Día de Muertos. 2017.

Amo el Día de Muertos. Me hace feliz el aroma del cempasúchil. El Pan de Muerto es delicioso.  Me encanta visitar ofrendas. Me gusta mirar a la muerte no sólo con solemnidad sino también con alegría.  Cada año espero estas fechas para visitar ofrendas y honrar a mis muertos.  Celebrar a la muerte también es una manera de enfrentarla y, por lo tanto, dejar de temerle.

Suelo esperar estos días con entusiasmo pero este año fue diferente, como aquella vez hace un par de décadas cuando fui con mis amigos a la isla de Janitzio en Michoacán para despedirnos de Daquel, quien apenas tenía 21 o 22 años cuando decidió partir un mes antes del Día de Muertos.

Janitzio me pareció un lugar salido de un cuento donde la celebración de este día es tan alegre como solemne. Recuerdo la música, las ofrendas coloridas, las velas iluminando el pueblo; pero lo más impresionante fue el silencio sepulcral en el cementerio. Las tumbas decoradas con cempasúchil y las ofrendas colocadas alrededor. Había muchas velas. Las familias estaban sentadas alrededor de las tumbas, mirando fijamente a la llama de la vela, orando por sus muertos.  Permanecían inmóviles con su dolor al descubierto. Fue estremecedor e impresionante.  Belleza que lastima, que sacude, que hechiza.  Pasaron la noche con la muerte.  Mientras los observaba, me invadió la añoranza, el deseo de volver a ver a quienes ya partieron, cayó sobre mí el peso de la despedida eterna.  Hoy sólo sé que tengo que volver a Janitzio.

Como en este entonces, este año volví a vivir esa añoranza y recibí estos días con el alma melancólica. No sólo porque el temblor de septiembre nos hizo más conscientes de la fugacidad de nuestra existencia, de lo frágiles que somos sino también porque en esta época del año mi querido amigo, Herwig, pronto emprenderá su viaje al cielo.

Al acercarse la fecha, había en mí mucha angustia, ansiedad y miedo. Miedo a la ausencia, a lo efímero, a desaparecer. Miedo a las despedidas. Por primera vez en varios años, perdí un poco la voluntad de celebrar un día tan importante; sin embargo, comprendí que necesitaba hacerlo, seguir las tradiciones, para lidiar con la situación. La vida continúa y la única manera de salir adelante es no darle la espalda a lo que tememos.  Fui valiente y abracé a la muerte.

Poner la ofrenda calmó la desesperación pues honrar a nuestros muertos me dio bienestar. Los sentí muy cerca, casi pude escuchar la voz de mis abuelos.

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Ofrenda de Muertos 2017

Después corté cempasúchiles de mi pequeño jardín, puse algunos en la ofrenda, otros en un florero y con el resto hice helado.

 

Fuimos a Coyoacán la noche de Halloween. Nos encontramos con muchos monstruos y con algunas catrinas.  Había cuatro enormes gárgolas frente a la Iglesia de San Juan Bautista y tuve mi tradicional encuentro con Mike Myers, quien esta vez no llevaba su cuchillo.  No tuve ánimos de fotografiar a los monstruos, sólo a las catrinas y a las ofrendas que vimos, en su  mayoría dedicadas a las víctimas del sismo de septiembre. Las hicieron los estudiantes de la UNAM (prepa, CENDIS, CCH), con excepción de las que fueron patrocinadas por diferentes marcas (afortunadamente no eran la mayoría).

No hubo festival de Pan de Muerto y no fue fácil encontrar un lugar donde sentarnos a comerlo (y no estaba tan rico, en realidad era pan de canela).

El 1 de Noviembre fuimos a ver la ofrenda en el Zócalo.  Era una ofrenda grande dedicada también a las víctimas del sismo.  Llegamos justo cuando Flor Amargo cantaba una canción que hablaba de la muerte. Escucharla me hizo llorar.

Parecía que había una fiesta en el Zócalo. El papel picado llenaba la plaza de alegría. Sonreí mirando al cielo y  pensé en Herwig.

Me gustaron los perros y el caballo gigante. Mi favorita fue la cadena de brigadistas, rescatistas, voluntarios, una cadena de solidaridad, un merecido homenaje a quienes perdieron la vida ayudando a sacar personas de los escombros.

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Ofrenda Zócalo Ciudad de México

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Ofrenda Zócalo Ciudad de México

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Ofrenda Zócalo Ciudad de México

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Ofrenda Zócalo Ciudad de México

Me quedé parada frente a la muerte en el árbol de la vida o quizá era la vida en el árbol de la muerte.

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Ofrenda. Zócalo. Ciudad de México

Nos encontramos una calaca diablito y dos alebrijes gigantes que fueron parte del desfile de alebrijes en Reforma que se llevó a cabo una semana antes.

Como no llevábamos prisa, tuvimos tiempo para detenernos en cada ofrenda y tomar fotografías. Además todavía no oscurecía y, por lo tanto, no había tanta gente.  Me quedé con deseos de  ver la ofrenda iluminada en la noche y después pasear en el Turibús escuchando leyendas. Quizá el año próximo, ojalá.

