Cartas para Nadie. Praga, segunda parte.

•noviembre 27, 2025 • Deja un comentario

24 de noviembre 2025

¡Hola Nadie!

¿Cómo estás? Yo voy mejorando, poco a poco. Hoy quiero hablarte de Praga, de aquella parte del viaje que quedó pendiente, cuando llegó mi amigo Dirk y por fin nos reunimos después de diecisiete años sin vernos.

Teníamos hambre y fuimos a Mincovna, un restaurante famoso por su comida tradicional checa. Se encuentra en la Plaza de la Ciudad Vieja y la comida está bien pero me pareció un poquito cara. De ahí fuimos al monumento que estaba cerca del Puente de Carlos, donde nos reunimos con el guía que nos daría un recorrido por las calles de Praga y nos contaría sus leyendas. Éramos un grupo de como diez personas. Nos gustó esta manera de pasear por las calles de Praga, de conocer un poco de su historia y sus leyendas. Lo que más llamó mi atención fue una de las sinagogas del Barrio Judío (Josefov). Antes de hablarte de ella, te cuento que este barrio fue creado en la Edad Media pero a finales del siglo XIX muchas casas fueron demolidas, quedaron las sinagogas (son seis), el cementerio, las calles y los edificios principales. Hoy en día estos edificios son tiendas elegantes. La sinagoga que llamó mi atención fue la Vieja-Nueva, donde, como dice la leyenda, en el ático duerme imperturbable el Gólem. En una de las paredes de esa sinagoga hay una escalera incompleta que está así para evitar que alguien pueda llegar al ático e interrumpir el sueño de la criatura. Gólem fue creado con barro para proteger a los judíos del enemigo. Una vez que los judíos estuvieron a salvo o porque la criatura se descontroló, el rabino que lo creó decidió que era hora de destruirlo y dejó sus restos en el ático. Después mandó acabar con las escaleras para que ninguna persona pudiera subir. Te parecerá una locura, Nadie, pero casi pude sentir su presencia. Me lo imagino durmiendo tranquilamente, esperando el momento en el que alguien pueda despertarlo. No pude tomar fotos ese día porque mi cámara no toma buenas fotos de noche, pero te comparto las que pude tomar al día siguiente cuando pasamos por ahí. ¿Qué te parece la escalera?

Después del recorrido, nos quedamos un rato admirando la Praga nocturna, la Praga iluminada de varios colores que pintaban el agua del Río Moldavia. ¡Cómo me hizo falta una buena cámara para capturar su belleza! Sólo tengo esta foto borrosa que no le hace justicia pero que quizá te invite a querer verla en persona.

Praga iluminada

Al día siguiente y nuestro último en Praga, cruzamos el Puente de Carlos. Esta vez, como no era tan temprano, mi experiencia fue diferente: había más gente y también artistas callejeros quienes compartían su arte o su música. Ahora era un lugar alegre y bullicioso.

Nos dirigimos al castillo de Praga pues yo tenía mucha ilusión de conocer el Callejón del Oro (Zlatá Ulička). La fila para comprar los boletos fue algo larga pero avanzaba rápido. Compramos el boleto general que incluía la entrada a la Catedral de San Vito, al antiguo Palacio Real, a la Basílica de San Jorge y al Callejón del Oro. Al entrar, Nadie, estábamos rodeados de lugares impresionantes como la Catedral de San Vito, que es muy grande y fue el primer lugar que visitamos. Es una catedral formidable y única, me parece que es el paraíso de los arquitectos y te contaré por qué. Empezaron a construirla en la Edad Media pero la terminaron en el siglo XIX. Entonces tiene elementos de arquitectura de las distintas épocas en las que fue construida; es decir, tiene partes góticas, renacentistas y también barrocas. Por supuesto en el interior hay muchas obras de arte, esculturas religiosas y unos vitrales enormes y llenos de color por donde se filtra la luz que ilumina el lugar mayormente oscuro.

Después visitamos la Basílica de San Jorge, la más antigua dentro del complejo del castillo y la segunda más antigua de la ciudad. Llama la atención el color rojo con beige de su fachada, es el eficio más colorido del lugar y es imposible no notarlo al entrar. Eso sí, no es tan grande ni tan fascinante como la Catedral de San Vito.

De ahí nos seguimos al Callejón del Oro. ¡Por fin! Ahí vivió Franz Kafka (por un breve periodo de tiempo). Existe desde la Edad Media y l as casas ahí se construyeron para los guardias del castillo. Un siglo después ahí vivieron los ofebres que le dieron su nombre. Se trata de una calle empedrada con casitas de colores vivos.

Por momentos tuve la sensación de estar caminando en otra época. La mayoría de las casitas están amuebladas y representan la vida cotidiana de aquellos tiempos. Puedes ver la casa de la costurera/modista, de los orfebres, el restaurante/cantina e incluso la de la psíquica. Algunas casas ahora son tiendas. La casa de Franz Kafka es el número 22 y es de color azul, mi color favorito. Hoy en día es una librería y ahí encontré un par de libros sobre el Gólem.

Desafortunadamente había muchísima gente y el calor estaba terrible. A pesar de ser otoño, estábamos a más de treinta grados. Además, sabes, no importa en qué estación del año visites Praga, sea temporada alta o baja, siempre estará llena de turistas. Me contaron que es casi imposible salvarse de las multitudes. Ya estábamos muy cansados y con hambre por lo que ya no visitamos el castillo.

Nos encontramos un restaurante pequeño en el centro de la Ciudad Vieja llamado Staromáček Traditional Czech Cuisine. Nos pareció acogedor y entramos. Nos atendieron muy bien y la comida estuvo deliciosa. Me comí unos knedlícky (dumplings) de carne y de papa.

En esa misma plaza está el Orloj, el reloj astronómico de Praga. Fue construido en la Edad Media y ha sufrido varios cambios a lo largo del tiempo. Cuenta la leyenda que lo construyó Jan Růže y su obra fue tan increíble que lo cegaron para evitar que pudiera hacer otro igual. Entonces él descompuso el mecanismo del reloj y tomó cien años lograr que funcionara otra vez. Había muchísima gente frente al reloj, parecía Coyoacán en Día de Muertos. Todos estaban esperando el momento en que las manecillas marcaran la hora en punto. Cuando eso sucede, se abren las ventanas en la parte superior del reloj y por ahí desfilan los doce apóstoles, San Pedro con las llaves del cielo, San Judas Tadeo… Este desfile dura menos de un minuto pero cada hora hay una gran cantidad de personas frente a él esperando ese efímero espectáculo.

Ya era hora de regresar al hotel, donde cenamos delicioso. Pedí unas crepas checas y han sido las crepas más exquisitas que he comido en mi vida.

Crepas

A ambos nos gustó mucho este hotel, el hotel Albatros y si algún día regreso a Praga, me gustaría hospedarme ahí. No te había contado que mi habitación tenía una hermosa vista al río Moldavia, al despertar podía ver a las aves volar muy cerca.

Nuestra siguiente parada sería Cracovia y no lo vas a creer… ¡Llegamos tarde a la estación y perdimos nuestro tren! En fin, ya te contaré sobre eso más adelante.

¡Qué nostalgia siento ahora! ¡Qué ganas de viajar de nuevo!

Gracias, querido Nadie, por tu paciencia y por seguir leyéndome. Tengo mucho que contarte y no sólo de aquel gran viaje. Te escribo pronto.

Un abrazo,

Carla

Cartas para Nadie. Aquí.

