Cartas para Nadie. Quincuagésimo Segunda Carta. Sir.

•septiembre 14, 2023 • Deja un comentario

¡Hola! Sabes, Nadie, tengo la misma edad que tenía mi muy querido profesor de Literature cuando lo conocí. Yo estaba en segundo de secundaria.  Es raro, pero eso fue lo primero que me vino a la mente al empezar a escribirte. Él tenía 47 años; y yo, 14.  Fue luz en ese año tan oscuro. Desde el primer día lo sentí cerca. Más allá de las palabras, nuestras almas se comunicaban. No sólo fue un gran maestro, también era un gran poeta.  En poco tiempo se ganó mi admiración y confianza. Me atreví a compartirle mis poemas. Nunca imaginé que por eso, él me mostraría los suyos.  Entre las muchas cosas que teníamos en común,  ambos éramos  zurdos.

Se reía de sí mismo y de sus chistes, aunque los demás no nos riéramos.  Después de contar el chiste, nos quedábamos en silencio. Entonces nos decía: «Ya terminó el chiste, ríanse.» Y lo hacíamos, divertidos.

Jamás lo llamé por su nombre, para mí era Sir. Pues así, desde el día uno, teníamos que llamarlo. A sus preguntas debíamos contestar: «Yes/No, Sir». Hasta en mi último mensaje lo llamé así: Dear Sir. 

Amaba la poesía de T.S. Elliot y de Walt Whitman.  Todavía recuerdo sus clases sobre Animal Farm de George Orwell, sobre el diario de Ana Frank y los relojes de Dalí.

Una vez  nos leyó un poema suyo en la clase. Después dijo:  «Yo ya les leí un poema mío; ahora les toca a ustedes». Al instante me volteó a ver, junto con mis compañeros del salón.  Entré en pánico, esperaba que la tierra me tragara pero eso no sucedió y tuve que ponerme de pie y leer uno mío.  Lo que no esperaba fue el gran aplauso que recibí al final. Esa fue una de las contadas veces que no me sentí un cero a la izquierda en la escuela, que me sentí buena para algo y orgullosa de mi habilidad para escribir.

Sabes, Nadie, vio mi tristeza larga, mi soledad, el desaliento y siempre buscó maneras de sacarme de ese lugar oscuro y mostrarme la luz que había en mí. Fue mi amigo y maestro siempre. Nunca dejó de enseñarme ni de tener palabras de aliento para mí.

You have the eyes of a poet always. Esas fueron sus palabras para mí hace cuatro años. Sin importar cuanto se escondiera, siempre encontró a la poeta en mí. Yo sigo en su búsqueda.

Quisiera verme con  sus ojos.  …Always beautiful you are…and always beautiful you shall be! Carla… Always my beautiful little girl!   Me emociono como si estuviera aquí,  siempre mi maestro,  siempre mi amigo.

Nadie, me sigue pesando mi timidez, el no haberlo buscado para tomarnos un café y platicar. Cuando por fin lo hice, hace no tanto tiempo, ya fue demasiado tarde. Dear Carla, as soon as I am a little stronger, we shall have that coffee! Promise you that! ...Always!   Y ese fue el último mensaje que recibí de él. Falleció hace unos meses. Me sigue doliendo. Otro adiós sin despedida.  Otro adiós.

Cuando era su alumna me dejó una tarea para siempre: escribir poesía. No he sido muy buena haciéndola, pero, unas cuantas décadas después, me comprometo a cumplirla, a ser mejor alumna.

Homework for forever!

Quería contarte otras cosas en esta carta, pero mi corazón decidió hablarte de esto.  Agradezco haberle hecho caso. Gracias por leerme, querido Nadie.

Mi espalda ya está casi bien: llevo varios días caminando sin dolor, con las piernas ligeras y el cuello descansado.

Te abrazo fuerte,

Carla

 

Cartas para Nadie. Quincuagésimo Primera Carta. Precumpleaños.

•septiembre 2, 2023 • 3 comentarios

1 de Septiembre de 2023

¡Hola! Escucho el álbum Disintegration de The Cure. La melancolía es mi abrigo mientras bebo una copa de nostalgia. Así celebro mi precumpleaños, querido Nadie. Cuarenta y siete años, pero yo sigo viendo en el espejo a una adolescente.

A partir del 2009, he recibido esta fecha con alegría, con ilusión. No esta vez. Podría ser por mi larga convalescencia por la espalda o quizá por el inagotable hilo de pensamientos ansiosos o por la soledad de las ideas que he despreciado…

Esta no es una carta en realidad, sólo versos sin respiración, tortura en mil alientos. Desvaríos de una mujer nonagenaria atrapada en un cuerpo joven.

