Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Vigésimo primera carta.
18 de agosto de 2020
¡Hola! Me da miedo que esta especie de confinamiento se convierta en un estilo de vida. Me aterra que el tapabocas sea la única manera de salir al mundo y vivir rodeada de medios rostros y sanas distancias.
Añoro pasear por Coyoacán. Sé que te lo digo mucho, pero nunca en mi vida había pasado tanto tiempo sin visitarlo. No quiero que mi vida social- por más pequeña que ésta sea- se reduzca a sesiones de zoom. No pienso quedarme en un mundo sin abrazos donde nos ahogue el miedo al prójimo. Lo siento, Nadie, he sido presa de la ansiedad y depresión. Sigo viviendo en las entrañas del insomnio, cada día tengo más sueño y menos ganas de hacer las cosas.
Cuando llegó la pandemia y con ella el confinamiento, estaba muy activa: me propuse sanar mi autoestima, lidiar con mis demonios y escribir con disciplina. Además no paré con el ejercicio. Llegué al punto de sobreexigirme pero estaba contenta porque estaba logrando muchas cosas. Ahora me miro al espejo y sólo encuentro un rostro apático y cansado. Es todo un reto para mí superar la fobia al tapabocas que ha llegado al grado de que prefiero no salir de mi casa. Usarlo me provoca mareos, sudoración excesiva, sensación de que me falta el aire. Como no logro respirar bien, termino agotada como si hubiera corrido un maratón aunque sólo haya caminado medio kilómetro (y a veces menos).
Me parece que me muevo en cámara lenta y me resulta imposible volver a la velocidad normal. No sé cómo encontrar el ritmo de estos tiempos.
¡Ay, Nadie! ¿Qué estamos viviendo? ¿A dónde vamos? En fin, mejor dejo de hacerme preguntas sin respuesta y me concentro en contarte algo menos denso, que ya tuve suficiente oscuridad en estos días.
A pesar del tapabocas, me gusta mucho llevar a los perritas y a Tommy (nuestro perrito, el viejillo) al parque. Me encanta verlas mover sus colitas y verlos pasear felices, correr y saltar cuando hay oportunidad de hacerlo. Desde el momento que veo el brillo de sus ojos cuando les vamos a poner las correas, me siento ligerita y con ganas de sonreír. Me ayudan a mantenerme en el presente, a agradecer lo que tenemos, a ver más allá de mi hartazgo y/o dolor.
Nahui Tommy Circe y Laika
Mi pluma se resiste a bailar en la hoja pero te escribo como una promesa que me hago para seguir luchando y ver más allá de mis pensamientos negativos o agotamiento.
Sabes, Nadie, he vuelto a abrir los libros. Mi mente ya puede concentrarse, por fin. Los libros son mis salvavidas y sin ellos, las violentas olas me tenían prisionera. Con los libros puedo nadar en este mundo pandemioso. En estas dos semanas me he dedicado a devorar libros. Empecé con un par de romances rosas, ligeros y melosos en exceso. En fin, no son dignos de Premio Nobel pero me sacaron del trance y de la densidad que me estaba matando. Después, empecé a leer – y ya casi termino- la trilogía del Holocausto de Imre Kertész: Sin destino, Fiasco y Kaddish por el Hijo no nacido. El último libro lo leí hace varios años y ahora que lo vuelvo a leer, me obliga a repensar mi vida, a ver y reconocer el esqueleto de mis emociones, experiencias y sentimientos. Entendí que dejar ir es dejar de saber, bueno más allá de eso, es dejar de querer saber sobre la vida de esa persona (o personas); es atreverse a vivir sin tener ninguna noticia de la otra persona y aceptar que ya no es parte de mi hoy. Llevaba ya un buen rato cargando conmigo personas que ya no pertenecen a la Carla que soy ahora y que ya no desean pertenecer. Me hice consciente de que todavía acaparaban mis pensamientos. Ahora ya tengo el valor de decirles adiós sin preguntar, sin lamentar, siempre deseándoles lo mejor. Esta es la única manera de encontrar armonía y libertad en mí.
