De la Intolerancia a la tolerancia, mi viaje por el Museo Memoria y Tolerancia
Después de mucho tiempo, por fin regresé a mi vieja costumbre de visitar museos sola y el viernes pasado muy felizmente tomé el metro línea tres, dirección Indios Verdes para dirigirme al Centro Histórico de la Ciudad y poder visitar el Museo Memoria y Tolerancia. Desde hace tiempo tenía muchas ganas de ir, pero no había podido hacerlo. Para llegar al museo me bajé en la estación Juárez y caminé hacia Bellas Artes, lo que me permitió pasearme por la hermosa Alameda Central en ese día soleado. A pesar de que todavía era invierno, ya comenzaba a sentirse la primavera. Como era temprano, no había mucha gente y mi visita, en ese sentido, fue tranquila. El museo se encuentra en la Plaza Juárez, justo frente al Hemiciclo a Juárez en la Alameda.
Al llegar, a simple vista, el Museo no me pareció tan grande, cuando en realidad es enorme. El museo abre de martes a viernes a las 9:00 hrs. y cierra a las 18:00 hrs; los sábados y domingos abre a las 10:00 y cierra a las 19:00. El boleto de admisión libre cuesta 69 pesos para publico en general, 59 para estudiantes, maestros y adultos mayores de 60 años; el boleto de admisión guiada o audio guiada cuesta 84 pesos para el público en general y 70 pesos para estudiantes, maestros y adultos mayores de 60 años.
El museo consta de 5 pisos. Después de comprar el boleto, hay que formarse para poder entrar. La atención de las personas que trabajan ahí es buena y dan las explicaciones con buena actitud. Una vez listos para entrar, hay que tomar el elevador para subir al quinto piso; es ahí donde comienza la exposición.
Por supuesto, ya estaba más o menos preparada para lo que vería. Es importante mencionar que el Museo Memoria y Tolerancia no es un museo ni entretenido, divertido ni padre porque el objetivo de este museo no es el de divertir ni entretener a quien lo visita, su objetivo es el de generar conciencia en las personas. En este lugar nos enfrentamos a algunos de los momentos más crueles y dolorosos en la historia de la humanidad. La razón de esto es para no ser indiferentes al sufrimiento humano y tomar conciencia para que estos terribles eventos ya no se repitan.
De lo primero que escuché al comenzar mi viaje por este museo fue lo siguiente: «Recordar para aprender, aprender para no repetir». Me parece que este es el objetivo del museo y esa frase se quedó conmigo. Lo más relevante es que ciertos momentos de la historia no deberían repetirse nunca; desafortunadamente, como humanidad a veces parecemos olvidar demasiado rápido y lo terrible se repite una y otra y otra vez.
«La fuerza del olvido permite que el crimen surja de nuevo. Por el contrario, la memoria sirve como instrumento de justicia y prevención». ( Guía para Estudiantes / Cédulas del Museo Memoria y Tolerancia).
Cuando hablo de recordar no me refiero a sufrir constantemente por lo sucedido sino a quedarse con el aprendizaje que nos dejó esa experiencia, a tomar conciencia de la situación y seguir adelante sin repetir el mismo camino. Si ignoramos lo que sucede, no aprendemos nada y es muy probable que la historia se repita.
El tema principal de este museo es el Genocidio. De acuerdo con el diccionario, el genocidio «es la aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos, religiosos». Es decir, sucede cuando se elimina a las personas por su raza, etnia, religión, nacionalidad. Los genocidios mostrados en este museo son aquellos que se llevaron a cabo a partir del Siglo XX.
Me gustó mucho la tecnología usada en las salas y la forma en la que están organizadas. Las explicaciones son breves y claras. Hay muchas fotografías para ejemplificar la situación que se está describiendo y en algunas salas hay objetos que pertenecieron a algunas víctimas de genocidios. Me llamó la atención el que hubiera videos informativos en todas las salas y que en la parte superior de la pantalla hubiera un reloj que indicaba cuánto tiempo le quedaba al video o cuanto le faltaba para volver a comenzar. La mayoría de ellos dura dos minutos. Confieso que vi casi todos los videos y para mí fueron muy útiles.
La exposición comienza con el Holocausto o Shoah, genocidio que se llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial y en el cual se buscaba acabar con los judíos, gitanos, eslavos, homosexuales, personas discapacitadas y Testigos de Jehová.
