasar mucho tiempo sentada ni tampoco escribir.
Esta tarde, sentada frente a mi escritorio, te pregunto, ¿ por qué leer los devaneos de una persona como yo? Admiro tu tolerancia, mis cartas siempre tienen tu atención y no podría estar más agradecida.
Sabes, antes de llenarme de cuadernos, yo soñaba con ser pintora pero me resultaba imposible expresar con dibujos el universo en mi cabeza. Mis trazos eran torpes. Al parecer, no tenía habilidad para hacerlo. Me hice amiga de la pluma para sobrellevar mi frustración. Descubrí que con ella podía construir ese universo y millones más. Tenía el alma rebosante de música y confianza. Me enamoré de las palabras. Ellas me pertenecían. Por fin había encontrado algo mío, sólo mío. Era dueña de una libertad inagotable para cantar con la tinta, despreocupada y cursi, sin juzgar mis versos. Era como si tuviéramos un romance: ya no estaba sola. Mi mayor deseo era pasar mi tiempo con ellas (a dónde fuera llevaba mis cuadernos, plumas).
Fue en mis veintes cuando dejaron de ser música. La vergüenza me obligó a extirparme lo cursi (para mí, sinónimo de ridícula ). No las abandoné: sin ellas no hubiera sobrevivido al naufragio de mi autoestima. Unas décadas después, escribir se ha vuelto una lucha donde busco dejar de ser un lugar común, dejar de juzgarme. Es el escenario donde contengo la sangre de mis heridas todavía abiertas. Antes las palabras bailaban dentro de mí, me sentía orgullosa por tenerlas conmigo, siempre en la punta de la lengua, de los dedos, siempre listas para derramar mi voz por doquier. Ahora no puedo ni tocarlas, no me atrevo a llamarlas. La tinta de mi ser está seca. Mi pecho reprimido permanece inmóvil. Mi garganta grita nada. Habla nada. Suena a nada.¡A nada! Soy la Carla nada, en su mundo de nada, con el cuaderno de nada, en la nada.
Siento nostalgia de las tardes y madrugadas felices cuando llenaba de locuras mis cuadernos sin conocer el síndrome de la hoja en blanco. Mi yo adolescente estaría triste de encontrarse en un futuro sin poesía, donde ha sido devorada por su inclemente autocensura. ¿Cómo despego los pies de la tierra? ¿Cuándo dejé de usar mis alas? No lo sé, pero me duelen los omóplatos de tanto extrañarlas.
Nadie, no importa cuánto me torture: soy y he sido siempre estúpidamente cursi, soñadora y frágil. Me aterra perderme en el desbordado río de mi sensibilidad. Por eso, alguna vez, construí muros para protegerme. Sin darme cuenta me condené a la cárcel del silencio donde mi voz no existe. Nadie, estoy aprendiendo a reparar mi cuerpo pero no tengo idea de cómo salir de aquí. Quizá estas cartas me ayuden a construir una puerta, a generar un terremoto que derrumbe estas paredes. Por eso seguiré escribiéndote.
Cambiando de tema, tengo una buena noticia. ¿Te acuerdas de Ayla, mi perrita rescatada? La adoptamos nosotros. No estaba planeado, al principio fue muy estresante, pero no me arrepiento. Ella es feliz y se ha integrado bien a la manada. No entiendo cómo pasó, pero mis perritas están más tranquilas y más contentas con este cambio, inclusive Tommy busca pasar más tiempo con ellas. Por sí todavía lo dudabas, queda comprobado: soy la Loca de los perros.
Con respecto a la pandemia, en medida de lo posible las cosas vuelven a la normalidad. No extraño el cubrebocas ni un poquito, ya puedo respirar sin ansiedad. Me encanta poder ver las sonrisas de las personas, no tienes idea cuánta falta me hacía verlas.
Hasta pronto, querido Nadie. Te dejo una foto de Ayla y de la manada completa. Espero te contagien su alegría.
