Yo mujer.

Tengo trece años y la cara llena de acné. A menudo me sangran los labios debido a los medicamentos que me recetó el dermatólogo. Odio verme al espejo. La mayor parte del tiempo sólo deseo ser invisible. Mi mamá me contó su historia con el acné, también el suyo fue muy severo y le afectaba tanto que lo cubría con capas de maquillaje. Me dijo que eso sólo empeoró la situación.  No puedo imaginarme lo mucho que sufrió por eso. Me dieron ganas de abrazarla.  Para mí es diferente: yo odio el maquillaje. Nunca lo he visto como una opción para nada.  Siento que si lo usara, sería como ponerme una máscara que ocultaría mi verdadera personalidad. Si alguien me va a querer, espero que sea por mí, por lo que soy y no por mi horrible apariencia.

Casi no tengo amigas ni tampoco amigos. Mi confidente es este cuaderno que nunca me juzga ni me critica.  Estoy acostumbrada al rechazo, cuando estaba en primaria nadie quería jugar conmigo al amigo secreto porque nadie quería regalarme nada.  A nadie le gusta cómo me visto ni entienden que prefiera leer un libro a hablar de ropa, zapatos o de quienes son los galanes en la escuela. Estoy harta de la moda, de que quieran decirme cómo vestirme, qué zapatos ponerme, cómo peinarme. Cuando no se burlan de mi ropa, se burlan de mis poemas.  En los recreos a veces me voy a la biblioteca a leer mis libros, sólo ahí estoy en paz. Cuando me preguntan que quiero ser de grande lo primero que me viene a la mente es ser escritora, pero me aterra la idea de que alguien lea lo que escribo.  No quiero que nunca nadie descubra mis palabras.  Casi siempre escribo cuando me siento triste. Últimamente también escribo cartas al amigo que me gustaría tener.  Ojalá existiera alguien que me quisiera a pesar de mi acné y timidez, de mi apariencia tan desagradable.

No sueño con casarme ni nada de eso. Cuando sea grande me gustaría vivir en una pequeña cabaña en la cima de una montaña, aislada del mundo y rodeada de naturaleza, eso sí, con mis cuaderno y mis libros.

¡Soy y seré siempre un ser solitario!

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Ya cumplí catorce años y sigo teniendo acné. A veces me dejo el pelo en la cara, despeinado, para que nadie pueda verme.  Ayer me enteré que quien me gusta dijo que no me haga ilusiones, que ni sueñe, que estoy demasiado fea como para que se me acerque. Me fui al baño a llorar. Mis amigas me dijeron que me van a arreglar y maquillar para que me vea guapísima y lo conquiste. Al principio, muy tonta yo, me emocionó la idea. Después me cayó el veinte y no, yo no quiero que nadie se enamore de mi estúpido maquillaje. No, no quiero fingir para llamar la atención de alguien.

¡Ya estoy harta de que quieran transformarme! ¡Ya no soporto que me digan que si no me maquillo nadie va a quererme! Cuando me dicen eso quiero gritarles que  entonces nadie me quiera.  ¡Entonces que nadie me quiera! ¡Déjenme en paz! ¡Ya déjenme en paz!  ¿Por qué quieren obligarme a cambiar? ¿Por qué no pueden quererme como soy?  Hoy sé que siempre estaré sola.

Hace tiempo que dejé de sonreír, no soporto que los demás sepan cómo me siento. Por eso siempre estoy seria. Es más difícil que me hagan daño si no saben lo que pasa por mi cabeza. Hace mucho tiempo erigí un muro para que nadie me lastime. Es la única manera que conozco para defenderme.

No soy una persona agradable. La mayoría del tiempo no me soporto ni yo misma. Creo que los demás tienen razón: soy fea, tonta y ridícula.  No puedo separarme de mis libros ni de mi pluma y ya acepté que nunca va a interesarme la moda. Tampoco me interesa ser bonita: me molesta que juzguen a las personas por su apariencia, en especial a las mujeres. La belleza está dentro de la persona no afuera.

A pesar de todo, no soy tan mala. Si alguien pudiera ver más allá de mi acné, de mis dientes chuecos, de mi figura esquelética. ¿Por qué me tienen que llamar popotitos, flaca fea y otros apodos desagradables?

Tengo pocas amigas pero sinceras. A veces nos juntamos a leer poesía y a escribir poemas juntas.  Me da tanto miedo caerles mal, equivocarme que me esfuerzo mucho por ayudarles todo el tiempo. A veces mis defectos me ganan y echo todo a perder. Entonces me pongo muy triste, pero me alegro mucho cuando me hablan y noto que todo está bien. Ya no me siento tan sola.