En las primeras salas se describe la situación de Europa después de la Primera Guerra Mundial, la situación política de Alemania en la preguerra, la llegada al poder de Hitler y su nazismo.
El nazismo, principalmente, hablaba de una raza superior (la aria) y de las inferiores como la de los judíos y los gitanos. Predicaba intolerancia, desigualdad y odio, sobre todo, odio. Me parece que ese es el sentimiento predominante en los genocidios y en casi cualquier forma de violencia. No imagino otro sentimiento que permita al ser humano realizar tantas atrocidades y casi disfrutarlo.
Les comparto una foto que tomé en el museo sobre la «pureza racial» según el nazismo:
Aunque ya he leído mucho sobre el Holocausto, ver eso me dolió. Recuerdo que entre las cosas que he leído al respecto, se habla de la objetivización de la persona, es decir, del ver a la persona como un objeto para poderla eliminar sin que los sentimientos interfieran. La persona es tan inferior, que ni siquiera tiene sentimientos o sufre. La sola idea me aterra pero no me parece tan lejana a la realidad y desde cierta perspectiva tiene sentido, pues si se despoja de compasión a las personas en un ambiente donde predomina el odio y además se sostiene la creencia de que tales personas son tan inferiores que contaminan, supongo que eliminarlos no debe de representar tanto problema para quienes lo hacen, pues esto ha sucedido y sigue sucediendo en la actualidad. El Holocausto no es el único genocidio que ha habido en la historia de la humanidad: Hoy en día, mientras yo estoy aquí escribiendo, el genocidio de Darfur que comenzó 2004 continúa. Más de diez años y todavía no termina. Iniciamos este siglo repitiendo la historia de muertes de inocentes. Me viene a la mente la misma pregunta de siempre, la misma pregunta sin respuesta: ¿Qué nos pasa en el mundo?
A pesar de que en poco más de dos décadas se cumplirá el centenario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, del auge del nazismo, digo con tristeza que esas ideas tan terribles, tan descabelladas no están tan lejos de nuestra realidad. El nazismo hablaba de la superioridad de una raza y para mantener esta superioridad era aceptable eliminar a las razas inferiores; sin embargo, no sólo se trataba de eso, también había que eliminar a las personas «no perfectas» (con capacidades diferentes), a los homosexuales y a las de religiones diferentes. Es decir, era aceptable exterminar a quienes no fueran perfectos físicamente y a quienes fueran o pensaran diferente. Yo me pregunto, ¿qué tan lejos estamos de esa realidad ahora? Por supuesto en la actualidad matar no es aceptable pero discriminar y juzgar, sí. ¿Cuántas personas se creen superiores con el derecho de menospreciar y pisotear a otras, lo que hacen frecuentemente y sin remordimientos? ¿Cuántas personas son agresivas con los homosexuales y les parece correcto tratarlos así?
No está de más mencionar que los homosexuales siguen siendo una minoría terriblemente criticada, discriminada y agredida. Todavía en muchos países del mundo el ser homosexual es castigado con la cárcel e incluso con pena de muerte. Muchos de ellos siguen sufriendo agresiones tanto verbales como físicas. Aún quienes no las reciben son socialmente rechazados y criticados. Viven su vida defendiéndose y con miedo. ¿Por qué? ¿Por qué lastimar a quienes son diferentes? ¿Por qué las sociedades son intolerantes a las minorías? ¿Por qué crear etiquetas? No debería etiquetarse a las personas por sus inclinaciones sexuales, por su forma de vivir la vida.
Recuerdo que a finales del año 2013, leí una noticia en la que la Reina Elizabeth II le otorgó el perdón póstumo al admirable matemático Alan Turing, quien fue acusado por el delito de homosexualidad poco después de la Segunda Guerra Mundial. Este delito le impidió continuar son su trabajo y lo llevó a suicidarse. Así terminó su vida uno de los genios de la historia. ¿Cuántos más han sufrido y siguen sufriendo por eso? ¿Quienes somos para juzgar cómo viven los demás?
Si realmente los seres humanos fuéramos tan superiores como se dice, seríamos mucho más tolerantes y compasivos con quienes nos rodean; respetaríamos la vida en lugar de sentirnos con la autoridad de destruirla.