Soy una isla ahogándose en el macabro océano de sus pesadillas.

Soy un desierto sediento de poesía.

Soy la roca contra la que yo misma me estrello.

Soy el martillo mutilador de ideas.

Soy la novela rota, la vergüenza de los poemas no escritos.

Soy el aullido muerto de una escritora inexistente.

Soy espalda dolorida, cuello agotado, sombra vestida de tristeza.

Soy la cumpleañera coleccionista de silencios y fracasos.

Soy Carla, querido Nadie y tengo miedo a morir sin haber vivido lo suficiente, miedo de morir demasiado pronto o demasiado tarde. Sólo quiero morir a tiempo.

No, no te preocupes. Todavía no llega mi hora, sólo no quiero quedarme con los pies pegados a a la tierra, sin abrir mi corazón a la libertad. Si pudiera descuartizar al juez verdugo de mi interior… Si pudiera hacerlo… Voy a cumplir cuarenta y siete años y todavía no puedo.

Quizás este año. Quizá.

Feliz cumpleaños a mí.

Hasta pronto, querido Nadie.

Carla

Cartas para Nadie. Quincuagésima Carta. Una escena de Barbie.

•agosto 25, 2023 • Deja un comentario

¡Hola! A veces es imposible escapar del silencio que estrangula mis palabras. Lo lamento, querido Nadie. Mi voluntad es firme pero a veces el miedo a mostrarme vulnerable me doblega. He querido contarte varias cosas pero mi alma era una frágil copa de cristal y mi pluma hubiera podido quebrarla.

Te escribo para hablarte de la película Barbie. La vi por curiosidad, convencida de que sería entretenida o palomera, nada más allá de eso, pero no fue así. La disfruté, tiene momentos profundos, me hizo reflexionar.

No te haré una reseña de la película, sólo te compartiré una escena que me deslumbró. Aunque la película hubiera sido mala, por esa escena habría valido la pena verla.

Barbie sale de Barbieland y llega al mundo de los humanos. No es cómo lo imaginaba. Se burlan de ella. En su enorme desconcierto, afligida, se sienta en una banca al lado de una mujer mayor. Esta mujer está tranquila, disfrutando, no se preocupa por las marcas de la edad en su rostro o cuerpo, a gusto consigo misma mira a Barbie y le sonríe. Ella también le sonríe, sorprendida, maravillada. Sin ocultar su fascinación, le dice: «Es usted bellísima». Ella, como si le estuviera contando un secreto, le responde: «Lo sé». Ambas ríen.

Foto de Warner Bros

Jamás, nunca, había visto una escena donde elogiaran la belleza de una mujer mayor, con arrugas, canas y casi sin maquillaje. En este mundo tan complejo, parece que sólo podemos ser bellas (atractivas, hermosas) en nuestros años mozos o disimulando nuestra edad. Barbie no conocía la vejez ( no existe en Barbieland) y cuando la descubre, no se espanta ni se disgusta: siente admiración. ¡Admiración!

Me impactó la seguridad de la mujer para afirmar su belleza, lo cómoda que está con su cuerpo, con su edad, consigo misma. Verla me dio esperanza, alegría, bienestar. Me hubiera encantado poder abrazarla, agradecerle y experimentar por un instante esa sensación de plenitud, de libertad, de vivir lejos de los estereotipos o exigencias absurdas.

Me anima imaginar un mundo donde podamos quitarnos la carga de tener que vernos siempre jóvenes para sentirnos bellas, admiradas o simplemente aceptadas, donde mostrar las canas sea natural y no algo malo (varias me han dicho que me vería mejor si me pintara el cabello, que tengo que pagar el precio de ser mujer, me veo vieja o que soy fodonga). Yo, querido Nadie, estaba convencida de no tener esa carga: mi rebeldía marcaba la diferencia. Sin embargo, al ver esa escena comprendí que no es así. Sí, soy rebelde, no me avergüenzo ni busco ocultar mi edad, convivo en armonía con mis arrugas, no me asusta la celulitis; sin embargo, con los dedos de mis manos puedo contar las veces que me he creído hermosa, o bonita en mis casi 47 años de edad. Jamás he estado así de bien conmigo misma como la mujer sentada en la banca al lado de Barbie. ¿Es posible lograrlo con las imperfecciones naturales de mi cuerpo y de mi edad? ¿Sin usar maquillaje? Quiero pensar que sí, que lograré hacerlo, que me sacudiré las tonterías de la sociedad en que vivimos, las de mi pasado también y , por fin, podré verme con la luz del amor propio, del agradecimiento, de la satisfacción por este viaje que hasta ahora ha sido y es mi vida.

