Cartas para Nadie escritas después del aislamiento y distanciamiento social por el coronavirus. Trigésimo cuarta carta.

•junio 25, 2022 • 1 comentario

24 de Junio 2022

¡Hola! No era mi intención abandonarte. ¿Cómo es que ya pasaron más de ocho meses desde mi última carta? Una consecuencia de esta pandemia es que he perdido la noción del tiempo. Lo que ha sucedido desde la llegada del coronavirus me parece que acaba de ocurrir. Estos casi dos años y medio se resumen en una sola palabra: ayer. Por lo tanto, la mayor parte de las veces, no tengo idea si el evento del que estemos hablando tuvo lugar hace tres días, hace una semana o un mes o un año. Me sucede incluso, con mi edad, a veces me cuesta trabajo saber cuántos años tengo y, por lo tanto, cuántos voy a cumplir.

Estoy tan consciente de las palabras que me he tardado en encontrar el valor para escribirte. Lo primero que tengo que decirte es que me rompí y rota he permanecido meses enteros. Que si el miedo, las secuelas físicas de la segunda vacuna, la glucosa baja, la visión borrosa, los dolores de cabeza, el insomnio. Mi vigilia sólo se ha visto interrumpida por las pesadillas. Que si el cubrebocas que me impide respirar y se adhiere a mi cara en los días de mucho calor, el agotamiento, el olvido. La muerte de mi pluma, las manchas de tinta borrando ideas de mis cuadernos, la ansiedad que me quita las ganas. Mi cuerpo apático y adolorido sólo deseaba quedarse en cama. ¿A dónde se fue la voz que me recitaba quimeras? Me quede sola en los terrores inombrables de mis tinieblas. Me quedé paralizada, abandonando mis plantas a su suerte.

Estaba así, Nadie, obligándome a respirar, a seguir con los ojos siempre abiertos y cansados. Mis perritas me buscaban todo el tiempo, me lamían, se acostaban conmigo y luego me llevaban a jugar con ellas. Me contagiaban su entusiasmo: se alegran por los detalles más sencillos como salir a pasear, tener comida, vernos llegar a la casa, acostarse junto a nosotros en el sillón. ¿Por qué tengo que complicarme tanto la vida cuando hay tantas razones para alegrarme? En fin, no te recomiendo intentar contestar preguntas después de meses de prácticamente no dormir. La memoria empieza a fallar, el agotamiento impide llegar a alguna conclusión y el esfuerzo es tan grande que al final uno ya no sabe nada, sólo que espera que esa noche, por fin, por fin llegue la posibilidad de cerrar los ojos por varias horas y recuperar la energía pérdida.

No te preocupes Nadie, a pesar de todo, sigo activa. No me preguntes cómo ni porqué, pero rescaté a un par de perritas pitbull, madre e hija, Ayla y Shima. Ayla estaba embarazada. Fue muy intenso el estrés que viví en ese momento: encontrar un lugar seguro donde pudieran quedarse y encontrar la manera de financiarlo. Ni soy superhéroe ni salió bien al comienzo. Ayla tuvo a sus cachorros en medio de una crisis de nervios. Los pequeños eran hermosos pero tanto ellos como Shima fallecieron debido al parvovirus. Se me rompió el corazón y me enfermó la culpa. Me convencí de que fracasé, les había fallado. Me dediqué a buscar recursos para sacar adelante a Ayla. Me desvelaba haciendo galletas y bufandas para venderlas. Me fue bien y, sobre todo, tuve mucho apoyo de mi familia y amigos. Varias personas que no esperaba, en mis redes sociales, me han apoyado con donaciones que me han permitido salir adelante. Ahora Ayla está muy bien pero tuvo una alergia severa en la piel y problemas en sus ojitos. Me angustiaba por ella y por mí (en esa época yo también tenía problemas de visión, me aterraba no poder volver a leer). De alguna manera avanzamos juntas en nuestro camino a la salud. Ya no se cansa por todo, corre y tiene mucho entusiasmo. Espero pronto encontrar una familia que la llene de amor. Vamos adelante, ella cada día más fuerte y yo ya he vuelto a ser la devora libros.

Rescatar a Ayla me mantuvo muy ocupada, de pie pero muda. Cuando intenté escribir, la pluma pesaba toneladas, mi mano se entumía, la tinta manchaba lo que se cruzara en su camino. No había ideas, ni siquiera letras, solo plastas de color azul que se adherían a las demás hojas. «Cállate, Carla. ¡Cállate!», escuchaba cada vez que necesitaba expresarme. «Cállate, siempre cállate. Cállate ya.» Con el pensamiento obnubilado y colmada de olvido por una vigilia tan prolongada, hacía caso y me alejaba de mis cuadernos.

Tengo claro que ya no quiero verme como un lugar común, una persona que tiene que cerrar la boca. Sabes, llevo ya tres días durmiendo un poco mejor. Me duele menos la cabeza, tolero más la luz y estoy decidida a romper la barrera del silencio. Te confieso que llevaba meses sin tener ilusiones. Nada me entusiasmaba, pero una noche, de nuevo innavegable, mientras miraba al techo, resignada al rechazo de Morfeo,me vi en el agua, mirando al cielo mientras braceaba imparable en aquella alberca olímpica (competencia cuyo invitado de honor era el Tibio Muñoz). El dorso era lo mío y llegué a la meta en primer lugar. ¡Gané! Aún recuerdo la medalla y como me la ponía cuando estaba sola, recordando ese momento, el podium, los aplausos, el sonido del agua. ¡Sí puedes, Carla! Tenía alrededor de ocho años cuando eso sucedió. Eso anhelo: nadar, nadar con fuerza y espíritu, nadar con el cuerpo empapado de libertad, nadar al ritmo de la música del agua. Me estremecí, me llené de escalofríos, sonreí.

Entonces, sentí el viento en la piel, los pies inquietos buscando correr, los amaneceres que me saludaban mientras aumentaba la velocidad para superar mi tiempo anterior. Volví a volar sin frenos ni fronteras, rodeada de árboles. Eso anhelo también: correr, salir de la quietud, gritar con el cuerpo completo y después caer rendida en los brazos de la noche con la meta colgada en el cuello y la esperanza de alcanzar una nueva en la siguiente carrera…

Con esos recuerdos y pensamientos esa madrugada logré sobrellevar el peso del insomnio y a ratos pude cerrar los ojos y sentir un poco de alivio. Ahora, Nadie, ya tengo la ilusión que ahuyente las pesadillas y quizá, por fin, pueda ganarme la aprobación del dios del sueño. Quiero decirte que estoy nadando de nuevo y, la mayor parte del tiempo, el agua ha sido benévola conmigo (sin reacciones alérgicas ni problemas en las vías respiratorias). Cuando estoy en la alberca, se desvanece mi ansiedad: soy inmensa y poderosa como no lo he sido nunca en ningún otro lado. Ahí las sombras se vuelven espuma y la esperanza hidrata mi cuerpo. Con cada brazada lllega la calma y mientras avanzo escucho un «TÚ PUEDES» que me impulsa por miles de kilómetros. Confío en que pronto me verás correr como tortuga primero y como gacela después; pero antes estoy fortaleciendo mi espalda y sanando mi espíritu. El camino, querido Nadie, es largo. Apenas voy recolectando las piezas de mi yo quebrado.

Así, voy saliendo del caos, buscando y atreviéndome a usar mi voz.

De la pandemia ya no quiero hablarte. Viene una nueva ola de brotes, siguen con las vacunas (ahora hay una cuarta dosis) y demás. El aislamiento terminó pero los cubrebocas siguen y para muchos, también el miedo. Vuelven los abrazos, pero contenidos. Yo intento no pensar en eso, después de casi dos años y medio, deseo volver a la vida. Llevo demasiados meses naufragando en las tinieblas, ya basta. Quiero disfrutar, celebrar un cumpleaños con salud, mi familia y amigos cercanos. ¿Sucederá?

Me inspira la fuerza de mis plantas, a pesar de no haberlas atendido, la mayoría ha sobrevivido. Las lavandas están muy bien, las mentas renacieron (están enormes) y los cempasúchiles siguen aquí, todavía tengo una flor y vienen nuevos que yo no sembré (toca sembrarlos el 29 y 30 de junio). Las dalias tienen muchos botones, la fresa sobrevivió y está creciendo mucho. Hay zarzamoras nuevas y el romero dio flores muy hermosas (no creas que florea mucho). No volveré a descuidarlas. Hoy compraré tierra para los rosales y para trasplantar las calabazas.