¿Y qué decir de las personas con capacidades diferentes? No hay una regla que las discrimine como sucede con los homosexuales, pero sucede de todas formas. Alrededor de ellas también hay intolerancia, menosprecio y mucha indiferencia. ¿Cuántas personas ocupan los lugares para personas con capacidades diferentes y se molestan si se les llama la atención al respecto? ¿Cuántas personas prefieren ignorar a ayudar? ¿Y cuántas son las que se burlan, las que aprovechan la primera oportunidad para descalificarlas o hacer comentarios hirientes?
Me tocó vivirlo cuando nuestra ahora hermosa adolescente tuvo que enfrentarse a la leucemia. En tiempos de quimios fuertes en la escuela le tocó sufrir las burlas y críticas de sus compañeros por su falta de cabello, por no poder cargar la mochila, por tomar medicamentos.
Nos falta tomar conciencia, nos falta enseñar a las nuevas generaciones a tenerla. ¿Cómo serían las sociedades si fuéramos más respetuosos, tolerantes, compasivos, empáticos?
Cuando leo noticias, artículos, sobre jóvenes neo nazis en diferentes lugares del mundo, personas que admiran a Hitler y están de acuerdo con las ideas que planteaba el nazismo, hoy en pleno 2015, además de enojarme, me pregunto: ¿Como humanidad no aprendemos nada? ¿Por qué siempre estamos tan dispuestos a destruir?
Regresando a la exposición, después de describir la situación de la preguerra y las bases del nazismo, habla sobre lo que empieza a suceder con los judíos y las demás minorías. Algo que no sabía es que a las personas les hacían exámenes físicos para saber si pertenecían a la raza superior o a las razas inferiores. Había instrumentos para medir el tamaño de la nariz, de la cabeza, para ver el color de los ojos, también se consideraba el tipo de cabello. ¿Instrumentos para comprobar la superioridad de una persona? ¿Qué se puede decir al respecto?
Aunque quizá, no hay que ir tan lejos, hoy en día es suficiente con una cinta métrica y una báscula: Para muchas mujeres sólo basta con pararse en la báscula para permitir que el número de kilogramos determine su valor como persona, eso y los centímetros de sus curvas en la cinta métrica. Otra vez con mucho pesar compruebo que no estamos tan lejos de esa época del Holocausto. La diferencia es que no hay genocidios, sólo rechazo, burlas, baja autoestima, aumento en el número de personas (principalmente mujeres pero también hay hombres) que padecen trastornos alimenticios (bulimia, anorexia), soledad y hasta suicidios de personas en su mayoría jóvenes.
¿Superioridad o inferioridad sólo por el físico, por la apariencia? Si tantas personas no creyeran que eso es real, me reiría por lo absurdo que eso suena. Sin embargo, no puedo reírme y sólo me queda desear que eso deje de ser tan importante para las personas. Me queda el consuelo de que la «superioridad física», es decir, la apariencia considerada como lo más valioso de una persona, no es parte de mi escala de valores y todos los días lucho porque tampoco lo sea en la de las personas que me rodean. Me parece inaceptable juzgar a alguien por su apariencia y, más aún, someterme a dietas terribles y sufrimientos innecesarios para cumplir con un subjetivo y superficial estándar de belleza.
La exposición del Holocausto es enorme y muy completa. Describe como era la vida de las personas en los ghettos, la vida en los campos de concentración, los que vivieron escondidos, el exterminio, los sobrevivientes, los que ayudaron. Hay un vagón de tren en el cual transportaron a las personas a los campos de concentración. Entrar ahí e imaginarme a 70 personas hacinadas hizo que, por un breve instante, me faltara el aire. Más adelante hay una maqueta del principal campo de concentración y de exterminio: Auschwitz. También podemos encontrar los uniformes que se usaron en los campos y algunas pertenencias de las víctimas.
Escuché los testimonios de algunos sobrevivientes y se me quedó bien grabado en el que dicen que los nazis pudieron despojarlos de muchas cosas desde lo material hasta su dignidad, sus seres queridos, pero no pudieron quitarles ni su creatividad ni su voluntad de vivir.
Algo que me gustó mucho del museo (y no solamente en la sala del Holocausto sino también para las demás exposiciones) es que además de describir la indiferencia de las personas de la época con respecto a lo sucedido, también mencionan a las personas comprometidas, dispuestas a arriesgar su vida para ayudar a quienes lo necesitaban, a rebelarse contra el sistema tan terrible pues su compromiso era con la humanidad. Leer acerca de esas personas comprometidas que marcaron la diferencia, personas de diferentes nacionalidades, religiones e ideas, me conmovió y llenó de inspiración. Por personas como esas yo nunca pierdo mi fe en la humanidad. Quizá fueron la minoría, pero qué minoría tan admirable, tan portadora de esperanza y luminosa en mundo de tinieblas.