Me hubiera encantado ver la película con mi prima. Siento la nostalgia de aquellas tardes cuando jugábamos con nuestras Barbies. No te imaginas cuánto la extraño, ya lleva varios años en España.

Te comparto mi foto loca de cuando fuimos a ver la película. Es la primera y última vez que me meto en una caja. No suelo participar en este tipo de cosas, pero estaba de muy buen humor.

Divertida.

Te mando un abrazo y te escribo pronto.

Carla

Cartas para Nadie. Cuadragésimo Novena Carta. Compulsión y Emociones.

•julio 3, 2023 • 1 comentario

Domingo 2 de julio 2023

¡Hola! ¿Cómo estás? Yo, agradecida por los días frescos. Ojalá no vuelva el calor asesino.

En mi última carta te mencioné mi crisis de ansiedad, quedé en hablarte más de ella y me cuesta pues acabo de comerme tres donas en menos tiempo del que te imaginas. Siento vergüenza de mostrarte mi personalidad compulsiva.

Desde el viernes no he podido controlarla.  Sabes, Nadie, si no estuviera tan consciente de mi personalidad adictiva o si no tuviera tanto miedo a perder la salud, quizá hace varios ayeres  me habría hecho esclava del alcohol y del cigarro también.  Pero estoy entera a pesar de mis debilidades, soy valiente para aceptarlas y fuerte para sobrellevarlas.

En los meses de confinamiento por la pandemia, encontré calma en el pan dulce y los postres.  Hoy en día es mi forma  tóxica de consolarme: si los como se intensifica mi ansiedad; si no lo hago, también.

No te asustes, Nadie, estoy sanando despacio. Antes del viernes, comí bastante bien. Concentré mi energía en hacer las cosas que tenía pendientes, en leer, en jugar con mis perritas. Logré mantenerme lejos de la tentación por cuatro días.

Como te dije la vez pasada, no es un asunto de fuerza de voluntad, sino de llenar vacíos.  Necesito hacerlo de manera saludable trabajando en mis miedos, duelos, autoestima, aprehensiones.

Esta crisis es parte de mi proceso para estar bien.  Sí, entiendo que no lo parece porque es un proceso largo, doloroso, desgastante.  Busco mirarme a mí misma con amor, en un espejo limpio de juicios, de culpas innecesarias, de reflejos retorcidos; un espejo donde pueda ver mi sonrisa.

Estoy segura de que hay una mejor forma de abrazarme que con donas y pasteles. Llegaré a ella porque no me quedo en el suelo cuando me caigo. Sin importar cuánto me tarde, yo me levanto.

A partir de hoy, les abro la puerta a mis demonios. Eso sí, uno a la vez. No me interesa agredirlos ni desaparecerlos, sólo quiero reconocerme en ellos, perdonarme y dejarlos ir: soy yo quien se ha aferrado a ellos y no al revés.

La pluma y los cuadernos, como bien sabes, son mis salvavidas. En uno, el diario de mi intestino, llevaba un registro de mi relación con los alimentos. Lo empecé en el 2016 para recuperarme, junto con el apoyo del nutriólogo, de una colitis crónica severa.  He decidido volver a él. Me acercaré a la meta un pequeño paso a la vez. No, Nadie, no me someteré a dietas rígidas ni estresantes. Tampoco voy a contar calorías ni a obligarme a perder un determinado número de kilos a la semana. Mi objetivo es aprender a comunicarme con mi cuerpo,  reconciliarme con él, dejar de lastimarme.

Sé que puedo lograrlo. Para mí ya no tengo insultos ni expectativas imposibles y eso, querido Nadie, es un gran avance.

Me despido con una foto del cielo amoroso de mi ciudad. Espero que te guste.

Cielo amoroso

Un abrazo,

Carla

Cartas para Nadie. Cuadragésimo Octava Carta. El Calor.

•junio 26, 2023 • Deja un comentario

25 de Junio 2023

¡Hola! Agradezco el aire fresco. Esta noche sí ayuda asomarme a la ventana. Revivo.

Últimamente he estado tan acalorada que duermo poco. La ansiedad vuelve como hormigueos en mis extremidades y dificultad para respirar.