Antes de despedirme, te dejo las fotos de mis perritos, incluyendo a la bella Ayla, de las fresas, del romero y del cempasúchil nuevo que crece en el jardín.

Muchas gracias por leerme. Confío en que ahora sí tendrás noticias mías muy pronto.

Un abrazo,

Carla

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Trigésimo tercera carta.

•octubre 3, 2021 • Deja un comentario

1 de octubre 2021

¡Hola! No quise dejar pasar tanto tiempo, tengo un par de cartas que no te envié porque no me he sentido bien de salud y no lograba corregirlas. Sabes que nunca te mandaría una carta escrita de manera impulsiva. Ni siquiera recuerdo cuando fue la última vez que hice eso. En fin, aprovecho que ya me estoy sintiendo mejor para darte señales de vida.

Mis perritas me acompañan, duermen tranquilas o toman el sol en el patio mientras yo estoy aquí, dedicándote tiempo. Hace dos semanas me sorprendí llorando por la muerte de una perrita a la que no conocí en persona. Seguí su caso en redes sociales. La aventaron de un tercer o cuarto piso y sobrevivió. Antes de eso intentaron ahogarla y la habían pateado en la cabeza. La salvaron rescatistas del Refugio Buenos Chicos en Guadalajara. No sólo le dieron la atención médica que necesitaba, le dedicaron tiempo y la colmaron de amor. Una gran cantidad de personas donaron dinero y alimento para ayudar a su recuperación. Yo seguía su caso en las redes. La llamaron Ámbar y lo que más me llamó la atención fueron sus ganas de vivir después de haber sufrido tanta crueldad. Siento que luchaba porque deseaba ser amada, tener esa oportunidad antes de despedirse. Ámbar no es la única, sé que son demasiados los animales maltratados, torturados, asesinados. La mayoría mueren en el olvido. Ámbar, para mí , es la voz de todos ellos (perros, gatos y otros animales). Es el grito de basta, ¡basta ya!.

La dulce Ámbar. Espero que esté feliz en el otro lado del arco iris.

La dulce Ámbar, una más que sufrió por nuestra causa, por nosotros los supuestos seres superiores dueños de este planeta. Este sempiterno complejo de superioridad nos intoxica, nos envenena, nos impide amar la vida. Sólo el ser humano se siente dueño del planeta, como si todo hubiera sido creado para él. Nos sentimos con el derecho de disponer de los árboles, las plantas, los demás seres vivos a nuestro gusto y disgusto, a nuestro antojo. Vivimos convencidos de que lo que hay en este planeta está a nuestro servicio. Esta sofocante superioridad nos impide vivir en armonía con la naturaleza y respetar la vida. Ese delirio de grandeza nos pudre. ¿Qué nos pasa? ¿Lanzar perros desde un cuarto piso después de haberlos golpeado? ¿ Atropellarlos y huír, dejándolos ahí heridos o agonizando? ¿Dejarlos amarrados a un árbol porque ya estorban o porque ladran o porque son traviesos o porque ya no queremos cuidarlos? ¿Mudarnos de casa y dejarlos ahí a su suerte? ¿Usarlos para peleas? ¿Tirarlos a la basura? ¿Quemarlos? ¿Dejarlos ciegos? ¿Despreciarlos porque no son de raza? ¿Golpearlos? Mil cosas más que me niego a escribir que suceden no sólo con los perros y gatos… En serio, Nadie, ¿qué nos pasa? Ni los perros, gatos, caballos, burros (todos los seres vivos no humanos) son objetos a nuestra disposición. México es el país número uno en abandono y maltrato animal de Latinoamérica. ¿Cómo podemos ser tan indiferentes? ¿Cómo, quienes los torturan, pueden quedarse tranquilos? Nos creemos superiores y no entendemos que somos todo lo contrario. Los árboles, las plantas, los animales (antes de que los domesticaramos) pueden vivir sin nosotros pero no funciona al revés: por ejemplo, si no hubiera árboles no podríamos respirar, así de sencillo. ¿Algún día nos caerá el veinte?

Suelo preguntarme cuándo se crearán leyes que protejan a los animales, que ayuden a evitar esto. Luego caigo en la cuenta de que las leyes ni siquiera nos protegen a nosotros. Pareciera que estamos condenados a vivir el eterno crujir de dientes aquí en la Tierra. Es difícil llenarse de esperanza y creer en la luz de los demás desde esta perspectiva. Sí, Nadie, los seres humanos podemos ser aterradoramente horribles, pero también quiero decirte que hubo muchas personas luchando por Ámbar y dándole voz, exigiendo justicia. Hay toda una red de rescatistas independientes, de refugios que luchan sin descanso ni vacaciones por los derechos de los animales, por su seguridad y bienestar. Su trabajo no es remunerado, no lucran con sus acciones, dependen de las donaciones que reciben, de quienes los apoyan. La mayoría de ellos tienen las manos llenas y siguen aceptando perritos porque no pueden concebir la idea de darles la espalda, aunque eso implique más estrés, más responsabilidad y sobre todo más gastos (que la mayoría de las veces los sobrepasan). Son imparables. Son la resistencia. En ellos he encontrado una razón para seguir adelante cuando las tinieblas llegan a mi puerta. Los admiro cada día más, me muestran que sí tenemos empatía, que desde el amor sí podemos marcar una diferencia. ¡Sí podemos! Ellos dan la cara por los inocentes sin voz. La dan una y otra y otra vez. Incansables.

Los perritos aman a sus humanos sin condiciones, dan todo por ellos. Su lealtad es tan grande que ponen su vida en sus manos e inclusive son capaces de dejarse matar por ellos. A mí esa fe ciega que tienen en nosotros me asusta, sobre todo cuando pienso de lo son capaces que muchas personas. Me duele, me duele el sufrimiento que les infligimos. Si yo pudiera, adoptaría a todos los perros que sufren, los protegería, les daría el amor que les ha faltado. Sí, Nadie, otra vez mi complejo de superhéroe. Estoy consciente de que no puedo hacerlo, ninguna persona sola puede, pero en equipo, sí podemos, poco a poco. Me ha hecho mucho bien seguir a los rescatistas y refugios y ayudar en medida de mis posibilidades: difundiendo, donando tiempo y cuando hay oportunidad, alimento o dinero.

Si no fuéramos indiferentes al sufrimiento de los animales, si no los abandonáramos, si entendiéramos que tener una mascota es un compromiso de por vida (los mascotas viven alrededor de 10/15 años), si los amáramos… ¿Qué te digo, Nadie? Ya empecé con utopías. Si sigo así te diría que si nos amáramos unos a otros, nos cuidáramos, buscáramos el bienestar común y nos olvidáramos de los complejos de superioridad y la ambición de poder el mundo sería un lugar más bonito, la vida no sería tan dolorosa, las tinieblas no tocarían mi puerta con tanta frecuencia. En fin. ¿Llegará el día en que respetemos la vida tanto de los demás humanos como el de los seres vivos? ¿Llegará el día en que nuestra prioridad sea vivir en amor y armonía con la naturaleza?

No puedo imaginar como sería mi mundo sin Laika, Tommy, Nahui y Circe. Su amor me salva de los abismos profundos en los que a veces navego. Me acompañan hasta en los lugares más tenebrosos y me guían a la luz. ¿Cómo sería mi día sin sus colitas moviéndose descontroladamente para todos lados cuando llego a la casa? No me importan los libros que devoraron cuando eran cachorras (Tommy siempre fue muy tranquilo), ni la sala que echaron a perder, ni lo difícil que fue lograr que aprendieran a ir al baño en el lugar adecuado porque hasta los momentos más duros han valido la pena. El amor y la alegría que han traído a la casa vale más que todo eso. Los amo y agradezco tenerlos en mi vida. Soy y seré siempre la loca de los perros y lucharé no sólo por los míos, también por los que están desamparados.

Laika, Tommy, Nahui y Circe.

Nadie, eso es todo por hoy. Estoy increíblemente satisfecha porque pude terminar tu carta, eso implica que ya estoy mejor de salud. La verdad es que estuve un poco asustada pero ya estoy más tranquila.

Ahora sí espero volver a darte lata muy pronto. Me despido, no sin antes decirte que ya Rebeca recibió la primera dosis de la vacuna y eso me da un alivio enorme. ¡Qué ya acabe esta pandemia!

Te mando un abrazo enorme y gracias por leerme.

Carla

P.D. Te envío una foto de la bella Ámbar y de mis adorados perritos.

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Trigésimo segunda carta.