•noviembre 6, 2025 • Deja un comentario

6 de noviembre de 2025

Querido Nadie:

Prometí escribirte seguido pero a veces la vida se interpone. Poco después de mi última carta, mi perrita amada, Laika, se convulsionó varias veces. A partir de ese momento su salud comenzó a deteriorarse muy rápido. No hubo tratamiento ni medicamento que pudiera cambiar las cosas. La cuidé como ella siempre me cuidó a mí. Estuve a su lado, estuve siempre a su lado, animándola, acompañándola, meditando con ella. A pesar de los temblores en su cuerpo, de que a veces no le respondían sus patitas, era ella feliz paseando y cuando se caía, se levantaba y seguía caminando, a veces logró correr unos metros al lado de sus hermanas.

En junio cayó el diluvio más grande: nuestro querido Tommy, nuestro perrito por quince años, tuvo un accidente fatal. Cruzó el arcoíris tres semanas antes que Laika. Han pasado poco más de cuatro meses y sigue diluviando en mí. Naufrago en la culpa y en el vacío que queda desde su ausencia.

Estoy llena de lluvia y borrascas, de noches insomnes y días agotados. No sé si esta pérdida fue el detonador o qué sucedió, pero la salud abandonó mi cuerpo y el sueño me domina. Mantenerme despierta ha sido y sigue siendo casi una misión imposible.

No te preocupes, querido Nadie, ya visité al doctor y seguiré sus indicaciones, me haré los estudios correspondientes.

Ya te contaré cómo va todo y también sobre los viajes que quedaron pendientes. Un día a la vez, querido amigo. Un día a la vez.

Carla

P.D. Te comparto las fotos de la ofrenda para nuestros perritos este día de muertos y también una foto de Tommy y Laika juntos.

Cartas para Nadie. Sexagésima Carta. Praga, en la República Checa

•marzo 5, 2025 • Deja un comentario

2 de marzo de 2025

Querido Nadie:

No fue mi intención abandonarte ni dejarte en suspenso con mis aventuras en Europa. Lamento que haya pasado más de un año. Los porqués no importan (pero quizá algún día te los cuente) y agradezco que sigas aquí, me tengas paciencia y siempre me leas.

Ahora, vamos con Praga, la fascinante Praga. Llegué a las seis de la mañana, todavía estaba muy oscuro. Yo sin WiFi en el teléfono y sin idea de cómo irme al hotel. Me sacudí el miedo, salí de la estación y preguntandó llegué a mi destino. Fue una larga caminata donde encontré personas muy amables dispuestas a ayudarme hablaran o no inglés. Llegué gracias a ellas. Esta vez sí me aprendí el camino. El Albatros es un barco hotel muy bonito y bien ubicado. A mí me encantó quedarme ahí, tan cerquita del agua. Mi habitación estaría lista a las tres. Dejé mis cosas en un cuarto que tenían ahí, un lugar seguro y desayuné en el restaurante del Albatros. Tenían un buffet bien surtido. El café estaba fuerte, delicioso. En casi todos los lugares de mi viaje donde tomé café, puedo decirte que estaba bueno, intenso. Nunca me tocó uno insipido o demasiado ligero.

Eran casi las ocho de la mañana cuando caminé al Puente de Carlos. Había leído que para poder visitarlo casi vacío es necesario ir muy temprano porque después se llena de gente sin importar la época del año. Eso es cierto, cuando llegué al puente, éramos muy pocos los visitantes pero ya más tarde había muchas personas.

El Puente de Carlos atraviesa el Río Moldava y te lleva a Malá Strana (Ciudad Pequeña). Mide más de 516 metros de largo y alrededor de 10 metros de ancho. A los lados hay estatuas de figuras religiosas y santos, réplicas de las que fueron colocadas ahí mismo a finales del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII. Además de majestuoso, es bonito. Caminé despacio deteniéndome a tomar fotos, a respirar, a disfrutar. Mi camarita no es la mejor pero yo me emocioné tratando de capturar cada detalle para conservarlo siempre conmigo. Agradezco esa mañana silenciosa en Praga, más tarde en lugar de silencio habría risas, gritos alegres, mucha música.

Puente de Carlos en Praga
Puente de Carlos, Praga
Puente de Carlos, Praga

Praga para mí es el lugar de hadas, de historias secretas, de encuentros y leyendas, el lugar en donde, alguna vez, en otra vida, soñé vivir. Nadie, me sentía feliz en esa ciudad tan dulce y misteriosa. Una parte de mi corazón se quedó ahí desde la primera vez que fui.

Llegas a Malá Strana después de atravesar el puente, siguiendo la calle Mostecká. Es un barrio histórico y conocido por sus casas antiguas, por su castillo. No tardé mucho en llegar, siempre caminando. Casi no me costó trabajo orientarme. A pesar de no tener WiFi ni mapas, pude conocer los lugares que había planeado. Me sentí cómoda y libre.

Malá Strana, Praga

Pasé por la Plaza Malostranská, donde está la Columna de la Peste, que se hizo para agradecer a la Santísima Trinidad el fin de esa epidemia. En esta plaza también está la impresionante iglesia de San Nicólas, una joya del barroco. No tomé fotos del interior, rara vez tomo fotos dentro de una iglesia, pero es una visita obligada si paseas por Malá Strana.

Plaza Malostranská, Praga
Iglesia de San Nicolás, Malá Strana, Praga

Fui al museo del célebre escritor Franz Kafka. Llegué justo cuando estaban por abrir. Tuve la oportunidad de tener el museo casi para mí. Si te gusta Franz Kafka, vale la pena venir aquí. No sólo conocerás más sobre su biografía sino también a Praga como la percibía él, su Praga. La exposición es muy grande, incluso hay fotografías de las mujeres que amó Kafka y algunos detalles sobre sus vidas.

Museo Franz Kafka, Praga

Mi siguiente parada fue el Senado de la República Checa (Waldestein Palace, Wallenstein Garden). Sus jardínes no son coloridos y llenos de flores como los que visité en Freising y en Innsbruck. Es más bien un jardín geométrico con figuras verdes trazadas con el césped, los árboles y los arbustos que contrastan con el gris del pavimento. Casi no hay flores. En una parte hay estatuas a los lados como si fueran las guardianas del palacio, que no es ostentoso pero sí elegante.

El Senado
Praga
(Waldestein Palace,
Wallenstein Garden)
El Senado, Praga (Waldestein Palace, Wallenstein Garden)

También aquí verás paredes de estaláctitas (The Grotto). Son impactantes. En ellas puedes encontrar rostros que te intimidan con la mirada. Tienes que buscarlos, Nadie, pero ahí están.

Muchas flores pálidas comparten su luz con estas oscuras paredes. Me gustó el contraste.

The Grotto y flores

En el jardín hay fuentes pequeñas y también un estanque con un jardín redondo y estatuas alrededor. Si te acercas puedes ver a los peces nadando y fotografiarlos.

El Senado (Waldestein Palace, Wallenstein Garden), Praga

También aquí vive un pavo real blanco. Está acostumbrado a las personas. Pasea libre y feliz pues se sabe dueño del lugar. Como podrás imaginar, yo me quedé un rato admirándolo.

Pavor Real blanco

Después decidí buscar el Zlatá ulička (Callejón del Oro/Golden Lane) donde está la casa de Franz Kafka. Me tardé un poco en hallarlo y ya estaba empapada de sudor. A pesar de que era octubre, estábamos a treinta grados. ¡Treinta! Fui en esas fechas para huir del calor y de las multitudes; en Praga hubo ambos. La fila para entrar al callejón y al castillo era muy larga y además ya no tenía tiempo: en cualquier momento llegaría mi querido amigo.