¡Hola! No has sabido de mí porque me quedé sin palabras. Poco después de mi última carta, me dio COVID. No fue grave pero tardé en recuperarme. Duró mucho tiempo el agotamiento y el dolor en las articulaciones. Mi mente se volvió todavía más dispersa que antes y se llenó de neblina. A la fecha y a menudo olvido palabras o me quedo a la mitad de una frase. Para paliar un poco mi angustia, canto mientras los nombres de las cosas o las ideas vuelven a mí, como lo hacía mi querido Herwig cuando no sabía cómo decir una palabra en inglés (su idioma materno era el alemán). Tampoco creas que me he sentido tan fuerte: mi organismo sigue decaído.
En septiembre, querido Nadie, cumplí 46 años. Fue una pequeña celebración pero me la pasé sonriendo, rodeada de amor y de sorpresas, cantando con personas muy queridas y con abrazos, muchos abrazos. Estoy cada día más cerca de los cincuenta sin saber cómo me siento con respecto a eso.
Lo que quiero contarte hoy tiene que ver con el viaje que hicimos a Playa Ventura en abril. Fuimos a celebrar nuestro aniversario de bodas Jea y yo. Es una playa en Guerrero bien tranquila, donde me fue posible convivir con la naturaleza y llenarme de atardeceres. Ahí ví una ballena, un delfín, aves de colores exóticos y cangrejos negros. Medité temprano celebrando la salida del sol, sentada en la arena y escuchando el grito de las olas.
Playa Ventura
Tuve la oportunidad de ayudar a liberar tortugas y todavía sigo pensando en esa experiencia, en lo que aprendí en ese momento. Primero debo decirte que son muy pocas las tortugas que sobreviven en el mar, en realidad son la gran minoría. Si mal no recuerdo, el guía nos dijo que sobreviven alrededor de cinco (o menos) de cada cien. Las tortugas llegan a la playa a desovar después se van y los huevos se quedan en la arena. Las tortugas despiertan a la vida solas: sin madre que las guie. Así, tan frágiles, se enfrentan al inmenso mar para ellas desconocido, a veces hostil y también violento.
Tortugas Playa Ventura
Me maravilló verlas dar sus primeros pasos en la arena. No todas reaccionaron igual, Nadie, eso fue, para mí, lo más impactante. Hubo algunas aceleradas, se deslizaban a toda velocidad, sin miedo, desesperadas por llegar, como si fueran invencibles. Parecían comerse el mundo a grandes bocados. No se tomaron ni un instante para sentir la arena o mirar a su alrededor. Nunca dudaron.
Hubo otras que iban despacio, concentradas pero disfrutando. Avanzaban con confianza y calma, pero también curiosas y decididas. Sabían a dónde ir y eran precavidas. Me daba la impresión que estaban contentas, atentas a su entorno, como si supieran que podrían o no sobrevivir pero eso no les quitaba el sueño. ¡Qué tranquilas estaban!¡Cuánta paz transmitián!
Hubo unas cuantas que no querían avanzar. Se quedaban muy quietas, asustadas. Avanzaban temblorosas, después se regresaban. El guía las empujaba un poquito, con cuidado, ellas se daban la vuelta dejando muy claro que no querían hacerlo. Cuando ya no les quedaba de otra algunas avanzaban renuentes, resignadas, temblando como si tuvieran consciencia de su fragilidad o supieran que el mar iba a devorarlas. Otras luchaban, se resistían una y otra vez hasta que sucedía lo inevitable: las olas se las llevaban sumergiéndolas para siempre.