Después fuimos a la Plaza Santo Domingo donde estaba la antes magnífica Megaofrenda de la UNAM (ahora cada vez más pequeña). Fue una ofrenda que recorrimos en muy poco tiempo. Sentí nostalgia de los tiempos en que se realizaba en CU. Entonces sí era impresionante. Este año fue dedicada al pintor mexicano Diego Rivera.

Ni en el Zócalo ni en la Plaza Santo Domingo vendían Pan de Muerto para disfrutarlo ahí, cerca de la ofrenda. Compramos uno en la Panadería La Ideal y regresamos a casa. Ahí pudimos comer una exquisita rebanada. Sucedió algo inesperado: Inés se encontró una calaca en su pedazo. Me pregunto si eso significará que le tocará organizar una posada en diciembre; pues a quien saca el muñeco en la Rosca de Reyes le toca invitar los tamales el día de la Candelaria…

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Calaca en el Pan de Muerto

En la noche vimos Coco, una extraordinaria película sobre México y el Día de Muertos.  En realidad moría de ganas de verla y superó mis expectativas. Me pareció un buen retrato de México, de su alegría, de sus colores y también de su forma de mirar la muerte. Reí, lloré, sonreí y lloré de nuevo. Me hizo feliz el esplendente puente de cempasúchil, me encantó la ciudad de los muertos.  Esta película me ayudó en un día difícil.

Pasar tanto tiempo con la muerte, me ayudó a reconciliarme con ella y me recordó que debo celebrar la vida.

El 2 de Noviembre nuestro recorrido comenzó en Xochimilco, en el Museo Dolores Olmedo, famoso por su fastuosa ofrenda. Fuimos hace algunos años y quedamos muy impresionados. Había mucha gente y nos tomó más de una hora poder entrar. Me entretuve mirando a los xoloitzcuintles que descansaban en el jardín.

La ofrenda estuvo dedicada al cine mexicano. Fue desconcertante. Casi no había cempasúchil y el que hubo era de papel.   Las escenas de las películas estaban muy bien hechas pero no me conmovieron.  No fue falta de calidad, pero fue una ofrenda fría.  Casi no tomé fotos y en menos de 10 minutos ya habíamos terminado de verla.  No nos gustó nada.

Afortunadamente encontramos otra ofrenda muy cerca del mercado. Casi no había gente y la entrada era libre.  ¡Qué belleza!  Más sencilla que la del  Museo Dolores Olmedo pero mucho más acogedora.  Estaba dedicada a las víctimas del sismo. En el suelo, al centro de la ofrenda, había una cruz de cempasúchiles.

Había muchas catrinas y la mayoría muy sonrientes. Me encantó la que llevaba alcatraces.

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Ofrenda Día de Muertos Xochimilco

A pesar de la catástrofe que sufrió, Xochimilco se levanta: «En esta tierra siempre floreceremos».

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Ofrenda Día de Muertos Xochimilco

Sin ser tan elaborada como la del Museo Dolores Olmedo, esta ofrenda fue de mis favoritas este año.

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Ofrenda Día de Muertos Xochimilco

Nuestra última parada fue la Casa del Indio Fernández, donde cada año hay una enorme ofrenda.  Esta vez estaba dedicada al cine y al arte.  Me quedé muy sorprendida.  Es la mejor que han hecho en este lugar ( y la visito casi todos los años).   ¡Cuánta vida en una ofrenda que conmemora la muerte! ¡Cuántos colores!  Tuve ganas de sentarme en el comedor y acompañar a los muertos.  ¡Qué maravilla!   Sin embargo, también fue doloroso verla.  No pude evitar pensar en la despedida inevitable que llegará pronto.

Poco después de las ocho de la noche en el jardín hubo un espectáculo fascinante. Se presentó el grupo mexicano Los Sonidos de mi Tierra y nos deleitaron con música mexicana.

¡Muerte bailarina! ¡Muerte contenta! ¡Muerte desoladora!

¡Fue una velada estupenda!

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Ofrenda Día de Muertos Casa del Indio Fernández Coyoacán

No fue posible hacer Pan de Muerto en esos días, pero lo hicimos el fin de semana. Quedó mejor que el año pasado y el domingo lo disfrutamos en familia.

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Pan de Muerto hecho en casa.

Mi jardín sigue lleno de cempasúchiles. A menudo vienen mariposas a visitarlo. Quisiera que duraran siempre aunque entiendo que la vida no funciona así. Ahora estoy más consciente de mi mortalidad y del gran regalo que es vivir.

El Día de Muertos es nuestra manera de lidiar con la muerte, de enfrentar el miedo que nos causa. También es una manera de honrar a nuestros muertos, celebrar sus vidas y reencontrarnos con ellos. La muerte no existe mientras vivan en nosotros.

Feliz Día de Muertos, de calaveritas y cempasúchiles, de Catrinas y papel picado, de lágrimas y sonrisas, de reencuentros y despedidas porque no existe la vida sin la muerte ni la muerte sin la vida…

 

 

 

 

~ por Naraluna en noviembre 9, 2017.

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