Me apuré para regresar al hotel. En total me aventé como seis/siete horas caminando sin descanso. Mi espalda resistió, estoica. Cuando llegué al hotel estaba exhausta y derretida pero llena de ilusión por volver a ver a Dirk. Ya estaba ahí. Nos vimos justo afuera del Albatros, sin palabras, con un abrazo largo, con la emoción acumulada, con las aventuras que nos esperaban diecisiete años después de la última vez que nos vimos en su natal Alemania, en Aachen. Ahora no fue México ni Alemania, sino Praga y teníamos diez días para viajar juntos y ponernos al corriente en nuestras vidas. Necesitábamos un descanso antes de comenzar nuestro recorrido. Él había tenido un viaje más largo de lo esperado. Gracias a la impuntualidad de los trenes alemanes su viaje duró cuatro horas más de lo planeado. Yo necesitaba recuperar el aliento para seguir avanzando.

En mi siguiente carta, Nadie, te escribiré sobre nuestras andanzas en Praga. Y lo haré muy pronto, te lo prometo. No pierdas la fe en mí, por favor. Esta vez sí cumpliré mi promesa. Tengo mucho que contarte.

Un fuerte abrazo,

Carla

Cartas para Nadie. Quincuagésimo Novena Carta. Tirol, Austria. Innsbruck, Austria.

•diciembre 4, 2023 • 3 comentarios

27 de noviembre de 2023

¡Hola! Ayer tuve la presión baja y sigo muy decaída. Lo siento, querido Nadie. De todas formas, eso no impedirá que te siga relatando mis vivencias en el viaje.

Mi último día en Tirol lo pasé en el centro (Alstadt) de Innsbruck. El departamento de René y Angelika estaba muy cerca y me podía ir a pie. Para llegar al centro, caminé por el puente, al lado del Río Eno (Inn). A la izquierda, hay una escultura de un Crucifijo que, contrario a mis expectativas, me causó una buena impresión.

Durante mi estancia en Europa nunca me acostumbré a encontrar crucifijos grandes en las calles. Me desconcierta ir paseando y de repente toparme con un Cristo, eso rara vez sucede en México. La mayoría de las veces no me gustan esos encuentros. Tal vez porque desde que tengo memoria esa imagen me duele, me causa angustia. El Cristo Sufriente, quien se sacrificó para salvarnos. Dolor, ansiedad, culpa cada vez que lo veo. Eso me pasó con el que está en la pared del hotel Goldene Krone.

Por el contrario, volviendo al Cristo en el puente, él tiene una expresión tranquila, nos observa sin hacernos sentir mal. No tiene clavos ni corona de espinas ni gestos de sufrimiento. Pareciera que flota y descansa en la cruz. Además, algo que nunca había visto: el Cristo está completamente desnudo. Yo no recordaba haberlo visto en mi viaje anterior y ahora sé porqué: está ahí desde el 2007 (una año después de cuando fui). Antes estaba en el Claustro del Museo de Arte Popular de Innsbruck pues su desnudez provocó protestas. Es una escultura de Rudi Wach. La verdad, Nadie, me gustó. Me dio cierta paz y se ve bonito.

Lo primero que hice después de desayunar fue comprar una tarjeta de memoria para mi cámara. Encontré una en oferta y costó un poco menos que en México. Por fin, usaría mi cámara. Las fotos que te compartí de los días anteriores las tomé sólo con el celular.

Unos pasos más y estuve frente al Techo Dorado (Goldenes Dachl) que tanto le gustaba a Herwig. Es considerado el símbolo más famoso de esta ciudad. Está decorado con más de 2600 tejas de cobre dorado que el Emperador Maximiliano I mandó a hacer con motivo de su boda con Blanca María Sforza. Esta vez no entré al museo, sólo quería verlo. Herwig estaba muy emocionado cuando me llevó. En ese entonces ahí estaba la mujer dorada, una sonriente estatua viviente, amigable y hermosa. Ese día,muy cerca, en su lugar, vi a un mimo no tan simpático.

Tenía muchas ganas de conocer el Hofgarten (Jardín de la Corte). No me costó ningún trabajo llegar. Es del estilo de los jardínes ingleses, muy diferente a los que visité en Freising. Es muy grande. No lo recorrí todo, pero sí visité lo más que pude. Tú sabes, querido Nadie, que soy muy feliz en la naturaleza, rodeada de flores y de árboles.

Entré a la Torre de la Ciudad (Stadtturm) porque quería tener una vista panorámica de la ciudad. Subí los cientos de escalones y al final tuve un poco de vértigo cuando se me ocurrió mirar hacia abajo (el piso del centro es transparente y se pueden ver los escalones). Esta torre se terminó de construir en el año 1450 con el objetivo de que los vigilantes de la ciudad pudieran avisar a los habitantes de la ciudad de incendios y otros peligros. Una vez arriba, me quedé varios minutos disfrutando y tomando fotos. Por cierto, a la hora de irme, no podía salir de este museo. Busqué diferentes maneras y nada. Un señor, un poco divertido pero muy amable, me dijo que necesitaba mi boleto para hacerlo. Menos mal que lo había guardado. Lo metí en la máquina (la misma de la entrada) y listo.

Estuve paseando horas sin detenerme, aprovechando mis últimos momentos ahí. Nunca me sentí sola. No tengo tan mala memoria porque no me perdí ni necesité ayuda. De hecho, esa mañana casi no hablé excepto para comprar algo o preguntar por el precio de las cosas. Lo único fue que no pude recordar dónde vivía mi amigo, hubiera querido pasar por su casa. No se me ocurrió preguntarle a Angelika, quien más tarde cuando me llevaba a la estación del camión, como si adivinara mis pensamientos, me señaló la calle donde estaba.

Me comí un durum kebab antes de irme. Miré las casas de colores y el río por última vez. ¿Cuándo podré volver? ¿Volveré?

Angelika me abrazó muy fuerte antes de irse. La vi alejarse en su coche mientras yo subía al camión. Me sentí triste pero no me quejo. Encontré alivio en Tirol. No sólo pude despedirme de Herwig, sino vi a sus amigos que, gracias a él, lo son también míos. Me quedo con Austria en el corazón, llevo los Alpes conmigo. Cuando recuerdo esos días, me vuelvo a llenar de agradecimiento.

Ahora, para terminar, te cuento algunos detalles que llamaron mi atención:

  1. La mayoría de los restaurantes están cerrados los lunes y martes. Si tienes planes para salir a comer, evita que sea en esos días. El restaurante al que querían llevarme en Hinterhorn Alm estaba cerrado. Afortunadamente había uno abierto.
  2. No hay perros callejeros. Hay leyes para proteger a los animales y las multas/sanciones contra el maltrato animal son fuertes. No pregunté cómo son las reglas en los demás países que visité, pero nunca vi perros callejeros y todos los perros que vi, estaban bien cuidados y contentos con sus familias.
  3. Los austríacos se despiden con dos abrazos: de un lado primero y luego del otro. No sé si así haya sido siempre o haya cambiado por la pandemia pues Angelika se despidió de mí con dos besos como los belgas (uno en cada mejilla).
  4. Cruzar las calles es seguro (eso también en los otros lugares que visité). Tanto los automovilistas como los ciclistas y los peatones son respetuosos de las reglas de tránsito. En la mayoría de los cruces hay semáforos para peatones; si no los hay, el peatón tiene preferencia y los coches tienen que frenar sí o sí. De la misma manera, los peatones tienen que respetar los carriles de las bicis y no interpornerse. Cruzar las calles nunca me dio miedo, excepto en Amsterdam con los ciclistas, pero ya te contaré sobre eso después.
  5. Las manijas, Nadie: es raro como son allá. El departamento tenía un pequeño patio. Un día en la mañana quise salir y al abrir la puerta creí que se me venía encima. Me asusté. No, no se estaba cayendo, sólo se abrió como si fuera ventana, con una inclinación en la parte superior. La cerré como pude y ya no lo intenté de nuevo. El último día, le comenté a Angelika lo sucedido. Le dio un poco de risa y luego me explicó. La manija tiene tres funciones: para un lado se abre un poco (inclinada como me sucedió), para el otro se abre como puerta y para abajo (creo) se cierra. Esta explicación me ayudó para abrir las ventanas en los otros lugares que visité. Eso no me salvó de otra anécdota con las manijas en Amsterdam. Ya lo sabrás en su momento.