¡Cómo quería que todas sobrevivieran! El corazón me dolía porque sabía que la mayoría no lo lograrían. Mientras las observaba esfumarse en el agua, me vino esta reflexión a la mente: el mar representa la vida; y las tortugas, la actitud que nosotros tenemos ante ella. Hay quienes viven a toda prisa, sin detenerse a disfrutar, como si los persiguieran. Hay quienes, envueltos en sus miedos e inseguridades, no se atreven a vivir. También hay quienes (y como ellos quiero ser) avanzan sin prisa, seguros de sí mismos, decididos, dándose tiempo para mirar a su alrededor y disfrutar.
¿Cómo logra un ser tan diminuto y recién nacido enfrentarse al mar solo y sin miedo? Aquí estoy yo, con mis casi 1.80 metros de altura, mi poderosa red de apoyo (ese amor que me acompaña siempre) pero envuelta en mis defectos, dudas, temores, atrapada en mi pequeñez e insignificancia. Me siento un lugar común cuando escribo, también cuando hablo. Salir de las sombras está siendo una batalla extenuante. Me siento culpable por no usar el cubrebocas (ya no es obligatorio hacerlo) pero me sofoco si lo uso. Tomé la decisión de estar sin él pero me percibo como una horrible paria contaminante en una sociedad demasiado juzgona. Además, he perdido varias plantas y la voluntad para cuidarlas. A pesar de eso, hay muchas flores resilientes que me alegran el día cada mañana.
Mis hermosos geranios
Caléndula
Alguna vez fui hiperactiva, soñadora, loca y hasta risueña. Hoy no logro salir de la monotonía, del agotamiento en mi cuerpo, de las dolencias que me han llenado de vergüenza e inutilidad. Me enoja no poder nadar porque me hace daño el agua de la alberca o correr porque me lastimé la espalda. Me enoja también sentirme tan cansada una buena parte del tiempo. Los pensamientos ansiosos me golpean, Nadie. Entonces, aquí estoy, conviviendo con mis defectos y lugares oscuros, con la melancolía de la navidad que se aproxima y que me recuerda a mi abuelita, a mi Granny.
Nadie, Nadie, Nadie, hace casi tres años empecé a escribirte otra vez para sanar y en estos meses he evitado hacerlo, me siento avergonzada por mis palabras o la falta de ellas, por mi enorme incapacidad para brillar. A veces creo que nunca seré como la luna llena.
Gracias por no abandonarme y tomarte unos minutos para leerme.
Carla
P.D. Espero que te gusten las fotos de Playa Ventura, de las tortugas y de mis flores.
¡Hola! Sabes, extraño la poesía: leerla y escribirla. Quizá no te acuerdes, pero en la adolescencia a eso me dedicaba. Era tan importante para mí, que cuando cumplí dieciséis años mi mamá me regaló una edición preciosa de una antología. La pasta era verde y dura; las hojas, muy finas y con un marco elegante. Fue el mejor regalo que pude recibir en ese momento. Todavía lo tengo conmigo pero ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que lo abrí para leerlo. Hoy sólo pienso en volver a sumergirme en ese universo, del cual he estado huyendo por lo menos una década.
Esta semana terminé de leer El Expediente de Anna Ajmátova de Alberto Ruy Sánchez. Es la biografía novelada de esta poeta rusa de quien yo no había oído hablar nunca. La historia la cuenta una mujer que fue contratada para espiarla. Me sedujo el espíritu de Anna, su pasión por crear y, sobre todo, por vivir. Ahora, además de leerla a ella, necesito volver a los versos, salvar a la poeta que todavía suspira en mi interior y a quien he odiado tanto que hasta su existencia he negado.
Tal vez no me lo creas, pero hubo una época en la que estaba orgullosa de mis estrofas. Después las guardé en el cajón de la vergüenza de donde todavía no las saco. No tengo claro cuando me convertí en el juez censurador que me gritaba que era ridícula y cursi, que me exigía que callara; mucho menos entiendo sus motivos. Sólo sé que ahora quiero escupirle y evitar que me siga reprimiendo. Es urgente que mi sensibilidad vuele, ella y yo llevamos demasiado tiempo atadas a la Tierra, demasiado.
