Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Décimo Primera carta.
¡Hola! Te escribo después de la efímera lluvia, justo cuando sale el sol. Mis plantas parecen disfrutarlo y mis perritas juegan contentas.
Anoche dormí tan mal que en plena tarde estoy luchando por mantener los ojos abiertos.
Quise escribirte el viernes pero perdí la batalla con la pluma. Las hojas terminaron rotas por la intensidad de mis garabatos enojados. Admiro a quienes tienen las palabras en sus manos, ellas resbalan exquisitas al cuaderno y al leerlas sólo hay a su alrededor suspiros de admiración. Mi caso es diferente. Voy de batalla en batalla aún cuando no tengo ganas de pelear.
Sigo en la dura tarea de aprender a enfrentar mis demonios de manera asertiva. Ojalá fuera algo sencillo y ojalá las palabras fluyeran conmigo lejos de la trivialidad y lo ridículo.
Sigo con el tema de de mis vivencias como mujer en la mente. Te pido que seas paciente porque me hace falta escribir mucho sobre esto.
Hasta hace poco tiempo, mis recuerdos de las burlas y acoso (bullying) que viví en mis años de estudiante, se centraban en los hombres, en sus burlas, comentarios ofensivos, apodos feos, miradas desagradables. Sin embargo, debo decirte que esas no fueron mis experiencias más traumáticas. He descubierto que mis heridas más profundas vienen de mis compañeras, sí de otras mujeres quienes me trataron como si yo fuera la peor del mundo, la más horrible.
Crecí en una escuela donde ellas no sólo criticaban mi apariencia, sino también mis zapatos o tenis sin marca, mis jeans rosas, mi falta de coordinación para los deportes, mi letra ilegible. Me hablaban cuando querían algo y después me ignoraban. Claro, no todas y no siempre, pero sí eran varias y muy a menudo (un día sí y el otro también). Mi compañera de banca me pellizcaba los brazos y a veces las piernas cuando la maestra no nos veía. La mayoría de las veces me quedaban moretones y unas inmensas ganas de volverme invisible, de pasar desapercibida. Sí, fueron mis compañeras las que se reían de mi cabello o de mis ojos (me acusaban de delinearlos cuando nunca lo hice), las que se burlaban de los broches de mi pelo (tenían forma de botones y decían que los tenía para evitar que por ahí se me saliera el cerebro). Ir al baño era la peor pesadilla. La verdad es que no recuerdo qué pasaba, sólo recuerdo la urgencia de aferrarme bien a la puerta, de no soltarla, de tener los pies bien firmes en el suelo, el terror, el sudor frío, el enojo conmigo misma por no poder aguantarme hasta llegar a casa. Por décadas, cuando tenía que ir a un baño público, seguía aferrándome casi con la vida a la puerta de los baños públicos.
La situación empeoró al llegar a la secundaria. El deseo de ser invisible era cada vez mayor. Tres compañeras me perseguían en el recreo y, por si fuera poco, cuando me las encontré en Plaza Coyoacán (la plaza de moda en ese entonces), nos persiguieron a mis amigas y a mí para insultarnos una y otra vez. En la clase nos dejaron de tarea hacer una película. Ya te imaginarás qué personaje representé: una mujer insignificante, fea y muy estúpida. Lo hice porque no me quedó opción, pero cuando lo recuerdo, vuelven estas gigantescas ganas de esconderme donde nadie me encuentre nunca.
En fin, ya basta de contarte historias de terror, sólo te digo que con todo esto me volví reservada, más solitaria y se me quitaron las ganas de estar entre mujeres. Suelo sentirme demasiado incómoda en grupos grandes de puras mujeres. Pensaba que se debía a que no le doy importancia a temas como la ropa, los peinados, la moda; además he vivido convencida de que las mujeres se la pasan compitiendo unas con otras y eso resulta desgastante. La única persona con la que compito es conmigo misma. ¡Nada más!
