Cuidado con las Coladeras

Hace un mes,  corriendo un medio maratón por distraerme tropecé con una coladera y caí al suelo. Con la ayuda de corredores muy solidarios pude levantarme y seguir adelante. A pesar de la altimetría compleja,  satisfecha y emocionada logré llegar a la meta. Estaba agotada y me dolían las piernas por el esfuerzo pero había valido la pena. En ese momento no me imaginé que, varios días después,  esa pequeña distracción me llevaría a vivir de nuevo los síntomas causados por una lesión en en la espalda: hormigueo en las piernas, pesadez al caminar, dolor en la espalda baja y también en el nervio ciático del lado izquierdo.  Me caí  y mi espalda sufrió las consecuencias.  Me caí y cayeron también mis planes de correr un maratón en noviembre. Me caí y mi cuerpo me obligó a tomarme un respiro. Me caí y todavía no me levanto de esa caída.

No sólo me afectó no correr sino también me enojó mucho.  Estaba enojada conmigo misma, con mi distracción, con mi circunstancia. Estaba enojada con el dolor, con mi cuerpo, con mi entorno. Aceptarme y amarme incondicionalmente a veces parece una utopía.  Me he obligado a meditar casi todos los días y aunque siempre me ayuda, muchas veces me desagrada pues hay ocasiones en las que enfrentarse con la realidad y apaciguar mis demonios resulta muy doloroso, sobre todo cuando me siento como un pájaro herido cuyas alas no pueden elevarlo.

Hay que tener cuidado con las coladeras y tener la cabeza en lo que uno está haciendo, no fugarse a la luna en situaciones importantes como realizar una actividad física que necesita toda nuestra atención.  Lo más absurdo de mi caída es que me alteró más el hecho de no poder correr ni hacer ejercicio que la atención que me estaba pidiendo mi cuerpo. Para alguien como yo cuya prioridad siempre ha sido la salud, creo que estaba perdiendo el equilibrio y lo que me pasó fue una advertencia: la primera y confío en que también sea la última.

Estoy rota y no me gusta el reposo. Una persona hiperactiva como yo no tiene mucha tolerancia al descanso prolongado pero me caí y me toca asumirlo aunque me negara a hacerlo al principio. Me evadí de la pluma, de la realidad pero no del dolor, ese se queda, se adhiere al cuerpo y  desmotiva.  Los primeros días me quedé en el suelo, durmiendo mucho y en silencio. Pero evadirme nunca será la respuesta si deseo seguir avanzando y a mí nunca me ha gustado estancarme.

En estos largos días de reposo me ha sobrado tiempo para pensar, para observar lo que sucede a mi alrededor, para llorar, para construir o destruir ideas, para superar el enojo.

No es dolorosa la caída, es levantarse lo que duele. Después de seis años de estar bien, he vuelto a usar una faja ortopédica en la espalda y a sentir que el viento me quiebra. No es sólo la caída, también he llevado una carga pesada en mi espalda y necesito soltarla para poder sanar. Últimamente me he convertido en un llanto ambulante…

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Faja ortopédica

Quiero parar la lluvia que riega mi tristeza y me desborda en las noches de insomnio, en la cama enemiga de mi espalda, en las lágrimas de mis seres queridos, en los retos que no hemos sabido resolver, en nuestras autoestimas fracturadas, en las tinieblas que nos impiden encontrar la luz, en las carencias resultados de una economía difícil, en los miedos que nos visitan constantemente…

Me hacen falta mis amigos que viven lejos. En estos días sombríos me pregunto cuándo volveré a verlos, cuándo podré abrazarlos. Me hacen falta y la distancia me pesa, me pesa mucho.

Lloro cuando nadie me ve, cuando nadie me escucha, cuando estoy sola en este reposo obligado. Lloro sin mascaras, ni armaduras. Lloro sin saber cuándo pasará esto. En medio de mi crisis al menos me han dejado de importar los juicios y reclamos de las personas a mi alrededor que creía estaban cerca y he podido ver quienes me ven y aceptan tal cual soy. No es mi meta cumplir con las expectativas que los demás tengan de mí y no pienso obligarme a entrar donde no quepo o donde no soy bienvenida.  En estos días agradezco conmovida los brazos siempre abiertos de quienes me aceptan con mis defectos y malos momentos. Ellas son mi oasis en este agobiante desierto.

Me caí y todavía estoy rota pero también estoy luchando por recomponerme. Me siento desorientada pero también más consciente de mis fortalezas y debilidades. Este descanso obligado me ha servido para escuchar a mi cuerpo, para poner atención a los detalles que antes ignoré, para aprender a tomar las cosas con calma y no avanzar siempre a un ritmo tan acelerado.  No debo concentrarme en mis carencias ni miedos, tampoco en el dolor o desconcierto. En días como hoy necesito motivos para levantarme, sacudirme los temores y sanar.

Me duele la espalda. Me rebelo ante el reposo obligado de estos días y  anhelo desesperadamente salir a caminar sin dolor ni miedo, despacio pero sana, despacio pero sin detenerme.

Ya no voy a llorar cuando vea mis tenis para correr casi nuevos, esos tenis que no he tenido oportunidad de domar todavía. Ya lloré lo que necesitaba. Ya tengo la pluma en mi mano. Ya estuve mucho tiempo en el piso. Sí que me duele levantarme, pero estoy decidida a hacerlo. Aunque tardan, las heridas sanan si les damos la oportunidad de hacerlo, si tenemos paciencia y cuidado.

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Mis tenis nuevos

Cuando la tristeza me domina y la esperanza se me acaba, elevo la mirada al cielo y entre las nubes encuentro sosiego. En esos minutos nada me duele: soy aire libre, mariposa efímera, colibrí en busca de nuevos colores, grillo trovador, hada despierta. Por un instante sonrío y recuerdo que estoy viva.

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«Soy aire libre, mariposa efímera, colibrí en busca de nuevos colores, grillo trovador, hada despierta». CGG

 

Sigo sintiéndome como un pájaro herido pero sanaré y aunque me tarde emprenderé el vuelo de nuevo, lo prometo.

A partir de ahora tendré cuidado con las coladeras, avanzaré concentrada en lo que estoy haciendo y con los pies bien puestos en la tierra en equilibrio con mis anhelos.

 

 

 

 

~ por Naraluna en octubre 27, 2016.

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