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Hoy perdí a una amiga. Todo comenzó porque fuimos a una fiesta, nos invitó la prima de mi amiga, es mayor que nosotras, que sólo tenemos quince años. Bueno, yo ya casi cumplo dieciséis. Nos sentamos en una mesa con varias personas.  El tipo que estaba sentado al lado de mí, empezó a hablarme. A pesar de mi timidez, me esforzaba en contestarle.  De pronto me abrazó e intentó besarme. Reaccioné rápido, no sé cómo  pero logré quitármelo de encima. Todos me vieron feo, como si hubiera hecho algo terriblemente malo. Ni siquiera mi amiga se puso de mi lado. ¿Qué les pasa? No era mi obligación besarlo. Después de eso, nadie quiso estar conmigo en la fiesta. Me la pasé sola y en silencio el resto del tiempo. Me siento mal. Estoy harta. Odio las fiestas, odio todo.  Quiero estar sola. No quiero convivir con nadie. No quiero nada. ¿Por qué hay hombres que se sienten con el derecho de hacer lo que se les antoje sólo porque le hablan bonito a las mujeres? Odio que me hablen bonito. Odio que mencionen mi apariencia (ya sea para bien o para mal). Odio que me hablen. Sí, eso: a mí mejor que ni me hablen.  Voy a defenderme siempre aunque nunca más nadie quiera acercarse, aunque me duela, aunque me den ganas de morirme.

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Soy un desastre. No soporto los colores pastel ni las faldas cortas con la excepción de mi falda escocesa que me gusta usar con mallones negros y mis botas de minero (así las llama mi papá).  También me gusta usar jeans de hombre y camisas de franela. Ya tengo diecisiete años y odio más que nunca el maquillaje, la ropa de marca y la moda.  Me acabo de cortar el pelo, tengo brackets  y mi peor enemigo es el espejo. Tengo buenos amigos en la prepa pero me la paso enojada la mayor parte del tiempo. No me gustan las fiestas, los bares ni tampoco estar rodeada de mucha gente. Sigo siendo la introvertida que vive con su pluma en la mano. No dejo a casi nadie leer lo que escribo. Sólo escribo para sobrevivir.

Cada día soy más rebelde. No me gustan los prejuicios ni acepto el papel de la mujer en esta sociedad todavía machista. Me molestan porque no me interesa casarme, porque no tengo novio, porque no me arreglo para verme bonita y porque odio tener admiradores. No soy delicada en mis movimientos ni tampoco coqueta. Estoy harta de que mis amigas giren alrededor de los hombres y necesiten su atención para sentirse bien. Quienes tienen novio, a veces me miran con compasión o desdén. Me siento más sola que nunca.

No espero encontrar el amor: soy demasiado rara, rebelde y fea. Lloro con la canción de Juan Gabriel (Yo no nací para amar), siento que es para mí.  No sé lo que es un beso y no sé si algún día lo sabré.  A veces creo que es el precio que tengo que pagar por ser yo misma, por defender mi personalidad. No deseo un príncipe azul que me rescate. Me gustaría que alguien me quisiera a mí con mis cualidades y mis millones de defectos.

Lloro mientras escribo en este cuaderno. Ojalá nunca nadie vea las tonterías que escribo.  Últimamente me apasiona leer novelas románticas para vivir a través de ellas el amor que no llegará a mi vida.

Sigo siendo y siempre seré un ser solitario.

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Todavía no conozco el amor y  me pregunto si quiero conocerlo.  Me gusta la universidad, disfruto mucho lo que estudio. No me alegró cumplir veinte años. La realidad es que no me gusta crecer. No le dije a nadie que era mi cumpleaños y fue un alivio que casi nadie me felicitara. No importa qué edad tenga, siempre hay alguien dispuesto a presionarme. ¿Cuándo las personas dejarán de buscarme pareja, de presentarme amigos? Pareciera que el hecho de no tener pareja me condena a la infelicidad. También se ríen de mí porque soy virgen. ¿Por qué no me dejan tranquila? No voy a cambiar por nadie. También me han preguntado si soy lesbiana. ¿Qué les importa? ¿Por qué tienen que juzgarme? ¿Por qué hay que ponerle etiquetas a todo?  Si no pueden aceptar mis decisiones, exijo que las respeten.

No me gusta que me digan qué hacer ni tampoco que me miren con lástima. A estas alturas ya deberían tener claro que no voy a usar zapatos de tacón nunca.  Yo creía que a los veinte años uno ya era grande… pero me siento chiquita. No tengo ni la menor idea de qué quiero hacer con mi vida. Me resulta tan indeseable como imposible cumplir con las expectativas de una sociedad que valora a la mujer por su apariencia.  No me interesa complacer a nadie y últimamente pienso mucho en esa hermosa cabaña en la cima de una montaña donde no tenga que convivir con nadie, nunca.

