Camino a Pittsburgh
No me pareció largo el tiempo que estuve en el aeropuerto del DF. Caminé tranquilamente hacia la sala de espera después de tomar mi té y escribir un rato. Escuché los mensajes que recibí en mi teléfono. Estaba contenta.
Con respecto a mis impresiones en el aeropuerto de la Ciudad de México, me sorprendió que no hubiera wi-fi disponible para todos, sólo había para los clientes de infinitum. Por otro lado me parecieron exageradamente caras las botellas de agua. La más barata que encontré costaba 18 pesos y la más cara 38 (ambas de 600 ml). No esperaba encontrar precios tan variados y elevados para sólo una botella de agua. Fui muy ilusa al creer que con 17 pesos me alcanzaría para una.
Me senté y un poco desconcertada esperé que llegara el momento de abordar.
Platiqué con una señora que iba a Houston al bautizo de su bisnieto. Me contó que tiene 6 hijas y 2 hijos. Algunas de sus hijas viven allá. Me contó de sus nietos y bisnieto. Traté de imaginarme con ocho hijos. No pude. Mis respetos a las pacientes madres de familias tan grandes.
Abordamos el avión cerca de mediodía. En estos aviones de United Airlines ya no hay radio ni audífonos; sin embargo, hay «United wi-fi» para ciertos vuelos. Es decir, a cualquier pasajero que tenga un dispositivo móvil puede conectarse al wi-fi y tener acceso a las películas que la aerolínea tenga disponibles.
A veces para poder verlas es necesario tener la aplicación de la aerolínea en los ya mencionados dispositivos. para tener acceso a redes sociales o cuentas de e-mail es necesario pagar la cantidad estipulada. Es una buena oportunidad pero sólo para quienes tengan dispositivos móviles.
El viaje camino a Houston fue tranquilo. Sólo una pequeña falla mecánica antes de despegar pero la resolvieron en unos minutos. En este vuelo predominó el silencio. Me tocó sentada en medio de dos hombres, ambos muy amables; uno era venezolano; el otro, americano. Yo estaba muy nerviosa antes del despegue y el venezolano me dijo que es más probable tener un accidente automovilístico que uno aéreo. Mi marido me dice siempre exactamente lo mismo. Me acordé de él y sonreí. Ambos tienen razón pero soy muy nerviosa.
Desde mi lugar alcanzaba a ver un poco el paisaje afuera.
Antes del despegue, el americano me regaló un chicle. No me gustan los chicles pero me alegró de haberlo aceptado. Masticarlo mantuvo entretenida durante el despegue. Cerré los ojos y me concentré en el amor, paz, armonía. Despegamos son contratiempos y sentí el vértigo en mi estómago.
El vuelo duró menos de dos horas. Estuve leyendo The White Goddess de Robert Graves. Después el venezolano me mostró lo que escribió Gabriel García Márquez sobre viajar. Me identifiqué con lo que leí. Hablamos de viajes y después de idiomas y cultura. A él también le gustan los idiomas. Habla español, inglés, portugués y quiere aprender otra lengua. Me mantuvo entretenida la plática.
Cuando comenzamos a descender me sentí mareada. Cerré los ojos para escaparme del miedo. Vi una caverna muy profunda. Me pareció que caía y caía. Abrí los ojos sobresaltada, respiré profundamente y los volví a cerrar. Vi la entrada a una especie de iglesia color arcilla. Vi un paisaje hermoso; comencé a quedarme dormida.
Abrí los ojos de nuevo cuando ya casi tocábamos el suelo. Tanto el venezolano como el americano me sonreían para reconfortarme (ambos percibieron mis nervios). Llegamos bien a Houston.
El aeropuerto es enorme. Hay internet gratuito para todos y es muy rápido. Por lo tanto tuve la oportunidad de comunicarme con mi familia.
Tenía mucha hambre pero todavía me faltaba un largo camino antes de poder hacerlo. Primero teníamos que pasar por migración. La fila era enorme. Afortunadamente avanzaba rápido. Fueron como 30 minutos para llegar con la agente que revisó mis documentos y me preguntó la razón de mí viaje. Después había que recoger el equipaje y formarse de nuevo. Otra larga fila para volver mostrar nuestros documentos y entregar nuestra declaración. Después había que dejar nuevamente la maleta para que llegara a su destino final: Pittsburgh. De ahí nos tocó otra revisión para la cual fue necesario quitarnos los zapatos. Estaba exhausta, estresada y hambrienta. Me dio ánimos el haber podido ayudar a algunas personas que no hablaban inglés y quienes se acercaron a mí para que les ayudara, explicará o tradujera las instrucciones para realizar los procedimientos. Saberme útil siempre me pone de buen humor.
Casi pierdo mi celular después de la revisión. Lo dejé en la charola donde hay que poner las cosas para que las revisen. Afortunadamente pude recuperarlo sin incovenientes. El agente que lo tenía me hizo reír antes de dármelo.
Tenía tanta hambre que me dolía la cabeza.
Para llegar a la terminal C, tuve que tomar un tren. Se parecía un poco al metro. Sólo era una estación.
En mi mente sólo había una imagen: COMIDA. En ese momento era lo único que deseaba. No encontré un McDonalds. No me gustan las hamburguesas pero es un buen lugar dónde comer cuando uno no quiere gastar dinero. Comí un pollo del estilo de Kentucky Fried Chicken pero con la enorme diferencia del precio. Es el pollo más caro que he comido en mi vida. El lugar se llamaba Popeye’s Louisiana Chicken.
Me senté a devorar mi comida. Me sentí como el protagonista de Ravenous (1999) cuando se come con avidez y desesperación un guisado de carne después de haber intentado inútilmente resistirse. A pesar de que no me gusta el pollo, lo disfruté muchísimo. Renové fuerzas.
Me dirigí a la sala de espera y admiré la tarde a través de la ventana.
Tomé mi ipod, me puse a escuchar música y escribir mientras pasaban las horas.
Anhelé un abrazo, me sentí un poco sola. La música me acompañó en este camino. Sólo una vez he estado en Houston. Viajamos mi papá, mis hermanos y yo. Mi mamá no pudo viajar con nosotros aquella ocasión. Es la única vez que he viajado al extranjero con mi papá. Está parada en Houston me hizo extrañarlo.
Llegó la hora de abordar el avión. Estoy nerviosa y muy emocionada. Cuento las horas para ver a mi amigo.
Hay muchos bebés llorando en este avión. No será un vuelo ni tranquilo ni silencioso. Mejor me pongo los audífonos y me lleno de música. Canto al ritmo de Marie Claire Dubaldo. Quiero bailar mientras escucho Dream of You de Schiller.
Estoy a casi tres horas de reunirme con mi querido amigo en Pittsburgh. ¡Sólo tres horas!
Me siento tan cansada como entusiasmada y ya menos aprehensiva.
Cuando viajó me preocupó por el pasaporte, la visa, mi mochila, mi maleta. Me estresa perder u olvidar algo. Ya falta poco para poder relajarme y disfrutar, muy poco.