Extenuada es la palabra que me define. Además, en general, me cuesta trabajo mantenerme despierta. Una mañana, nadé menos tiempo pues me sentí muy cansada. En la casa, el dolor de cabeza me obligó a dormir. Desperté desorientada, con dolor en las articulaciones y manchas rojas en la piel. Asustada, me puse hielo primero en las plantas de los pies, después en la cabeza, el vientre, la espalda y detrás del cuello. Tomé suero. Eso me reanimó. Ahora me hidrato mejor y no me he vuelto a sentir así de mal.

Mis plantas tienen sed. Las riego con más frecuencia (las del patio dos veces a día), no es suficiente con este sol. Ya perdí dos lavandas, algunas suculentas.

Las perritas duermen más, también les falta energía.

Nadie, espero a la lluvia. Sólo trajo unas cuantas gotas ayer, ni para mojar la tierra de las macetas. ¿Llegará?

Me baño con agua fría pero eso no me salva del sudor.

Quiero bailar, fundirme con la música, moverme feliz sin límites. La última vez que bailé fue antes de que me diera COVID, hace casi un año. ¿Cómo ves?

Desde 2020 no entreno con intensidad. Llevo más de seis meses sin correr y nadando ligero. Sí, Nadie, estoy mejor pero me falta paciencia. Además, todavía tengo secuelas de la pandemia, salgo poco, casi no socializo y me estresan más las multitudes: me desacostumbré a lidiar con ellas durante el confinamiento.

Estoy comiendo muy mal: lleno mis vacíos con carbohidratos y chatarra. Cuando me propongo cambiar, empeoro. Te diría, Nadie, que me falta fuerza de voluntad, pero el problema es más profundo: soy compulsiva, soy adicta a lo dulce, tengo ansiedad, mucha ansiedad. El no poder hacer la actividad física que necesito, tantos rollos de salud durante y después del confinamiento, me tienen muy descontrolada.

De eso, querido Nadie, ya te hablaré en la semana, hoy sólo deseo dormir.

Te dejo unas fotos de las flores del balcón y de las gardenias, ellas si están disfrutando este clima.

Contentas con el clima
Gardenias

Cuídate mucho,

Carla

Cartas para Nadie. Cuadragésimo séptima carta. Visitando a Ana Frank.

•junio 18, 2023 • Deja un comentario

15 de Junio de 2023

¡Hola! ¿Qué crees? Acaban de inaugurar una exposición en el Museo de Memoria y Tolerancia: Ana Frank. Notas de Esperanza.  Si vas entre semana tempranito, el museo está vacío, nosotros éramos casi los únicos ahí.

Entrada a la exposición de Ana Frank

Antes de entrar, te llama la atención que las puertas son iguales a la cubierta del diario de Ana. Cuando se abren, al centro hay una imagen color negro, es el edificio de Prinsengracht 263-267, el escondite. A su alrededor, las paredes se iluminan  con frases de Ana en letras enormes. Mientras las lees, escuchas la voz de una niña contando su vida.

Las paredes se iluminan  con frases de Ana.

Das unos pasos y llegas a la primera sala, la luz es tenue. En los muros ves la misma imagen color negro del escondite, también conocido como el Anexo Secreto.  En esta parte del recorrido, hay información breve y concisa sobre la Primera Guerra Mundial, Hitler en Alemania, la Segunda Guerra Mundial, los campos de concentración, la situación de los judíos, los gitanos, los homosexuales, las personas con discapacidad.  En paralelo, tienes la historia de la familia Frank hasta el momento de su llegada allí.  Después, un poco más adelante, encuentras el librero que oculta la puerta del Anexo Secreto…

Ana Frank. Notas de Esperanza.

La señorita a cargo, Nadie, lo moverá y sentirás cómo cambia la atmósfera. Al momento de entrar, quizá viajes en el tiempo, cómo yo. Caminarás en la penumbra, te guiará la escasa luz de la lámpara junto al radio que susurra las noticias en holandés. El pasillo es estrecho y no hay ventanas.   El lugar huele a claustrofobia y tu estómago se encogerá.  La cocina está pegada a la pared, la mesa del comedor está al lado, el espacio es muy reducido.  Cuando veas el excusado diminuto acuérdate que hay horarios estrictos para ir al baño, esto evita que los habitantes sean descubiertos.  

El Anexo Secreto

Llegarás a la habitación de Ana. Tal vez quieras quedarte ahí unos minutos. En la pared encontrarás las fotografías de sus estrellas de cine favoritas, el escritorio con su famoso cuaderno. En su lugar, ¿tú qué escribirías? ¿Escribirías?  ¿O quizá tu fobia al encierro te despojaría de las palabras y hasta de la vida? Ojalá nunca tengamos que saberlo, Nadie. Nunca, nunca. 

