Vergüenza en la Ansiedad

Lloras en la regadera, el llanto te pesa tanto que te dejas caer y te acurrucas en el suelo húmedo. El dolor es tan agudo que gritas mientras te abrazas a ti misma sin poder levantarte. No hay alivio, tu alma está llena de espasmos. No tienes control de tus emociones, de tu cuerpo, de tu voz. No quieres que nadie te escuche ni deseas ayuda, pero no puedes levantarte. Después de los gritos, te empieza a faltar el aire. Estás mareada, tu cuerpo se vuelve inestable como la gelatina. Sabes que no te vas a morir: esa sensación de asfixia se irá desvaneciendo (los ataques de pánico sólo duran unos minutos) pero no encuentras la calma. El agua caliente te sofoca al igual que tu llanto convertido en aullido. Ansiedad, depresión o ambas, no importa, sólo quieres desvanecerte, dejar de sentir.

En ese momento él llega para ayudarte a salir de la regadera. Aunque necesitas un abrazo, sólo deseas que se vaya. Estás demasiado avergonzada por haber perdido el control, por permitir que la ansiedad te venciera, por saberte débil. No te atreves a mirar a nadie a los ojos en momentos cómo éste. ¿Qué es eso de padecer ataques de pánico? ¿Cómo es posible que pierdas el control? ¿Desde cuándo todo te da miedo? ¡Qué vergüenza si alguien se enterara que no tienes ganas de vivir! Es mejor callar, ponerte el disfraz sonriente con la máscara de «viva la vida todo es genial» y que nadie sepa lo que piensas realmente.

Te avergüenzas de ti misma, de lo que te ocurre, como si la ansiedad te volviera defectuosa, inservible, tóxica. No quieres salir de casa, te dan miedo las demás personas y sus temibles juicios. Te da miedo tener otro ataque de pánico o que la ansiedad te exhiba de nuevo. Ya una vez te paralizaste en el metro y el sudor empapó tu blusa. Hablar se ha vuelto un problema: tartamudeas o las palabras vienen demasiado rápido y ni siquiera tú entiendes lo que dices. De las noches de insomnio mejor ni hablar. ¿Hormigueos? ¿Taquicardia? Es como si un hoyo negro devorara tus extremidades. El deseo de que la muerte llegue se vuelve casi asfixiante y los pensamientos nocivos te despojan de la poca autoestima que tienes.

La ansiedad es un veneno que descontrola tu cuerpo y te deja agotada. Te sientes inadecuada y estás harta de las palabras de aliento que escuchas a tu alrededor. Es un esfuerzo desgastante controlar tu desesperación cuando alguien te dice que le eches ganas. Como si no lo hicieras, como si eso fuera remedio mágico que resuelve todo cuando en realidad es sólo una frase vacía que duele, que deja claro que tu lucha es invisible. Es mejor no pedir ayuda y quedarte en casa aislada o salir a la calle disfrazada de sonrisa.

Ojalá las personas pudieran sacudirse sus juicios y palabra innecesarias, que las palabras ansiedad, depresión, trastornos mentales no causaran reacciones tan negativas en ellas. Te hacen sentir avergonzada por lo que te está pasando. A veces pareciera que para ser aceptada, una persona debe estar física y mentalmente saludable. Tener un trastorno mental o tener alguna discapacidad pareciera ser algo malo, como si uno decidiera ser deliberadamente imperfecto. Esto te hace enojar mucho, ¿por qué las personas deben avergonzarse por eso?

Recuerdas la película que viste «Nunca me dejes sola» (You’re not you) y no te afectó la enfermedad que tiene la protagonista (como siempre te sucede) sino las actitudes de las personas cercanas, la forma en que la trataron, cómo se alejaron de ella. Todavía vives ese dolor y ese enojo como si fuera tuyo. ¿Por qué es tan difícil amar a las personas como son? ¿Por qué hemos de vivir con vergüenza cuando padecemos algún trastorno o enfermedad?

Pareciera que ayudarte es una misión imposible pero en realidad no es así: sólo necesitas un abrazo de aceptación, que te quieran tal cual eres con tu luz y tus sombras, con tu paz y tu ansiedad, con tus éxitos y tus batallas. No se trata de entender sino de amar. No se trata de juzgar sino de acompañar. No se trata de ser perfectos, sino de poder ser uno mismo sin disfraces ni máscaras.

Ya pasó el ataque de pánico, te vistes y recuperas el control de tu cuerpo. Lo que se te olvidó en el momento de la crisis fue la hacer respiración que ahora trae calma: inhalar en 4 segundos, contener en 7 y exhalar en 8. Minutos después, te sientes mejor aunque agotada. De todas formas, los días siguen pareciéndote muy oscuros y te preguntas si podrás superar esto.

Todavía no lo sabes pero en los próximos meses te sobrepondrás. Necesitarás ayuda y también el amor de tu seres queridos (tu red de apoyo), quienes te aceptan tal y como eres con y sin ansiedad, sin juicios ni etiquetas. Irás creando tu propio botiquín de primeros auxilios para los momentos de ansiedad/ depresión difíciles: tu cuaderno de cuidado personal, donde escribirás cómo te sientes, qué te ayuda en los momentos de crisis, qué te hace sonreír. Encontrarás alivio cuidando tus plantas, corriendo, meditando, escribiendo, tomando agua, tejiendo, abrazando a tus seres queridos. Trabajarás en tu autoestima: tu mayor reto será amarte a ti misma, abrazarte, dejar de verte como la villana y de tener miedo todo el tiempo. Será un camino largo pero no desistirás. La opinión que los demás tengan de ti dejará de ser importante y -aunque hoy te parezca imposible- desaparecerá la vergüenza por vivir momentos de ansiedad. En algún momento volverás a ser libre para volar hacia tus sueños sin censura ni miedo.

¿Desaparecerán las crisis de ansiedad, los ataques de pánico? Todavía no pero cada vez sucederán con menos frecuencia y podrás manejarlos mejor: un día a la vez, en el aquí y el ahora, dejando atrás el pasado y sin miedo al futuro.

Todo pasará y encontrarás el camino. Lo encontrarás.

Todo pasará y encontrarás el camino. Lo encontrarás.

~ por Naraluna en mayo 23, 2019.

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