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¡No puedo creer que ya tengo veintiséis años! Amo y soy amada, o al menos eso creo. Estoy muy cansada. Iba a cumplir veintitrés cuando conocí a mi novio. Al comienzo de nuestra relación no reconocía el rostro tan sonriente que me miraba al otro lado del espejo.  Me fui de viaje a las nubes y desde entonces no he logrado poner los pies en la tierra. Si de escribir se trataba, sólo pensaba en llenar la hoja de miel, besos, caricias y locuras. Al parecer había encontrado a alguien que era capaz de ver mis cualidades. Canté, bailé y me sentí inmensa. Había descubierto la fuerza que envuelve a una persona cuando es correspondida. Me creía todopoderosa y  todo me hacía  feliz.

Todavía cuento las horas para verlo y nunca quiero despedirme de él, pero siempre tengo miedo de fallar, de no ser suficiente, de perderlo. Necesito ser mejor para que me admire. Necesito esforzarme más para que me siga queriendo…

Ya no me río estruendosamente ni tampoco expreso mis ideas porque sé que no le gusta que lo haga. Mi trabajo no es suficiente para él y mis zapatos son muy feos. A pesar de todo, está conmigo y me considero afortunada.

Ya casi nunca escribo y muy rara vez leo. Mi único deseo es amar y ser amada; sin embargo, eso requiere demasiado esfuerzo y cada día me siento más cansada.  No me di cuenta cuándo dejé de ser una mariposa para volverme una oruga descolorida.  Me sé toda la programación de la televisión y todas las tardes encuentro algo que ver mientras espero su llegada.

A veces en la madrugada cuando me visita el insomnio recuerdo que alguna vez fui rebelde. Espero al amanecer con añoranza, deseando volver a ser aquella mujer fuerte. Para darme ánimos me digo a mí misma que soy amada y que por eso, sólo por eso, vale la pena desdibujarme…

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Fue muy doloroso cumplir treinta años. Tenía muchas expectativas de cómo sería yo al llegar esta década y no me siento ni la mitad de la persona que soñé que sería a esta edad.  Llevo un año luchando por resurgir de las cenizas y ser de nuevo una mariposa. Me hace bien mi soledad y tener la libertad para hacer lo que me gusta. Nunca más volveré a separarme de mi pluma, de mis libros ni de mis metas. Lucho por levantar mi autoestima pero todavía me pesa perdonarme por haber abandonado mis sueños, por haber perdido mi independencia, por haber girado alrededor de un hombre y por haber fallado a mi promesa de que yo nunca sería esa mujer que lo deja todo por amor.  Me dije que nunca me sucedería y aquí estoy, tratando de recomponerme.

Estoy aprendiendo a creer en mí. Mi sensibilidad se desborda. Me lleno de museos, novelas y música. Algunas noches lloro con las canciones y poesías de Leonard Cohen. Quiero atreverme a mostrar al mundo mis palabras, pero todavía no estoy lista y no sé si algún día lo estaré.

No tengo ganas de salir con nadie, me gusta estar soltera y hacer lo que se me antoje. Hay quienes creen que por no tener galán estoy desesperada y dispuesta a hacer lo que sea para cambiar mi situación. Lamento decepcionarlos, estoy bien así. También hay quienes me miran con desconcierto o desaprobación. Siento que me ahogo. Pareciera que la mujer sólo estuviera destinada a casarse y que sin un hombre a su lado su destino será oscuro. Como si una mujer soltera estuviera condenada a vivir triste, a estar incompleta.  ¿Qué les pasa?  No necesito a nadie para sentirme completa y feliz. Las personas deberían dejar de preguntarme si tengo galán o cuándo pienso hacer algo al respecto. Cuando estoy de buen humor, me divierto con sus caras de angustia y se me ocurren varias respuestas para hacerlos sentir incómodos, pero mejor me mantengo en silencio. Otras veces sólo deseo que se callen y me dejen en paz.  Soy yo quién decide como voy a vivir mi vida. A mí manera voy construyendo mi felicidad paso a paso.

¡No volveré a girar alrededor de un hombre! ¡No volveré a girar alrededor de nadie! ¡No volveré a sentirme inferior a nadie! No volveré a sobreesforzarme para mantener viva una relación. Busco mirar mi pasado no como un fracaso sino como aprendizaje: gracias a lo que viví, soy más segura y fuerte.