En su lugar, ¿tú qué escribirías? ¿Escribirías?

Luego llegarás al ático,  podrás ver el edificio de enfrente a través de la ventana. No te sorprenderías si de repente escucharas las sirenas de la Gestapo. Te distraerán las voces provenientes de la pantalla, saldrás del trance para ponerle atención al video.  Se  trata del destino de los habitantes del escondite después de su arresto. Sólo Otto Frank sobrevivió. Ese video no dura mucho, va directo al punto, sin rodeos. Tal vez eso te guste, como a mí.  En diversos rincones de esta sala cuelgan hojas amarillentas, arrugadas como palabras desorientadas, frases rotas, muerte…

El Ático

Ya estás cerca de la salida, ahora las paredes son espejos. Aquí también  hay una gran cantidad de hojas arrugadas pero esta vez son de  colores.  A pesar de la solemnidad de este momento, te transmiten entusiasmo por vivir, ilusión.  Quizá mires a tu alrededor y convivas con tus reflejos, aliviado por la luz que llega, porque, tú, como yo, eres libre para  salir a la calle y pasear… 

Aquí también  hay una gran cantidad de hojas arrugadas pero esta vez son de  colores

En fin, te recomiendo ir a esta exposición, la entrada cuesta 65 pesos.

En una de mis cartas te conté como el diario de Ana Frank me inspiró a escribir uno yo.  Porque a mis once años también yo necesitaba alguien a quien confiarle todo y que fuera para mí un gran apoyo. De la misma manera, casi por los mismos motivos,  al inicio de la pandemia, te reencontré a ti, querido Nadie, y tres años después sigues siendo para mí ese gran apoyo.

Por cierto,  ¿sabías que en el museo de Ana Frank en Amsterdam, el Anexo Secreto no tiene muebles? Otto Frank quiso que se quedara vacío como lo dejaron los nazis cuando llegaron por ellos.

Salimos del museo y en las calles del centro, junto a la Alameda Central,  una de las soberbias jacarandas todavía tiene algunas flores. No las había visto en junio, el violeta suele marcharse en mayo a más tardar. Yo celebro obsequios como éste y me gusta compartirlos contigo.

Todavía tiene flores la jacaranda.

Hasta la próxima semana, cuídate mucho.

Carla

Cartas para Nadie. Cuadragésimo sexta carta. Quiero Correr.

•junio 12, 2023 • 1 comentario

11 de Junio 2023

¡Hola! ¡Qué alivio, Nadie, por fin llovió! Estos días la ciudad ha sido un sauna inescapable.

Llevo días con los pies inquietos y sólo una pregunta: ¿Cuándo volveré a correr? No siempre me gustó hacerlo. Lo intenté en mis veintes pero perdí la paciencia pues siempre terminaba con dolor de caballo. Eso cambió en mis treintas, lo hacía para sobrellevar el estrés.

No empecé a correr por pasión a este deporte, ni siquiera porque me gustara, lo hice para resistir, para no darme por vencida en momentos muy duros. Recuerdo sobre todo aquella madrugada, la de mi cumpleaños. Unas horas antes Rebeca había ingresado al hospital (INP), en muy mal estado, tenía leucemia. Sólo los padres biológicos podían entrar a verla y yo, yo no soy su madre biológica. Nunca me ha dolido tanto no serlo como en ese momento, cuando más necesitaba abrazarla. Por unas horas, mis cuñados estuvieron conmigo esperando noticias sobre la condición de Rebeca afuera del hospital. Después de la una, me quedé sola y me fui al estacionamiento con la intención de dormirme un rato en el coche pero estaba demasiado desesperada. No era un lugar techado, entonces se me ocurrió correr. Daba una vuelta, luego otra, a veces muy rápido con enojo, otras con llanto. Iba y venía una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Así recibí mi cumpleaños (nací a las dos de la mañana). Me detuve cuando me venció el agotamiento y llegó la calma. Entonces pude subirme al coche para descansar, o por lo menos intentarlo.

En momentos de ansiedad, estrés, miedo, tristeza, frustración, impotencia, correr me permite poner la mente en blanco, encontrar paz, ver las cosas desde otra perspectiva. Años después, empecé a hacerlo con disciplina, constancia y un gran entrenador que tiene fe en mí. Participé en mi primer medio maratón. Me quedé con ganas de más. Esa distancia me encantó. Tenía tanta sed por correr ( todavía la tengo) que no podía detenerme.

