No hubo Grinch en esta Navidad
Por décadas odié la Navidad: apenas el año pasado me di cuenta de que no era tan Grinch como yo pensaba.
Esta vez decidí llenarme de Navidad sin reservas.
Me mantuve lejos del materialismo/consumismo, de los intercambios de regalos y de los abrazos obligados. Me quedé con las luces de colores, el olor a pino, las tardes melancólicas, las ilusiones y, sobre todo, con la celebración del amor, del nacimiento de la vida. ¿Y por qué no? También me atreví a quedarme con la magia inherente a esta época, esa intangible fuerza que me abrazaba en las Navidades de mi infancia. Tuve fe en que sería un mes especial que vendría acompañado de regalos.
En el pasado fui Grinch porque me dejé llevar por los recuerdos dolorosos, porque no soporto la mercadotecnia ni los compromisos ni la alegría fingida de esta época. Nunca me agradó que se me acercaran personas que suelen ser hostiles durante el año pero que se vuelven dulces y amorosas solamente en estos días. Por concentrarme en eso, me perdí de momentos importantes, quizá únicos, como la emoción de mis adolescentes al poner el árbol y decorar la casa.
Me propuse que este año la Navidad fuera diferente y comencé por decorar la casa el primer fin de semana de diciembre. La emoción de comprar el árbol con mi familia, de llenarlo de luces de colores, de ponerle esferas me ayudó a desconectarme de mi ansiedad y dolor físico. Pusimos el nacimiento y los demás adornos de la casa. Escuchamos villancicos en todo el proceso. Canté conmovida y escondí la lágrima que se me escapó con Adeste Fideles. Escuchar villancicos fue reconciliarme conmigo misma, con la niña que los amaba.

Árbol de Navidad

Nuestro Árbol de Navidad
Rebeca y yo pasamos una tarde entera haciendo guirnaldas de palomitas para ponerlas en el árbol igual que mi abuelita. Mientras lo hacíamos, puse una comedia romántica navideña, la primera de este año y también la primera película navideña que veía en décadas (con excepción de Scrooge y del Grinch). No nos encantó, pero fue una tarde feliz. Las palomitas le dieron mucha vida al árbol. Mis adolescentes estaban emocionadas y sorprendidas. Yo no podía dejar de sonreír.

Nuestro árbol con las guirnaldas de palomitas
A diferencia de los años anteriores, esta vez sí vi varias películas navideñas. Me di la oportunidad no sólo de ser terriblemente cursi sino también de disfrutarlo. Ese mundo rosa dibujado en esas películas me ayudó a alejarme de mi ansiedad y a salir del círculo de dolor en el que había estado girando.
No me imagino un diciembre sin galletas ni dulces. Nada como un buen postre para calmar el frío, para atenuar la melancolía de las tardes decembrinas, para consentir a mis seres queridos y, claro, también a mí…
Hace tres años empecé con la tradición de hacer galletas de jengibre para esta época. El año pasado dudé en hacerlas pero cambié de opinión cuando me habló mi sobrino (en ese entonces estaba por cumplir 6 años) para decirme que estaba esperando que hiciéramos juntos las galletas. Le encanta ayudarme. Así que hace un año las hice por él y éste año no dudé en llamarlo para que me ayudara de nuevo. Rebeca, mi sobrino y yo pasamos la tarde acomodando la masa en los moldes. Las galletas de jengibre son mis favoritas, me sentí la dueña del mundo cuando aprendí a hacerlas. A mi abuelita le quedaban deliciosas. Ahora, por primera vez decidí decorarlas, pude hacer el betún gracias a la receta que me dio de una amiga de la universidad. Pasé una buena parte de la noche pintando mis galletas y fue una buena terapia. Separé algunas galletas para regalarlas y el resto nos las comimos todas. Casi todo lo que tiene jengibre me resulta irresistible.
Hice más galletas para el día de Nochebuena. Esta vez compré moldes más grandes de muñecos de jengibre. Mis adolescentes y yo nos entretuvimos poniendo la masa en el los moldes y una vez que las sacamos del horno, junto con mis primos que acababan de llegar de Cancún, nos pusimos a decorarlas. Fue una original manera de convivir, de reír, de disfrutar la tarde en vísperas de la Nochebuena. Decorarlas fue crear: cada galleta lucía diferente. Pude jugar con los colores y fue una manera de calmar mi necesidad de dibujar (en el 2016 prácticamente no toqué mis lápices ni pinturas).