Querido Nadie, nunca es tarde y por fin estoy aprendiendo a dormir de nuevo, a conectarme conmigo misma. Despacito me voy despidiendo del insomnio y, a veces, cuando cierro los ojos ya puedo soñar. Me duele mucho menos la cabeza, dejé de estar agotada y he logrado salir de la apatía, del estado zombi en el que me encontraba. Sigo nadando y ayer, aunque sólo unos minutitos, por fin empecé a trotar. ¡Pude hacerlo y estar bien! ¡Fue un gran logro! Ahora soy disciplinada y cada día estoy más cerca de llegar a la meta. ¿Te imaginas cuándo pueda volver a las carreras? ¡Ya pronto, Nadie, ya pronto!
Mis plantas van mejor aunque todavía me falta atenderlas más. La fresa está bien contenta y ya tiene frutos. Está más grande cada día. Las dalias se están llenando de flores. Son generosas las plantas, muy generosas.
¿Qué crees? Ayer me enteré que sí se llevará a cabo la Feria de las Flores en San Ángel y sigo sonriendo por tan buena noticia. ¡Después de dos años, por fin, vuelve! Empieza mañana y va a durar dos semanas. Ya estoy haciendo planes para ir. Entre otras cosas, deseo comprar una dalia, quizá grande y quizá roja, ya te contaré…
No sé porqué me cuesta tanto poder amarme y cuidarme, pero cada día me siento un poco más en armonía conmigo misma. He decidido no volver a pelearme con mis demonios, prefiero conocerlos, dialogar con ellos, hacer una tregua. Lo que más deseo es reconciliarme con la Carla poeta, poder abrir el cajón, sacudirle la vergüenza y acariciar mis cuadernos viejos, repoblar nuestras desplumadas alas.
En fin, como no quiero seguir siendo tan cobarde, te comparto un pequeño poema que escribí hace más de veinte años.
Invitación
Hoy mi pensamiento casi te toca
No quiero ser un mito
para ti; yo te invito
a que sientas tus sueños en mi boca,
a que seas mi camino sin fronteras.
Puedo ser lo que tú quieras…
Y si acercarte intentas,
ven y conmigo calma tus tormentas.
CGG Junio 1999
Me voy antes de que me tiemble el alma y lo elimine de esta carta. Te envío una foto de la fresa que cosecharé hoy, de las dalias y de mi Circe que se cree lagartija.
¡Hola! No era mi intención abandonarte. ¿Cómo es que ya pasaron más de ocho meses desde mi última carta? Una consecuencia de esta pandemia es que he perdido la noción del tiempo. Lo que ha sucedido desde la llegada del coronavirus me parece que acaba de ocurrir. Estos casi dos años y medio se resumen en una sola palabra: ayer. Por lo tanto, la mayor parte de las veces, no tengo idea si el evento del que estemos hablando tuvo lugar hace tres días, hace una semana o un mes o un año. Me sucede incluso, con mi edad, a veces me cuesta trabajo saber cuántos años tengo y, por lo tanto, cuántos voy a cumplir.
Estoy tan consciente de las palabras que me he tardado en encontrar el valor para escribirte. Lo primero que tengo que decirte es que me rompí y rota he permanecido meses enteros. Que si el miedo, las secuelas físicas de la segunda vacuna, la glucosa baja, la visión borrosa, los dolores de cabeza, el insomnio. Mi vigilia sólo se ha visto interrumpida por las pesadillas. Que si el cubrebocas que me impide respirar y se adhiere a mi cara en los días de mucho calor, el agotamiento, el olvido. La muerte de mi pluma, las manchas de tinta borrando ideas de mis cuadernos, la ansiedad que me quita las ganas. Mi cuerpo apático y adolorido sólo deseaba quedarse en cama. ¿A dónde se fue la voz que me recitaba quimeras? Me quede sola en los terrores inombrables de mis tinieblas. Me quedé paralizada, abandonando mis plantas a su suerte.