Entre ellas, está el cónsul portugués Aristides de Sousa, quien emitió alrededor de 30 mil visas en 1940 a los refugiados para que pudieran salir de Alemania. Su gobierno lo castigó por esto, le quitaron su posición de diplomático y el permiso para trabajar. Algunos años después de su muerte, en Israel lo declararon justo entre las naciones. En la década de los ochenta el gobierno de Portugal le restituyó su puesto (postúmamente).
También hay que mencionar a Gilberto Bosques, diplomático mexicano y cónsul en Marsella, Vichy, Francia, durante la época de la Segunda Guerra Mundial. Él también evitó, por medio de la emisión de visas, que alrededor de 40 mil personas (brigadistas internacionales, prisioneros políticos y judíos) fueran deportados a la Alemania Nazi o a España. El mundo no supo de sus acciones hasta algunos años después de su muerte (vivió 102 años). Hay un documental sobre su vida llamado «Visa al Paraíso» dirigido por Lillian Lieberman.
Hubo muchas personas que escondieron a los refugiados, los protegieron, personas que hicieron posible que emigraran hacia la libertad.
Después de la guerra, los sobrevivientes del Holocausto tuvieron que reconstruir su vida a partir de cero.
Algo que me he preguntado desde hace ya varios años, cuando fui al Museo del a Tortura en 1995 es: ¿por qué el ser humano utiliza su enorme creatividad e ingenio para inventar instrumentos y maneras para destruir, dañar y acabar con la vida?
No puedo ni podré comprender nunca como concentrar tanto talento en destruir, en crear un mundo de tortura, sufrimiento, dolor, guerras y carencias.
Lo que más me angustia es que la historia se repite y cada vez, debido al avance de la tecnología, la manera de hacer daño es más cruda, más inhumana y más efectiva en su objetivo de destruir.
¿Por qué no aprendemos? ¿Por qué no usar el talento, creatividad e ingenio para construir, para beneficiar a nuestro planeta y a la humanidad? ¿Cómo logran dormir, seguir viviendo las personas que torturan, agreden, asesinan?
En algún momento de mi recorrido por el museo me dieron ganas de llorar, de pedir perdón a la naturaleza, a la vida, a Dios por tanta atrocidad. Sentí vergüenza por todo lo que los seres humanos como especie hemos sido y seguimos siendo capaces de hacer. Lo más increíble es que a pesar de eso, todavía nos damos el lujo de considerarnos una especie superior. Nunca he creído ni aceptado la superioridad del ser humano. Para ser superiores no basta tener inteligencia, es indispensable tener respeto por la vida y por nuestra casa, la Tierra.
Una vez terminada la exposición del Holocausto o Shoah, la siguiente sala nos habla sobre el genocidio, lo define, explica y menciona algunos ejemplos. La palabra genocidio surgió en 1944 con Rafael Lemkin y tenía el objetivo de distinguir este crimen de otros. Este término se utilizó por primera vez en los juicios de los criminales nazis.
En 1948 se aprobó la convención para la Prevención del Delito de Genocidio con el objetivo de evitar que se cometan de nuevo; sin embargo, esto sigue y sigue sucediendo en el mundo. Yo me pregunto, ¿hasta cuándo?.
No hay motivo que valga para mí, no hay razón que me explique la finalidad de torturar, despojar de todo y finalmente matar un grupo de personas debido a su raza, religión, etnia, nacionalidad, etc. Pienso que no hay motivo ni creencia que justifiquen tan terrible acto de crueldad. Lo que más me cuesta entender es la cantidad de personas que están de acuerdo con eso o la cantidad de personas que miran lo sucedido con indiferencia.
En las siguientes salas se habla de la Masacre de los Armenios, los genocidios de la Antigua Yugoslavia, de Ruanda, de Camboya, de Guatemala y de Darfur.
Desde mi perspectiva, las diferencias entre un genocidio y otro son la cantidad de personas que mueren, las torturas que sufren y el grupo que se busca exterminar pero la base es la misma: odio dirigido a uno o más grupos, odio que «justifica» la violencia contra esos grupos y su asesinato. Es decir, cambian los detalles, pero la esencia es la misma: educar en el odio y justificar la violencia que éste desencadena, haciendo «aceptable» la eliminación del grupo o los grupos a quienes va dirigido este odio.
