Noche de Museos con MUCHO chocolate.
En esta fría mañana lo que se me antoja es un chocolate caliente. Me encanta el chocolate y me resulta increíble que hubo una época en mi vida en la cual lo odiaba y su simple olor me resultaba desagradable. Hoy no sé cómo fue eso posible. Un buen chocolate nos puede alegrar el día.
Justamente tenía mucho antojo de comerme un chocolate cuando estaba buscando los eventos para la Noche de Museos de septiembre (el último miércoles del mes hay noche de museos aquí en la Ciudad de México). Muchos museos organizan eventos especiales para esa noche del mes. La vez pasada fuimos a una Noche Irlandesa en la explanada del Museo de las Intervenciones en Coyoacán. Nos tocó escuchar un concierto de gaitas, de música irlandesa y también hubo bailes típicos. Me encantó. A partir de ese momento, mi marido y yo nos propusimos asistir a la Noche de Museos siempre que nos sea posible. Para saber qué eventos estaban programados para esa noche, me resultó muy útil una cuenta en twitter: @nochedemuseos. En ella pude encontrar el programa de ese día con horarios y costos. En algunos lugares la noche de museos es de entrada libre, pero no en todos. Me encontré con el programa del Mucho Mundo Chocolate, un museo, como su nombre lo dice, dedicado al chocolate. Considerando que me desperté pensando en chocolates, la idea de ir ahí me resultó muy atractiva. Esa noche además del recorrido por el museo, habría un concierto de música del porifiriato con el acordeonista Antonio Barberena y para cerrar : una cata con los sabores del porfiriato. Me pareció una propuesta irresistible y mi marido estuvo de acuerdo. Este museo se encuentra en la calle de Milán #45, cerca del metro Cuauhtémoc.
Llegamos al Museo poco antes de las ocho de la noche. El recorrido cuesta 70 pesos. También fue necesario pagar por la cata que tendría lugar más tarde. La casa de este museo es de la época del porfiriato. En la planta baja se encuentra la tienda donde venden una gran variedad de chocolates. Debo confesar que se me antojaban casi todos. Al lado de la tienda, hay una especie de cafetería donde venden tamales de triple chocolate, de chocolate con nuez y de chocolate con arándano. También venden chocolate caliente y agua de chocolate. Tuve la oportunidad de probarla. Me imaginé que estaría bien dulce pero no fue así. Estaba fresca y al dar el último trago los trocitos de chocolate llegan a la garganta y la sensación fue única y deliciosa. La próxima vez que vaya tomaré más de esa agua de chocolate con hielos.
El museo está en el primer piso. Tiene varias salas en las cuales nos van contando la historia del chocolate en México desde los tiempos prehispánicos. Aunque lo vi hace algunos ayeres en la escuela, confieso que ya se me había olvidado que alguna vez el cacao llegó a usarse como moneda en México. En las salas podemos encontrar algunos instrumentos para preparar el chocolate como, por ejemplo, los molinillos.
Además hay jarras y tazas muy elegantes de la época del porfiriato. También hay muchas fotos relacionadas con cultivos de cacao.
Me gustaron las pinturas que tienen como tema el chocolate: Chocolate Amargo de Flavia Zorrilla; El Regalo de Kukulkán y La Hora del Chocolate de Tania Juárez.
Además en una de las salas hay recetas para preparar desde una rica bebida hasta un buen mole. Les tomé foto y en uno de estos días quizá me arriesgue a preparar el mole. Hay una muy pequeña sala que se mantiene cerrada pues sus paredes están decoradas con puro chocolate. Se ve hermosa pero no es un lugar apto para migrañosos pues ya se podrán imaginar el penetrante aroma dentro de esa sala.
Me gustó mucho el recorrido y espero pronto repetirlo con más calma pues confieso que algunas salas las vimos con cierta prisa pues el concierto ya estaba por comenzar y no queríamos perdérnoslo.