Cuando tengo niveles altos de ansiedad, cuando los pensamientos negativos toman a mi mente prisionera, corriendo puedo alejarme de ellos, corriendo me libero, vuelvo a estar tranquila y la crisis pasa. Me mantengo enfocada: tengo que poner atención a mi cuerpo, a mi entorno, a la meta. Mis problemas se ven menos grandes al terminar. A menudo he logrado resolver algún dilema o desarrollar alguna idea después de una larga carrera. Duermo mejor, soy más creativa y tengo más recursos para mantener una buena salud mental, emocional y física.

En esta tarde gris, Nadie, pienso en aquella madrugada, en las veces en que salir a correr me ha ayudado. Llevo más de seis meses sin hacerlo. En agosto será el Maratón de la Ciudad y no voy a participar. Estoy inquieta, hiperactiva, desenfocada.

Para distraerme, hoy modifiqué el patrón de una pulsera que diseñé, la cuál se ve bonita pero no me encantó. Quedará mejor la próxima vez. Eso me animó.

Mi pulsera.

Acabo de asomarme a la ventana de mi cuarto para ver el atardecer. Tomé unas fotos para ti. ¡Mira el cielo, Nadie, míralo! Todos los días la naturaleza ofrece espectáculos que nutren mi alma: figuras en las nubes, cielos que parecen océanos, mariposas, colibríes, bugambilias, jacarandas, pinos. Sigo extrañando a mis grillos querido Nadie, aquí sólo los he escuchado un par de veces en casi cuatro años.

Atardecer desde mi ventana.

Un abrazo,

Carla

Cartas para Nadie escritas en la normalidad después de la pandemia. Cuadragésimo quinta carta.

•junio 4, 2023 • Deja un comentario

4 de Junio de 2023

¡Hola! ¿Cómo estás? Yo espero a la lluvia mientras el calor me empapa. Todavía sigo lastimada por los malos pasos que he dado: mi espalda está de latosa. De nuevo voy a fisioterapia una vez a la semana.  ¿Podré correr antes de mi cumpleaños?

El viernes fui a nadar. No puedo ir rápido pero estar en la alberca me da felicidad. Cuando mi cuerpo se mueve con la caricia del agua, todo está bien.  ¡Todo está bien! 

Sabes, Nadie, sigo sin ser muy sociable.  Además, la mayoría de mis amigos cercanos viven lejos: visitarlos implica comprar un boleto de avión para Arizona, Inglaterra, Pittsburgh, Alemania, Madrid, Italia.    La tristeza me besa. La distancia es el báratro que duerme conmigo en estas noches.  ¿Y si la vida…?

No volví a ver a mi querido Herwig. No pude acompañarlo mientras agonizaba ni pedirle que no se sometiera a un tratamiento tan agresivo. Estaba decidido a vencer el cáncer y venir a México.  Hoy desperté con su ausencia y con la angustia de nuestra efimeridad.  Vivo confiando en un mañana, pero no siempre va a existir.

Cuando regrese a Innsbruck, llevaré flores a su tumba, recorreré sola las calles por las que paseamos juntos y me disculparé por las veces que tardé en responder sus mensajes, por las videollamadas que no hice, por el tiempo perdido. Le agradeceré por quererme con mis silencios, mis complejidades, mis locuras, por tenerme paciencia: nunca recibí un reclamo de su parte.  Iré, pero Herwig no estará ahí. 

Me pesa mi incapacidad para tomar el teléfono, para escribir un mensaje, para socializar.  Cada día me digo: Hoy sí le hablo, l@ busco, voy  a verl@.  Nunca lo hago.

Hace más de un mes falleció mi maestro y amigo, luz en mis instantes más oscuros. No sólo creyó en mí, me motivó a seguir escribiendo poesía. Me dio lecciones de vida de las cuales sigo aprendiendo.  Quisiera contarte más de él pero no ahora, la culpa me persigue, me abruma.  ¡La maldita timidez me impidió buscarlo para tomarnos el café que teníamos pendiente!  En su último mensaje me prometió ir por ese café cuando se sintiera más fuerte.  Después vino la pandemia. Ese día, no llegó. No llegó. No llegó. ¡No llegó! ¡NO!

¿Cómo procesar este duelo? ¿Cómo hablar de esto sin ser la exagerada? «Es sólo un maestro, tenías años sin verlo…». Sin embargo, Nadie, sólo a ti te lo confieso, teníamos una conexión más allá de las palabras, de las llamadas, de las cosas terrenales.  ¿Crees que estoy loca? 