El camión me llevó a Munich, donde esperé dos horas mi camión a Praga. Esta vez sí tuve internet en el camino. Cené cualquier cosa en Munich. Hacía algo de frío. Hubo otro evento del Oktoberfest. Mirando hacia la estación de trenes, vi a las personas esperar su turno: eran jóvenes risueños en su mayoría. Cuando llegaban a la estación se oía una música muy fuerte.

En el camión a Praga me tocó irme hasta atrás. Fue demasiado incómodo, apenas pude dormir. Junto a mí también había personas mexicanas. Fue emocionante. Venían de Guadalajara, iban a estar un par de días en Praga y luego se iban a Dinarmaca o Noruega (no recuerdo) a buscar auroras boreales. Por fin pude hablar un poco de español, nos reímos un rato.

Nadie, es menos caro viajar en camión, pero hacerlo en la noche por varias horas y en la parte de hasta atrás, no es nada recomendable. Fue muy pesado. Llegué a Praga a las seis de la mañana y todavía estaba muy oscuro.

Gracias por leerme, Nadie. En mi siguiente carta, te contaré de Praga y mi reencuentro con mi amigo Dirk.

Carla

Cartas para Nadie. Quincuagésimo Octava Carta. Tirol, Austria. Wolfsklamm Gorge, Stan.

•noviembre 20, 2023 • Deja un comentario

13 de noviembre 2023

¡Hola! Te escribo mientras disfruto de una mañana fresca. Por primera vez en no sé cuánto tiempo no me estoy derritiendo. No puedo creer que estemos en noviembre y siga pareciendo verano.  

Antes de contarte sobre mi visita a Wolfsklamm Gorge en Stan, Austria, quiero hablarte un poco de cómo estuvo el clima por allá. A diferencia de Alemania de Baviera donde me tocaron días cálidos pero con un viento muy frío en la sombra, en Austria también hacía bastante calor durante el día pero sin viento y las noches eran gélidas.  Un par de veces me despertó el frío.

Mi segundo día en Tirol consistió en hacer senderismo en el desfiladero de Wolfsklamm en Stan. Me llevó Angelika con sus amigos, quienes desde el primer momento fueron muy agradables conmigo. Wolfsklamm Gorge (el desfiladero de Wolfsklamm también conocido como la Garganta del Lobo) está en las montañas de Karwendel y, por supuesto, es parte de los Alpes. 

Hace muchos ayeres en este lugar había animales salvajes como linces, osos y lobos.  Este era su santuario, el lugar donde encontraban refugio y estaban a salvo de los cazadores.  Como podrás imaginarte, hoy en día, estos animales ya no están ahí. Al último oso tirolés lo mataron cerca del desfiladero en 1898.

El paseo consiste en una caminata de más o menos tres horas. En la primera parte para llegar al desfiladero hay muchas escaleras de madera. Entiendo que son un total de 354 escalones, a mí me parecieron como mil. A lo largo del camino iba escuchando el sonido del agua. ¿Dolor? ¿Cansancio? ¡Ni siquiera pensé en eso! Mi cuerpo estaba vivo, fuerte, entusiasmado como no lo había estado desde que me lastimé la espalda en diciembre.

Sentí placer en cada paso. A pesar de los árboles, de la sensación boscosa, el viento estaba caliente, muy caliente.  Alrededor de mí, el infinito verde Alpes me sonreía. Entre puentes  y escalones de madera, llegamos a la cascada de agua esmeralda. Siempre me repito que la perfección no existe…pero en lugares como ése, me resulta imposible pensarlo. Los humanos somos imperfectos, pero la naturaleza, no.  Estaba tan maravillada que no sentí cansancio.

Seguimos avanzando y llamó mi atención ver muchas esculturas de piedra. Unas eran grandes; otras, muy pequeñas. Justo cuando iba a preguntar sobre ellas, los amigos de Angelika me dijeron que las personas al llegar ahí, las arman poniendo una piedra sobre otra. Se supone que es la figura de un hombre. Al terminarla piden un deseo. Si haces esto, Nadie, regresarás a este lugar (es como aventar una moneda en la fuente de Trevi en Roma).  Me animaron a crear mi escultura. No es tan sencillo como parece. Las piedras deben acomodarse bien o se caen, se resbalan.  Logré una muy pequeña y me sentí orgullosa.  Cuando regrese debo encontrar mi figura. ¡Imagínate! ¡Reconocerla entre tantas!

El recorrido no termina ahí. En la cima del desfiladero está el Monasterio de St. Georgensberg a donde llegan peregrinaciones el 13 de cada mes en los meses de verano, el último mes en que se llevan a cabo es octubre.  Ya no hay escaleras, sólo hay que subir y subir. Es un recorrido que dura como media hora.

Una vez ahí, entramos a la iglesia donde venden velas para ofrecerlas a los seres queridos que ya no están en este mundo (no sé si también se enciendan para pedir por la salud de alguien). Esa costumbre no es sólo de Austria, también la vi en las iglesias de los otros países de Europa que visité. Fue algo nuevo para mí pues eso no lo hacemos en México. Prendemos veladoras para pedir por alguien o algo, pero lo hacemos en la casa.  En las iglesias aquí es común llevar milagritos (dijes con motivo religioso) para agradecer la ayuda que se recibió, la salud del ser querido que estaba muy enfermo.  Allá no vi milagritos en ningún lado. Compré una vela para Herwig, la encendí y en silencio le di las gracias.

Al lado, hay un restaurante con mesas al aire libre. Estuve fascinada viendo los árboles gigantes, buscando hadas o seres mágicos.

Pedí de comer una sopa con un dumpling adentro. El dumpling se veía como una albóndiga pero estaba hecho de pan con tocino. Platicamos. En cuanto estuvimos listos emprendimos el regreso siempre rodeados de verde.  Pude ver vacas y la ciudad de Stan desde lejos.  Terminé entera, satisfecha y con la certeza de estar sana, por fin.  Fueron como cinco horas de ejercicio más el tiempo que estuvimos en el restaurante.  Nadie, amo  las montañas.

En la noche, Angelika, René y yo fuimos al centro de Innsbruck. Cenamos salchichas austriacas en un puestito. Estaba contenta con ellos.  Me acompañaron al departamento.  Nos despedimos  René yo,  pues al día siguiente, mi último en Austria, no lo iba a  ver. Espero no sea un adiós muy largo.

Mi expectativa en Austria era volver a los lugares a los que visité con Herwig; sin embargo, Angelika y René tenían otros planes.  Me consintieron y me alejaron de la melancolía.  ¡Bienvenidas sean las experiencias nuevas! Seguro Herwig nos acompañó desde donde esté.  Me quedé y sigo profundamente agradecida con ellos.

Tenia un día más y lo pasaría sola en el centro de Innsbruck.  En mi siguiente carta te mostraré las fotos.

Te mando un abrazo grande,

Carla

 

Cartas para Nadie. Quincuagésimo Séptima Carta. Tirol, Austria. Hinterhorn Alm. Hall. El Cementerio de Wilten.