Todavía no termino de leer esta novela, este Kaddish por el Hijo No Nacido, este conjunto de reflexiones intensas que hace el protagonista a partir del no que responde a la pregunta de si quería tener hijos. No te diré que es una novela optimista, esperanzadora ni mucho menos feliz, pero es una novela que me mueve, que despierta en mí la necesidad de reflexionar sobre mi vida también. Me falta poco para terminarla y me da mucha tranquilidad el saber que ya regresó mi pasión por leer. Me agobiaba el vació enorme que no podía controlar, pero cada vez que intentaba leer un libro me quedaba dormida, lo que me frustraba cada vez más. Ahora sólo quiero devorar libros y más libros para volver a sentirme viva.
¿Cómo recordaremos estos dias, Nadie?
Volviendo a mis perritas. Acabo de regarlas y me divertí bastante. Lo hago con la regadera que uso para mis plantitas y les encanta. Corren, ladran y buscan el agua. Mientras no se trate de bañarlas, les encanta mojarse. Ahora mi estudio- que está pegado al patio donde hemos estado jugando ellas y yo- huele a perro mojado porque Laika está sentada junto a mí. Justo hoy me pasé un buen rato barriendo, lavando y trapeando mi estudio. Prendí una vela aromática para que oliera bien y ahora sólo huele a perritas mojadas. Lo más paradójico, Nadie, es que lo estoy disfrutando. Me río de esta situación. Quisiera reírme a carcajadas pero no tengo la energía y me doy cuenta de que eso es lo que necesito: reír a mandíbula batiente, contar chistes, dejar de tomarme la vida tan en serio.
Mi hija está llenando la casa de plantas. Yo no sé dónde nos van a caber tantas (no hablo de las que tenemos, sino de las que todavía nos falta plantar). Este fin de semana me regaló una peperomia hoja de sandía preciosa para mi estudio. Me siento llena de amor cuando la veo.

No te he contado pero es la primera vez en meses que escribo en mi estudio. No estaba consciente de cuánta falta me hacía tener mi espacio. Me encantó este pequeño cuartito desde la primera vez que vimos este departamento. Todavía no termino de decorarlo, pero es mi espacio. En una de las paredes cuelga un cuadro con la palabra «Love» que me regaló Jea para que siempre tenga presente el amor que me rodea. Cuando lo veo, escucho sus palabras y vuelvo a ver su sonrisa de emoción por darme este regalo. Es increíble el bienestar que me dan estos dos detalles. Por si fuera poco, escucho I’ve got you under my skin con Frank Sinatra y Bono (vocalista de U2).

Ya casi me despido, pero te hablaré un poquito de mis plantas. Por fin llegaron las lluvias y eso ha sido muy benéfico para mis cempasúchiles: este año están enormes. ¡Me sorprendo cada vez que los veo! El árbolito – retoño del que plantó mi abuelita- sigue creciendo. Es temporada de fresas y ya vienen varias en camino. Y la mejor noticia de todas: ¡están muy contentos los esquejes de lavanda! ¡Sí sobrevivieron! ¡Uno de ellos ya tiene un botón!
Cempasúchil Cempasúchil Retoño del arbolito que plantó mi abuelita Fresas Lavanda Lavanda Lavanda
En fin, Nadie, no concibo que mi cumpleaños número cuarenta y cuatro llegará con tapabocas en una pandemia que parece no terminar nunca. Ya van a ser seis meses desde que empezó el confinamiento. ¡Qué rara época estamos viviendo!
Mi pluma ha saltado del temible nudo en mi garganta a la alegría de regar a mis perritas, del hartazgo a la felicidad de ver mis plantas crecer, del negativismo a mi deseo de seguir viviendo. Sí, leíste bien, a pesar de mis palabras nubladas al principio de esta carta, sí quiero seguir viviendo.
Gracias, Nadie, porque de eso me percaté hoy mientras te escribía: ¡Sí quiero seguir viviendo! ¡Sí quiero! ¡Sí!
Te mando un abrazo, mi paciente Nadie, un abrazo muy fuerte.
Carla
~ por Naraluna en agosto 19, 2020.
Publicado en ansiedad, Reflexiones durante el distanciamiento social por coronavirus, sentimientos y vida
Etiquetas: ansiedad durante el aislamientos, carta a Nadie, Cartas para Nadie durante la pandemia, cartas para sanar, escribir durante el aislamiento, las plantas me dan felicidad, leer me salva, leyendo a Imre Kertész, odio el tapabocas, quiero vivir, tiempos de coronavirus
https://youtu.be/dDeEghXfKgI
😂😂😂