Afortunadamente encontramos lugar para sentarnos a disfrutar de la música de Antonio Barberena quien hizo magia con su acordeón. Además de talentoso músico, también es muy culto y me pareció muy bien que antes de cada melodía nos contara detalles de la época del porfiriato y la historia detrás de cada canción. Sobra decir que disfruté muchísimo la música. Sentí ganas de bailar. Algunas melodías siguen escuchándose ahora y con algunas polcas recordé mi infancia, a menudo las escuchaba con mi papá. El músico tocaba no solamente con maestría sino también con mucho sentimiento y la música me llegó al corazón. Terminó el concierto en medio de aplausos y elogios. Faltaba media hora para que empezara la cata. Mi marido y yo nos sentamos y compartimos un chocolate que compramos en la tienda.
Nunca había estado presente en una cata antes y estaba emocionada por esta experiencia. Por fin llegó la hora de entrar al salón donde se realizaría la cata, éramos varios los que participaríamos. Aprendí que la diferencia entre una cata y una degustación es que en la cata se da una explicación sobre la comida o bebida que se probará, se habla un poco de la historia de ese platillo o bebida y de cómo fue preparado mientras que en la degustación sólo se prueba la comida o bebida sin explicaciones o historias al respecto. Me gustó la manera de explicar de la persona que estuvo a cargo de la cata. Nos tocó probar cinco chocolates que fueron preparados de acuerdo a las recetas del porfiriato pero con un toque moderno. Antes de comenzar con los chocolates, nos comimos un grano de cacao. Fue un sabor un poco extraño para mí pero nada desagradable.
El primer chocolate que probamos tenía pan; aunque sabía bien, no fue mi favorito. El segundo que probamos se llamaba Napolitano. Tenía tres capas de chocolate sólido y dos de mousse. Fue un verdadero viaje comer este chocolate que me conquistó desde la primera mordida. Mientras se derretía en mi boca sentí escalofríos de placer. Me lo comí muy despacio para disfrutarlo la mayor cantidad de tiempo posible. Fue exquisito. Confirmo lo que dicen: el chocolate es la comida de los dioses y el napolitano fue, para mí, una probadita del paraíso. Ya se me había olvidado lo poderoso que puede ser un buen chocolate.
No está de más mencionar que al comer chocolate nuestro cerebro produce endorfinas, las cuales nos dan una sensación de bienestar y placer similar a lo que sentimos cuando estamos enamorados. Desde cierta perspectiva, comer un buen chocolate es como enamorarse y esa noche me enamoré mucho y muy intensamente. Me sentí en un completo éxtasis con ese chocolate napolitano. No pude ni intenté ocultar el efecto que ese chocolate tuvo en mí. Comprendí la expresión: «Sabe a Gloria», aunque me pregunto si la Gloria será tan exquisita. Mi marido se rió de mi reacción con el chocolate; sin embargo, el chavo que estaba frente a mí vivió algo muy parecido: Al sentir el chocolate en su paladar cerró los ojos, suspiró y sonrió sin poder ocultar su sorpresa.
Me sentí ligera y feliz, muy ávida por comer más. El siguiente chocolate que probamos estaba relleno de una especie de jalea de vino tinto. Como bien lo dijo la chava frente a mí: fue como tomar chocolate acompañado de una copa de vino. Nos gustó mucho la mezcla. Esta delicia fue la favorita de mi marido en esta cata. ¡Excelente combinación la del chocolate con el agridulce sabor del vino! ¡Qué chocolate tan elegante!
El siguiente que probamos se llama Bombón y estaba relleno de pectina de chabacano. Su sabor fue delicado, dulce pero no tanto y suave. No puedo quejarme de esta sutil manera de consentir a mi paladar. Para finalizar nos comimos un enjambre de chocolate oscuro. En ese momento yo ya estaba viviendo un extraordinario romance con el chocolate. Estaba en las nubes. Desafortunadamente terminó y todos nos quedamos con ganas de más. La buena noticia es que esos chocolates ya van a estar a la venta en la tienda del museo.
Antes de irnos me compre una tortuga para tener algo que saborear en el camino de regreso a casa. Hace tiempo que un chocolate no me dejaba sin aliento.
En estos días de un otoño que parece invierno, me hace falta el calor de un buen chocolate. Yo ya quiero por más…
~ por Naraluna en octubre 2, 2015.
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