•agosto 25, 2021 • Deja un comentario

23 de agosto de 2021

¡Hola! Aquí estoy después de un prolongado e irrompible silencio De la pandemia sólo te diré tres cosas: volvimos al semáforo rojo pero dejando abiertos los establecimientos (nuestra economía no aguantaría otro cierre más), ya tengo mis dos vacunas y, como te imaginarás, no habrá fiesta karaoke para celebrar mi cumpleaños.

Te escribí en junio. En este tiempo sin comunicarme contigo, celebramos a mi papá, a mi hermano y a su suegra después de meses sin reunirnos, operaron a mi mamá de la rodilla (la operación salió muy bien) y mi sobrino anda con muletas (se cayó y también se lastimó la rodilla). Mi querida Rebeca cambió de carrera y está en las nubes. A pesar de esta pesada vida virtual, está disfrutando sus clases. Yo hice algunas correcciones de estilo y me encantó hacerlo. Eso, junto con las clases particulares de inglés que he estado dando, me mantuvo ocupada.

Por fin logré disciplinarme con la comida, cambié mis hábitos y bajé ocho kilos. ¡Mi abdomen ya no está inflamado! Eso sí, todos mis pantalones me quedan enormes pero ya puedo ponerme mis faldas. ¡Mi fuerza de voluntad está regresando! El reto ahora es continuar así, sin ser tan estricta, claro está, y menos ahora que se acerca mi cumpleaños. No me quedé atrás con el ejercicio. Después de más de seis meses, volví a correr. ¡Fue increíble!

Querido Nadie, estaba muy bien hasta que empecé a sentirme agotada, débil, sin ganas de hacer las cosas. Caí en una crisis muy severa de ansiedad. Mi cuerpo pareció convertirse en coleccionista de miedos y vacios. Empecé a deambular como zombi, vacía y ajena a mi entorno. Hacer ejercicio y tejer eran las únicas actividades que podía realizar. Tampoco ayudó que a los vecinos no les importaran mis plantas en el jardín del área común. Sus perros casi acaban con mis albahacas, le arrancaron una rama a mi rosal (hace meses acabaron con uno completo) y esa zona del jardín estaba llena de heces que nunca recogían. Al menos ahora ya pusimos una malla para protegerlas. Es muy doloroso que esa sea la única manera de obligarlos a respetar la naturaleza.

¿Por qué los humanos seguimos creyendo que somos superiores? Es devastadora la cantidad de personas que piensan que sólo la vida de los hombres/mujeres importa (y, a menudo, esa tampoco). Eso me desgarra el corazón. Entre mis miedos y la crueldad humana, perdí el control. Se desbordó mi sensibilidad y los pensamientos negativos (la «realidad» apocalíptica de la ansiedad) me atraparon. Desde entonces estoy demasiado consciente de mi fragilidad, de las circunstancias adversas que nadie puede controlar, de mi impotencia para cambiar ciertas situaciones. Meditar me ayudó a no perderme por completo pero me quedé sin palabras, sin estabilidad, sin calma.

Me enfermé (tenía los ganglios muy inflamados). Tosía mucho, me dolía la cabeza y estaba más débil. Necesité reposo y antibióticos. Después llegó la vacuna. No tuve la reacción de la vez anterior, pero sí la garganta irritada un par de días. ¿Qué puedo decir? No he regresado al gimnasio. Seguí empeorando, Nadie. El insomnio regresó, mis ojos parecían llenos de nubes o agotados, me faltaba el aire al respirar, regresaron las noches de hormigueos en mis extremidades. Quería volver a mi rutina, escribir, correr pero me resultaba imposible salir del averno helado autoinfligido donde no tenía control alguno sobre mis pensamientos dañinos y aterradores.

Lo peor ya pasó. Todavía tengo melancolía y cansancio, sigo batallando con el insomnio pero empiezo a estabilizarme y ya soy capaz de expresar mis ideas, de sentirme.

Extraño los atardeceres que todavía no se ven por mi ventana, salir de la ciudad, visitar la playa. Agradezco las fotos de la naturaleza que me envía un amigo muy querido. Son un regalo en estos días sombríos.

En otras noticias, el verano ha traído alegría a mis plantas. Sus lluvias las han hecho sonreír y colmarse de flores. El epazote ha dado muchos retoños. Pude regalarle a mi mamá una lavanda saludable y fuerte de los esquejes que sembré, ya tengo casi diez lavandas bebés y una violeta nueva (de una hoja que dejé en agua).

La lavanda de mi mamá. 🙂

Mi jardincito y mis perritas me ayudan a regresar al aquí y ahora. Estar pendiente de ellas me ayuda a sanar. Mi familia me tiene paciencia y me apoya. Jea siempre encuentra la manera de hacerme reír con sus ocurrencias. Tiene muchas, sólo imagínate, Nadie, que sueña con palíndromos. Rebeca siempre tiene una palabra de aliento o un nuevo chisme para distraerme. Es divertido. Me dan vida y esperanza.

En las mañanas cuando despierto lo primero que hago es dar las gracias por las bendiciones en mi vida, por un día más de ver el cielo, escuchar la música, de jugar con mis perritas. Ahora también lo hago en las noches antes de dormirme y eso me ayuda a cortar las ideas negativas que trae la ansiedad.

Nadie, muchas gracias por ser paciente conmigo y acompañarme en este casi año y medio que lleva la pandemia. Es la primera vez en mucho tiempo que logro escribir con libertad, con el corazón abierto, sin censurarme, sin arrancar las hojas, sin tacharlo todo porque me envuelve la vergüenza, sin arrepentirme o callar.

Por última quiero contarte que fui muy afortunada porque vino Fabricio a México y después Valeria; él desde Pittsburgh y ella desde Londres. Ellos no saben el sosiego y alegría que me trajeron al verlos. Fue refrescante salir, visitar parques hermosos casi sin gente de la Roma y de la Condesa, platicar, convivir, reír. ¡Vinieron a México y pude verlos! ¡Qué gran obsequio de la vida!

Tengo más historias que contarte, pero quedan pendientes para la próxima vez. No te haré esperar tanto, lo prometo. Espero te gusten las fotos de mis plantas.

Un abrazo, Carla

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Trigésimo primera carta.

•junio 5, 2021 • Deja un comentario

4 de junio 2021

Querido Nadie:

No puedo creer que ya llevo más de un año escribiéndote cartas. He de decirte que la pandemia sigue acompañándonos pero vamos mejor. Mis papás ya están vacunados. A Jea y a mí ya nos tocó la primera de las dos dosis de la vacuna. De hecho, a mi hermana y a mí nos tocó este miércoles.

Hay personas que ya están desesperadas por vacunarse, otras que celebran cuando por fin les toca su turno, hay quienes no creen en la vacuna y no piensan hacerlo, hay quienes sabemos que tenemos que hacerlo pero una parte de nosotros se resiste. La noche anterior a la vacuna no dormí bien por eso; sin embargo, tengo la certeza de que tomé la mejor decisión.

En general, aquí en la Ciudad de México hay buena organización para vacunar a las personas. Cuando llega el día, no hay que esperar mucho tiempo en la fila, se respeta la sana distancia y el proceso es muy rápido. Eso sí, una vez vacunados hay que esperar sentados de 20 a 30 minutos de observación para asegurarse que no haya una reacción negativa, que no sea necesaria la asistencia médica. Empezaron con la población más vulnerable: las personas de 60 años y mayores, después los de 50 a 59 y ahora ya nos toca a los de 40 a 49. ¿Cómo saber cuándo nos toca? Depende de la alcaldía donde vivamos. La cita para la segunda dosis depende de la marca de la vacuna que se aplicó. Para unos el intervalo de espera es más corto que para otros. Por eso no todos los adultos mayores han recibido la segunda dosis. Hay muchas personas que no van a vacunarse porque no desean hacerlo. En lugares como Estados Unidos ofrecen cerveza gratis y si mal no recuerdo también comida de McDonalds como regalo para quienes sí lo hagan.

