Hoy no es un día alegre.

Unas veces nos sentimos irrompibles; otras nuestra fragilidad nos resulta aterradora.  Suelo comenzar el día con alegría, pero hoy no fue así: amanecí con los ojos húmedos y el dolor esparcido en todo el cuerpo.  Quería quedarme escondida entre las sábanas, sumergida en aquel mundo surrealista que visitamos varias noches al abandonarnos al sueño… pero no lo hice. Salí de mi refugio y comencé mi día como siempre.  Caminé más despacio y sentí alivio al hacer estiramientos en el gimnasio.  Mis amigas me dijeron que me veía más fuerte y recuperada que la semana anterior. Yo les sonreí tratando de no quebrarme. Lloré en la regadera mientras el agua caliente me acariciaba la espalda y me sentí mejor cuando un chorro de agua fría cayó sobre mi cabeza, como si de esa manera se acomodaran un poco mis ideas.  Me obligué a recomponerme mientras me vestía y seguí mi camino.

Me han dicho que soy una persona alegre y entusiasta. Es cierto que me esfuerzo en serlo la mayor parte del tiempo, pero hoy en mí ha predominado la tristeza y el agotamiento. Ya me cansé de mi optimismo, de animar a los que me rodean, de animarme a mí misma.  Ya me cansé de mis interminables esfuerzos para lograr algo. Ya estoy harta de no poder nadar sin consecuencias negativas para mi salud (esta semana no puedo nadar por una infección en el oído).  Ya me cansé de no poder comer dulces sin que se queje mi vientre. Ya me cansé de que me duela la espalda aunque no sea un dolor severo.  Ya me cansé de preocuparme, de reírme, de sonreír, de levantarme, de las palabras de aliento, de mirar el lado amable de las cosas.  Me cansé de rebelarme.  Estoy agotada.

Me han dicho que soy fuerte pero toda la mañana me sentí la más débil y  frágil. Ni siquiera sé cuántos ataques de llanto tuve. Me duelen las piernas, los brazos, los oídos y ahora también la garganta; me duele la espalda, el vientre, levantarme. Me duele la pluma en mi mano, las decenas de hojas que he arrancado. Me duele el dolor.

Me han dicho que soy fuerte pero esta mañana me quebraba en cada paso.  A veces creo que me esfuerzo demasiado y luego me pregunto para qué.  Obnubilada y extenuada me recosté en el sofá y mis ojos se cerraron automáticamente.  Me vi en un lugar extraño, junto a mí estaba sentado un señor vestido de café, parecía un monje. Le pedí ayuda y en ese momento desapareció la imagen: me quedé profundamente dormida.  Me hizo bien un poco de descanso.

No soy de las personas que sucumben al dolor, aquellas que abandonan sus objetivos cuando se encuentran con un obstáculo. Tampoco soy de las que, con tal de lograrlo, se hace daño.  Entre ambas opciones hay un camino y se llama equilibrio. Ese es el camino que busco: no voy a rendirme pero tampoco voy a lastimarme. Mi fragilidad me hace humana; y, mi dolor, consciente.

Algunas veces tengo miedo; y otras, me desespero. En días como éste, me agobian mis preguntas sin respuesta y siento que caigo al vacío. Aunque estoy más tranquila y menos desolada, no deja de afectarme el por qué  me cuesta tanto trabajo hacer lo que me gusta. ¿Por que la mayor parte del tiempo tengo que luchar y luchar para llegar a donde me propongo? Me siento aturdida entre tantas batallas.  A veces sólo quiero disfrutar sin haber tenido que librar una batalla antes. Me gustaría poder comerme una dona sin que después se me inflame el vientre y me duela el estómago. Me gustaría poder nadar sin después sufrir por mi nariz lastimada, garganta irritada u oídos tapados. Me gustaría correr sin lastimarme y escribir sin pelearme con las hojas. Me gustaría que mis plantas crecieran sanas sin tener que pelearme con tantas plagas diferentes.  ¿Cuándo podré comer sin temer una crisis de dolor, nadar sin dañar mi salud, correr sin que nada me detenga, escribir con soltura?

No sé si soy fuerte o no. ¿Me exijo mucho?  En días como éste, me quiebro. El miedo me nubla la vista y el dolor me ciega. Dudo de mis pasos. ¿Me detengo?  Hoy no quiero sonreír ni dar ánimos a nadie. Quiero llorar. Ya me cansé de ser optimista. Quiero gritar. Dormirme. ¡No quiero nada! ¡Nada!

Lo sé: mi fragilidad me hace humana; y mi dolor, consciente.  Recuerdo la armonía que encontré en la meditación hace un par de días. Esa vez flotaba en simbiosis con el aire, vibraba en alegría y paz.  Me siento mal pero no me gusta quedarme en la nada, acongojada e inmóvil, adolorida e inactiva, suspendida en un mundo sin anhelos. Asumo mis fortalezas y también mis debilidades.  Busco alejarme de mis telarañas y escucho a mi cuerpo. Me relajo. Asumo mi dolor sin excesos ni expectativas extremas. Asumo mi dolor sin enojos ni resentimiento. Me miro con honestidad y respeto, con tolerancia y amor. Me comprometo a sanar para lograr ser fuerte como me han dicho que soy y como tanto anhelo serlo ahora.

Respiro. Creo en mí. Respiro. Me visualizo en el camino que me he trazado. Respiro. No más dudas ni excusas para huir. Respiro. Si me quiebro, me reconstruyo. Respiro. Si me caigo, me levanto.

Hoy sólo necesito hacer una pausa, darle a mi cuerpo el tiempo que necesita para recuperarse y sentirme en paz con eso. Me toca aprender a disfrutar mi reposo.

Esta noche visito mis plantas y mientras las riego, despacio mi sonrisa regresa. En mi jardín florecen los cempasúchiles y los grillos están cantando…

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Mis Cempasúchiles

Todo va a estar bien. Vamos, hay mucho camino por delante.

 

 

~ por Naraluna en octubre 6, 2016.

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