¡Hola! Sabes, Nadie, tengo la misma edad que tenía mi muy querido profesor de Literature cuando lo conocí. Yo estaba en segundo de secundaria. Es raro, pero eso fue lo primero que me vino a la mente al empezar a escribirte. Él tenía 47 años; y yo, 14. Fue luz en ese año tan oscuro. Desde el primer día lo sentí cerca. Más allá de las palabras, nuestras almas se comunicaban. No sólo fue un gran maestro, también era un gran poeta. En poco tiempo se ganó mi admiración y confianza. Me atreví a compartirle mis poemas. Nunca imaginé que por eso, él me mostraría los suyos. Entre las muchas cosas que teníamos en común, ambos éramos zurdos.
Se reía de sí mismo y de sus chistes, aunque los demás no nos riéramos. Después de contar el chiste, nos quedábamos en silencio. Entonces nos decía: «Ya terminó el chiste, ríanse.» Y lo hacíamos, divertidos.
Jamás lo llamé por su nombre, para mí era Sir. Pues así, desde el día uno, teníamos que llamarlo. A sus preguntas debíamos contestar: «Yes/No, Sir». Hasta en mi último mensaje lo llamé así: Dear Sir.
Amaba la poesía de T.S. Elliot y de Walt Whitman. Todavía recuerdo sus clases sobre Animal Farm de George Orwell, sobre el diario de Ana Frank y los relojes de Dalí.
Una vez nos leyó un poema suyo en la clase. Después dijo: «Yo ya les leí un poema mío; ahora les toca a ustedes». Al instante me volteó a ver, junto con mis compañeros del salón. Entré en pánico, esperaba que la tierra me tragara pero eso no sucedió y tuve que ponerme de pie y leer uno mío. Lo que no esperaba fue el gran aplauso que recibí al final. Esa fue una de las contadas veces que no me sentí un cero a la izquierda en la escuela, que me sentí buena para algo y orgullosa de mi habilidad para escribir.
Sabes, Nadie, vio mi tristeza larga, mi soledad, el desaliento y siempre buscó maneras de sacarme de ese lugar oscuro y mostrarme la luz que había en mí. Fue mi amigo y maestro siempre. Nunca dejó de enseñarme ni de tener palabras de aliento para mí.
You have the eyes of a poet… always. Esas fueron sus palabras para mí hace cuatro años. Sin importar cuanto se escondiera, siempre encontró a la poeta en mí. Yo sigo en su búsqueda.
Quisiera verme con sus ojos. …Always beautiful you are…and always beautiful you shall be! Carla… Always my beautiful little girl! Me emociono como si estuviera aquí, siempre mi maestro, siempre mi amigo.
Nadie, me sigue pesando mi timidez, el no haberlo buscado para tomarnos un café y platicar. Cuando por fin lo hice, hace no tanto tiempo, ya fue demasiado tarde. Dear Carla, as soon as I am a little stronger, we shall have that coffee! Promise you that! ...Always! Y ese fue el último mensaje que recibí de él. Falleció hace unos meses. Me sigue doliendo. Otro adiós sin despedida. Otro adiós.
Cuando era su alumna me dejó una tarea para siempre: escribir poesía. No he sido muy buena haciéndola, pero, unas cuantas décadas después, me comprometo a cumplirla, a ser mejor alumna.
Quería contarte otras cosas en esta carta, pero mi corazón decidió hablarte de esto. Agradezco haberle hecho caso. Gracias por leerme, querido Nadie.
Mi espalda ya está casi bien: llevo varios días caminando sin dolor, con las piernas ligeras y el cuello descansado.
Te abrazo fuerte,
Carla






