Hay mujeres que sufren por no ser delgadas, por no cumplir con los estereotipos que nos imponen de belleza. Nunca es suficiente. Yo siempre he sido delgada (flaca) y tampoco me fue bien. Como ellas, crecí avergonzada por mi figura. Pareciera que – en general- las mujeres estamos destinadas a sufrir por nuestra complexión. ¿Sabías que la mayoría de las mujeres están a disgusto con su cuerpo? Es muy grave que en plena pandemia, con esta incertidumbre, un motivo de angustia severa sea el subir de peso. Es desagradable confesarte esto y sigo sorprendida pero me sucedió cuando quise ponerme una falda la semana pasada y no me quedó. Pude sacudirme la sensación de malestar, pero fue frustrante tenerla. ¡Nunca me había importado! Entonces, me pregunto, ¿cómo escapar de las imposiciones de la sociedad en la que vivimos donde se les enseña a las mujeres a poner su valor en el físico y en obtener la aprobación de los hombres? Digo porque hay que ser la más bonita, la más sexy, la más delgada, la MÁS lo que sea, pero la MÁS de todas las demás mujeres. Lo siento, ya me desvié del tema, pero no tanto porque estas reflexiones me ayudan a sacudirme las telarañas de la cabeza y comprender en lugar de juzgar.
Me llené de muros para defenderme y de fobia por todo lo que se relacionara con la apariencia. Confundí el dedicar tiempo a verme bonita, a consentirme con frivolidad, con parecerme a las compañeras que me hicieron daño. Y, para cerrar con broche de oro, me sentía inferior a las mujeres a mi alrededor, incluyendo a mis compañeras. Desde entonces me convencí de ser estúpida.
Ahí tienes el porqué de mis complejos, o por lo menos uno de los porqués de mayor peso.
En estos días de encierro, a menudo platicamos mi hija y yo, uno de los temas principales de nuestras conversaciones es la mujer, su situación, su entorno. Me maravilla como habla de las mujeres, como vive la sororidad que yo no me he permitido conocer, vivir. Al escucharla deseé tener eso y me cayeron encima mis heridas, las falsas certezas con las que crecí para protegerme. Lloré mientras platicaba con ella; sé que últimamente lo he hecho seguido pero así es como puedo limpiarme, escupir lo que hace daño.
Me niego a vivir atada a mis miedos. Ya no deseo ser esa persona hermética que teme abrirse y se siente incómoda cuando se trata de convivir con un grupo de mujeres. Quiero darme la oportunidad de compartir con ellas y saber que voy a estar bien, que puedo disfrutarlo.
Te parecerá muy loco, pero ahora, en este eterno confinamiento, empiezo a pertenecer a un grupo de mujeres deportistas con quienes comparto la necesidad de motivarnos para levantarnos temprano diario, entrenar juntas (en línea), mantenernos de pie . Me contagian su entusiasmo, sus ganas, su inspiración. No, no son el enemigo, son aliadas que me están ayudando a reconocerme…
No es mi intención dejarte en suspenso, pero me pesan los párpados y sólo pienso en dormir. Mañana te sigo contando, lo prometo.
Te envío una foto del cielo de sol y lluvia. La tomé justo antes de empezar esta carta, pensé que te gustaría verlo.

Carla
~ por Naraluna en abril 30, 2020.
Publicado en apariencia, Escribir, mujer, Reflexiones durante el distanciamiento social por coronavirus
Etiquetas: entre mujeres, mujeres, rivalidad entre mujeres, son las mujeres enemigas de otras mujeres
Pero que maravillosa y desgarradora entrada querida Carla!, como mujer, desde mi propio confinamiento te envío un abrazo a la distancia, deseando que te encuentres muy bien y asegurándote que no te conozco, pero estoy segura de que eres brillante, hermosa y muy inteligente!!
Saludos desde tierras mexicanas!!