24 de Junio 2022
¡Hola! No era mi intención abandonarte. ¿Cómo es que ya pasaron más de ocho meses desde mi última carta? Una consecuencia de esta pandemia es que he perdido la noción del tiempo. Lo que ha sucedido desde la llegada del coronavirus me parece que acaba de ocurrir. Estos casi dos años y medio se resumen en una sola palabra: ayer. Por lo tanto, la mayor parte de las veces, no tengo idea si el evento del que estemos hablando tuvo lugar hace tres días, hace una semana o un mes o un año. Me sucede incluso, con mi edad, a veces me cuesta trabajo saber cuántos años tengo y, por lo tanto, cuántos voy a cumplir.
Estoy tan consciente de las palabras que me he tardado en encontrar el valor para escribirte. Lo primero que tengo que decirte es que me rompí y rota he permanecido meses enteros. Que si el miedo, las secuelas físicas de la segunda vacuna, la glucosa baja, la visión borrosa, los dolores de cabeza, el insomnio. Mi vigilia sólo se ha visto interrumpida por las pesadillas. Que si el cubrebocas que me impide respirar y se adhiere a mi cara en los días de mucho calor, el agotamiento, el olvido. La muerte de mi pluma, las manchas de tinta borrando ideas de mis cuadernos, la ansiedad que me quita las ganas. Mi cuerpo apático y adolorido sólo deseaba quedarse en cama. ¿A dónde se fue la voz que me recitaba quimeras? Me quede sola en los terrores inombrables de mis tinieblas. Me quedé paralizada, abandonando mis plantas a su suerte.
Estaba así, Nadie, obligándome a respirar, a seguir con los ojos siempre abiertos y cansados. Mis perritas me buscaban todo el tiempo, me lamían, se acostaban conmigo y luego me llevaban a jugar con ellas. Me contagiaban su entusiasmo: se alegran por los detalles más sencillos como salir a pasear, tener comida, vernos llegar a la casa, acostarse junto a nosotros en el sillón. ¿Por qué tengo que complicarme tanto la vida cuando hay tantas razones para alegrarme? En fin, no te recomiendo intentar contestar preguntas después de meses de prácticamente no dormir. La memoria empieza a fallar, el agotamiento impide llegar a alguna conclusión y el esfuerzo es tan grande que al final uno ya no sabe nada, sólo que espera que esa noche, por fin, por fin llegue la posibilidad de cerrar los ojos por varias horas y recuperar la energía pérdida.
No te preocupes Nadie, a pesar de todo, sigo activa. No me preguntes cómo ni porqué, pero rescaté a un par de perritas pitbull, madre e hija, Ayla y Shima. Ayla estaba embarazada. Fue muy intenso el estrés que viví en ese momento: encontrar un lugar seguro donde pudieran quedarse y encontrar la manera de financiarlo. Ni soy superhéroe ni salió bien al comienzo. Ayla tuvo a sus cachorros en medio de una crisis de nervios. Los pequeños eran hermosos pero tanto ellos como Shima fallecieron debido al parvovirus. Se me rompió el corazón y me enfermó la culpa. Me convencí de que fracasé, les había fallado. Me dediqué a buscar recursos para sacar adelante a Ayla. Me desvelaba haciendo galletas y bufandas para venderlas. Me fue bien y, sobre todo, tuve mucho apoyo de mi familia y amigos. Varias personas que no esperaba, en mis redes sociales, me han apoyado con donaciones que me han permitido salir adelante. Ahora Ayla está muy bien pero tuvo una alergia severa en la piel y problemas en sus ojitos. Me angustiaba por ella y por mí (en esa época yo también tenía problemas de visión, me aterraba no poder volver a leer). De alguna manera avanzamos juntas en nuestro camino a la salud. Ya no se cansa por todo, corre y tiene mucho entusiasmo. Espero pronto encontrar una familia que la llene de amor. Vamos adelante, ella cada día más fuerte y yo ya he vuelto a ser la devora libros.
Rescatar a Ayla me mantuvo muy ocupada, de pie pero muda. Cuando intenté escribir, la pluma pesaba toneladas, mi mano se entumía, la tinta manchaba lo que se cruzara en su camino. No había ideas, ni siquiera letras, solo plastas de color azul que se adherían a las demás hojas. «Cállate, Carla. ¡Cállate!», escuchaba cada vez que necesitaba expresarme. «Cállate, siempre cállate. Cállate ya.» Con el pensamiento obnubilado y colmada de olvido por una vigilia tan prolongada, hacía caso y me alejaba de mis cuadernos.