•noviembre 9, 2023 • 1 comentario

7 de noviembre 2023

¡Hola! Mientras te escribo pienso en Herwig y su sueño de venir a México, sueño que no pudo cumplir. Justo en noviembre, el 21, sería su cumpleaños y el 17 es su aniversario luctuoso. Murió días antes de cumplir 60 años.  Volví a Innsbruck para despedirme de él como me resultaba imposible hacerlo en México.

De Freising viajé a Munich en tren. Después caminé a la estación de Flixbus y ahí tomé el camión que me llevaría a Innsbruck, Austria.  Sí, Nadie, el tren es más rápido y más cómodo, pero también más caro. Me ahorré más de veinte euros así.  De todas formas, estuve mejor ahí que en el estrecho avión de México a París.  Podía moverme con libertad, estirar las piernas y, además, me tocó al lado de la ventana.

Me quedé dormida casi sin darme cuenta. Cuando abrí los ojos estábamos por llegar a Garmisch, todavía en Alemania. Más adelante de la parada, en ese mismo pueblito, había varios niños camino a la escuela (supongo). Nos saludaron y sonrieron. 

Me puse a escuchar música mientras disfrutaba la vista.  A mi alrededor todo era nostálgicamente verde.  En ese inmenso verde de los Alpes, al ritmo de Dreams de Cranberries,  mis ojos se volvieron ríos. Al pasar por Seefeld, el lugar donde vi a Herwig por última vez hace diecisiete años, esos ríos se desbordaron en mi rostro. Me acompañaba la voz de Axl Rose con November Rain. Nothing lasts forever in the cold November rain… No hacía frío pero sí llovía en mí.  No era noviembre pero nada dura para siempre. 

Llegué a Innsbruck cerca del mediodía, ya en la parada del camión me esperaba René (mejor amigo, como hermano de Herwig, él y su esposa Angelika, estuvieron con él hasta el final).  Me abrazó muy fuerte. Todavía lloviznaba en mis ojos, él comprendió.  Nos sonreímos. Ya en su coche, platicamos. Él y Angelika planeaban llevarme a una montaña a comer ahí si yo no estaba muy cansada.   Conmovida, acepté sin dudarlo.

Me llevaron a Hinterhorn Alm en Hall, fue como media hora de camino.  Al salir del coche, respiré el aliento de las montañas.  Yo estaba en el corazón de los Alpes, en el estado de Tirol.  Era un día bonito. Angelika me dijo que llevé el sol conmigo pues los días anteriores fueron grises y feos:  tuvieron muy mal clima.   Querido Nadie, no lo llevé yo, fue un regalo de Herwig. Él llenó de luz mis estancia allá.

El restaurante al que fuimos me gustó. Nos sentamos afuera, por supuesto. René me recomendó pedir una Radler, bebida típica tirolesa. Es una mezcla de cerveza clara con limonada.  No pensé que fuera a gustarme, pero sí, me sorprendió su sabor tan fresco y dulce pero no empalagoso.  Por cierto, la Radler también es muy popular en Barcelona y Madrid.

Estás fotos las tomó Angelika. 🙂

René y Angelika me explicaron con detalle el menú. Entre los tres pedimos diferentes cosas para compartir. Ellos querían que yo probara lo más que pudiera y yo encantada de hacerlo. En este viaje me faltó  anotar los nombres de los platillos, así que sólo puedo mostrarte la foto y asegurarte que todo estaba delicioso.

Después de comer, caminamos. ¡Estaba rodeada de montañas y árboles! ¡Adonde volteara, ahí estaban! Llegamos a la granja de Walderalm. Había muchas vacas y me sorprendió la armonía del sonido de sus cascabeles. Parecían las campanas de una iglesia.   A unos pasos había una capilla pequeña llamada Maria Schutz.  La construyeron en la cima del Alpe (esta montaña) en 1965-67 para conmemorar el regreso de los soldados de la Segunda Guerra Mundial.  Entramos y está muy linda, el lugar ideal para una boda íntima, con muy pocos invitados.

De regreso, nos detuvimos en Hall, un pueblito tranquilo e ideal para pasear y luego sentarnos a tomar un cafecito. Esa era la idea, pero la cafetería estaba cerrada. Entonces, nos tomamos un campari (bebida italiana) en el restaurante de al lado y platicamos. Debo admitir algo, querido Nadie, no me cuesta ningún trabajo enamorarme de las casitas de los pueblos europeos, las de  Tirol, Austria, sobre todo.  Eso me encantó de Hall, aunque fue sólo un pedacito lo que pude conocer.

Nadie, nos alcanzó el tiempo para ir al cementerio de Wilten a ver a Herwig. Me tomó casi seis años llegar, pero lo logré. Sabes, la costumbre ahí es llevar veladoras.  Sí hay flores, pero en planta. El lugar no es lúgubre, solemne o sombrío, los árboles y las flores lo llenan de vida (por más paradójico que eso suene).  Si no llevas una veladora, ahí las venden. Hay una máquina expendedora, como las de refrescos. Escoges tu veladora, pagas y listo. Compré la mía y caminamos a la tumba. La encendí, la puse lo más cerca posible de su tumba. Los tres callamos. Nuestros pensamientos hablaban, sólo Herwig los escuchó.  Le di las gracias, le dije las cosas que nunca pude decirle en vida.  No me quedé con nada. Estuvimos de pie, sin movernos, varios minutos. Contuve el océano que casi salía de mi pecho.  Cumplí la promesa de volver y me despedí como necesitaba hacerlo desde que falleció.

Junto al cementerio está la Basílica de Wilten. Ahí se llevó a cabo la misa para Herwig en su funeral.  Cuando entré me recordó a la Iglesia de San Juan Bautista en Coyoacán. No sólo se parecía mucho, el aroma era el mismo. De la impresión me dolió la cabeza. Había varias personas rezando un rosario. No estaba permitido tomar fotos del interior en ese momento.

Cenamos una rica ensalada griega en casa de mis amigos y me llevaron al departamento donde iba a quedarme (es de ellos y me lo prestaron).   Me sorprendió el tamaño: grande y con patio.  Fue muy raro tener un departamento sólo para mí. Ahí no se escuchaba nada: ni voces de los vecinos, ni automóviles pasar, nada. Eso me abrumó un poco, más que nunca extrañé a mi familia, a mis perritas.

Angelika estaba muy emocionada porque al día siguiente me llevaría a otra montaña con sus amigos de la universidad.  Yo me entusiasmé. Esta vez sí ibamos a caminar a la cima, nada de llegar en coche.  Me preocupó un poco mi espalda, pero tuve la certeza de que estaría bien.  Sobre esa aventura en Wolfklamm Gorge, te contaré en mi próxima carta.

Un abrazo,

Carla

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Cartas para Nadie. Quincuagésimo Sexta Carta. Regensburg y Landshut.

•octubre 28, 2023 • Deja un comentario

Miércoles 25 de Octubre de 2023

¡Hola! Ya estoy en casa. Llegué bien y agotada. Apenas ahora puedo escribirte.   Te tengo una buena noticia: ¡Recuperé las fotos de la primera parte de mi viaje! ¡Tengo las fotos de Landshut! ¡No perdí ni una! ¡Qué alivio! 

En el tren camino a Dresden, en ese largo viaje, también pude escribirte acerca de mi experiencia en Alemania de Baviera, sólo no pude enviarte la carta en ese momento.  Ahora, por fin, puedo compartirla contigo. Aquí te la dejo.

