No conocí el amor a través de los oídos.
No conocí el amor a través de los oídos. A menudo las palabras me empalagan y los cumplidos no me provocan enternecimiento. En mi vientre las mariposas no emprenden el vuelo por un verso que no emerge del corazón de quien lo recita. Hay quienes llaman amor a decirle a la mujer deseada palabras hechas de música con la intención de alimentar su ego y prometerle una luna que jamás llevarán a sus manos. Usan palabras calculadas cuyo único fin es conquistar, como si fueran a ganarse un trofeo…
Nunca ha sido mi deseo morir por el peso de un cumplido, por una frase bella pero vacía de sentimientos.
No me resultó atractivo conocer el amor a través de los oídos. Me volví sorda a casi cualquier palabra que hiciera referencia a mi belleza física o que buscara ser alimento de mi ego. Hay quienes saben con precisión qué decirle a una mujer para enamorarla. También hay mujeres que irremediablemente se derriten ante el primer halago para después caer en el precipicio que les quiebra la inocencia y la confianza.
No conocí el amor a través de los oídos porque los halagos me agobian. A menudo son una fórmula de repeticiones infinitas cuyo único fin es lisonjear a una mujer. Además, me incomoda que me hablen de mi belleza, la cual por décadas consideré inexistente. Cuando lo hacen, me sonrojo, me vuelvo torpe, pierdo la libertad de ser yo misma y deseo salir corriendo, alejarme lo más rápido posible.
No me embriaga la miel que sale de unos labios que muchas veces no hablan el mismo lenguaje del alma.
El amor entra en mí por los ojos que me miran tal como soy, sin adornos ni excentricismos; esos ojos que me cuentan enigmas y descubren secretos, que muestran sin máscaras ni disfraces el verdadero yo de una persona. Los ojos reflejan el brillo de la persona amada, sus sueños, anhelos e intenciones.
He conocido el amor en una mirada transparente que con ternura intimida, una mirada directa que atraviesa el alma como una daga puntiaguda y colosal, una mirada luminosa y penetrante de anhelos que pueden compartirse.
Los ojos dicen lo que la mente se obliga a callar. Así, sin cumplidos ni palabras rimbombantes, los corazones se comunican sin intermediarios ni teatros, desnudos de mentiras y actitudes prefabricadas.
Cuando declaro mi amor lo hago con las manos, las manos que abrazan corazones, las manos que con caricias alejan las lágrimas del rostro. Declaro mi amor con las manos que alegran la piel y borran las sombras amargas del pasado.
El amor entra en mí por tus ojos y se manifiesta en las manos, nuestras manos que dan consuelo, que son fogata eterna en los inviernos de la vida.
🙂