Así tenemos la masacre de los Armenios (no se considera genocidio, entre otras cosas porque surgió antes de que se inventara este término) que tuvo lugar durante la Primera Guerra Mundial. Por orden del gobierno Otomano, se llevó a cabo la deportación de los armenios desde Anatolia a Siria y lo que hoy es Irak. Muchos murieron en el camino y otros fueron asesinados al llegar a los lugares de reubicación. Murieron más de 500,000 personas.
El genocidio en lo que antes era Yugoslavia ocurrió en Srebrenica (1995) durante la guerra de Bosnia (1992-1995); donde se atacó a la población serbia musulmana. Fueron violadas mujeres y niñas y también hubo bombardeos. Murieron más de 8 mil personas y hubo más de 14 mil desaparecidos.
Ruanda obtuvo su independencia en 1962. Desde entonces se inculcó en los hutus el odio a los tutsi, que se fue intensificando con los años. Los mismos medios de comunicación difundían propaganda en contra de los tutsis. En abril de 1994, después de la muerte del presidente de Ruanda en un accidente aéreo, los hutus comenzaron a matar a los tutsis. Durante 100 días los hutus se dedicaron a matar tutsis, hutus moderados y a opositores del régimen. El 80% de la población tutsi murió por estos actos de violencia. Muchas personas fueron forzadas a matar a los miembros de su propia familia. Murieron más de 800 mil tutsis. Se violaron mujeres como arma de guerra. Para colmo, todo esto se pudo haber evitado si los estados miembros de la ONU que tenían los medios para actuar lo hubieran hecho.
El Genocidio de Cambodia comenzó con la llegada al poder del régimen maoísta del Jemer Rojo en 1975; este régimen buscaba reconstruir al país a través de la destrucción del capitalismo y la explotación de sus ciudadanos en el trabajo agrícola. Por lo tanto millones de personas fueron transportadas a campos de trabajo. Se prohibió la religión y se asesinó a profesionistas y a sus respectivas familias y también a quienes hablaran algún idioma extranjero. Durante el gobierno del Jemer Rojo murieron alrededor de 1.7 millones de camboyanos. Este régimen fue derrocado en 1979.
El Genocidio de Guatemala sucedió en los años de 1981 a 1983 y esta vez el odio fue dirigido contra la población indígena maya. Las aldeas mayas fueron atacadas. Se torturó y asesinó a los indígenas. Cerca de 100 mil personas fueron víctimas de este genocidio.
El Genocidio de Darfur, Sudán comenzó en 2004 y sigue sucediendo. En 1989, el general Omar al-Bashir llegó al poder por medio de un golpe de Estado. En 2003, grupos rebeldes negros tomaron las almas contra el gobierno, se rebelaban debido a la opresión que habían sufrido por años. Como respuesta, el gobierno decidió atacar y exterminar a los grupos negros utilizando las fuerzas paramilitares llamadas Janjaweed. Los Janjaweed utilizan los medios más extremos para llevar a cabo esta tarea.
Más de 4.7 millones de personas en Darfur dependen de la ayuda humanitaria y hasta ahora la ONU no ha actuado de manera contundente, aún no se ha declarado como genocidio.
¿Cuándo dejaremos de acumular odio? ¿Cuándo nos desharemos de la indiferencia? ¿Cuándo comenzaremos, como humanidad, a construir?
Cierto es que al salir de las salas de los genocidios sentí que me desmoronaba. Justo al terminar esta parte del recorrido, nos encontramos con el «Potencial Perdido en memoria de los niños asesinados en los genocidios», obra de Jan Hendrix. Esta obra, según entiendo, es el corazón del museo; este Potencial Perdido está hecho con un gran número de esferas de vidrio, cada esfera representa a un niño asesinado en un genocidio.
La cantidad de esferas no se puede contar, es escalofriante. Me dolió la garganta de tanto contener el llanto…. Los niños: ellos son el potencial que se pierde debido a tanta intolerancia, crueldad e indiferencia. Duele, duele tanto saber que somos capaces de tanta atrocidad. Parada frente a ellos, en su memoria, volví a preguntarme: ¿Cuándo vamos a parar? ¿Cuándo vamos a entender? ¿Por qué construir nuestras sociedades en torno al odio en lugar de hacerlo en torno al amor?