El miércoles fui a mi cita con la jeringa después de desayunar. No me dan miedo las agujas y cuando llegó mi hora ni siquiera estaba nerviosa. No sentí el piquete, no dolió nada. Unos segundos después, sentí una leve molestia en el brazo. Me senté a esperar los 30 minutos reglamentarios. Entonces llegaron las náuseas y el mareo, el hormigueo en las manos y podía escuchar los latidos de mi corazón como si éste fuera a salirse de mi pecho. Traté de calmarme pero sólo logré ponerme nerviosa. Cuando se acercó el médico para ver cómo estábamos y decirnos que ya podíamos irnos a casa, le pregunté si era normal lo que sentía. Me dijo que no. Me revisó. Tenía taquicardia y también la presión baja. Pasaban los minutos y mi situación no cambiaba. El médico que me observaba comentó que iba a llevarme a la ambulancia y me asusté más. No voy a saber si fue la reacción a la vacuna o un ataque de pánico, sólo tengo claro que cuando escuché la palabra ambulancia sentí un hoyo en el estómago y me dije a mí misma que eso no sucedería. Cerré los ojos, respiré profundamente (tardando más tiempo en exhalar que en inhalar), me visualicé sana en mi casa. Me fui recuperando y no fue necesario llevarme. ¡Qué alivio!

Los efectos un poco adversos de la vacuna me duraron un día y medio. Aparte del enorme agotamiento, del fuerte dolor de articulaciones y de lo mucho que me pesaba el cuerpo, parecía que la inyección contenía también una enorme dosis de tristeza porque así, de pronto, en la noche, me cayó encima: lloraba y lloraba sin poder detenerme. Me devoró el dolor de no poder ver a mis amigos, del tiempo que llevo físicamente lejos de ellos, de no poder abrazarlos. También pensé en la pérdida de la espontaneidad: en todo lo que se tiene que tomar en cuenta para poder ver a alguien un ratito y guardando la distancia. Después desapareció: me quedé con el silencio del insomnio y el calor tan frío de la fiebre. Ayer fue un mejor día, sin fiebre ni tanto dolor, pero sí con mucha debilidad. Ahora ya estoy bien, muy agradecida porque haya llegado mi turno. Claro, todavía me falta la segunda dosis pero pasarán varias semanas antes de que eso suceda.

Nadie, no lo dicen, pero la verdad vacunarse es un acto de valor y saber que fui valiente me hace sentir muy bien. Confío en que ya haya pasado lo peor de la pandemia y poco a poco vayamos volviendo a la libertad.

Gracias por no reclamarme mi largo silencio. No había podido acercarme a la pluma, fue como si temiera dejar salir mis emociones. Cuando lo intenté parecía que mi voz se había quedado sin tinta. Me paralizó también mi necesidad de salir, cambiar la rutina, ver a mis amigos. Este largo semi-confinamiento acompañado del insoportable miedo a acercarse a las personas ha sido un peso que me sobrepasaba. Pero, no creas, Nadie, que me la pasé apática y deprimida. Hago ejercicio, duermo bien, tomo más agua, medito y poco a poco voy encontrando paz en mis demonios: cada vez me asustan menos. No te voy a negar que hay días en los que sigo sintiéndome tonta, aburrida, incapaz de darle vida a mi universo interno pero ya no me quedo ahí todo el tiempo. Quizá mi parálisis emocional se debió justo a eso: mi lucha por sacudirme esas ideas opresivas y falsas.

A menudo sonrío cuando estoy frente al espejo. Me gusta la imagen bonita que veo y trato de hacer amistad con ella. Me corté el pelo y compré ropa nueva. Ahora me importa verme bien, mi apariencia. Ya no me siento culpable por eso: por fin mi corazón comprende que eso no es algo frívolo ni superficial. Me está costando mucho trabajo asimilarlo pero ahora sé que amarme significa también ponerle atención a mi cuerpo, dedicarle tiempo. Poquito a poco eso voy haciendo. Quizá parezca algo sencillo, pero, para mí, eso implica escupir las ideas que me autoimpuse en la adolescencia cuando la única manera de escapar de la flaca fea era mirando hacia dentro, ignorando mi «feísimo rostro». Derrumbar muros y transformar los malos hábitos del pasado es en lo que me concentro ahora. Estoy tranquila porque tengo la certeza de que las palabras volverán a mí conforme vaya aumentando la confianza en mí misma.

Te confieso que me asusta un poco quitarme la capa de invisibilidad; por eso, sin importar cuanto me esfuerzo, todavía la tengo puesta. Pareciera que deshacerme de ella fuera sinónimo de quedarme desprotegida. Sin embargo, por llevarla conmigo olvido mi fuerza e ignoro las batallas que he ganado. Es un caparazón que no me protege y sí me impide volar. Lo importante es que ya descubrí la razón y aunque agradezco haber tenido esa capa que me ayudó a sobrevivir varias tormentas, ahora debo arrancarla de mi alma. ¿Celebrarás conmigo cuándo lo logre?

Cambiando de tema, tengo que contarte algo increíble que pasó el sábado. Llevaba mas de un año esperando ese momento y aunque no hubo un helado, no pudo ser mejor. ¡Por fin volví a mi lugar feliz! Justo cuando ya no soportaba estar en casa, la rutina del encierro, Jea y yo decidimos salir a caminar. ¿A dónde crees que fuimos? ¡Síí! ¡A Coyoacán, mi siempre amado Coyoacán! Un año y más de tres meses después, por fin volvimos a la fuente de los Coyotes. Una parte del parque estaba cerrado por remodelación, pero, ¡en sus calles ya había música! Se escuchaba la versión de una canción de Jarabe de Palo. Se sentía la alegría de las personas ahí presentes (no, no eran muchas). Casi no podía hablar pues tenía la emoción atorada en la garganta. Miraba extasiada la Fuente de los Coyotes mientras pensaba en la falta que me había hecho mi querido Coyoacán en estos días. En mis cuarenta y cuatro años (ya casi cuarenta y cinco) nunca había pasado tanto tiempo sin visitarlo. Me sentí ligera y renovada. ¡La lluvia nos impidió volver a casa! Cenamos en el Atrio (La Esquina de los Milagros) y lo disfrutamos. Era nuestra primera salida así en todo este tiempo. Nos sentimos casi libres y muy aliviados. ¡Qué velada memorable! Tengo la ilusión de que sea la primera de muchas y de que no falte tanto para poder deshacernos de los cubrebocas (en esta época de calor me sofoca usarlo).

Una velada en Coyoacán. 🙂

En mi última carta te conté de mis lavandas. ¡No puedo creer que hace un año las planté! Van muy bien y están dando muchas flores. Hace unas semanas les corté unas ramitas para plantarlas (más esquejes) y sobrevivieron cuatro. ¡Estoy emocionada! Además, después de casi un año, vienen en camino las exquisitas flores del jazmín y las dalias también están llegando. Nadie, la méndiga plaga se niega a irse, pero la mayoría de mis plantas están sanas, varias llenándose de flores. Otra cosa buena de pasar tanto tiempo en casa: me he hecho casi experta en reproducir mis plantas con esquejes, saber qué necesitan y cuánto tardan en crecer, madurar, dar flores. Tengo casi treinta caléndulas (porque esparcí las semillas de una flor y pues no esperaba que surgieran tantas) y ya tengo dos plantitas de geranios (esquejes que van creciendo bien). La lista continúa pero no quiero aburrirte.

Por último, Nadie, te cuento que sueño con festejar mi cumpleaños con un karaoke al aire libre. Todavía faltan unos meses y tengo la esperanza de que ya sea posible hacerlo. Cruza los dedos, por favor.

Espero que te gusten las fotos que te envío y te mando un abrazo muy fuerte. ¡Hasta pronto, mi Nadie querido!

Carla

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Trigésima carta.

•marzo 6, 2021 • Deja un comentario

4 de marzo 2021

¡Hola! Me puse a llorar con la puesta del sol. Llevo semanas viviendo al borde de las lágrimas, desorientada. Adentro tengo un nudo enorme que oprime mi pecho. Me cuesta trabajo respirar.

Atardecer 4 marzo 2021

Estoy sentada en el balcón mirando mis flores. Te escribo con la poca luz que queda antes de que oscurezca. El viento me acompaña y los pájaros cantan alegres. El geranio sigue creciendo. Ya van dos veces que lo visita un colibrí. Espero que pronto vengan más. Cuando los veo, me olvido de todo y mi corazón se alegra  por unos segundos.  La salvia sigue llenándose de botones y el rosal ya tiene uno.  A menudo cuando veo mis plantas trato de desenredarme. A veces sí puedo; otras, no. 

Querido Nadie, ya estamos en marzo. El invierno se despide pero la pandemia no. El otro día soñé que me reunía con un amigo. Íbamos a un lugar donde había mucha gente. Las personas reíamos y yo bromeaba feliz con él. De pronto me percataba de que ninguna de las personas que estábamos ahí teníamos puesto el  cubrebocas ni pensábamos en la sana distancia. Nos divertíamos como antes. Entonces me invadió el terror de que nuestra irresponsabilidad provocara más enfermedades y muertes. La culpa me pesaba tanto que empecé a tener un ataque de pánico. Justo en ese momento abrí los ojos pero – a diferencia de otras pesadillas que he tenido- eso no me dio paz.  Ahora ya no soy libre ni siquiera cuando duermo.  El fantasma del cubrebocas se me aparece en todos lados. 

