Cartas para Nadie escritas en la normalidad después de la pandemia. Cuadragésimo tercera carta.
20 de mayo de 2023
¡Hola! ¿Cómo estás? Yo estoy contenta por la lluvia. Unas veces me envuelve en melancolía; otras, en frescura y esperanza, como esta tarde. También estoy muy agradecida, pues a pesar de un percance que tuve esta semana, estoy bien.
El jueves di un mal paso y me lastimé la espalda. Primero me asusté, luego me puse furiosa, después me deprimí. Frustrada me repetía: no puedo pasar por lo mismo de nuevo. Ya no tolero más reposo ni dolor. La vergüenza me dominaba. No sé cuántas veces me dije Estúpida. Lo siguiente que hice fue abrir mi cuaderno, poner mi cronómetro (15 minutos) y escribir sin pensar, ni tachar ni detenerme. Es un ejercicio de escritura automática (flow writing) que me sirve como terapia. Debería de hacerlo diario, pero entre traducciones, transcripciones y agotamiento casi no lo he hecho este mes.
Pues, Nadie, en este ejercicio de no despegar la pluma de la hoja, de no frenarme ni siquiera un segundo, escupo las palabras así como están en mi interior. Al principio salió mi yo reclamador, nombrándome la Reina de las tontas. Nada nuevo, me dirás tú y con razón. Sin embargo, sucedió algo inusitado. Mi ánimo cambió: no más insultos ni violencia contra mí misma. Me sorprendí escribiendo lo siguiente: Sólo quiero paz y amor en mi cuerpo, abrazarme. Enseguida empecé a pedirme perdón, por tantos años de negligencia (no cuidarme, no tratarme con cariño, agredirme la mayor parte del tiempo). La ventaja de este ejercicio es que me impide censurarme; me guste o no, las palabras salen sin pedir permiso. Entonces, Nadie, me descubrí pidiendo ayuda. ¿Lo puedes creer?
Mi mano avanzaba con firmeza y dejó esto en la hoja: Aquí estoy. Soy Carla. Por favor guíame. Tengo el corazón abierto. ¡Ayúdame a romper los patrones a los que me he aferrado por décadas! ¡Ayúdame a romper el ciclo de dolor! Ya no quiero tener miedo. Me pongo en las manos del amor. En otras circunstancias, habría roto la hoja, me habría desesperado, mi juez criticón se habría salido con la suya. Sin embargo, en este caso, el objetivo de la escritura automática es justo evitar eso. ¡Afortunadamente! En lugar de agredirme, me abracé. Acepté el dolor en mi espalda sin rebelarme. Después de casi seis meses de esta lesión, ¿qué he aprendido? ¿Seguiré cometiendo los mismos errores? ¡No! Si de algo me ha servido el reposo excesivo ha sido para repararme, para reconocer mis cualidades y aciertos, para dejar de centrarme en mis demonios. Por fin se derrumba el muro que me sofoca. ¡Me niego a volver a esa prisión de expectativas exageradas y juicios absurdos!
Respiré, Nadie. La mejor opción era relajar mi cuerpo. El estrés, la ansiedad, el terror sólo intensifican el malestar físico. Medité por un largo rato. Logré quedarme dormida. Sentí alivio como si me hubiera tomado un analgésico. La crisis pasó. Me quedé acostada el resto de la tarde, sin oponer resistencia. Ayer hice lo mismo. Además, me visualicé corriendo, sana, con el amanecer a mi lado, llena de viento. Tuve la certeza de que ese día llegará pronto. Dormí muy bien. Esta mañana me quedé en cama más tiempo. Medité hasta lograr un relajamiento muscular profundo. Me levanté sin dificultad para moverme. Ya casi estoy volviendo a la normalidad. Por cierto, mi cuello no sufrió daño alguno esta vez.
Sabes, no soy ni he sido nunca la Reina de las tontas. Por fin mi corazón deja de creerlo. No he sido buena conmigo en el pasado, pero ahora soy capaz de cambiar eso. Creo que, en general, en la sociedad no nos enseñan a ser amables con nosotros mismos, a amarnos, a perdonarnos. Lo mismo sucede con la religión, al menos la católica: somos pecadores siempre sin importar cuanto nos esforcemos en ser mejores. ¡Es tan difícil poder darnos una oportunidad, aceptarnos cómo somos! Al menos, querido Nadie, lo ha sido para mí. La mayor parte de mi vida no me he sentido a la altura de nada, incapaz de cumplir cualquier expectativa (sobre todo las mías). Ahora eso no importa. No me pienso juzgar ni censurar más. Por fin tengo la llave para salir de esta cárcel y deshacerme del muro. La anhelada libertad me espera…
En mis ojos se anuncia una tormenta. Confío en que llegue pronto: es momento de lavar tanta negrura.
En otras noticias, el año pasado compré una dalia roja en la Feria de las Flores. No sobrevivió al invierno pero mantuve la ilusión de verla renacer este año. ¡No me equivoqué! Volvió más robusta y grande. Justo este jueves se abrió la primera flor. ¡Tienes que verla! ¡Es mi favorita! ¡Brillo, brillo con ella!

Querido Nadie, sería la noche perfecta si después de la lluvia cantaran mis grillos. Todavía no llegan a esta casa. Los extraño.
Hasta la próxima semana,
Un abrazo,
Carla