Es desolador ser tan asocial. Sigo confiando en el mañana para buscar a las personas que quiero, como si no fuéramos efímeros y existiera la certeza de que estaremos aquí siempre. ¿Cuántas veces ha de golpearme la noticia del fallecimiento de alguien para hacerme entender? ¿Cuánta culpa más he de cargar para dejar de posponer el convivir con los demás?

Una vez más la muerte me sumerge en los hubieras, la indiferencia, en las palabras no dichas, los abrazos no dados. Esta soy yo, Nadie, la solitaria que se esconde, se aísla, entra en pánico al momento de querer abrir el alma y después se condena por no haberlo hecho.

Lloro frente al escritorio mientras las perritas me acompañan, duermen a mi lado. Las plantas me consienten con sus flores, sobre todo las dalias. Acaba de brotar una cúrcuma, me pregunto si sobrevivirá esta vez.

Mis perritas
Mis flores y una cúrcuma

Encontrar mi voz también duele. Me estoy dando la oportunidad de renacer. Lo esencial es no volver a callarme. Sanar suele ser más duro que el malestar mismo, como cuando los antibióticos te hacen sentir diez veces peor que los parásitos en el cuerpo.  Un día a la vez, sin presión ni juicios. Un día a la vez, con amor y paciencia. Un día a la vez, querido Nadie.

Espero que tengas una bonita semana,

Carla

Cartas para Nadie escritas en la normalidad después de la pandemia. Cuadragésimo cuarta carta.

•mayo 27, 2023 • Deja un comentario

26 de mayo 2023

¡Hola! ¿Cómo estás? Yo tuve una sesión de fisioterapia esta tarde y quedé muy relajada.  Nadie, ¿te acuerdas de mi mal paso de la semana pasada? Pues sí me lastimé un poco la espalda.  Ayer no dormí pues me asustaba la posibilidad de volver al reposo, de reabrir el ciclo de dolor que apenas va cerrando.  Tengo un poco inflamado el músculo de la cuarta lumbar pero estoy bien. La piramidal y la sacroilíaca ya sanaron y Fer, la fisioterapeuta, se alegró mucho por eso. No vuelvo al reposo, sigo adelante con mi rutina en el gimnasio. ¡Esa fue una gran noticia para mí! Eso sí, estoy somnolienta, un poco adolorida, exhausta pero animada.

A pesar del sustito, no caí en desesperación ni perdí el ánimo y sólo fueron dos días los que falté al gimnasio. No sé porqué me resulta tan difícil cuidarme: soy un caos para hacerlo. Estoy aprendiendo a escuchar la voz de mi cuerpo, pero a veces se me van las cabras. Todavía no le doy la atención que necesita.  Lo obvio suele ser lo que menos tenemos presente. ¡Qué difícil es comprender que resistirme o negar una situación no me lleva a ningún lado! Esta vez meditar me ayudó a convivir con mi dolor. No puedo cambiar algo si no lo acepto primero, así de simple. Esta noche tengo paz física, mental y emocional. Quizá sueñe algo bonito al dormir.  ¿Tú crees que Morfeo sea amable conmigo esta vez?

Nadie, hace más de tres meses adoptamos a Ayla. Me sigue maravillando tenerla aquí con nosotros. Verla dormir tan tranquila, casi sonriendo, con la certeza de que ya está en casa, me enternece, le da sentido a tener cinco perros aquí en casa. Cada día confirmo que es la mejor locura que hemos hecho.  Por cierto, a ella le encanta estar en el balcón y jugar con Circe. Yo encuentro mi lugar feliz con mis perritas.

Ayla 🙂

Te mando un abrazo querido Nadie, gracias por acompañarme siempre.

Carla

Cartas para Nadie escritas en la normalidad después de la pandemia. Cuadragésimo tercera carta.

•mayo 21, 2023 • Deja un comentario

20 de mayo de 2023

¡Hola! ¿Cómo estás? Yo estoy contenta por la lluvia. Unas veces me envuelve en melancolía; otras, en frescura y esperanza, como esta tarde. También estoy muy agradecida, pues a pesar de un percance que tuve esta semana, estoy bien.

El jueves di un mal paso y me lastimé la espalda. Primero me asusté, luego me puse furiosa, después me deprimí. Frustrada me repetía: no puedo pasar por lo mismo de nuevo. Ya no tolero más reposo ni dolor. La vergüenza me dominaba. No sé cuántas veces me dije Estúpida. Lo siguiente que hice fue abrir mi cuaderno, poner mi cronómetro (15 minutos) y escribir sin pensar, ni tachar ni detenerme. Es un ejercicio de escritura automática (flow writing) que me sirve como terapia. Debería de hacerlo diario, pero entre traducciones, transcripciones y agotamiento casi no lo he hecho este mes.