¿Cuándo volveré a reunirme con amigos? ¿Cuándo podré organizar la fiesta karaoke que quedó pendiente? ¿Cuándo volveremos a bailar? Tengo una larga lista de cosas por hacer antes de morir y no tengo idea de cuándo podré empezar a realizarlas.  Sabes, estoy harta de repetirme que esto también pasará.  En este instante me falta paciencia.  Me confronto con mi propia muerte cada vez que leo las noticias o me entero de alguien más que ya no está.  Me resulta inevitable preguntarme si seguiré aquí cuando esto pase.  Ya me sé mi casa de memoria.  Puedo visualizar cada detalle de ella cuando cierro los ojos. Me falta poco para saber el número de ramas que tiene el pino frente a mi balcón.

No siempre estoy de buen humor, por el contrario, hay días en los que estoy tan desencantada que ni siquiera me muevo por mis plantas. Las veo sufrir por la plaga y no encuentro las ganas para ayudarlas. La verdad es que  me fastidian las plagas y pandemias, me llenan de impotencia. Necesito confesarte que a veces hasta me enojo con mis plantas, las regaño porque no se defienden. Me molesta verlas pues la presencia de pulgones o de la mosca blanca me deprime.  Sé que es absurdo pero me pasa. He llegado al extremo de querer deshacerme de ellas porque no logro manejar esta frustración; sin embargo, nunca las abandonaría. Cada día las veo luchar, sobrevivir y ahora- también- llenarse de flores. Son mi inspiración, deseo ser como ellas: no sólo resisten la adversidad sino florecen a pesar de ella, con ella.  Por fin ayer les puse el insecticida natural  que les compré.  Ya empiezan a verse mejor.

He tenido mucha ansiedad aunque sin insomnio. Sigo trabajando en ser disciplinada, eso siempre ayuda. Diario me levanto muy temprano para meditar. Suelo hacerlo antes de que amanezca. Después voy al gimnasio (lo abrieron hace tres semanas). Comenzar así el día me da luz y me ayuda a ser fuerte pero sigo con el llanto en la garganta.  Con frecuencia me quedo con la pluma en la mano casi tan vacía como la hoja blanca de mi cuaderno.  ¿Recuerdas cuando escribía poemas? Ahora siento un hoyo en el estómago de sólo pensar en hacerlo. ¡Me aterra la idea! He llegado al punto en el que ni siquiera la poesía puede salvarme.

En días como éste me siento la persona menos talentosa del mundo.  No sé si sea mi apatía pero ni siquiera puedo corregir el cuento que escribí hace unos meses.  Trato de no juzgarme pero es difícil cuando veo a mi alrededor a varias personas que no se detienen, crecen, se acercan a sus metas como si esta pandemia fuera sólo un obstáculo más. Yo no soy así. Se desborda mi sensibilidad, me consume la apatía, tengo la mente dispersa y no tienes idea del gran esfuerzo que implica para mí escribirte esta carta.

Es paradójico como puedo verme al espejo y sonreír, sentirme bonita, mejor conmigo misma en ciertos aspectos pero cuando se trata de crear, de romper las barreras, me bloqueo y no llego a ningún lado.  Además, tampoco he sido capaz de mejorar mi relación con la comida. He sobrellevado esta especie de confinamiento comiendo dulces, donas, botanas, comida chatarra. Como cosas que me hacen daño pero que me dan una falsa sensación de felicidad. Sigo buscando cambiar eso, lo logro por algunos días y luego recaigo. Cuando eso sucede, vuelven la culpa y los reproches.  Veo mi vientre inflamado y vuelvo a llorar. Pienso en lo mal que correría si participara en una carrera ahora, en lo pesada que me siento. ¿Qué te digo, Nadie? Hoy he comido bien todo el día. Me siento orgullosa por eso; sin embargo, mi ansiedad está al máximo. Estoy muy irritable y no encuentro armonía. Se me antoja una dona con mucho chocolate. Quiero gritar. Soy llanto e impotencia, la desesperación de un callejón sin salida.

Estoy en el balcón, viendo al cielo ennegrecerse. Los pájaros ya se fueron y el viento está muy caliente.  ¿Cuándo va a acabar esto?  En serio, sé que acabo de decirlo, pero ya me cansé de repetir que esto pasará, de sofocarme con el cubrebocas, de vivir con la angustia de que otra vez cierren el gimnasio. 

Nunca he sido muy sociable. No suelo participar en muchas reuniones ni fiestas. A pesar de eso, extraño reír con mis amigos, divertirme, verlos en persona y no en videollamadas.

¿Podré ser como mis plantas?  Agradezco la oportunidad de verlas diario y crecer con ellas.  Resisto, día a día, resisto. ¿Podré florecer también?

¿Te acuerdas de los esquejes de lavanda que planté en junio?  Sobrevivieron y ahora han duplicado su tamaño. Se llenan de botones.  ¿Lo puedes creer?

Sé que cuando está más oscuro es porque ya va a amanecer…. es sólo que ya necesito que amanezca, por favor.

Cuídate mucho, Nadie, gracias por siempre leerme.

Carla

PD. Espero que te guste la foto del atardecer hoy. Pronto te enviaré fotos de mi lavanda.

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Vigésimo novena carta.

•enero 23, 2021 • 2 comentarios

¡Hola! Te escribo colmada de añoranza, con la devastadora falta de libertad para abrazar y ser abrazada, en está época donde la espontaneidad es la gran ausente. ¿Qué puedo hacer, Nadie, para sentirme mejor?

Esta noche sólo quiero contarte un momento de mi adolescencia, cuando estaba por cumplir dieciséis años. Tú sabes que era una adolescente muy insegura y nada sociable. Lo que no te he contado es que la canción de Juan Gabriel, Yo No Nací para Amar, era mi himno, a menudo me la cantaba sin dejar de llorar. Esto para decirte que no sólo no fui noviera sino que me tardé mucho en tener novio, estaba convencida de que me sucedería como a Juan Gabriel en la canción, que sería siempre una forever alone (como les llaman ahora). En fin, no me desvío más del tema. Si mal no recuerdo junio finalizaba. Mi amor platónico de varios años había terminado la prepa. Te contaré de aquel sábado, el día de la ceremonia de graduación en la escuela.

Yo le había enviado una carta de felicitación con una amiga, pues yo no sabía si iba a poder ir. No sé cómo me atreví a a hacer eso. Creo que fueron las palabras de una persona a la que admiraba mucho, me dijo: «La única locura de la que me arrepiento es de la que no hice». Debo decirte que esa frase me sigue dando valor hoy en día. Esa mañana pude enviarle una carta, pero la mayoría de las veces no podía ni saludarlo. Ambos éramos demasiado tímidos en esa época y hubiera sido imposible mantener una conversación; pero algo sí te digo, cuando me volteaba a ver o me sonreía, yo mejor conocida como la flaca fea o vitola (nombre que usaban para insultarme, después supe que Vitola era una comediante talentosa y bonita), me sentía la dueña no del mundo sino del universo entero.

De la graduación sólo recuerdo las togas y birretes, a mi maestro favorito y a mi amor platónico recibiendo su diploma. En ese entonces, todavía era romántica en exceso y soñadora, estaba envuelta en miel. Ahora sé que eso era bonito y mágico y agradezco los breves instantes en que logro darme la oportunidad de volver a llenarme de miel. Él era flaco como yo pero más alto.

Terminada la ceremonia, felicité a mis amigas y después me debatía entre correr a casa o felicitarlo a él. En eso, él me buscó a mí cuando todavía era posible ser espontáneos y acercarnos no estaba prohibido. Al verlo frente a mí, aunque feliz, me quedé petrificada. Me agradeció la cartita que le escribí. No te rías de mí, Nadie, pero nunca supe si le respondí o no, tampoco supe si después de eso él me abrazó a mí o fui yo la que lo abracé. Porque desde de que me dio las gracias dejé de tener los pies en la tierra, me fui a ese lugar donde somos ligeros, luminosos y la tierra no existe. Así de sencillo.