Estaba así, Nadie, obligándome a respirar, a seguir con los ojos siempre abiertos y cansados. Mis perritas me buscaban todo el tiempo, me lamían, se acostaban conmigo y luego me llevaban a jugar con ellas. Me contagiaban su entusiasmo: se alegran por los detalles más sencillos como salir a pasear, tener comida, vernos llegar a la casa, acostarse junto a nosotros en el sillón. ¿Por qué tengo que complicarme tanto la vida cuando hay tantas razones para alegrarme? En fin, no te recomiendo intentar contestar preguntas después de meses de prácticamente no dormir. La memoria empieza a fallar, el agotamiento impide llegar a alguna conclusión y el esfuerzo es tan grande que al final uno ya no sabe nada, sólo que espera que esa noche, por fin, por fin llegue la posibilidad de cerrar los ojos por varias horas y recuperar la energía pérdida.
No te preocupes Nadie, a pesar de todo, sigo activa. No me preguntes cómo ni porqué, pero rescaté a un par de perritas pitbull, madre e hija, Ayla y Shima. Ayla estaba embarazada. Fue muy intenso el estrés que viví en ese momento: encontrar un lugar seguro donde pudieran quedarse y encontrar la manera de financiarlo. Ni soy superhéroe ni salió bien al comienzo. Ayla tuvo a sus cachorros en medio de una crisis de nervios. Los pequeños eran hermosos pero tanto ellos como Shima fallecieron debido al parvovirus. Se me rompió el corazón y me enfermó la culpa. Me convencí de que fracasé, les había fallado. Me dediqué a buscar recursos para sacar adelante a Ayla. Me desvelaba haciendo galletas y bufandas para venderlas. Me fue bien y, sobre todo, tuve mucho apoyo de mi familia y amigos. Varias personas que no esperaba, en mis redes sociales, me han apoyado con donaciones que me han permitido salir adelante. Ahora Ayla está muy bien pero tuvo una alergia severa en la piel y problemas en sus ojitos. Me angustiaba por ella y por mí (en esa época yo también tenía problemas de visión, me aterraba no poder volver a leer). De alguna manera avanzamos juntas en nuestro camino a la salud. Ya no se cansa por todo, corre y tiene mucho entusiasmo. Espero pronto encontrar una familia que la llene de amor. Vamos adelante, ella cada día más fuerte y yo ya he vuelto a ser la devora libros.
Rescatar a Ayla me mantuvo muy ocupada, de pie pero muda. Cuando intenté escribir, la pluma pesaba toneladas, mi mano se entumía, la tinta manchaba lo que se cruzara en su camino. No había ideas, ni siquiera letras, solo plastas de color azul que se adherían a las demás hojas. «Cállate, Carla. ¡Cállate!», escuchaba cada vez que necesitaba expresarme. «Cállate, siempre cállate. Cállate ya.» Con el pensamiento obnubilado y colmada de olvido por una vigilia tan prolongada, hacía caso y me alejaba de mis cuadernos.
Tengo claro que ya no quiero verme como un lugar común, una persona que tiene que cerrar la boca. Sabes, llevo ya tres días durmiendo un poco mejor. Me duele menos la cabeza, tolero más la luz y estoy decidida a romper la barrera del silencio. Te confieso que llevaba meses sin tener ilusiones. Nada me entusiasmaba, pero una noche, de nuevo innavegable, mientras miraba al techo, resignada al rechazo de Morfeo,me vi en el agua, mirando al cielo mientras braceaba imparable en aquella alberca olímpica (competencia cuyo invitado de honor era el Tibio Muñoz). El dorso era lo mío y llegué a la meta en primer lugar. ¡Gané! Aún recuerdo la medalla y como me la ponía cuando estaba sola, recordando ese momento, el podium, los aplausos, el sonido del agua. ¡Sí puedes, Carla! Tenía alrededor de ocho años cuando eso sucedió. Eso anhelo: nadar, nadar con fuerza y espíritu, nadar con el cuerpo empapado de libertad, nadar al ritmo de la música del agua. Me estremecí, me llené de escalofríos, sonreí.
