Una Tarde Triste
El nudo que no se deshace, ahorca.
Abril está sentada en la banca de un parque, mirando a la fuente seca. A pesar del sol que la deslumbra, tiene mucho frío. ¡Lo que daría porque alguien la abrazara en ese momento!
Esta tarde ella no es la mujer independiente que soñó ser y ni siquiera tiene a dónde ir: su casa es un iceberg donde la desesperación la consume. Seca como la fuente está su voluntad de vivir pero prometió no volver a lastimarse.
En su desesperación se da cuenta de que el amor que no cobija, no sirve. La soledad acompañada es la más dolorosa y también la más asfixiante. En este momento odia las palabras, en especial las que alguna vez le impregnaron en el cuerpo y que ahora sólo le recuerdan que está rota. Tampoco le gustan los halagos pues además de incomodarla, por lo general implican un compromiso: quienes los dan esperan algo a cambio o buscan retener a la persona. Por si eso no bastara, Abril sabe que la mayoría de los halagos suelen irse con el viento que exhibe sus defectos.
Cuando ella se ríe, es muy fácil quererla; sin embargo, ¿qué sucede cuándo surge lado sombrío y cae en el tétrico averno donde la muerte le da la bienvenida? Entonces las frases dulces se vuelven silencio y aquellos brazos se cierran. Una vez más Abril se estrella contra la pared de sus errores.
Tiene tanto dolor que lleva días navegando en las tinieblas, donde carga el peso de su sombra y se viste con su yo más oscuro. No le importa que el mundo entero sepa no es sutil ni cariñosa. Puede ser respondona, cruel y sarcástica. Es impulsiva y no finge emociones que no siente. Piensa que es tan desagradable que merece estar sola. ¿Será por eso que no la toman en serio cuando expresa sus ideas o sentimientos?
Sabe que nunca será la musa perfecta de ningún soñador. Tampoco es ni desea ser la mujer que espera a su hombre en casa con la comida lista ni mucho menos quien busque complacerlo en todo. No le corresponde ni siquiera la mitad de los halagos que ha recibido en su vida y por primera vez las palabras le dan náuseas. Si pudiera las escupiría todas hasta deshacerlas, pero ya no tiene fuerzas. Ya no. De nuevo se ha estrellado con un muro inconmovible. Desorientada no quiere moverse. El ayer se mezcla con el ahora y no halla una salida. No piensa levantarse de la banca donde está sentada ahora, quiere permanecer en el parque; si no, ¿a dónde iría? ¿A dónde va uno después del amor?
El nudo que no se deshace, ahorca. ¡Lo que daría porque alguien la abrazara!
A veces lo único que puede salvarnos es un abrazo, un abrazo apretado, un abrazo dado con el corazón.