Ansiedad y Luz
¡Un paso a la vez! ¡Un día a la vez! ¡Hoy es un buen día! Cada mañana me digo estas frases para ayudarme ha salir del caos en el que he naufragado estos meses…
Todo parecía estar bien conmigo: no me di cuenta cuándo perdí el equilibrio y dejé de escuchar a mi cuerpo, cuándo empecé a zozobrar en el fárrago de mis emociones. Quizá seguiría sin darme cuenta si no me hubiera lastimado la espalda. Una lesión que no era grave se convirtió en un universo de dolor que aumentaba cada día, a pesar del reposo y del tratamiento. Cuando mi condición parecía mejorar, sin causa aparente mi malestar empeoraba. Mis extremidades se sentían muy pesadas. En las noches el hormigueo que comenzaba en mis piernas se extendía a la nuca. Estaba aterrada y no encontraba alivio. Pasaba las noches casi en vela intentando distraerme con alguna serie que me hiciera reír.
Me volví más aprehensiva y miedosa. La neblina en mi mente me ocultó el camino para sanar. Desesperada y ya sin tolerancia al dolor, me desmoronaba lentamente. Meditar me daba un poco de paz, pero no era suficiente: estaba demasiado angustiada.
Una mañana de mucho dolor, el acupuntor me dijo algo que no me esperaba: mis síntomas no tenían que ver con la espalda, estaban relacionados con un trastorno de ansiedad. Me prescribió unas pastillas de pasiflora y valeriana para calmarme. Debía tomarlas cuarenta minutos antes de dormirme.
¿Trastornos de ansiedad? ¿Yo? Mi primera reacción fue rebelarme: él estaba equivocado. Nunca me vi como una persona que pudiera padecer eso. Sí, a lo largo de mi vida he sufrido algunos ataques de pánico, pero ninguno que no se resolviera en un par de días.
Decidí leer sobre el tema. Me identifiqué con lo que leí. Además de los hormigueos, la tensión en el cuello, la resequedad en la boca, ojos y cuerpo, el insomnio, los pensamientos aterradores y los escalofríos, también me zumbaban los oídos con frecuencia y sentía que estaba enloqueciendo o que me iba a morir pronto. La mayor parte del tiempo estaba cansada y muy irritable. Aunque pueda parecer exagerado, saber que no me estaba muriendo y comprender un poco lo que me estaba sucediendo, me ayudó a encontrar un poco de calma.
No supe cuándo ni cómo me llené de pensamientos negativos, de preocupaciones desproporcionadas, de miedo. Tampoco me di cuenta de cuándo me guardé lágrimas, emociones y sentimientos que debía enfrentar. En ese momento dentro de mí sólo parecía haber pánico, dolor y desconcierto. El hormigueo era una tortura de casi veinticuatro horas y nunca en mi vida me había sentido tan desorientada.
Ansiedad. El peso de esa palabra me agobiaba. Me negaba a verme reflejada en ese espejo. El dolor se hacía presente en mi ser entero. Estaba atrapada en la oscuridad espesa y penetrante de aquella palabra. Me sentía como un insecto adherido a una telaraña. En esas circunstancias, ¿cómo se encuentra la calma?
Aunque no me encantó la idea, esa noche me tomé la pastilla de pasiflora y valeriana cuarenta minutos antes de irme a dormir. Cuando el hormigueo comenzaba a volverse insoportable, me quedé profundamente dormida. Por fin, después de varias semanas, descansé. Dormí sin despertarme, ni siquiera tuve ganas de ir al baño.
No puedo decir lo mismo de la mañana siguiente. Cuando abrí los ojos, el dolor en mi carne seguía obnubilando mis sentidos. Mi ansiedad era un gigante frente al cual me sentía insignificante y aturdida.
Al menos ahora conocía la causa de mi malestar. Necesitaba poner un alto a mis miedos. Empecé a meditar para combatir mi ansiedad. Elegí la paz en lugar del miedo. Elegí respirar y quedarme quieta. En esos quince minutos estuve tranquila. Al terminar, el dolor había cedido un poco. Me prometí a mí misma que superaría esto, sin importar cuánto tiempo me tomara.
En las mañanas después de hacer mis ejercicios en la alberca, meditaba. Luchaba por reincorporarme a la rutina que tenía. Buscaba el camino que debía recorrer para sanar. En las noches tomaba la pastilla antes de irme a dormir. Cuando llegaba el hormigueo, respiraba profundamente y concentraba mi atención en otra cosa. Me puse a leer más. Decidí mirar a otro lado: ya había dedicado demasiado tiempo a mi dolor y eso me había alejado de mis seres queridos y del mundo. Fue así como comencé a reconstruirme. Me quité los pants y volví a ponerme faldas. Le puse más atención a mis plantas. Por fin dejé de autocompadecerme. Fue muy duro reconocerme como alguien que padecía trastornos de ansiedad, pero hacerlo fue el primer paso para poder superar esto. Aprendería a sacudirme los miedos. No descansaría hasta lograrlo sin importar qué tan doloroso me resultara hacerlo.
