Volando de Regreso a mi Ciudad

Después de la boda y despedida, el siguiente paso era prepararme para el regreso a casa.  El papá de Fabricio y yo dejamos Carrolltown a mediodía. Llegamos a Pittsburgh a la hora de la comida y el sol coloreaba la tarde. Comimos en una plaza que quedaba cerca de la casa de mi amigo. Después compré algo para curar en mis pies las secuelas de tanta bailada.  No pude resistir la tentación y me compré unas curitas de colección de Star Wars, de Darth Vader. También era importante consentir a la niña que vive en mí.  Pude comprarme un libro sobre la Segunda Guerra Mundial que parecía estarme esperando. Hubiera sido raro regresar de un viaje sin haber comprado un libro. Es como una tradición, una necesidad, una adicción, un hecho casi inevitable.

El resto de la tarde estuvimos en casa. Me dediqué a hacer mi maleta. Cuando uno va a salir de viaje, empaca con la emoción de la aventura que va a comenzar; pero cuando el viaje termina, uno empaca con un poco de melancolía. De alguna manera es como haber terminado de leer un libro increíble, llegar al final es emocionante pero también duele. Esa tarde empacar fue para mí como terminar de leer uno de mis libros favoritos: me sentía tan feliz como triste.

Después llegó el momento de programar el transporte que me recogería y me llevaría al aeropuerto al día siguiente. No se trataba de un taxi sino de una especie de camioncito que va recogiendo a varias  personas para llevarlas al aeropuerto (con un límite máximo de 10 pasajeros por viaje). Se llama SuperShuttle e hice todo el trámite vía internet, tanto programarlo como pagarlo.

El resto del tiempo descansé, leí y cuando llegó, jugué con la pequeña Maritza. Jugamos juntas hasta que el cansancio me venció. Es una niña hermosa y me encantó haber convivido tanto con ella.

Dormí profundamente ea noche. Estaba demasiado cansada.  Apenas abrí los ojos lo primero que hice fue mirar al cielo. Amé mi lugar para dormir y poder ver a través de la ventana todos los días al despertar.  Era ya casi mi última mirada al cielo de Pittsburgh. Tomé una foto y me pregunté cuánto tiempo pasaría antes de volver a estar ahí.

Última mirada  Pittsburgh

Última mirada
Pittsburgh

Me moría de ganas de ver a mi familia, me hacía mucha falta abrazar a mi marido y a mis adolescentes; sin embargo, una parte de mí no quería regresarse.

Me gustó el servicio del SuperShuttle. Cuando ya están cerca de la zona, mandan un mensaje dónde le avisan al pasajero el número del camión que lo va a recoger y le mandan un link  que abre un mapa. En ese mapa se puede ver la trayectoria del camioncito por dónde va avanzando y qué tan cerca está del lugar donde recogerá a sus pasajeros.  Cuando ya estaba por llegar a casa de mi amigo, los papás de Fabricio me acompañaron a esperarlo.  No tardó mucho en llegar.  Me despedí de ellos con un muy fuerte abrazo y me quedé con un nudo en la garganta.

El chófer me ayudó a subir mi maleta y la atención que recibí fue excelente. Una vez sentada en mi lugar, miré por última vez la calle donde viví semana y media.  Tenía muchas emociones: alegría y agradecimiento por todo lo vivido, tristeza de que el viaje llegara al final y muchísimas ganas de volver a ver a mi familia.  Pasé todo el camino en silencio, mirando a Pittsburgh desde la ventana, absorbiendo cada detalle y despidiéndome de cada cada lugar. Una vez más miré al cielo, siempre al cielo.

Llegamos con buen tiempo al aeropuerto. Pude comprar la «Terrible Towel» de los Steelers que me encargó mi familia. Comí con calma y me di una vuelta por las tiendas cercanas a la salida de espera hasta que llegó la hora de abordar. Entre tantas emociones,  ya no tuve oportunidad de ponerme nerviosa.  Por primera vez en mi vida me olvidé de mi miedo a los aviones.

Adiós querido Pittsburgh.

Adiós querido Pittsburgh.

En este viaje nunca me tocó sentarme junto a la ventana en los cuatro vuelos que tomé. De Pittsburgh a Houston me tocó pasillo. Me pasé el vuelo completo escribiendo casi sin parar. Sólo hice algunas breves pausas cuando las náuseas eran fuertes pues a lo largo de este vuelo hubo mucha turbulencia. El mayor inconveniente de este vuelo no fue la turbulencia, sino el frío: el aire acondicionado estaba demasiado fuerte y me congelé todo el tiempo.  La próxima vez que viaje en avión me llevaré una chamarra: más vale prevenir que lamentar. Cuando menos me lo esperaba, aterrizamos. El aterrizaje fue un poco abrupto y varios pasajeros nos asustamos, pero no pasó a mayores. Llegamos bien a nuestro destino.

Llegué a Houston con el tiempo justo para tomar, sin estrés, mi siguiente vuelo. Esta vez no escribí, me la pasé leyendo. Estaba tan metida en mi libro que no sentí el paso del tiempo.

Aeropuerto Houston

Aeropuerto Houston

A la hora de aterrizar, pude ver mi enorme ciudad llena de luces. Aunque no estaba sentada junto a la ventanilla, pude tomarle una foto. Había regresado a casa y todo salió muy bien. Lo primero que hice al bajarme del avión fue llamarle a mi marido. Ya estaban llegando al aeropuerto los tres.  ¡Ya quería verlos!

Vista de mi Ciudad

Vista del DF desde el avión.

Me dolía la cabeza y tenía muchas náuseas, pero estaba bien.  Recogí mi maleta y luego llegué a la aduana. Ahí me desconcertó mucho la hostilidad de los agentes mexicanos. Me hicieron malas caras  y su actitud negativa fue exactamente lo contrario a lo que me tocó vivir con los estadounidenses, quienes me trataron muy bien.  Ni siquiera tuvieron la amabilidad para decir buenas noches o ayudarme a poner la maleta en la mesa para que me la revisaran (me tocó el semáforo rojo). El agente que estaba frente a mí me veía intentar subirla (pero yo no podía cargarla porque tengo prohibido cargar mucho peso pues tuve alguna vez problemas de espalda) y no hacía nada, sólo me miraba indiferente y con cara de reclamo porque no me apuraba.  Tuve prácticamente que obligarlo a ayudarme.  Es la primera vez que me toca un trato así  en el aeropuerto de mi querido México  y me entristeció mucho.  Mucho. Espero que sea la última vez que esto sucede.  Pasado el mal momento, salí a encontrarme con mi familia. Nos abrazamos.  Me sentí feliz, muy feliz de volver a verlos. Ya era casi media noche, estaba muy contenta pero también exhausta. Fue un poco largo el camino a casa pero con nuestra plática se pasó rápido el tiempo.  Ya en casa cenamos, hablamos sobre nuestras experiencias de esos días y reímos mucho.

Regresé a casa sintiéndome diferente. Lo mejor de los viajes es que nos transforman. Traía conmigo todas las vivencias y aprendizaje de semana y media. Ahora me tocaba asimilarlo y acomodarme. Ahora me tocaba comenzar un libro nuevo de muchos capítulos. Esa noche apenas comenzaba el primero.

Me costó un poco de trabajo dormir. Me quedé escuchando la voz de mi ciudad.  Entre el ruido de los coches y los camiones que pasaban, intentaba encontrar el canto de mis grillos…

~ por Naraluna en agosto 21, 2015.

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