3 de octubre de 2023

El sábado, mi segundo día en Alemania, decidí visitar Regensburg (recomendación de mi prima) y Landshut (vi varias fotos en México y quería conocerlo).  Para ir la mejor opción fue comprar el Bayernticket. Este boleto cubre casi todo el transporte en la zona de Baviera (Bavaria) en Alemania. Es mejor comprarlo en línea o en la máquina (cuesta dos euros menos que comprarlo en la taquilla).  Dura un día y medio ( 9:00 am a 3:00 pm del día siguiente).   De no hacerlo así, el transporte saldría bastante más caro.

Sigo en el tren. Escucho música, mi amigo Dirk está leyendo. Tengo espacio para mover mis piernas y ya con eso estoy tranquila.

Encontré la app perfecta para saber qué tren tomar y en qué horario. Se llama Moovit.  Con ella pude ver las opciones de trenes para llegar a Regensburg.  Eso me dio confianza y seguridad.  Te confieso, Nadie, que viajar sola sin Internet, para una persona desorientada como yo, ha sido un poco estresante. La única forma de saber cómo llegar a un lugar es preguntando. Tuve la fortuna de encontrar siempre personas amables y atentas que me ayudaron. 

Tomé el tren para Regensburg. Esta vez viajé sin un hoyo en el estómago, con más confianza en mí misma. Llegué a mi destino en hora y media.  No esperaba la cantidad de personas que había en la estación. En ese momento me enteré que es un lugar muy popular y yo no era la única esperando visitarlo.

Para llegar al centro (Altstadt), saliendo de la estación hay que caminar por Maximilianstraße, una de las calles principales.  Me sorprendió la majestuosidad de esta ciudad.  Estar ahí parada me alegró bastante. ¡Qué afortunada era yo por estar ahí!

Lo primero que vi fue la Catedral de San Pedro. Llamó mi atención por su estilo gótico, el cual me encanta. He leído que es un buen ejemplo de las construcciones góticas en la parte sur de Alemania. Tomé algunas fotos, pero lo reconozco, no son muy buenas.

Estuve muy contenta recorriendo las calles del centro, tratando de orientarme,  llenándome de color en esta ciudad viva, de fiesta. Me pareció un buen lugar para celebrar la vida y la oportunidad de viajar. Es también una ciudad ruidosa: voces, risas y música.  No me sentí estresada pues aunque había mucha gente, siempre tuve mi espacio vital.

Por primera vez en mi vida decidí no visitar museos. Me dediqué a pasear, a absorber la hermosura del lugar, a tomar lo que Regensburg me ofrecía y disfrutarlo.  Aprendí a contemplar, a distinguir los aromas de la ciudad, a caminar en el aquí y ahora.  El único museo al que deseaba entrar estaba cerrado por mantenimiento. 

Me emocionó caminar por el puente, Steinerne Brücke.  Probablemente fue construido entre los años 1135 -46.  Se usó como modelo para construir otros puentes de piedra en Europa entre los siglos XII y XIII.   Me quedé ahí un rato. Soy feliz cerca del agua, el Río Danubio en este caso. Las casitas al lado del río resplandecían. Sonreí agradecida por ese momento.  

Hay mucho qué ver y hacer en Regensburg, pero yo no tenía tanto tiempo. Regresé a la calle de Maximiliano, llegué a la estación a las tres de la tarde. Tomé el tren a Landshut.  Me senté junto a la ventana y pude disfrutar del paisaje. 

La estación de tren en Landshut no está tan cerca del centro.  Sería como media hora caminando. Si conociera el camino, eso habría hecho.  Me tomó unos minutos sentirme fuerte y salir de la estación. No me encantó lo que vi afuera, no me pareció nada atractivo el lugar.  Sabía qué camión tomar (el número 2) pero no dónde.  Una joven muy amable me dijo cuál era la parada. Llegué al centro en menos de 20 minutos.   Una vez ahí, mi opinión cambió: me sucedió algo muy parecido a cuando conocí Real del Monte en Hidalgo: me sentí en casa. Fue como si Landshut me abrazara, me susurrara que todo iba a estar bien. 

A diferencia de Regensburg, el centro de la ciudad es muy pequeño y no hay tanta gente. Las casas medievales y de colores me fascinaron. Me recordaron a las galletas en forma de pueblitos (como de cuentos de hada) que estaban en las portadas de las revistas de repostería americanas que tenía mi abuelita en su casa. ¡Qué ganas de quedarme ahí varios días!

Me dediqué a pasear, a empaparme de la belleza y afabilidad de este lugar. No, querido Nadie, no visité el castillo. Quizá debí haberlo hecho. Ahora tengo una razón más para volver. Me entretuve admirando las casas y las flores, escuchando la voz del río Isar.  La vista era increíble.  El cielo se reflejaba en el agua. Me sentí feliz, libre, fuerte, incluso bella.  No necesité nada más. Estuve un rato sentada en una banca cerca del puente, del río, absorbiendo cada detalle. Una banda empezó a tocar blues. Los escuchaba en las nubes. ¡Qué lugar tan acogedor! ¡Quería quedarme ahí!

Sólo conocí el centro, sólo tuve una tarde, pero Landshut acarició mi corazón, me habló, me hizo sentir radiante.   Me hubiera encantado conocer la noche y la luna en Landshut.

Ya era un poco tarde cuando tomé el tren de regreso. No esperaba que estuviera lleno, de suerte no me tocó ir parada.  La mayoría de las personas estaban muy alegres gracias al alcohol. Me sorprendió ver a varias tomando cerveza bien a gusto.  No podía creerlo: en México está prohibido tomar alcohol  en el transporte y en la vía pública. No entendía que estaba pasando.  Al llegar a la estación, por lo general silenciosa y casi vacía,  había más personas también tomando cerveza y haciendo mucho ruido.  Había basura tirada en la estación y hasta una botella rota en la calle.  De pronto, lo recordé: hubo un evento del Oktoberfest.  Las personas regresaban a sus casas. 

Por cierto, más tarde, mi  prima me dijo que en Alemania  sí está permitido tomar cerveza en el transporte público, en la vía pública y hasta en el cine. Según entendí, no la consideran bebida alcohólica, es tan común que la toman hasta en el desayuno. ¿Cómo ves?

Tuve que esperar una hora para tomar el camión. Los fines de semana hay menos camiones y trenes. Los camiones sólo pasaban una vez cada hora. En las paradas están los horarios de los camiones de todos los días de la semana.  Hay que subirse a los camiones o tranvías en las paradas, no es como en México que se paran en cualquier lugar si te ven esperando.

Debo decirte que el sistema de transporte es organizado, bastante bueno y también muy caro. Además está basado en la confianza. Compras el boleto pero rara vez te lo piden. En mi estancia allá, sólo me lo pidieron una vez.  Eso sí, si pasan a pedir el boleto y no lo tienes, la multa es bastante grande.  

A pesar de la barrera del idioma, es posible saber en qué andén esperar al tren. Hay una pantalla dónde se ve la información de salida y llegada de todos los trenes (cómo las de los aeropuertos).  En el andén, en  la parte superior, hay una pantalla de rectángulo donde se ve el número y destino final del tren que está por llegar. En la mayoría de los trenes, en cada vagón, hay una pantalla que indica en qué estación estás y luego las estaciones que faltan para llegar a a la última. Esto también lo tienen varios camiones. Gracias a esto es difícil confundirse o pasarse.  Eso me ayudó mucho a calmar mi ansiedad, mi miedo a pasarme o perderme.

Mi último día en Alemania lo pasé caminando por Freising. No sé cuántas horas caminé pero valió la pena. Llegué al centro.  Lo recorrí hasta llegar a la catedral. Me costó un poco encontrarla, hay que subir mucho. No pude visitarla porque estaba cerrada por remodelación. Ni siquiera pude fotografiarla. Por lo menos ahí, tuve una bonita vista panorámica de Freising.

