Cartas para Nadie escritas en aislamiento. Distanciamiento social por el coronavirus. Décima carta.

21 de abril de 2020

¡Hola! El calor me agota y el nudo en la garganta regresó. A veces no sé si tendré el valor para salir de este trance. Te confieso que llevo tres noches sin dormir bien y que las manos me sangran de nuevo.

Intenté escribirte el viernes pero la carta se quedó a la mitad. Quisiera decirte que estoy bien. Quisiera que fuera cierto. Al menos no he escuchado las palabras «sé positiva» porque creo que aumentarían mi malestar.

El fin de semana estuve viendo las fotos de mi celular, fue un poco traumático ver las fotos de los parques, las reuniones, la vida afuera mientras estamos aquí adentro. No te niego que es menos complicado adaptarme a esta «normalidad» si evito pensar en salir a la calle. Sí, ya lo sé, me vas a preguntar si en verdad quiero adaptarme. Como suele suceder, tienes razón: no, no quiero como tampoco quiero salir al mundo indiferente y materialista de siempre. En fin, pareciera que estamos condenados a eso…

No es que odie al mundo pero me colman la desesperanza y el miedo, el miedo de seguir como antes, del vacío…

Con lo que está sucediendo – esta pandemia- no sé si nos colapsaremos y renaceremos o sólo colapsaremos.

Me duele el pecho por contener la lluvia, por no soltarla, porque no quiero desmoronarme como me sucedió el viernes: terminé sentada en el piso de la cocina sollozando sin parar. El encierro desata tormentas pero no estaba tan desesperanzada esa vez porque también me conmovió la solidaridad, amor y ayuda de varias personas en las redes sociales; justo de eso quería escribirte entonces. Ahora estoy tan triste y desmotivada que resulta imposible hacerlo.

Me pesan la indiferencia de las personas, la excesiva importancia de lo material, el que nos aferremos a que todo siga igual.

No hay videollamada que me salve esta noche. Me veo a mí misma y encuentro a una persona oscura, con tres días de sueños intranquilos, dolor en las muñecas, que no puede dejar de comer dulces aunque sabe que el exceso le hace daño (sobre todo cuando se trata de intensificar la ansiedad). Veo a una persona llena de utopías que se estrella contra la pared de la humanidad.

Una y otra vez me pregunto si al final el dinero seguirá siendo lo más importante, si la única forma de vida a la que podemos aspirar es ésta, donde tener poder y un buen coche importa más que el bienestar de la persona que tenemos al lado.

¡Perdóname! No sé si es la incertidumbre, el encierro, las noticias, las críticas, las burlas, los juicios, el miedo a ser contagiada o contagiar. Mejor ya dejo este tema porque me percibo demasiado lúgubre.

No me vas a creer, pero tuve un buen fin de semana, sobre todo el sábado estaba bien contenta. No te doy detalles ahora porque – sin importar cuánto me esfuerce-lo que relatara hoy se volvería gris. Te hablaré de eso después.

En mis sueños más recientes han aparecido personas con las que no he estado en contacto por décadas, personas que ni siquiera han estado en mis pensamientos. Lo frustrante es que en estos sueños estoy en la actualidad reviviendo situaciones desagradables de esa época y cometiendo los mismos errores. Me despierto confundida, desorientada, tratando de olvidar eso y situarme en el presente real.

En esta pandemia el pasado regresa de formas diversas y me obliga a cuestionarme sobre mi vida. El viernes mi tía me mandó unos videos familiares de los noventas. En el primero que vi me encontré a mi yo de dieciséis años. Me quedé boquiabierta cuando lo vi (no recordaba nada). Me encontré con una Carla abierta, alegre, extrovertida. Bromeaba con la cámara y contestaba sin problema a las preguntas de su tío. Reía y se movía como pez en el agua. ¿En serio yo era así? ¿Qué me pasó después? ¿Dónde me perdí? En otro video, sale Carla de veintidós años. Era una persona opuesta a la adolescente y más parecida a quien soy ahora: introvertida, incómoda ante la cámara, quieta, incapaz de pronunciar una sola palabra, reprimida, deseando que ya le quitaran la cámara de encima. Deseo ser libre como en el primer video, sin miedo ni pensamientos tontos con respecto a mí misma. ¿Cómo puedo lograrlo?

En el último video que me envió estamos todos los nietos con mi abuelita, en navidad, la última que pasé con ella. En su rostro se ve la felicidad, el agradecimiento, la emoción profunda cercana a las lágrimas. Todavía no me recupero de la sorpresa de verla «viva» casi veinte años después de su muerte. Sobra decir que pasé un buen rato llorando por aquellos tiempos con mi abuelita y por aquella libertad que no recupero todavía.

No soporto verme reprimida, sin voz, insignificante. Tengo tanto que decir…

Mientras varias personas a mi alrededor ayudan en este periodo de crisis, cambian vidas, marcan la diferencia, yo estoy aquí sentada frente a mi escritorio rompiéndome. Recuerdo las palabras de mi hija cuando me abrazó el viernes. Me dijo que no soy una inútil, que compartir mi historia es un acto de valor y que sí marca una diferencia. Me dio mucha paz escucharla y quiero creerle pero esta noche estoy emocionalmente exhausta y confundida. ¿Cómo pongo mi granito de arena? ¿Cómo ayudo si no puedo conmigo misma?

¿Y si no salgo de este estancamiento? Me aterra quedarme con la voz estrangulada en la garganta y no volver a gritar…

Quizá no soy tan valiente como mis tías abuelas, tan rebelde y dura como mi abuelita, tan amorosa y resiliente como lo es mi madre. Me pregunto si tendré algo de ellas que me ayude a salir adelante o si sólo soy una mujer que se quedará atrapada en sus estúpidos complejos.

No, Nadie, no quiero quedarme en donde mi voz no se escucha, donde me quedo petrificada ante la cámara. Estoy harta de repetirme a mí misma. También estoy harta de estar aquí viendo como se cae a pedazos la vida como la conocemos y lo único que parece importante es regresarla a como estaba sin cambiar nada…

En fin, no te escribí para llenarte de tinieblas. Te doy dos buenas noticias: 1) el ajo que planté hace casi tres semanas está grande, sano y creciendo muy rápido; 2) la lavanda que podé completa, reverdece. ¡Hay vida después de la plaga! Te envío unas fotos para que los veas.

Prometo escribirte cuando me encuentre mejor.

Carla

~ por Naraluna en abril 22, 2020.

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