Tengo claro que ya no quiero verme como un lugar común, una persona que tiene que cerrar la boca. Sabes, llevo ya tres días durmiendo un poco mejor. Me duele menos la cabeza, tolero más la luz y estoy decidida a romper la barrera del silencio. Te confieso que llevaba meses sin tener ilusiones. Nada me entusiasmaba, pero una noche, de nuevo innavegable, mientras miraba al techo, resignada al rechazo de Morfeo,me vi en el agua, mirando al cielo mientras braceaba imparable en aquella alberca olímpica (competencia cuyo invitado de honor era el Tibio Muñoz). El dorso era lo mío y llegué a la meta en primer lugar. ¡Gané! Aún recuerdo la medalla y como me la ponía cuando estaba sola, recordando ese momento, el podium, los aplausos, el sonido del agua. ¡Sí puedes, Carla! Tenía alrededor de ocho años cuando eso sucedió. Eso anhelo: nadar, nadar con fuerza y espíritu, nadar con el cuerpo empapado de libertad, nadar al ritmo de la música del agua. Me estremecí, me llené de escalofríos, sonreí.
Entonces, sentí el viento en la piel, los pies inquietos buscando correr, los amaneceres que me saludaban mientras aumentaba la velocidad para superar mi tiempo anterior. Volví a volar sin frenos ni fronteras, rodeada de árboles. Eso anhelo también: correr, salir de la quietud, gritar con el cuerpo completo y después caer rendida en los brazos de la noche con la meta colgada en el cuello y la esperanza de alcanzar una nueva en la siguiente carrera…
Con esos recuerdos y pensamientos esa madrugada logré sobrellevar el peso del insomnio y a ratos pude cerrar los ojos y sentir un poco de alivio. Ahora, Nadie, ya tengo la ilusión que ahuyente las pesadillas y quizá, por fin, pueda ganarme la aprobación del dios del sueño. Quiero decirte que estoy nadando de nuevo y, la mayor parte del tiempo, el agua ha sido benévola conmigo (sin reacciones alérgicas ni problemas en las vías respiratorias). Cuando estoy en la alberca, se desvanece mi ansiedad: soy inmensa y poderosa como no lo he sido nunca en ningún otro lado. Ahí las sombras se vuelven espuma y la esperanza hidrata mi cuerpo. Con cada brazada lllega la calma y mientras avanzo escucho un «TÚ PUEDES» que me impulsa por miles de kilómetros. Confío en que pronto me verás correr como tortuga primero y como gacela después; pero antes estoy fortaleciendo mi espalda y sanando mi espíritu. El camino, querido Nadie, es largo. Apenas voy recolectando las piezas de mi yo quebrado.
Así, voy saliendo del caos, buscando y atreviéndome a usar mi voz.
De la pandemia ya no quiero hablarte. Viene una nueva ola de brotes, siguen con las vacunas (ahora hay una cuarta dosis) y demás. El aislamiento terminó pero los cubrebocas siguen y para muchos, también el miedo. Vuelven los abrazos, pero contenidos. Yo intento no pensar en eso, después de casi dos años y medio, deseo volver a la vida. Llevo demasiados meses naufragando en las tinieblas, ya basta. Quiero disfrutar, celebrar un cumpleaños con salud, mi familia y amigos cercanos. ¿Sucederá?
Me inspira la fuerza de mis plantas, a pesar de no haberlas atendido, la mayoría ha sobrevivido. Las lavandas están muy bien, las mentas renacieron (están enormes) y los cempasúchiles siguen aquí, todavía tengo una flor y vienen nuevos que yo no sembré (toca sembrarlos el 29 y 30 de junio). Las dalias tienen muchos botones, la fresa sobrevivió y está creciendo mucho. Hay zarzamoras nuevas y el romero dio flores muy hermosas (no creas que florea mucho). No volveré a descuidarlas. Hoy compraré tierra para los rosales y para trasplantar las calabazas.
Antes de despedirme, te dejo las fotos de mis perritos, incluyendo a la bella Ayla, de las fresas, del romero y del cempasúchil nuevo que crece en el jardín.


Muchas gracias por leerme. Confío en que ahora sí tendrás noticias mías muy pronto.
Un abrazo,
Carla