Después visité dos jardines botánicos (como si fuera uno enorme pues están unidos): Sichtunsgsgarten y Weihenstephanner Garten.  Es un paraíso para quienes amamos las plantas, la naturaleza. No sé si estuve dos o tres horas ahí.  Me detuve en cada flor. Había varias que no conocía.  Vi abejas, avispas, abejorros todo el tiempo.  También vi algunas mariposas. 

Hay suculentas de varios tipos. También hay estanques. ¡Vi lirios acuáticos! Me cercioré de haber recorrido el lugar completo antes de irme.  Estaba agotada.

La naturaleza me vuelve fuerte.  Me enamoré de esos jardines, de las flores que vi, de los insectos. El sol estaba acabando conmigo, pero valió la pena.  Terminé bañada en sudor.

En la tarde noche, en el centro, mientras mi familia iba a misa, entré al restaurante Freisinger Augustiner. Ahí tomé una exquisita cerveza oscura y una antipasta Teresa (platillo típico).  Un señor al ver mi camarita (una akaso), se emocionó. Me contó que tenía una parecida. Me quiso tomar un video con mi cerveza. Fue divertido. Se me olvidó cómo decir salud en Alemán (no hablo el idioma pero eso sí lo sabía). Me reí cuando me dijeron.   Nunca  había tomado una cerveza yo sola en un restaurante. No esperaba disfrutarlo tanto.

Te cuento algunos detalles que me llamaron la atención.

  1. Las personas que piden limosna, no te hablan, se te acercan y te muestran una moneda.
  2. Vi a mucha gente vestida con los trajes típicos de Baviera. No es un disfraz ni mucho menos. Me dijo mi prima que lo usan cuando van a eventos formales como bodas, graduaciones. Por eso es común ver en las calles, en el transporte público a personas portando tan elegante vestimenta.   Los trajes son muy caros.  Me encantó cómo se ven.  No les tomé fotos por respeto. Para mí eso hubiera sido como tomarles fotos en las calles de mi ciudad a las personas arregladas para ir a una boda o a un evento importante.
  3. Es necesario tener licencia para andar en bici en la calle. Desde pequeños los niños se preparan para eso. Creo que a finales de la primaria ya  pueden hacer el examen para obtenerla.

Además de pasear, pude convivir con mi tía, mi prima y mis sobrinos.  La última vez que vi a mis sobrinas estaban muy chicas y mi sobrino todavía no había nacido. Conocerlo y  reconocerlas me hizo mucho bien.  Uno de los principales motivos de mi viaje es convivir con las personas que amo y a quienes tenía mucho tiempo sin ver.

Empaqué antes de irme a dormir. Ya estaba lista para la segunda etapa de mi viaje: Austria.

¡Hace mucho calor en el tren!

Cuídate mucho,

Carla

P.D. La ventaja de no haberte enviado antes esta carta, es que ahora puedo incluir las fotos que había borrado. Te escribo pronto para seguirte contando mis aventuras.

Cartas para Nadie. Quincuagésimo Quinta Carta. Dachau

•octubre 8, 2023 • 2 comentarios

3 de octubre 2023

¡Hola! Estoy en el tren camino a Dresden. Es un día soleado. Estamos en un vagón muy cómodo y lo celebro pues el viaje dura siete horas para llegar a Berlín. Después de una escala de dos horas, nos tomará dos más llegar a Dresden. Hoy toca estar todo el día en el tren y yo aprovecho para escribirte pues me ha resultado imposible hacerlo antes.

No lo vas a creer, pero mi primer día en Alemania empezó a las 10:30, momento en el que abrí los ojos y me desconcertó ver la hora. ¡Nunca me despierto tan tarde y  menos si estoy de viaje!

¡Mi tía me preparó el desayuno! Después mi prima me ayudó a comprar el boleto en la estación para ir a Dachau, el campo de concentración. Me explicó cómo llegar. La verdad, no era nada del otro mundo, pero en Laim, München me dio un ataque de pánico cuando me subí al tren que iba a Dachau. Me bajé lo más rápido que pude. Estaba temblando. No sé porqué me alteré tanto. No había razón alguna. Por supuesto perdí el tren, pero en 20 minutos llegó el siguiente y ya estaba más tranquila.

Me está costando trabajo encontrar a la Carla fuerte y segura. Una buena parte del tiempo me siento frágil, como si el viento fuera a doblarme.

Los alemanes en su mayoría son amigables y aunque no hablen inglés, buscan la manera de ayudar cuando les preguntas algo.  Jamás me dejaron sola cuando necesité apoyo.

El tren que va hacia Petershausen es el que te lleva a Dachau. Al llegar, saliendo de la estación, está la parada del camión que te deja en la entrada del Campo de Concentración. Es el 726. Son pocos minutos de camino.

Me hubiera gustado mucho encontrar una visita guiada en el museo, pero llegué tarde y ya no había. Me tocó recorrerlo sola.

Antes de la segunda guerra, con Hitler ya en el poder,  se crearon algunos campos de concentración para los presos políticos. Dachau fue uno de estos campos. Los primeros presos llegaron en marzo de 1933.  Más adelante, ahí también llevarían a los polacos, gitanos, judíos, testigos de Jehová, homosexuales, prisioneros de guerra.

Me tomó por sorpresa la belleza natural del lugar: árboles altísimos e impresionantes, estábamos rodeados de verde.  No esperaba encontrar nada agradable aquí. Aunque la naturaleza sigue su curso, la huella del sufrimiento está ahí y nunca va a borrarse.

Árboles en Dachau.

El silencio pesó desde el primer minuto. No hubo sonrisas. Avanzamos sin palabras, como si nos envolviera un luto sempiterno. El lugar no estaba vacío pero el sentimiento de soledad se intensifica en cada paso.

En el suelo hay varios rectángulos grandes, están numerados. Ahí estaban las barracas donde vivían los presos. La mayoría eran inocentes estaban ahí por sus ideas, por el lugar donde nacieron, por sus principios, por razones que no ameritan el horror que vivieron.  En realidad, Nadie, sinceramente ningún ser vivo se merece ese trato sin importar cuáles sean las circunstancias.

Campo de Concentración Dachau

Yo no sabía que, años después de la guerra, dentro del campo se construyeron iglesias y capillas. Yo entré a éstas: la Capilla de la Agonía Mortal de Cristo, el Convento de Carmelitas de la Preciosísima Sangre, la Iglesia Evangélica de la Reconciliación, la Capilla  Ruso-Ortodoxa.

Las personas en estos lugares encienden velas para las víctimas y les dejan flores, sobre todo, rosas rojas. Me llamó la atención pues en México acostumbramos a dejar flores blancas.

 

Dachau, Campo de Concentración

También hay un  Monumento Conmemorativo para las víctimas. Es muy oscuro y no se vería nada si no fuera porque en una esquina hay una abertura por donde entra la luz, la luz que nos salva de las tinieblas.

Monumento Conmemorativo

Pues, Nadie, entrar ahí me llenó de escalofríos. Me dolió la cabeza, me sentí un poco mareada y me invadió un olor muy penetrante a cenizas. Fue inevitable pensar en la muerte, en un dolor interminable. Por lo mismo, no permanecí mucho tiempo adentro.

A las tres de la tarde -sólo a esa hora- suena la campana conmemorativa (donada por los sobrevivientes austriacos).  Es un llanto seco que quiebra el silencio. Golpea el alma. No sé si decirte que fue aterrador y horrible o desgarradoramente hermoso. Es probable que ambas cosas.  Si me hubiera levantado temprano, no lo habría escuchado. Afortunadamente lo hice.  

