Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Vigésimo cuarta carta.
13 de noviembre de 2020
¡Hola! No creas que te he olvidado. En estos meses cambió mi rutina y – aunque parezca increíble- no había tenido tiempo de hacerlo. Mi pluma bailó cuando sintió mi mano acercarse y esta hoja está contenta: ya quiere llenarse de palabras.
Nadie, no tengo idea cuándo acabará esta pandemia. De nuevo el virus ataca con fuerza y esta especie de confinamiento no tiene fecha de caducidad. Aunque se abrieron algunos lugares con el objetivo principal de ayudar a la economía del país, muchas personas siguen trabajando en casa y los niños y jóvenes no han regresado a la escuela/ universidad. Siguen buscando sobrellevar las cosas con la educación en línea y te aseguro que a veces esto puede parecerse al infierno.
En fin, no tengo idea de cómo será el futuro pero sí tengo claro el daño que nos ha hecho el confinamiento. Por lo tanto, querido Nadie, salgo poco pero salgo. Sí, claro, siempre con el tapabocas puesto y con todas la precauciones necesarias. Pasé cuatro meses sin ver a mis hermanos. Los vi una vez y luego pasaron alrededor de tres meses más. Fue muy duro sobre todo para mi mamá (a ella ninguno pasamos tanto tiempo sin verla, eso sí, pero la distancia era grande). Ahora como familia nos reunimos más seguido y eso nos ha traído paz a todos.
Una de las cosas más duras de esta pandemia es que nos ha llenado de temor y soledad. Sin dejar de cuidarme a mí y a los demás, hay que quitar la pausa y avanzar. Es necesario cerrarle las puertas al miedo y preocuparnos por nuestra salud mental y física.
Mi hermana, mi mamá y yo tomamos una decisión muy difícil pero que nos ha traído más bienestar del que esperábamos: regresar al gimnasio. Para poder ir hay que programar una cita, es imperativo usar tapabocas todo el tiempo. Ahora es un lugar solitario y solemne. Extraño socializar, reír, hablar con alguien sin pensar en la sana distancia, convivir, pero eso no sucederá pronto. Volver nos ha cambiado la vida y también el ánimo. Esto me ha ayudado a – por fin- disciplinarme también para comer y ya logré bajar dos kilos. Si sigo así, en pocos meses volverán a quedarme mis faldas.
Puedo decirte que soy feliz estas mañanas en las que nos vamos juntas a hacer ejercicio. A veces nos invitamos un cafecito al terminar y convivimos un poco antes de volver a casa a nuestras respectivas rutinas.
Aunque estamos conscientes de que no ha terminado todavía, necesitamos curarnos las heridas que nos ha dejado el confinamiento. No quiero volver a estar en pausa nunca.
Nadie, hay que abrir las puertas de nuevo y eso me mueve ahora. A pesar de las tormentas y los eventos raros de este 2020, vuelvo la mirada a la vida, dejo atrás las sombras y permito que me guíe la luz. Avanzo hacia ella y encuentro paz.
Agradezco cada abrazo que recibo, cada palabra de aliento, cada muestra de cariño. A veces las tinieblas podrán nublar mi pensamiento, pero el amor y la amistad que bendicen mi vida siempre me ayudan a regresar al universo de sonrisas donde quisiera quedarme. Son ellos los que me inspiran para seguir adelante.
Hablando de cosas bonitas, quiero compartirte algo que me sucedió esta semana y que me sigue llenando de una felicidad muy profunda que me aleja del trauma del confinamiento y otros demonios.
Desde muy pequeña mi mamá compartía conmigo su fascinación por las películas de terror. Crecí con Alligator, Tiburón, las películas de plagas como Tarántula y Enjambre, las de los bichos gigantes- químicamente alterados por el error de algún científico- como las hormigas y, por supuesto, las de asesinos seriales y monstruos. Claro, mis favoritos eran Freddy Krueger, Mike Myers, Jason Voorhes y Chucky. Es por ella que me convertí en amante de este género (excepto de las películas gore) y que no suelo asustarme con estas películas. Cabe mencionar que ahora mi hija también disfruta mucho de este género (me temo que la contagiamos).
El miércoles mi mamá, Rebeca y yo vimos una película de terror juntas. Escogimos El Conjuro 2. No recuerdo cuándo fue la última vez que vi con mamá una película de terror, que pasamos una tarde así. Mi mamá sonreía. Las dos comentábamos un poco la película mientras Rebeca intentaba no asustarse. Se divertía. Mi mamá me abrazó y me acarició la cabeza como cuando era niña y yo, a mi 44 años, me sentí protegida y muy amada. Me quedé junto a ella, dejando que me consintiera, disfrutando.
La vida, mi querido Nadie, tiene sus tinieblas pero también sus arco iris y días soleados. Ese fue el arco iris que ninguna lluvia borrará de mi pecho. Para mí la felicidad es la colección de estos instantes con las personas que amo. Puedo asegurarte una cosa: no volveré a permitir que la pandemia me prive de estas experiencias. Abrazaré a mi familia lo más que pueda por el tiempo que me sea posible. Ninguno en este planeta tenemos la vida comprada y me niego a seguir en pausa, con temor, esperando al incierto mañana en el que todo se habrá resuelto…
Me estoy adaptando al tapabocas o por lo menos me obligo a hacerlo. No creas que vivo en fiestas ni rodeada de gente (eso ni siquiera lo hacía antes de la pandemia) pero es necesario entender que el tiempo no se detiene ni siquiera por el coronavirus.
Repito las palabras de una maestra muy querida y admirada del Diplomado de Tanatología que estudié: la vida sigue y nosotros con ella. ¡Nosotros con ella!
Nadie te prometo que saldremos adelante y seguiremos coleccionando instantes felices.
Te escribiré pronto, todavía tengo muchas historias que contarte.
¿Puedes creer que llegará la Navidad y seguiremos en esta especie de encierro?
Cuídate mucho.
Carla
P. D. Te mando una foto de mis geranios, cada día están más hermosos.
~ por Naraluna en noviembre 14, 2020.
Publicado en Escribir, Reflexiones durante el distanciamiento social por coronavirus, sentimientos y vida
Etiquetas: a salir adelante, carta para Nadie, curar las heridas del confinamiento, hora de sanar, la vida en tiempos de la pandemia, la vida sigue, no más temor a la pandemia, regresar al gimnasio en tiempos del coronavirus, ya no voy a vivir sin miedo