Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Trigésimo segunda carta.

23 de agosto de 2021

¡Hola! Aquí estoy después de un prolongado e irrompible silencio De la pandemia sólo te diré tres cosas: volvimos al semáforo rojo pero dejando abiertos los establecimientos (nuestra economía no aguantaría otro cierre más), ya tengo mis dos vacunas y, como te imaginarás, no habrá fiesta karaoke para celebrar mi cumpleaños.

Te escribí en junio. En este tiempo sin comunicarme contigo, celebramos a mi papá, a mi hermano y a su suegra después de meses sin reunirnos, operaron a mi mamá de la rodilla (la operación salió muy bien) y mi sobrino anda con muletas (se cayó y también se lastimó la rodilla). Mi querida Rebeca cambió de carrera y está en las nubes. A pesar de esta pesada vida virtual, está disfrutando sus clases. Yo hice algunas correcciones de estilo y me encantó hacerlo. Eso, junto con las clases particulares de inglés que he estado dando, me mantuvo ocupada.

Por fin logré disciplinarme con la comida, cambié mis hábitos y bajé ocho kilos. ¡Mi abdomen ya no está inflamado! Eso sí, todos mis pantalones me quedan enormes pero ya puedo ponerme mis faldas. ¡Mi fuerza de voluntad está regresando! El reto ahora es continuar así, sin ser tan estricta, claro está, y menos ahora que se acerca mi cumpleaños. No me quedé atrás con el ejercicio. Después de más de seis meses, volví a correr. ¡Fue increíble!

Querido Nadie, estaba muy bien hasta que empecé a sentirme agotada, débil, sin ganas de hacer las cosas. Caí en una crisis muy severa de ansiedad. Mi cuerpo pareció convertirse en coleccionista de miedos y vacios. Empecé a deambular como zombi, vacía y ajena a mi entorno. Hacer ejercicio y tejer eran las únicas actividades que podía realizar. Tampoco ayudó que a los vecinos no les importaran mis plantas en el jardín del área común. Sus perros casi acaban con mis albahacas, le arrancaron una rama a mi rosal (hace meses acabaron con uno completo) y esa zona del jardín estaba llena de heces que nunca recogían. Al menos ahora ya pusimos una malla para protegerlas. Es muy doloroso que esa sea la única manera de obligarlos a respetar la naturaleza.

¿Por qué los humanos seguimos creyendo que somos superiores? Es devastadora la cantidad de personas que piensan que sólo la vida de los hombres/mujeres importa (y, a menudo, esa tampoco). Eso me desgarra el corazón. Entre mis miedos y la crueldad humana, perdí el control. Se desbordó mi sensibilidad y los pensamientos negativos (la «realidad» apocalíptica de la ansiedad) me atraparon. Desde entonces estoy demasiado consciente de mi fragilidad, de las circunstancias adversas que nadie puede controlar, de mi impotencia para cambiar ciertas situaciones. Meditar me ayudó a no perderme por completo pero me quedé sin palabras, sin estabilidad, sin calma.

Me enfermé (tenía los ganglios muy inflamados). Tosía mucho, me dolía la cabeza y estaba más débil. Necesité reposo y antibióticos. Después llegó la vacuna. No tuve la reacción de la vez anterior, pero sí la garganta irritada un par de días. ¿Qué puedo decir? No he regresado al gimnasio. Seguí empeorando, Nadie. El insomnio regresó, mis ojos parecían llenos de nubes o agotados, me faltaba el aire al respirar, regresaron las noches de hormigueos en mis extremidades. Quería volver a mi rutina, escribir, correr pero me resultaba imposible salir del averno helado autoinfligido donde no tenía control alguno sobre mis pensamientos dañinos y aterradores.

Lo peor ya pasó. Todavía tengo melancolía y cansancio, sigo batallando con el insomnio pero empiezo a estabilizarme y ya soy capaz de expresar mis ideas, de sentirme.

Extraño los atardeceres que todavía no se ven por mi ventana, salir de la ciudad, visitar la playa. Agradezco las fotos de la naturaleza que me envía un amigo muy querido. Son un regalo en estos días sombríos.

En otras noticias, el verano ha traído alegría a mis plantas. Sus lluvias las han hecho sonreír y colmarse de flores. El epazote ha dado muchos retoños. Pude regalarle a mi mamá una lavanda saludable y fuerte de los esquejes que sembré, ya tengo casi diez lavandas bebés y una violeta nueva (de una hoja que dejé en agua).

La lavanda de mi mamá. 🙂

Mi jardincito y mis perritas me ayudan a regresar al aquí y ahora. Estar pendiente de ellas me ayuda a sanar. Mi familia me tiene paciencia y me apoya. Jea siempre encuentra la manera de hacerme reír con sus ocurrencias. Tiene muchas, sólo imagínate, Nadie, que sueña con palíndromos. Rebeca siempre tiene una palabra de aliento o un nuevo chisme para distraerme. Es divertido. Me dan vida y esperanza.

En las mañanas cuando despierto lo primero que hago es dar las gracias por las bendiciones en mi vida, por un día más de ver el cielo, escuchar la música, de jugar con mis perritas. Ahora también lo hago en las noches antes de dormirme y eso me ayuda a cortar las ideas negativas que trae la ansiedad.

Nadie, muchas gracias por ser paciente conmigo y acompañarme en este casi año y medio que lleva la pandemia. Es la primera vez en mucho tiempo que logro escribir con libertad, con el corazón abierto, sin censurarme, sin arrancar las hojas, sin tacharlo todo porque me envuelve la vergüenza, sin arrepentirme o callar.

Por última quiero contarte que fui muy afortunada porque vino Fabricio a México y después Valeria; él desde Pittsburgh y ella desde Londres. Ellos no saben el sosiego y alegría que me trajeron al verlos. Fue refrescante salir, visitar parques hermosos casi sin gente de la Roma y de la Condesa, platicar, convivir, reír. ¡Vinieron a México y pude verlos! ¡Qué gran obsequio de la vida!

Tengo más historias que contarte, pero quedan pendientes para la próxima vez. No te haré esperar tanto, lo prometo. Espero te gusten las fotos de mis plantas.

Un abrazo, Carla

~ por Naraluna en agosto 25, 2021.

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