Entonces, sentí el viento en la piel, los pies inquietos buscando correr, los amaneceres que me saludaban mientras aumentaba la velocidad para superar mi tiempo anterior. Volví a volar sin frenos ni fronteras, rodeada de árboles. Eso anhelo también: correr, salir de la quietud, gritar con el cuerpo completo y después caer rendida en los brazos de la noche con la meta colgada en el cuello y la esperanza de alcanzar una nueva en la siguiente carrera…
Con esos recuerdos y pensamientos esa madrugada logré sobrellevar el peso del insomnio y a ratos pude cerrar los ojos y sentir un poco de alivio. Ahora, Nadie, ya tengo la ilusión que ahuyente las pesadillas y quizá, por fin, pueda ganarme la aprobación del dios del sueño. Quiero decirte que estoy nadando de nuevo y, la mayor parte del tiempo, el agua ha sido benévola conmigo (sin reacciones alérgicas ni problemas en las vías respiratorias). Cuando estoy en la alberca, se desvanece mi ansiedad: soy inmensa y poderosa como no lo he sido nunca en ningún otro lado. Ahí las sombras se vuelven espuma y la esperanza hidrata mi cuerpo. Con cada brazada lllega la calma y mientras avanzo escucho un «TÚ PUEDES» que me impulsa por miles de kilómetros. Confío en que pronto me verás correr como tortuga primero y como gacela después; pero antes estoy fortaleciendo mi espalda y sanando mi espíritu. El camino, querido Nadie, es largo. Apenas voy recolectando las piezas de mi yo quebrado.
Así, voy saliendo del caos, buscando y atreviéndome a usar mi voz.
De la pandemia ya no quiero hablarte. Viene una nueva ola de brotes, siguen con las vacunas (ahora hay una cuarta dosis) y demás. El aislamiento terminó pero los cubrebocas siguen y para muchos, también el miedo. Vuelven los abrazos, pero contenidos. Yo intento no pensar en eso, después de casi dos años y medio, deseo volver a la vida. Llevo demasiados meses naufragando en las tinieblas, ya basta. Quiero disfrutar, celebrar un cumpleaños con salud, mi familia y amigos cercanos. ¿Sucederá?
Me inspira la fuerza de mis plantas, a pesar de no haberlas atendido, la mayoría ha sobrevivido. Las lavandas están muy bien, las mentas renacieron (están enormes) y los cempasúchiles siguen aquí, todavía tengo una flor y vienen nuevos que yo no sembré (toca sembrarlos el 29 y 30 de junio). Las dalias tienen muchos botones, la fresa sobrevivió y está creciendo mucho. Hay zarzamoras nuevas y el romero dio flores muy hermosas (no creas que florea mucho). No volveré a descuidarlas. Hoy compraré tierra para los rosales y para trasplantar las calabazas.
Antes de despedirme, te dejo las fotos de mis perritos, incluyendo a la bella Ayla, de las fresas, del romero y del cempasúchil nuevo que crece en el jardín.
🙂🙂
Muchas gracias por leerme. Confío en que ahora sí tendrás noticias mías muy pronto.
¡Hola! No quise dejar pasar tanto tiempo, tengo un par de cartas que no te envié porque no me he sentido bien de salud y no lograba corregirlas. Sabes que nunca te mandaría una carta escrita de manera impulsiva. Ni siquiera recuerdo cuando fue la última vez que hice eso. En fin, aprovecho que ya me estoy sintiendo mejor para darte señales de vida.