Galletas de Jengibre Decoradas
Como cada año (excepto el año pasado), también hice ponche. El aroma del piloncillo con las demás frutas en el agua después de un rato en el fuego, me recuerda al ponche de Emi, quien vivía con mi abuela materna y quien todos los años nos lo preparaba con mucha ilusión. Ése ha sido hasta ahora el ponche más rico que he probado y confío en que algún día logre hacerlo tan rico como el de ella. Con ese ponche recibí a mis tíos cuando llegaron de Obregón y Cancún a la casa. También preparé ponche para la cena de Nochebuena que celebramos en la casa.
Uno de esos días preparé strudel de manzana (el favorito de mi marido) y trozos de chocolate (chocolate bark) de una receta que encontré en internet. Aprendí lo peligroso que resulta mezclar pretzels, chocolate oscuro y caramelo: es una combinación exquisita y, por lo tanto, adictiva. ¡Era imposible comer sólo uno!
Para Nochebuena mi mamá preparó su insuperable ensoletado. A mis hermanos y a mí nos encanta. Siempre le pedimos que nos lo haga en Navidad y siempre se acaba.
Preparé mis famosos blondies, los favoritos de Inés, para la cena de Año Nuevo y mis adolescentes con su tío preparando trufas con brandy.
Diciembre delicioso y agridulce, tus postres alegraron mi nostalgia…
Quizá no tuve la energía para tirar la casa por la ventana este año, para hacer todos los adornos que deseaba, para terminar mi colcha de cuadritos pero eso no me impidió celebrar mucho, disfrutar y llenarme de ilusiones con la Navidad este año.
Diciembre me llenó de luz: comencé a sentirme bien de nuevo. Estaba sanando, ya podía moverme sin dolor. Mis días estuvieron colmados de regalos. ¡Vinieron de visita mis tíos de Obregón! Paseamos por Coyoacán y platicamos todo el tiempo. Ellos me ayudaron a encontrar la paz que me faltaba.
No fue la única visita que recibimos: vinieron mis queridos amigos de Pittsburgh. A pesar de las fechas tan complicadas, pudimos reunirnos para ver la nueva película de Star Wars en el cine y después pasear por Coyoacán. También pudimos pasear por el Centro Histórico de la Ciudad y ver películas en mi casa. Fue más de lo que esperaba. ¡No creí que vendrían este año! Me emocioné mucho y me hizo mucho bien su visita.
Y después, ¡tuvimos casa llena para Navidad! ¡Mis tíos y primos de Cancún vinieron a pasar la Navidad y Año Nuevo con nosotros! ¡No me la creí hasta que llegaron! Desde que nos dijeron que vendrían contábamos los días para verlos. Me sentí llena de amor y alegría. Mi sobrino de casi siete años estaba encantado con sus tíos, quería salir con ellos todos los días. Recorrimos la ciudad juntos. Paseamos por Coyoacán, fuimos al Museo Soumaya, al Museo de Arte Popular (donde yo siempre soy feliz con los alebrijes), al Museo de San Ildefonso, paseamos por el Zócalo y vimos la nieve caer en la Calle de Madero. Valió la pena esperar, valió la pena tener paciencia (había muchísima gente) sólo por ver la cara de felicidad de mi sobrino, por escuchar los villancicos mientras diminutos copos de nieve nos humedecían la cara. No podíamos parar de reír, gritar, celebrar. Fue una experiencia efímera pero extraordinaria.

Coyoacán

Coyoacán
Caminamos, caminamos y no sentí dolor ni un sólo instante. Reímos, celebramos, compartimos y también aprendimos. Recibimos juntos al Año Nuevo con entusiasmo y muchos planes. Después, el dolor de la despedida fue inevitable, pero me quedé muy agradecida por esos días tan felices, tan llenos de familia y amistad, tan llenos de amor.
Diciembre de colores y vientos melancólicos, de sol ardiente y sombra helada, de nostalgia pero también de esperanza. Diciembre para recobrar mis fuerzas y ponerme de pie. Diciembre, inefable diciembre en el que lloré como nunca. Aprendí a soltar las lágrimas que guardaba y a mirarme desde adentro para sanar desde la raíz. Me emocioné como no pensé que podría volver a hacerlo. Me volví cursi y soñé sin reprimirme. Esta vez mi Navidad se llenó de rosa como en las películas.
Ahora, renovada y fuerte, toca volver a guardar la Navidad en su respectiva caja. Adiós a las luces de colores, al aroma a pino, a las hileras de palomitas.
Podré guardar la Navidad, pero nunca el Amor ni tampoco la Esperanza. ¡Muy Feliz Año 2017 para ustedes!