Entré a las barracas que fueron reconstruidas y donde te muestran cómo era la vida de las personas ahí adentro. He leído mucho sobre el tema, pero verlo supera cualquier cosa que me haya imaginado.

También puedes ir al crematorio, pero no lo vi y así fue suficiente. Después vendría lo más duro en Auschwitz ( de eso ya te contaré en otra carta).

Además del campo, hay un museo bastante grande, con varias salas. Me esforcé en absorber la información, pero al final ya estaba sobrecargada: mi cerebro no podía asimilar ya nada.

Salí, cómo siempre me sucede cuando se trata de las atrocidades que somos capaces de hacer los seres humanos, llena de preguntas sin respuesta. ¿Por qué desperdiciar tanto ingenio, creatividad e inteligencia en encontrar maneras de torturar y destruir las vidas de otros seres humanos (de los seres vivos en general)?  Nunca voy a entender el sentimiento de superioridad de nuestra especie cuando, a menudo, es todo lo contrario. No se puede considerar superior quien no respeta la vida de los otros ni el planeta que es su casa.

No es sólo Dachau o la Segunda Guerra, es el mundo entero en todos los tiempos de la humanidad: en el pasado, en el presente y seguramente también en el futuro…

No tengo nada más que decir al respecto.  El mismo camión (726) que te lleva al campo, te regresa a la estación. Necesité un poco de ayuda para encontrar la plataforma del tren para regresar pero no fue difícil.

Llegué con mi prima a cenar. Platicamos. También pude convivir un poco con mis sobrinas y sobrino.

Logré llegar a Dachau a pesar de mi ansiedad. Me pregunto qué diría la Carla de hace diecisiete años, que cuando viajó sola a Europa se sentía fuerte, la dueña del mundo entero, de esta Carla tan tímida y ansiosa?

El sol pega duro. A pesar del otoño,  en estos días ha hecho más calor que frío.

Todavía faltan tres horas de camino, quizá en un ratito pueda escribirte sobre mi tiempo en Alemania (Baviera).

Un abrazo, Carla

P.D.  Te compartí pocas fotos pues accidentalmente borré las de mi cámara y sólo tengo las del celular. Espero poder recuperarlas.

Cartas para Nadie. Quincuagésimo Cuarta Carta. Avión.

•septiembre 22, 2023 • 3 comentarios

22 septiembre 2023 (madrugada)

¡Hola! ¿Cómo estás? Después de diecisiete horas de viaje, llegué a Freising, Alemania, donde vive mi prima, a quien no veía desde hace casi cinco años.

¿Por qué no te escribí en el avión? Sucedió lo inimaginable: no había manera de hacerlo. Estaba lleno. Casi no había espacio entre los asientos. Soy alta y ni siquiera cabía bien. No podía moverme sin incomodar a la persona que tenía al lado y viceversa. La mesita estaba muy pequeña y hasta comer fue difícil.

En el avión

No vi a ninguna persona leyendo, escribiendo o en la computadora.  No, Nadie, tampoco leí nada.

Me angustié mucho con esa situación. No estaba segura de cómo sobrellevarla. Escribir me salva del miedo a los aviones y de mis pensamientos negativos. ¿Qué podía hacer?

Lo único que se me ocurrió fue poner una película. Encontré Moulin Rouge y me dieron ganas de volver a verla.  Me relajó tanto que me quedé bien dormida. Eso, querido Nadie, nunca me había pasado: en aviones y camiones soy  insomne. Entonces pasé el resto del tiempo dormitando y despertando cuando el cuello me dolía por la posición.

Quité la película, medité y cuando la ansiedad parecía volver, puse uno de mis playlists de Spotify. Pude dormir de nuevo.

Fuera del asiento tan horrible, el vuelo estuvo bien: no hubo turbulencias, los sobrecargos eran amables y la comida estuvo rica. No me quedé con hambre.

En ningún momento tuve pensamientos desagrables ni tuve a la muerte tan presente como suelo tenerla cuando estoy en un avión.

Hice escala en el aeropuerto Charles de Gaulle en París. Pasé migración rápido sin procesos pesados (cómo los de Estados Unidos). Es un aeropuerto enorme, frío, muy ruidoso. Pareciera que ahí los vuelos  son gratuitos pues estaba a reventar.  Tanto las salas de espera como los restaurantes estaban llenos.   Hasta para ir al baño había que formarse y la fila era larga.

Me estresé mucho, quería alejarme, irme corriendo.  Además, Nadie, en París las personas no sonríen.  Si tú lo haces, te miran feo.  No es personal, pero de todas  formas me desagrada.

Me alteré tanto que no podía hablar francés. Mi cerebro se quedó en blanco hasta que, varios minutos después, encontré lugar para sentarme en una cafetería donde me tomé el más exquisito té verde de zmín y un muffin de blueberry.   Pude expresarme bien con la señorita que me atendió y después me felicitó por mi  francés. ¡No me lo  esperaba!  ¡Superé el bloqueo!

Esperando en Charles de Gaulle

Afortunadamente no estuve mucho tiempo ahí. Abordé el avión a Munich. Los asientos eran grandes y con más espacio entre ellos.  Ahí sí podía moverme con libertad, a gusto. Me pareció muy corto el vuelo. Me dieron un sándwich de pepino. Mi abuelita preparaba unos muy parecidos y  me acordé de ella. También de mi mamá que me los hacía para el lunch de la escuela cuando yo estaba en primaria.

Es pequeño el aeropuerto de Munich, al menos en comparación con el Charles de Gaulle.  Me tomó menos de cinco minutos llegar a la salida. Un taxi me trajo a Freising. No hablaba inglés ni yo alemán,  pero se esforzó en lograr que lo entendiera.

Mi prima ya me esperaba emocionada.  Mi tía y mi sobrina, también. ¡Estoy con mi familia!

Mi espalda está mejor que nunca. No imaginé estar tan bien después de haber pasado tantas horas sentada en el avión. Todavía no me la creo.

Estoy agotada, pero no tengo sueño. Eso me pasa por dormirme en el avión.

Un abrazo para ti.

Carla

Cartas para Nadie. Quincuagésimo Tercera Carta. Nervios.

•septiembre 19, 2023 • Deja un comentario

18 de septiembre 2023

¡Hola! ¿Alguna vez has querido llorar sin tener un motivo? ¿Has necesitado hacerlo a pesar de estar bien, de tener una ilusión, de estar a punto de cumplir un sueño?

Así estoy en este momento. Tengo la sensibilidad en la garganta. Me desbordo de alegría, de agradecimiento, de ilusión pero también de melancolía. Tengo la pandemia en el cuerpo: ya olvidé cómo navegar en las multitudes, cómo interactuar con personas desconocidas. Mi pequeño universo consiste en mi familia (incluyendo a mis perritas), mis amigos cercanos, mis plantas, el gimnasio. Casi no salgo de casa, de mi lugar seguro y cómodo.

En estos días viajaré sola y lejos de aquí. Es lo que he deseado por años. Estoy encantada, Nadie, será increíble, lo sé.  Sin embargo, en este momento pienso en la infinidad de cosas que me tocará hacer sola, en las veces que necesitaré hablar con extraños y convivir o estar rodeada de muchas personas… Entonces, Nadie, a mi estómago deja de gustarle la comida. No lo niego, esta noche me siento frágil; pero sé que estoy lista para salir de este trance. Me convertiré en un roble de voz sólida.

Bueno, querido Nadie, tengo un sinfín de cosas que resolver antes de irme y ya voy tarde.

Te escribiré pronto quizás en el aeropuerto o en el avión. Te mantendré al tanto de mis andanzas.

Carla

P.D. Te comparto una foto de las flores de mi balcón.

Fucsias