Me gustó que esta exposición me dejara llena de preguntas y de temas para reflexionar.
La parte final del la exposición permanente del museo es la sala de la Tolerancia. Después de la información recibida en las salas anteriores, esta sala es como la luz al final del túnel, como el agua después de días de sequía en el desierto, como sentir el sol en la piel después de un muy crudo invierno.
Lo primero que vi en la sala fue un letrero con la palabra Tolerancia escrita en varios idiomas.
«La Tolerancia es la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz».
(Museo Memoria y Tolerancia)
Por tolerancia entiendo respeto y aceptación de la diversidad; es decir, respetar a todas las personas y sus diferentes modos de pensar, de vivir, de ser; así como también respetar sus creencias. La tolerancia va de la mano de la libertad. Tolerar nos permite vivir en armonía con quienes nos rodean. Tolerar NO significa permitir o aceptar la injusticia; no significa estar de acuerdo o quedarse callado cuando se trata de hacerle daño a los demás, cuando se trata de discriminar, de destruir. Ser tolerante no me hace una persona dócil ni sumisa; ni tampoco implica cegarme al dolor de los demás. No. Ser tolerante me permite abrir mi mente para aceptar a los demás, respetar a quienes son diferentes a mí, me enseña a no juzgar y a entender. También me permite alejarme de lo que nunca me ha gustado y que hace mucho daño: los estereotipos.
En esta parte del recorrido caminamos hacia la Tolerancia. Hay varias citas de personas célebres que hacen referencia a este tema. Me parece que la tolerancia es lo opuesto de la discriminación. Quien discrimina no tolera.
En la sala, además de las citas, de los videos, también hay diferentes actividades y talleres que invitan a la reflexión. Los talleres duran sólo unos minutos y tocan temas que nos hacen ver nuestra responsabilidad en la sociedad, nuestra responsabilidad como seres humanos.
Me gustaron los audiovisuales donde pude encontrarme con una poesía de María Wine (sueca) que me emocionó mucho y después me encontré otro sobre el poder de las palabras (tanto constructivo como destructivo). «Las palabras: Depende de la intención con que se digan».
Si somos tolerantes con los pequeños detalles, lo seremos más con los grandes. Si dejáramos de sentirnos superiores o sabelotodos podríamos encontrar una mayor satisfacción en nuestras vidas y marcar la diferencia en la vida de quienes nos rodean.
Afortunadamente muchos de nosotros no viviremos ni seremos parte (NADIE debería ni vivirlo ni serlo) de un genocidio. Pero muchos sí participamos en actos de discriminación que vienen del o generan odio y rencor, siendo el odio el principal detonador de los genocidios y otras formas de violencia.
La discriminación está presente en todos lados, inclusive en situaciones que son tan comunes que ya ni siquiera nos damos cuenta.
Por ejemplo, la veo en aquellas personas que tranquilamente y sin problema, utilizan el término de «gatas» o «chachas» para referirse a las mujeres cuyo trabajo consiste en hacer la limpieza de las casas de las personas para quienes trabajan. Esas palabras me parecen ofensivas, denigrantes y no puedo expresar cuánto me molesta que se hablen así de las personas que realizan este trabajo para poder comer y sacar adelante a sus familias. Me duele el término, me enoja escucharlo y a las personas que se expresan así frente a mí les exijo respeto.
Otro ejemplo, es el uso de la palabra naco, palabra que generalmente se utiliza para hablar de alguien a quien se considera inferior, o para decir que los gustos de la persona en cuestión son inferiores. Es decir, se usa para criticar, menospreciar y marcar la supuesta superioridad de quien usa esa palabra.
También tenemos el acoso en las escuelas. ¿Qué pasa con las agresiones físicas y verbales que reciben varios niños y jóvenes sólo por ser diferentes?
¿Qué pasa con las minorías?
¿Qué pasa con algunos juicios y comentarios en las redes sociales? Recuerdo que el año de las elecciones para la presidencia en México, opté por alejarme de, por ejemplo, el Facebook, pues me molestaron mucho los comentarios ofensivos en contra de las personas que publicaban a favor de un partido o del otro. Unos contra otros, muchas agresiones por tener diferentes puntos de vista. ¿Y dónde quedó del respeto?
El problema es que cada día vamos llenando el vaso de intolerancias hasta que se llena y la violencia se desborda.