Mis perritas me acompañan, duermen tranquilas o toman el sol en el patio mientras yo estoy aquí, dedicándote tiempo. Hace dos semanas me sorprendí llorando por la muerte de una perrita a la que no conocí en persona. Seguí su caso en redes sociales. La aventaron de un tercer o cuarto piso y sobrevivió. Antes de eso intentaron ahogarla y la habían pateado en la cabeza. La salvaron rescatistas del Refugio Buenos Chicos en Guadalajara. No sólo le dieron la atención médica que necesitaba, le dedicaron tiempo y la colmaron de amor. Una gran cantidad de personas donaron dinero y alimento para ayudar a su recuperación. Yo seguía su caso en las redes. La llamaron Ámbar y lo que más me llamó la atención fueron sus ganas de vivir después de haber sufrido tanta crueldad. Siento que luchaba porque deseaba ser amada, tener esa oportunidad antes de despedirse. Ámbar no es la única, sé que son demasiados los animales maltratados, torturados, asesinados. La mayoría mueren en el olvido. Ámbar, para mí , es la voz de todos ellos (perros, gatos y otros animales). Es el grito de basta, ¡basta ya!.
La dulce Ámbar. Espero que esté feliz en el otro lado del arco iris.
La dulce Ámbar, una más que sufrió por nuestra causa, por nosotros los supuestos seres superiores dueños de este planeta. Este sempiterno complejo de superioridad nos intoxica, nos envenena, nos impide amar la vida. Sólo el ser humano se siente dueño del planeta, como si todo hubiera sido creado para él. Nos sentimos con el derecho de disponer de los árboles, las plantas, los demás seres vivos a nuestro gusto y disgusto, a nuestro antojo. Vivimos convencidos de que lo que hay en este planeta está a nuestro servicio. Esta sofocante superioridad nos impide vivir en armonía con la naturaleza y respetar la vida. Ese delirio de grandeza nos pudre. ¿Qué nos pasa? ¿Lanzar perros desde un cuarto piso después de haberlos golpeado? ¿ Atropellarlos y huír, dejándolos ahí heridos o agonizando? ¿Dejarlos amarrados a un árbol porque ya estorban o porque ladran o porque son traviesos o porque ya no queremos cuidarlos? ¿Mudarnos de casa y dejarlos ahí a su suerte? ¿Usarlos para peleas? ¿Tirarlos a la basura? ¿Quemarlos? ¿Dejarlos ciegos? ¿Despreciarlos porque no son de raza? ¿Golpearlos? Mil cosas más que me niego a escribir que suceden no sólo con los perros y gatos… En serio, Nadie, ¿qué nos pasa? Ni los perros, gatos, caballos, burros (todos los seres vivos no humanos) son objetos a nuestra disposición. México es el país número uno en abandono y maltrato animal de Latinoamérica. ¿Cómo podemos ser tan indiferentes? ¿Cómo, quienes los torturan, pueden quedarse tranquilos? Nos creemos superiores y no entendemos que somos todo lo contrario. Los árboles, las plantas, los animales (antes de que los domesticaramos) pueden vivir sin nosotros pero no funciona al revés: por ejemplo, si no hubiera árboles no podríamos respirar, así de sencillo. ¿Algún día nos caerá el veinte?