Sabes, a menudo decimos que el tiempo se hace eterno cuando uno está aburrido y que cuando estamos felices pasa demasiado rápido. Cierto es que una infinidad de veces he querido detener el tiempo, por lo menos unos minutos, pero esa vez, no podría decir lo mismo. No quise alargar nada porque así estuvo increíble. Fue la primera vez que viví algo así y, te aseguro que lo he vivido pocas veces en mi vida, no es algo que suceda todos los días -me resultaría imposible comer, trabajar, escribir, cuidar mis plantas y, además, sería agotador.

Pues sí, perdí la noción de todo y no tengo idea de lo qué duró ese abrazo, no sé si fueron segundos o minutos, sólo tengo claro que me fui al infinito: olvidé dónde estaba y hasta mi nombre. Me encontraba en un lugar donde predominaban el bienestar, la armonía, la ilusión, la paz. Esa Carla navegaba en el cielo de los instantes felices.

Fue abrupto el regreso a la realidad; de pronto abrí los ojos y estaba en sus brazos, mi cabeza recargada en su pecho- ¿a dónde se había ido la timidez?- . Empecé a temblar, no quería moverme pero me puse demasiado nerviosa. Sonriendo nos despedimos.

Querido Nadie, no fue mi primer beso pero el terremoto dentro de mí fue mucho más intenso que aquel primer beso que recibiría años después. Ese abrazo me dio esperanza y recordarlo me ayudó en los días solitarios. ¡Qué poderosa me sentí ese gran sábado!

Esta semana he tenido muy presente esta historia porque no puedo dejar de pensar en los adolescentes y los adultos jóvenes, quienes estudian en casa, viven las graduaciones desde la computadora, tablet o celular, y pasan los meses encerrados, aislados en un época donde la espontaneidad no cabe. ¿Abrazarse y besarse así nada más, sin planearlo antes? ¿Cómo están descubriendo el mundo? ¿Cómo lo sobrellevan? ¿Cómo conviven con sus amistades? ¿Qué sucede con las historias que no han podido escribir? ¿Y qué pasa con el romance, con sus ilusiones?

Me aterra que no tengan historias fuera del mundo virtual que recordar de sus años adolescentes. Me preocupa que no sepamos orientarlos. ¿Qué pasa con su soledad? ¿Cómo van a socializar después de esto? ¿Habrá un después de esto? También me pregunto cómo vamos a reconstruirnos todos. ¿Cuándo volveremos a pasear tranquilamente por las calles y abrazar con fuerza al amigo querido que se cruzó en nuestro camino y al que teníamos años de no ver?

Ojalá que, como dice mi esposo, en el futuro recordemos al 2021 como el año que nos trajo alivio, ojalá que llegue pronto.

Un abrazo para ti,

Carla

P.D. Junto con esta carta de te envío una foto del cielo despejado de esta mañana. ¿Ya viste las nubes? Espero que te guste.

El Cielo Desde mi Ventana

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Vigésimo octava carta.

•enero 1, 2021 • Deja un comentario

31 de diciembre 2020

¡Hola! Es el último día del año. Mi casa huele al ponche que está en la estufa, ya casi listo para la cena. Desde que Jea y yo empezamos a vivir juntos tenemos la tradición de celebrar la llegada del Año Nuevo con una gran reunión en nuestro hogar, al que llenamos de familia y amigos.  Estaba emocionada porque este año lo haríamos en nuestro departamento (nos mudamos hace casi un año) pero no será así: nada de fiestas ni gente.

No te lo voy a negar, estoy muy triste. Llevo a cuestas la soledad de esta pandemia, estoy desesperada por ver a mis seres queridos y abrazarlos sin reservas ni temor. Me hiere la añoranza. ¿Cuándo fue la última vez que participé en un karaoke o que bailé con mis amigos?  ¿Cuándo fue la última vez que me acerqué a alguien sin pensar en la sana distancia o enfermedades? ¿Volveremos a ser espontáneos cuando nos encontremos con alguien conocido?

Te escribo con la mano temblorosa mientras la tinta avanza por un terreno incierto.  Yo sólo lloro evitando que alguien me escuche.  Las perritas le ladran al viento, yo observo con melancolía cómo los árboles se mueven de un lado a otro.

El covid se hace presente hoy más que nunca y yo quiero olvidar que existe, que estamos atrapados en este encierro  donde convivir físicamente con alguien puede resultar el peor pecado del universo. Nadie, me duele la soledad de quienes están enfermos, de quienes han sufrido pérdidas y se ven obligados a vivir su duelo aislados. ¿Cómo sobrellevar la muerte de un ser querido sin tener ningún tipo de contacto físico con los demás?

Hoy termina un año duro, muy duro para los habitantes de este planeta.

No quería pasarme el día tristeando, así que en la mañana mientras cortaba la fruta para preparar el ponche estuve cantando Timbiriche. Revivir mi infancia mantuvo mi pensamiento muy lejos del covid.  Nadie, no te burles, pertenezco a la famosa generación Timbiriche. Tenía cinco años cuando empezaron a cantar y su música me acompañó hasta llegar a la adolescencia.  A mi prima y a mí desde chiquitas nos encantaba Benny Ibarra (me sigue encantando, no lo niego). Mientras cantaba, volví a sentir la ilusión con la que ella y yo  veíamos la vida en aquel entonces. Tuvimos la suerte de vivir una infancia mayormente alegre, llena de travesuras y risas.   Pero no sólo pensé en ella o en mis hermanos, sino en momentos felices de mi infancia que ya había olvidado (porque por muchos años me avergoncé de todas las Carlas que fui y no me atrevía a mirar atrás) en la escuela o en el club cuando iba a nadar, a jugar a tenis, a pasarla bien. Fue una lluvia de risas, de sueños, de travesuras, de sentir que todo está bien, de volver a la libertad que siempre dimos por sentado hasta marzo de 2020. En fin, no creas que escucho seguido a Timbiriche, ni mucho menos que me pase horas cantando su música, pero fue sanador hacerlo. Creo que estarás de acuerdo conmigo en que la vida es mejor cantando.

El año se termina y aunque no me siento feliz, sí tengo muchas cosas que agradecer: un día más de vida, de tener salud, de estar rodeada de amor. A pesar del confinamiento/ pandemia, este año he podido reconciliarme conmigo misma, me siento bonita cuando me veo al espejo, ya no me siento tan inútil como en marzo cuando empecé a escribirte cartas de nuevo. Soy más valiente ahora y creo que también mejor persona. En esta época confusa, los vínculos con mis seres queridos se han fortalecido. Las videollamadas me han permitido estar cerca de mis amigos que viven lejos. 

A pesar de la incertidumbre miro hacia al futuro y tengo esperanza de volver a convivir en libertad con los demás, a abrazarlos , abrazarlos  y seguirlos abrazando. Lo siento, sé que cada vez que te escribo hablo de abrazos, ¿cómo evitarlo si no puedo dejar de pensar en eso? Lamento ser tan repetitiva, pero es algo que me pesa y no dejará de pesarme mientras sigamos viviendo esto.

No sé si el 2021 será un año feliz, sólo sé que me seguiré esforzando en dar lo mejor de mí y llenar de amor a las personas que me rodean.

Antes de despedirme, quiero decirte que mis plantas son más rudas de lo que imaginaba: casi todas han sobrevivido a la plaga. Yo ya me había dado por vencida, pero esta semana dediqué una tarde a cuidarlas.  Mi salvia  por primera vez desde que la compré ya tiene botones. ¡Ya vienen las flores! ¡Ya quiero verlas!  El jitomate ya tiene muchas flores y dos pequeños frutos. Los geranios están preciosos.

Nadie, mi querido Nadie, deseo que este Año Nuevo sea un año de amor, salud y luz para ti y tus seres queridos. Que el 2021 nos traiga a todos libertad para convivir unos con otros sin tanta distancia ni consecuencias mortales, que nunca volvamos a pasar tanto tiempo en aislamiento, que podamos ayudarnos a sanar.

Me despido con una foto del último atardecer de este 2020 que tomé para ti. Lo vi hace un ratito desde mi ventana, a pesar de mi ánimo raro, me hizo sonreír.  La Madre Naturaleza siempre sabe cómo sorprenderme.

Último atardecer del 2020

Todo lo mejor te deseo, todo lo mejor hoy y siempre a ti, mi sempiterno confidente, gracias por leerme, muchas gracias.

Carla

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Vigésimo séptima carta.