Respetar a quien piensa igual que yo no requiere ningún esfuerzo, hasta podría decirse que es un gusto, es algo que se da naturalmente. El verdadero respeto se demuestra ante quien piensa diferente, ante quien no se parece a mí. Es válido decir «te respeto pero no estoy de acuerdo». Respetar no significa estar de acuerdo con todo, significa no agredir, ofender ni menospreciar a las personas. También significa no obligar a la persona a estar de acuerdo conmigo.
El problema es que estamos acostumbrados a exigir lo que no damos. Exigir respeto sin respetar no hace sentido. ¿Cómo puedo exigir lo que no doy? No me parece justo y no puedo estar de acuerdo. Para exigir respeto tengo que empezar por ser respetuosa yo.
«He aprendido a respetar las ideas ajenas, a detenerme ante el secreto de cada conciencia, a comprender antes de discutir y discutir antes de condenar». Norberto Bobbio
Me gustó mucho la frase casi al final del recorrido:
Yo ya elegí la mía. Comienzo por dar espacio al perdón y alejarme del odio. El pedir perdón y perdonar nos libera de los sentimientos negativos, impide que el odio y el rencor se acerquen a nosotros y nos permite amar más.
Después de un recorrido de más de cuatro horas, ya había llegado la hora de regresar a casa; sin embargo todavía me faltaba la exposición temporal: 303 la Matanza de Chinos en Torreón. Me hubiera gustado tener más tiempo para aprovechar mejor esta exposición, para aprender más al respecto de este tema del cual, confieso, no sabía nada antes de mi visita al museo. Esta matanza ocurrió a partir de 1911 y miles de chinos fueron asesinados. Me causó un profundo dolor que esto haya pasado en nuestro país, en México. No tengo palabras para expresar lo que sentí cuando vi los letreros con propaganda que incitaba al odio y a matar a los chinos.
De esta exposición no puedo decir más al respecto pues sólo tuve unos minutos para apreciarla, para digerir la información y eso no me resulta suficiente. Tendré que regresar para dedicarle más tiempo a esa sala y a la de la Tolerancia, pues creo que en ambas exposiciones me faltaron todavía algunas cosas que apreciar.
Después de visitar la sala sobre la matanza de los chinos en Torreón, me queda claro que hay algo que le falta al museo: hablar de lo que ha ocurrido en México como parte del museo, no como una exposición temporal. También los mexicanos necesitamos tener memoria y conciencia de lo que ha sucedido y sucede en nuestro país. México también ha vivido su gran dosis de intolerancia, odio y violencia. Tenemos como ejemplo la masacre de los Yaquis, la cual no es reconocida propiamente como genocidio porque sucedió a finales del siglo XIX, durante el gobierno de Porfirio Díaz, varias décadas antes de que surgiera el término. No podemos obviar la terrible matanza de los estudiantes en el 68, la matanza de Aguas Blancas (1995) y la de Acteal (1997). Y quedan pendientes las muertas de Juárez, la situación de las mujeres allá y en otros estados, los cadáveres en las fosas comunes, los miles de desaparecidos, Ayotzinapa, la violencia que ha surgido en varios estados de la República…
Salí del museo con el corazón oprimido pero también con los ojos bien abiertos y la conciencia muy alerta. Yo no olvido, yo aprendo. Tomo lo necesario del pasado y trabajo para convertirme en una mejor persona y de esta manera poder colaborar para lograr el bienestar común.
Aunque es una experiencia fuerte, sí vale la pena recorrer las salas de este museo, realizar a través de ellas un viaje a la intolerancia para encontrar el camino de la tolerancia y lograr hacer de nuestro mundo un lugar mejor.
Es un hecho que la responsabilidad es nuestra, de cada uno de nosotros. La pregunta es: ¿Qué vamos a hacer con ella?
Muy buena información! Todo ésto es precisamente para que reflexionemos sobre que clase de vida estamos llevando, valoramos nuestra libertad? La estamos usando para algo bueno? GRACIAS! Después de leer todo esto, ahora estoy segura de que visitaré este museo.
¡Muchísimas gracias por leerme y por tus palabras! Es fuerte visitar ese museo, pero vale la pena. 🙂 ¡Buenas noches! 🙂
Muchísimas gracias por este estupendo trabajo, ayudaste a presentar una tarea escolar con notas sobresalientes
¡Muchas gracias a ti por leerme y por tus palabras! De verdad, mil gracias. 🙂 🙂