Suelo preguntarme cuándo se crearán leyes que protejan a los animales, que ayuden a evitar esto. Luego caigo en la cuenta de que las leyes ni siquiera nos protegen a nosotros. Pareciera que estamos condenados a vivir el eterno crujir de dientes aquí en la Tierra. Es difícil llenarse de esperanza y creer en la luz de los demás desde esta perspectiva. Sí, Nadie, los seres humanos podemos ser aterradoramente horribles, pero también quiero decirte que hubo muchas personas luchando por Ámbar y dándole voz, exigiendo justicia. Hay toda una red de rescatistas independientes, de refugios que luchan sin descanso ni vacaciones por los derechos de los animales, por su seguridad y bienestar. Su trabajo no es remunerado, no lucran con sus acciones, dependen de las donaciones que reciben, de quienes los apoyan. La mayoría de ellos tienen las manos llenas y siguen aceptando perritos porque no pueden concebir la idea de darles la espalda, aunque eso implique más estrés, más responsabilidad y sobre todo más gastos (que la mayoría de las veces los sobrepasan). Son imparables. Son la resistencia. En ellos he encontrado una razón para seguir adelante cuando las tinieblas llegan a mi puerta. Los admiro cada día más, me muestran que sí tenemos empatía, que desde el amor sí podemos marcar una diferencia. ¡Sí podemos! Ellos dan la cara por los inocentes sin voz. La dan una y otra y otra vez. Incansables.
Los perritos aman a sus humanos sin condiciones, dan todo por ellos. Su lealtad es tan grande que ponen su vida en sus manos e inclusive son capaces de dejarse matar por ellos. A mí esa fe ciega que tienen en nosotros me asusta, sobre todo cuando pienso de lo son capaces que muchas personas. Me duele, me duele el sufrimiento que les infligimos. Si yo pudiera, adoptaría a todos los perros que sufren, los protegería, les daría el amor que les ha faltado. Sí, Nadie, otra vez mi complejo de superhéroe. Estoy consciente de que no puedo hacerlo, ninguna persona sola puede, pero en equipo, sí podemos, poco a poco. Me ha hecho mucho bien seguir a los rescatistas y refugios y ayudar en medida de mis posibilidades: difundiendo, donando tiempo y cuando hay oportunidad, alimento o dinero.
Si no fuéramos indiferentes al sufrimiento de los animales, si no los abandonáramos, si entendiéramos que tener una mascota es un compromiso de por vida (los mascotas viven alrededor de 10/15 años), si los amáramos… ¿Qué te digo, Nadie? Ya empecé con utopías. Si sigo así te diría que si nos amáramos unos a otros, nos cuidáramos, buscáramos el bienestar común y nos olvidáramos de los complejos de superioridad y la ambición de poder el mundo sería un lugar más bonito, la vida no sería tan dolorosa, las tinieblas no tocarían mi puerta con tanta frecuencia. En fin. ¿Llegará el día en que respetemos la vida tanto de los demás humanos como el de los seres vivos? ¿Llegará el día en que nuestra prioridad sea vivir en amor y armonía con la naturaleza?
No puedo imaginar como sería mi mundo sin Laika, Tommy, Nahui y Circe. Su amor me salva de los abismos profundos en los que a veces navego. Me acompañan hasta en los lugares más tenebrosos y me guían a la luz. ¿Cómo sería mi día sin sus colitas moviéndose descontroladamente para todos lados cuando llego a la casa? No me importan los libros que devoraron cuando eran cachorras (Tommy siempre fue muy tranquilo), ni la sala que echaron a perder, ni lo difícil que fue lograr que aprendieran a ir al baño en el lugar adecuado porque hasta los momentos más duros han valido la pena. El amor y la alegría que han traído a la casa vale más que todo eso. Los amo y agradezco tenerlos en mi vida. Soy y seré siempre la loca de los perros y lucharé no sólo por los míos, también por los que están desamparados.
Laika, Tommy, Nahui y Circe.
Nadie, eso es todo por hoy. Estoy increíblemente satisfecha porque pude terminar tu carta, eso implica que ya estoy mejor de salud. La verdad es que estuve un poco asustada pero ya estoy más tranquila.
Ahora sí espero volver a darte lata muy pronto. Me despido, no sin antes decirte que ya Rebeca recibió la primera dosis de la vacuna y eso me da un alivio enorme. ¡Qué ya acabe esta pandemia!
Te mando un abrazo enorme y gracias por leerme.
Carla
P.D. Te envío una foto de la bella Ámbar y de mis adorados perritos.