Pues, Nadie, en este ejercicio de no despegar la pluma de la hoja, de no frenarme ni siquiera un segundo, escupo las palabras así como están en mi interior. Al principio salió mi yo reclamador, nombrándome la Reina de las tontas. Nada nuevo, me dirás tú y con razón. Sin embargo, sucedió algo inusitado. Mi ánimo cambió: no más insultos ni violencia contra mí misma. Me sorprendí escribiendo lo siguiente: Sólo quiero paz y amor en mi cuerpo, abrazarme. Enseguida empecé a pedirme perdón, por tantos años de negligencia (no cuidarme, no tratarme con cariño, agredirme la mayor parte del tiempo). La ventaja de este ejercicio es que me impide censurarme; me guste o no, las palabras salen sin pedir permiso. Entonces, Nadie, me descubrí pidiendo ayuda. ¿Lo puedes creer?

Mi mano avanzaba con firmeza y dejó esto en la hoja: Aquí estoy. Soy Carla. Por favor guíame. Tengo el corazón abierto. ¡Ayúdame a romper los patrones a los que me he aferrado por décadas! ¡Ayúdame a romper el ciclo de dolor! Ya no quiero tener miedo. Me pongo en las manos del amor. En otras circunstancias, habría roto la hoja, me habría desesperado, mi juez criticón se habría salido con la suya. Sin embargo, en este caso, el objetivo de la escritura automática es justo evitar eso. ¡Afortunadamente! En lugar de agredirme, me abracé. Acepté el dolor en mi espalda sin rebelarme. Después de casi seis meses de esta lesión, ¿qué he aprendido? ¿Seguiré cometiendo los mismos errores? ¡No! Si de algo me ha servido el reposo excesivo ha sido para repararme, para reconocer mis cualidades y aciertos, para dejar de centrarme en mis demonios. Por fin se derrumba el muro que me sofoca. ¡Me niego a volver a esa prisión de expectativas exageradas y juicios absurdos!

Respiré, Nadie. La mejor opción era relajar mi cuerpo. El estrés, la ansiedad, el terror sólo intensifican el malestar físico. Medité por un largo rato. Logré quedarme dormida. Sentí alivio como si me hubiera tomado un analgésico. La crisis pasó. Me quedé acostada el resto de la tarde, sin oponer resistencia. Ayer hice lo mismo. Además, me visualicé corriendo, sana, con el amanecer a mi lado, llena de viento. Tuve la certeza de que ese día llegará pronto. Dormí muy bien. Esta mañana me quedé en cama más tiempo. Medité hasta lograr un relajamiento muscular profundo. Me levanté sin dificultad para moverme. Ya casi estoy volviendo a la normalidad. Por cierto, mi cuello no sufrió daño alguno esta vez.

Sabes, no soy ni he sido nunca la Reina de las tontas. Por fin mi corazón deja de creerlo. No he sido buena conmigo en el pasado, pero ahora soy capaz de cambiar eso. Creo que, en general, en la sociedad no nos enseñan a ser amables con nosotros mismos, a amarnos, a perdonarnos. Lo mismo sucede con la religión, al menos la católica: somos pecadores siempre sin importar cuanto nos esforcemos en ser mejores. ¡Es tan difícil poder darnos una oportunidad, aceptarnos cómo somos! Al menos, querido Nadie, lo ha sido para mí. La mayor parte de mi vida no me he sentido a la altura de nada, incapaz de cumplir cualquier expectativa (sobre todo las mías). Ahora eso no importa. No me pienso juzgar ni censurar más. Por fin tengo la llave para salir de esta cárcel y deshacerme del muro. La anhelada libertad me espera…

En mis ojos se anuncia una tormenta. Confío en que llegue pronto: es momento de lavar tanta negrura.

En otras noticias, el año pasado compré una dalia roja en la Feria de las Flores. No sobrevivió al invierno pero mantuve la ilusión de verla renacer este año. ¡No me equivoqué! Volvió más robusta y grande. Justo este jueves se abrió la primera flor. ¡Tienes que verla! ¡Es mi favorita! ¡Brillo, brillo con ella!

Mi dalia

Querido Nadie, sería la noche perfecta si después de la lluvia cantaran mis grillos. Todavía no llegan a esta casa. Los extraño.

Hasta la próxima semana,

Un abrazo,

Carla