Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Vigésimo tercera carta.
¡Hola! El miércoles fue mi cumpleaños número cuarenta y cuatro. Me hubiera gustado celebrarlo con un karaoke y la casa llena de amigos, pero en estos momentos eso no puede ser. A pesar de todo, querido Nadie, fue un día muy feliz.
Me desperté muy temprano y a las seis de la mañana ya estaba en la calle corriendo. Me regalé una carrerita deliciosa donde pude ver el amanecer. Ya no tuve miedo ni estrés: fueron nueve kilómetros de bienestar, de empezar a encontrar la música en mi cuerpo. Sigo avanzando a un paso lento y me sentí satisfecha. Después el ejercicio me regalé un exquisito café del Buentono Café con una galleta de chispas de chocolate (me encantan) y regresé a la casa muy contenta.



Tengo la impresión de que a muchos nos ha hipersensibilizado la pandemia y tenemos más presentes a las personas que son (o han sido) parte de nuestra vida. Te digo esto porque no sólo recibí más llamadas y mensajes que en años pasados, sino que fueron mucho más emotivos, hasta mi hermano que no suele hablar mucho, estuvo más cariñoso y platicador esta vez. Recibí mensajes de amigos y compañeros de la prepa a quienes tengo años sin ver. Fue inesperado y bonito. Por supuesto que mis amigas más cercanas estuvieron presentes y no podía faltar la feliz videollamada de Fabillo y su familia, llena de música y buenas noticias.
Desde temprano me felicitaron Jea y Rebeca. Me sorprendieron con un regalo genial: Una playera y un pin de The Cure. ¡No podría ser mejor! O bueno eso creía yo, porque luego Jea me dijo que también me regalaba un libro, que lo escogiera yo. ¡Doble regalo para mí!

Mi mamá vino a comer y Rebeca cocinó muy rico. Estuve muy consentida, más de lo que imaginaba.
Ese mismo día fui a la Gandhi por mi libro. Volví después de seis meses de no pisar una librería. No exagero cuando te digo que estaba en el paraíso. Casi lloro, pero me contuve. Estaba tan en las nubes que ni siquiera el tapabocas me puso de malhumor. Deambulé por los pasillos sin prisa, mirando a detalle cada libro que me interesara, deseando comprarlos casi todos. Paseaba feliz. La Gandhi estaba casi vacía y si no fuera por el mareo provocado por el tapabocas, me habría quedado más tiempo. Encontré los libros que buscaba y mi mente por fin se va desconfinando. Ya estoy respirando de nuevo. Sabes, Nadie, ya casi no he tenido ansiedad y cada vez duermo un poco mejor. Creo que por fin el insomnio angustiado está dejándome en paz.
En la noche de ese mismo día, llegaron de sorpresa nuestras queridas vecinas con un hermoso pastel para mí. ¡Qué afortunada soy! ¡Viva la vida! El pastel estaba delicioso – por cierto, lo acompañé con una cervecita- y la plática lo estuvo más.

Me costó un poco de trabajo dormir porque estaba tan emocionada que mi corazón no se desaceleraba, una y otra vez repasaba las felicitaciones recibidas, la alegría y a pesar de que estaba muy cansada tenía muchas ganas de bailar.
Eso sí, Nadie, no hubiera estado tan completa la celebración si el fin de semana anterior no hubiera venido mi familia. Tuvimos casa llena: mis papás, mis hermanos y mis sobrinos. ¡Por fin pude ver a mis sobrinos! Mi mamá trajo mi pastel favorito que con tanto amor me prepara cada año y nuestro hogar se lleno de risas y comida rica. Sí, me faltaron los abrazos, pero al menos, con cuidado, nos pudimos reunir. No tuve miedo ni ansiedad, sólo amor y agradecimiento.

La pandemia sigue, pero también la vida. Con las debidas precauciones hay que avanzar, encontrar motivos para sonreír, salir del miedo, tomar aire. Mi mente está menos saturada de las noticias y de los encierros; por fin me estoy sintiendo bien.
¡Agradezco un año más de vida! No doy por hecho nada y llegar a los cuarenta y cuatro años ha sido un gran logro. Confío en que vengan muchos más.
Mis seres queridos y yo tenemos vida y salud y eso siempre será el mejor regalo del mundo.
Esto pasará, Nadie, y volveremos a la calle sin temerle al prójimo, sin la necesidad de traer puesto un tapabocas. No tengo idea ni de cuándo ni de cómo, pero sucederá. Mientras tanto te seguiré escribiendo. No creas que se me ha olvidado: tengo algunas historias pendientes que contarte.
Este año mis cempasúchiles están enormes. ¡Ya tienen varios botones! No sólo la flor huele delicioso sino la planta completa y su aroma me envuelve cuando me acerco. No puedo evitar preguntarme cómo será la celebración del Día de Muertos este año. Me entristece pensar que no podré visitar las ofrendas como lo hacemos cada año. Al menos ya sé dónde poner la mía y confío en poder comer un helado de cempasúchil del Portal del Sabor. Es mi favorito y sólo se vende en esta temporada del año.

Los esquejes de la lavanda están creciendo mucho. ¡Ya pronto necesitarán maceta nueva! ¡Uno de ellos ya tiene una flor! ¡Está grande y fuerte! ¡No perdí mi lavanda querida!


En fin, no te rías, pero otra vez mis perritas hicieron travesuras y se comieron la menta que sembré hace poco. No te voy a negar que se me salieron las lágrimas pero reaccioné rápido. Rescaté las ramitas y las puse en agua. Confío en que pronto llegarán las raíces para poder plantarlas en la tierra de nuevo. Así planté la primera: le volé una ramita a la menta de mi hermana, la puse en agua y listo, hasta esta mañana, ya tenía una planta grande.



Las dalias superaron la plaga y hoy abrió una flor violeta, una sobreviviente hermosa.

En fin, espero que te hayan gustado las fotos que te envío, Nadie. Hasta pronto mi confidente y amigo querido.
Carla
~ por Naraluna en septiembre 7, 2020.
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