El dolor persistía, pero también iba disminuyendo. Tenía la voluntad para salir adelante pero no sabía cómo desenredar mis emociones. No lograba ver la salida. Había llegado a un punto en el que analizaba todo, estaba tan concentrada en mi mente que ya no podía tocar mi corazón. Necesitaba atreverme a ver lo que había dentro de mí. El exceso de análisis me paralizó. Mi miedo al éxito y mi rigidez excesiva (mejor me castigo yo antes de que los demás me castiguen) me llevaron al caos en que me ahogaba. Ahora debía recomponerme desde la raíz.
Un sábado me desperté agobiada por un hormigueo muy agudo. Estaba desesperada. ¿Por qué no podía sanar? Hice dos meditaciones para calmarme. Empecé a llorar sin control. Se abrió la llave y todo lo que sentía fluyó libremente. Terminó la meditación pero yo no podía detenerme. Lloré hasta soltar lo que cargaba, hasta tirar la pared que me impedía avanzar, hasta sacar la cascada de llanto que vivía en mí no sé desde cuándo. Luego llegó la paz anhelada. Empecé a controlar mi respiración y con humildad le pedí ayuda a Dios para sanar. Me quedé quieta, atenta al sonido de mi respiración. Cesó la lluvia en mi interior y el hormigueo había disminuido notablemente. A partir de ese momento, vinieron días mejores. Me puse metas pequeñas y dejé de presionarme con expectativas exageradas. Dejé de poner fecha a todo lo que me proponía hacer: un paso a la vez, un día a la vez.
Volví a hacer ejercicio para fortalecer mi cuerpo debilitado. No más encierro ni reposo. Después de casi dos semanas de tomar la pastilla todas las noches, logré dejarla. El hormigueo ya no me da pánico. A partir de ese momento, cuando empiezo a sentirlo cierro los ojos y pongo mi mente en blanco, cuento muy despacio del noventa y nueve al cero, con paciencia el sueño profundo llega.
Voy derrumbando los bloqueos que me impiden sanar. Reprogramo mi mente (más pensamientos positivos, menos pensamientos negativos) y abro mi corazón. Ya no reprimo mi llanto ni me avergüenza mi excesiva sensibilidad. Ya no me veo como un insecto adherido a una telaraña ni soy prisionera de mis miedos. Estoy aprendiendo a perdonarme: mis errores no me convierten en una mala persona. Me he sobreexigido porque he vivido demasiado consciente de mi lado oscuro. Me reclamo mis errores pero rara vez celebro mis aciertos. Me obligo a mejorar pero me trato con dureza cuando fallo. Creí que ya había superado eso, pero tuve que quebrarme para comenzar a hacerlo.
Un paso a la vez y ahora ya camino sin dolor (sólo me duele en días de mucha ansiedad). Mis piernas me sostienen mejor. Con disciplina y constancia me estoy rehabilitando. Me emociona mucho saber que pronto volveré a correr pero no tengo prisa: un día a la vez.
Ahora sí avanzo en el camino correcto. Lloro cuando lo necesito. Si no me siento bien, no lo oculto. Voy reconociendo mis miedos y lucho por transformarlos en luz. Cada día soy un poco más flexible conmigo misma.
Hoy como nunca me identifico con mis plantas. A pesar del invierno, de la hierba mala, de las necias y abundantes plagas que las invaden, de mi silencio, se mantienen de pie, decididas a sobrevivir. Como ellas, yo tampoco me rindo. Yo también me sobrepondré.

Mis flores

Mis flores

Mis flores

Mis flores
Confío en Dios, en el amor y también en mí. No sé cuánto tiempo me tome sanar, dejar atrás los trastornos de ansiedad y ataques de pánico, pero tengo la certeza de que voy a lograrlo. El amor no nos abandona cuando caemos, es la mano que nos ayuda a levantarnos. No estoy sola, mi familia, amigos y maestros me acompañan en esta lucha. Agradezco esta enorme red de apoyo que me salva del abismo. Es menos duro enfrentarme a mis demonios sabiendo que ellos están conmigo.
Hay más luz que oscuridad dentro de mí. Elijo al amor por encima del miedo. Elijo la paz por encima del dolor.
Cuando siento que pierdo el control y regresa el hormigueo, hago una pausa y respiro despacio una y otra vez; recuerdo que la vida es un gran regalo y celebro mis pequeños logros; acaricio mis plantas y me lleno de cielo.

Acaricio mis plantas y me lleno de cielo.
Un paso a la vez. Un día a la vez. Estoy bien. Yo soy más fuerte que mis miedos.