Ser perfecta no es lo mío
Fallar no significa ser un fracaso. ¿Quién dijo que vinimos a este mundo a ser perfectos?
Tuve un examen hace un par de días y me sigo preguntando si era necesario que la maestra creara un ambiente tan hostil para poner a prueba – nos dijo después- el manejo de la ansiedad de las personas presentes en aquella sala. Además de presionar con el tiempo de duración del examen, nunca permaneció en silencio y con su voz atronadora yo iba perdiendo el hilo de mis ideas. Las palabras fluían en desorden, trastornadas y temblorosas como la mano que las creaba…
Volví a tener esa sensación de malestar de la cual no lograba escapar, esa angustia que seca el aliento e impide ver con claridad, como si tuviera un agujero por el cual se esfumaba la luz que me pertenecía. Me quedé en la oscuridad que confunde los conocimientos. Deseaba llorar para despegarme la frustración que me impedía salir del bloqueo pero la voz de la maestra me hacía pensar en explosiones y catástrofes.
Me sentí expuesta, vulnerable, alejada de la confianza que debería tener en mí misma. Me ahogaba. Una parte de mí quería salir corriendo, dejar todo atrás, seguir otro camino; sin embargo, no era – ni es- mi deseo obtener el falso alivio que da la huida.
Entregué el examen. Me envolvieron los fantasmas de un pasado en el que me sentía siempre defectuosa e inadecuada. Abrí mi cuaderno y empecé a escribir para no dar rienda suelta a los pensamientos negativos, para no gritar ni desmoronarme, para seguir el movimiento de mi mano y olvidar el tiempo que parecía haberse estancado.
Estuve atenta al sonido de la lluvia, de los truenos, del silbido de viento. Deseaba salir y empaparme. Necesitaba dejar de pensar en la angustia o en la culpa, en lo rota que me sentía ese momento.
Fue largo el camino a casa pero muy reconfortante el amoroso abrazo de mi familia cuando por fin llegué.
La tormenta había pasado y también mis dudas. No me recriminé nada ni tampoco me dije palabras hirientes como llegué a hacerlo en otras épocas de mi vida. Tampoco sentí vergüenza ni pesadez en el cuerpo. La ansiedad no me define ni soy tan vulnerable como creía. Me vinieron a la mente mis logros y el aprendizaje de estos últimos meses. La diferencia con el pasado es que ahora creo en mí, me amo. El color regresó a mi faz y pensando en mis aciertos me quedé dormida. Mi noche se llenó de sueños.

Mi noche se lleno de sueños.