•diciembre 27, 2020 • Deja un comentario

26 de diciembre 2020

¡Hola! En esta carta quiero hablarte del reto de lectura en el que estoy participando. Se llama Guadalupe Reinas y lo organiza la colectiva Librosb4tipos que busca difundir la obra escrita de diferentes autoras y analizarla desde nuestras experiencias. El reto consiste en leer diez libros escritos por mujeres del 12 de diciembre al 6 de enero. Me enteré de esto gracias a Rebeca, quien me dijo que hiciéramos esto juntas. Claro que me encantó la idea. ¿Qué mejor actividad para compartirla con mi hija? Me pasé la tarde del 11 de diciembre armando mi lista. No fue fácil escoger los libros para las diferentes consignas y agradezco las sugerencias compartidas en las cuentas de librosb4tipos en Facebook y Twitter.

Me vino muy bien hacer esto porque este año pasé meses sin leer: no lograba concentrarme. La ilusión de cumplir este reto ha hecho posible que pueda hacerlo sin distraerme ni cansarme.

El año pasado también participamos en el reto pero sin terminarlo pues estábamos en plena mudanza. No me quedé con las ganas de leer los libros: lo hice después. Te confieso que este 2020 he leído a más mujeres que hombres. Ha sido bueno hacerlo pues eso me ayudado a darle más fuerza a mi propia voz, a salir de las sombras. En septiembre leí Memories of the Future de Siri Hustvedt. Me identifiqué con la protagonista de esta historia: a través de su experiencia logré comprender mejor a la mujer que fui en mis veintes, a reconciliarme con ella.

Déjame decirte, Nadie, que mirando el mundo a través de los ojos de otras mujeres encuentro con quien compartir mis demonios, confirmo que no estoy sola en mi necesidad de rebelarme y ya no me siento un bicho tan raro.

Estoy disfrutando mucho las consignas de este año: gracias al Guadalupe Reinas está regresando la devoradora de libros que siempre he sido. Antes de continuar, te comparto mi lista para este Guadalupe Reinas 2020. No empecé en el orden marcado, voy escogiendo según mi estado de ánimo a la hora de empezar el libro. Ya casi termino: sólo me faltan dos.

Lista de los libros que estoy leyendo este Guadalupe Reinas 2020 organizado por librosb4tipos

Primero leí el de divulgación científica: Mind Over Medicine de Lissa Rankin MD. Desde un punto de vista científico defiende el punto de que el cuerpo puede sanarse a sí mismo. Describe cómo el estrés, la ansiedad, el miedo afectan al sistema inmunológica así como también qué lo beneficia. Esta lectura despertó el espíritu investigador que llevaba años dormido y ahora tengo una lista de libros al respecto de este tema que quiero conseguir. Varios de ellos, por cierto, están escritos por mujeres.

Pocas historias en la literatura me han hecho reír. Es un género que he explorado poco y que deseo conocer más. En las sugerencias de librosb4tipos, muchas participantes recomendaron El Ataque de los Zombis (Parte Mil Quinientos) de Raquel Castro. Lo escogí con la esperanza de divertirme un rato. Es una antología de cuentos. ¡Nadie, está genial! Tenía meses de no reírme a carcajadas y Raquel Castro logró que lo hiciera. Entre su sarcasmo, humor negro, estilo fresco y vivo, me atrapó desde el cuento uno. Mi favorito fue el de La Saga Incompleta de la Piraña Humana. Las ocurrencias de Raquel Castro vuelven sus historias impredecibles. Aunque casi todos los cuentos hacen reír, hay un par que me resultaron un poco inquietantes. Imagino que también debe ser muy buena escribiendo cuentos de terror. No solté el libro hasta terminarlo. Me quedé de muy buen humor. ¡Te lo recomiendo! Además me encantó saber que Raquel Castro es mexicana, estudió en la UNAM y tiene mi edad. ¡Es un hecho que buscaré más cuentos suyos!

En el extremo contrario (una historia que no podría estar más lejos de las carcajadas), El Color de la Leche de Nell Leyshon me dejó con el corazón arrugado. Mary es una adolescente que vivía en una granja y fue obligada a trabajar en la casa de una familia adinerada donde aprendió a escribir. Así, con las palabras que apenas conoce, con un lenguaje «sencillo» nos narra su historia. Sabía que no se trataba de una historia rosa pero el final inesperado y brutal me golpeó de tal forma que estuve a punto de vomitar. ¡Con que maestría acaba la narración! Me pregunto si podré olvidar el grito de Nell Leyshon en este libro. Creo, Nadie, que pega más leerlo siendo mujer. No puedo dejar de pensar en lo vulnerables que somos en esta sociedad (no hablo de México, sino de la mayor parte del mundo). No creas que soy masoquista, pero agradezco haber encontrado esta novela. Es de lo mejor que he leído este año.

Por último te diré que por fin leí el tomo que me faltaba de las Historias de Terramar de Ursula K. Le Guin: The Other Wind. Continúa con la historia de Therru (protagonista del cuarto libro: Tehanu). Había leído que los últimos libros de esta saga no son tan buenos pero a mí me parece lo contrario. ¡Me encantó! Terramar sigue siendo un mundo en el que me gustaría vivir: amo la magia y vivir en armonía con la naturaleza. Esto último es muy importante aunque no siempre se logre en aquellas lejanas tierras porque – como aquí- los humanos nos negamos a hacerlo.

Estos son los que más he disfrutado. Puedo decirte que estoy satisfecha con los que llevo hasta ahora. En cada uno he encontrado un universo que me ayuda a salir del ánimo extraño que se ha generado con la pandemia. Nunca había escuchado hablar de Raquel Castro ni de Nell Leyshon y – como ya lo notaste- quedé muy impresionada con su trabajo.

Agradezco la oportunidad de escuchar las voces de mujeres talentosas y de poder compartirlas con mi hija. Una vez que terminemos el reto, hablaremos de las autoras que más nos hayan gustado.

Nadie, quizá pronto llegue el momento en que yo también pueda hacer que mi voz se oiga, romper el silencio con el fuego de mis palabras; mientras tanto sigo aprendiendo de las mujeres que ya han dejado huella y quienes me ayudan a ser fuerte en un mundo mayormente de hombres.

Un abrazo, querido Nadie, espero escribirte antes de que termine el año.

Carla

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Vigésimo sexta carta.

•diciembre 24, 2020 • Deja un comentario

24 de diciembre 2020

¡Hola! En otras circunstancias, lo primero que te escribiría en esta carta, querido Nadie, sería «Feliz Navidad para ti». Sin embargo, este año eso me parece una utopía, un maravilloso deseo que quizá se sienta pesado. ¿Cómo decirlo con el quédate en casa sin abrazos? ¿Cómo decirlo con tanto duelo, soledad y temor? ¿Cómo decirlo con el corazón escondiendo el llanto? Sobre todo, ¿cómo decirlo si me agobian los mensajes de feliz navidad que están circulando en redes sociales y whatsapp? Pareciera que nuestro destino se transformará con sólo mencionar las palabras mágicas.  Perdón, Nadie, no sé si soy una amargada o la situación me agota.

Escuché Adeste Fidelis en la mañana y me conmoví profundamente. Me enamoré de esa canción en primaria cuando aprendí a tocarla en la flauta.  ¿La conoces? ¿Te gusta? ¿Te da nostalgia cómo a mí?  ¿Cómo vives la Navidad ahora?

Cuando era niña esperaba con emoción el día en que mamá y yo (después también mis hermanos) decoraríamos la casa de Navidad. Empezaba con sacar las cajas, armar el arbolito y acomodar las luces (eso lo hacía ella sola). Ya que el árbol estaba bien iluminado, entonces empezábamos a decorarlo con esferas, moños (hechos por ella) y otros adornos.  A menudo me quedaba en la noche admirando las luces y soñando despierta.

Mi abuelita materna amaba la Navidad y tiraba la casa por la ventana cuando se acercaba la fecha. Su casa era un paraíso de luces de colores, alegría y muchos dulces. Cada año nos hacía mentitas que sus nietos devorábamos sin contenernos.  También había varios postres, recuerdo el ensoletado (ahora mi mamá lo hace cada año y es una delicia).

Con mis abuelos paternos la Navidad era la oportunidad de estar con mi prima que vivía en Querétaro.  Al acercarse la medianoche, todos los nietos cantábamos villancicos justo antes de poner al niño Jesús en el pesebre.  Nos desvelábamos haciendo travesuras y estrenando nuestros regalos.

Convencida de la magia de esas fechas, le pedía a Dios deseos locos como que me hablara el niño que me gustaba o que pudiera hacer magia como Gigi o Lalabel (de mis caricaturas favoritas).