Hoy tomo la decisión de no minimizarme, de no aceptar tonterías y de darme mi lugar.  A partir de ahora seré mi eje conductor y no estaré sujeta a la voluntad de nadie más. Las únicas expectativas que deben importarme son las mías, las que me llevarán a construir mi felicidad.

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Cada día que pasa me siento más joven y fuerte, llena de energía para lograr lo que me proponga. Tiré la casa por la ventana ahora que cumplí cuarenta. ¡Quién diría que a mí me emocionaría tanto crecer!  Pienso en mi vida, en los retos que he superado, en lo que he aprendido, en lo que he crecido.  No puedo evitar sonreír cuando me miro al espejo: llegar a esta década ha sido un gran regalo.

No sé ni cuántas veces en mi vida repetí que nunca iba a casarme, que el matrimonio no era lo mío. Bien dicen que más rápido cae un hablador que un cojo, me casé hace algunos años con un hombre que me ha enseñado a volar más alto y a ser cada día más libre. Entendí que no todas las relaciones encarcelan. También me quedó claro que amar y ser amada no es un esfuerzo extenuante ni tampoco es necesario (ni aceptable ) sacrificar mi personalidad para lograrlo.  Las mujeres no estamos condenadas a vivir en la sombra de los hombres.  Ambos tenemos luz propia y depende de cada uno de nosotros hacerla brillar. No creo en la inferioridad ni superioridad de ningún sexo, creo en la equidad y por ella siempre lucho.  Es cierto que me caí en el camino pero me levanté, me hice cargo de mis decisiones, me perdoné y regresé a ser la mujer rebelde que se aleja de los prejuicios, estereotipos de belleza y juicios superfluos sobre el valor de las personas. No sufro del estrés o presión generado por la moda. No me quita el sueño si me rechazan, critican o juzgan.

Hace unas semanas me encontré un artículo en internet que especificaba cuál era la ropa adecuada para una mujer de acuerdo con su edad. No pude evitar preguntarme, ¿por qué tenemos esta obsesiva necedad de dictar reglas innecesarias para decirle a los demás cómo vivir?

Ingenuamente creí que al llegar a los cuarenta ya estaría lejos de la presión que la sociedad ejerce o intenta ejercer en las mujeres. Pero me equivoqué. Si antes el tema era el maquillaje, ahora lo son mis canas, las cuales me niego a ocultar.  ¿Por qué a los hombres con canas se les considera atractivos y a las mujeres, viejas?  ¿Por qué los hombres con canas se ven muy bien y las mujeres, descuidadas?  Este es el tipo de cosas que no entiendo y nadie ha podido darme una respuesta satisfactoria.  La verdad no disfruto tener que pintarme el pelo una vez al mes sólo para ocultar el supuesto símbolo de mi vejez.  Me gustan mis canas y no sólo porque brillan, sino porque muchas de ellas son evidencia de muchas batallas importantes (mis primeras canas aparecieron justo después de terminar mi examen para titularme, mis papás rieron cuando las vieron).  Muchas personas se escandalizarían si supieran que sueño con una melena tan blanca y deslumbrante como la nieve. Me encantaría ver sus caras cuando se los dijera, pero no lo haré.  Me quedaré en silencio y seguiré siendo yo, así de loca, así de feliz.

Hace mucho tiempo que guardé todo lo concerniente a la moda y estereotipos de belleza en el recóndito calabozo de las exigencias absurdas de como se supone debe ser una mujer. Cerré la puerta con miles de candados cuyas llaves perdí hace varios ayeres.

¿Cómo se supone que debe ser una mujer? La respuesta para mí es muy clara: libre y feliz.  Libre para ser como ella quiera, feliz para disfrutarlo.

No todas las mujeres desean casarse ni ser madres. Ninguna mujer debería ser juzgada por eso.  Esto es agobiante.

A menudo tengo que luchar arduamente para no ser tratada como una mujer objeto y para no permitir que mis adolescentes se perciban de esa manera.  Me aterra que actúen y/o sean tratadas como mujeres objeto, que pongan sus valores en algo tan superficial como una apariencia.

Me duele la posibilidad de perder la batalla y que la obsesión por tener un cuerpo perfecto sea lo único importante en esta época. Yo no nací para ser bella ni perfecta. La razón de mi existencia no es gustarle a alguien ni sentirme admirada. Tampoco nací para ser esclava de una sociedad que, me da la impresión, considera a las mujeres frívolas y/o tontas.

Soy una mujer rebelde que defiende su libertad a capa y espada. Soy responsable de mi futuro. Prefiero el rechazo por tenerme a mí misma a la aceptación por convertirme en quien no soy ni deseo ser.

Ni bella, ni perfecta: sólo feliz, sólo feliz.

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~ por Naraluna en diciembre 8, 2016.

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