En la adolescencia me convertí en Grinch, por muchos años odié la Navidad. Después encontré el equilibrio  y ya no la veo como un día mágico pero si como la oportunidad de convivir con nuestros seres queridos y hacernos más conscientes del amor que nos rodea (cosa que deberíamos tener presente cada día del año). Recuerdo las tardes que pasé con Rebeca haciendo las tiras de palomitas para decorar el  árbol (como la hacía mi abuelita) y mi corazón se alegra.

En fin, estos recuerdos (y el estar escuchando mil veces Adeste Fideles mientras te escribo) lograron sacar el invierno de mi corazón y ya estoy lista para felicitarte (si se le puede llamar así).

Querido Nadie, deseo que tengas una Navidad cálida, que te abrace el amor de tus seres queridos y si estás solo que  los recuerdos de momentos felices te acompañen y te den alegría, que la luz sea mucho más abundante que la oscuridad y que vengan tiempos mejores para ti y los tuyos.

Amor para ti en Nochebuena, Navidad y siempre. Confío en que superemos esto y pronto volvamos a reír a carcajadas muy cerquita de nuestros seres queridos.

Mucha salud para ti,

Carla

P.D. Te envío una foto de mi arbolito. Sí, ya lo sé, está demasiado pequeño ( así no se lo comen mis perritas) pero creo que quedó bonito.

Mi arbolito de Navidad

Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Vigésimo quinta carta.

•diciembre 23, 2020 • Deja un comentario

Martes 22 de diciembre 2020

¡Hola! En esta época distópica me pesa la melancolía decembrina y quisiera estar alegre, pero no es el caso. Me ha tomado tiempo escribirte pues las palabras huyen de mí o, mejor dicho, si soy sincera, soy yo quien huye de ellas.
Es inevitable hablarte de la pandemia. Debo decirte que estamos en semáforo rojo, los lugares que no son considerados esenciales han cerrado de nuevo, los hospitales están llenos y «quédate en casa» es el grito que resuena en todo momento. En las redes sociales y conversaciones sobran los juicios, críticas, insultos y sentencias para quienes salen y para quienes no usan tapabocas – según esto, ellos son los «culpables» de esta situación-. El quédate en casa se impone como una orden fácil de seguir y sin repercusiones. Yo, Nadie, que no voy a fiestas, que casi no salgo, tuve un ataque de pánico con este cambio. Estamos como en marzo/abril cuando esto comenzó, pero es peor. Estoy harta de la violencia que se ejerce de unos contra otros (ciudadanos contra ciudadanos), de la falta de empatía tanto de los que usan tapabocas como de los que no lo usan. No puedo soportar palabras como «covidiota» ni frases como «merecen morirse, no deberían atenderlos en los hospitales» entre otras cosas. No digo que esté bien el no usar tapabocas, vivir en fiestas y sin sana distancia pero tampoco creo que las agresiones resuelvan nada ni que generen conciencia; no he conocido a alguien que cambie su modo de actuar por este tipo de comentarios y actitudes. Estoy harta también de la indiferencia, de que se considere esta pandemia como un asunto político (de quien cree y quien no cree en el virus), de que el tapabocas sea visto como «un robo a la libertad» y no como una manera de proteger al otro (independientemente de cualquier creencia, usarlo protege al otro no sólo de ser contagiado, también del miedo al coronavirus que se ha generado). Usarlo es algo que podemos hacer por nuestro prójimo. En fin, entre quienes no respetan ninguna medida para prevenir el contagio y quienes se sienten con la autoridad moral para soltar juicios, insultos y condenas, siento que me ahogo. Es paradójico como se puede desear feliz navidad justo antes o después de haber publicado o dicho algo así como «mueran los covidiotas». Además de la pandemia del coronavirus, hay que sobrellevar la pandemia del miedo y -sobre todo- la del odio.

Hace unos días me dijeron soñadora por pensar en un mundo donde la empatía reine y nos cuidemos los unos a los otros. ¿Te imaginas que en lugar de destrozarnos unos a otros buscáramos el bienestar común, qué eso fuera más importante que nuestras creencias o puntos de vista? Me duele saber que quien me lo dijo tiene razón. Me agota leer y /o escuchar tantas quejas y/o juicios, que la pandemia sea la protagonista de la mayoría de las conversaciones. Las noticias parecen amenazas: aumento de casos de personas contagiadas y del número de muertos, alerta de nuevas cepas del virus que son más agresivas, restricciones, hambre, desempleo, violencia, desesperanza. Si eso no es suficiente, además, contamos con la irrefrenable necesidad de escupir nuestra opinión llena de juicios y palabras de odio en los medios en los que nos sea posible hacerlo. Por eso ya casi no visito mis redes sociales ni leo las conversaciones de los grupos de whats app: es casi imposible no toparme con publicaciones negativas. Nos culpamos unos a otros de lo que sucede. Exigimos las cosas con agresividad. No medimos el poder de nuestras palabras ni cómo éstas pueden afectar a los demás.

Nadie, estoy aquí, buscando en mi interior los recursos para mantenerme de pie. No puedo ir al gimnasio y hago lo posible por no caer en ansiedad ni depresión. Meditando disuelvo el nudo en la garganta y encuentro un camino para seguir adelante, en armonía. Elevo mi mirada al cielo y agradezco las bendiciones en mi vida; sin embargo, he recibido noticias tristes. Dos personas muy queridas fallecieron por este virus. Una de ellas fue un amigo muy cercano con el que quedó pendiente un karaoke, una velada para hablar de música. No hubo despedidas ni funeral, sólo el silencio enorme que predomina ahora. Llevo mi luto guardado dentro pues no me atrevo a llorar. ¿Qué tal si mi llanto se convierte en cascada? Pienso en mis sobrinos creciendo en casa, tomando clases frente a una computadora, conviviendo con amigos por medio del zoom o de los videojuegos virtuales. Pienso en el mayor que comienza su pubertad solo, entre adultos. Pienso en mi hija que debería estar en la universidad, salir con amigos, bailar. En lugar de descubrir el mundo, está aquí, con nosotros la mayor parte del tiempo, como con mis sobrinos: la vida social se reduce a estar sentada frente a la computadora, tableta o celular y convivir por medio de la tecnología. ¿Por cuánto más?

Dicen «quédate en casa» como si la vida fuera a esperarnos y el mañana pospandemia nos recibiera a todos con los brazos abiertos, porque todos estaremos ahí. En realidad no es así: la cruda verdad es que no sabemos que pasará mañana y ninguno tenemos la vida comprada. No puedo evitar pensar en las personas que no volveré a abrazar. ¿Cuánto tiempo seguiremos así? ¿De cuántas personas más no podré despedirme? ¿Cómo dejaremos de tenerle miedo al prójimo cuándo esto pase? ¿Pasará?

Extraño profundamente a mis amigos. ¿Cuándo volveré a verlos? ¿Cuándo podré salir con ellos con libertad y sin tapabocas? ¿Nuestros abrazos servirán para recomponernos, para compensar un poco nuestras pérdidas?

Miro al sol que entra por mi ventana. Quiero sentir esperanza, creer que tenemos remedio, que podemos ser mejores.

En fin, Nadie, salí a ver mis plantas y tienen plaga. Estoy demasiado cansada como para luchar contra ella. Después de las batallas de los últimos días, necesito un respiro. Me refugio en los libros: por primera vez desde que comenzó esta pandemia me la he pasado leyendo, estoy participando en un reto y eso me ayuda a poner mi mente en otro lado; además la lectura siempre me lleva a conocer otros mundos. Ya te hablaré de este reto en unos días, esta vez sí será pronto.

Escribirte me ayuda a ver más claro pero esta tarde mi pluma se rebela: no quiere soltar la tinta y ya me está doliendo la mano. Sólo una cosa más: hace una semana recibí una gran sorpresa: unas hermosas violetas persas (cyclamen) color rosa. ¡Quería unas flores así! Fue un regalo de mi querida amiga Val. Pese a todo, la vida tiene sus pequeños grandes milagros y son esos los que me motivan a seguir adelante.

Algo que sí puedo agradecer a esta pandemia: el volver a estar tan cerca de Val y Ceci, el reunirnos por zoom una vez a la semana y compartir nuestras inquietudes y vivencias como cuando estábamos en la universidad. Eso me rejuvenece y trae alivio.

No te enojes conmigo querido Nadie, pero no voy a mencionar la navidad en esta carta. Haré lo posible para que antes de la Nochebuena recibas otra carta de mi parte.

Cuídate mucho,

Carla