Reflexiones y filosofías de vida inspiradas en el diario de Ana Frank.

La primera vez que leí el diario de  Ana Frank estaba en cuarto de primaria. Mi maestra de español nos contó la historia de una niña que tuvo vivir escondida en la segunda guerra mundial y quien escribió un diario durante ese tiempo. Por supuesto, apenas lo dijo, busqué ese libro para leerlo. Confieso que es uno de esos libros que he leído más de una vez.

Diario Ana Frank

Cuando se escucha el nombre de Ana Frank, al instante lo relacionamos con la segunda guerra, los nazis, los judíos, sufrimiento, miedo. Obviamente esto sucede porque su diario es una de las evidencias de esta terrible época y de una de las muchas injusticias que ha sufrido la humanidad.

Ana Frank junto con su familia y otras personas vivió más de dos años escondida en el Anexo Secreto en Ámsterdam antes de que la Gestapo los arrestara y enviara a campos de concentración. Murió a los quince años.

No planeo escribir sobre la guerra, sufrimiento, injusticia ni tampoco tengo la intención de escribir una reseña sobre este ya tan conocido libro.

Hace unas semanas volví a leerlo de nuevo y percibí el libro de una forma muy diferente a cuando era más joven. Encontré en las palabras de Ana una filosofía de vida que me inspiraron a escribir esto hoy.  Esta vez leer el diario me llevó a reflexionar y a pensar en cómo vivimos la vida hoy.  Mientras leía el diario no estaba pensando en el pasado, sino en el ahora.

La primera vez que leí el diario me centré en la angustia del encierro, la claustrofobia de no poder salir de un lugar por un tiempo indefinido, de imaginarme en un cuarto sin poder ver el cielo; me aterraba la idea de que llegara la Gestapo y me dolía la humanidad, ¿cómo podemos llegar a ser tan crueles los seres humanos?

Supongo que por el momento que estoy viviendo ahora, mi lectura de este libro fue una experiencia totalmente diferente esta vez. Fue una lectura más relacionada con la vida y mucho menos relacionada con la dureza de esa época.

Mientras leía, vi el encierro desde otra perspectiva: la emocional en lugar de la física. Vi con claridad lo terrible que debió ser pasar las 24 horas del día, todos los días de la semana, todas las semanas del año con las mismas personas, sin poder descansar de ellas por lo menos unos minutos. Nadie tiene su espacio y preguntas como «¿Qué tal estuvo tu día?» o «¿Qué hay de nuevo?» salen sobrando. No me imagino qué conversación podría yo tener con alguien de quien no me separo nunca. ¿Cómo salir de la monotonía? ¿Qué tema de plática tendría? ¿Cómo evitar el fastidio?  ¿Cómo encontrar un espacio propio?  Empecé a sofocarme de tan sólo imaginarme esa falta de libertad, esa vida sin soledad, ese camino sin nada nuevo que contar,  pasar los días siempre con las mismas personas, que viven en el mismo lugar, visitan las mismas habitaciones, comen la misma comida.

Ana Frank y los demás habitantes del anexo, no tenían más opción que convivir sin descanso; uno de los retos que enfrentaban era el de sobrevivir a la monotonía,  el poder soportarse en los días de fastidio. La monotonía para ellos era prácticamente inescapable.

No pude evitar pensar en eso y relacionarlo con la actualidad. Hoy en el 2015, sin estar encerrados como ellos, nos enfrentamos a esa monotonía en muchas  relaciones cuyas rutinas acaban atrapándonos, consumiéndonos.  Pienso en las personas que creen que para estar bien en una relación, es necesario hacerlo todo juntos: el trabajo, las actividades del día,  los desayunos, comidas y cenas.  Si están juntos todo el tiempo y todas sus actividades son las mismas, ¿de qué hablan al final del día? ¿Qué es lo que queda para compartir?

También están las personas que aunque no pasan todo el tiempo juntas, se han ahogado en sus rutinas, sus actividades repetitivas que no les aportan nada nuevo y por lo que, al parecer, no tienen nada que contar. Si les preguntan, ¿Qué hay de nuevo?  La mayoría de las veces la respuesta es «Nada, lo mismo de siempre».  ¿Qué sucede cuando los días pasan y  nunca hay nada que decir? Nos aburrimos. Así de sencillo, así de fuerte. Nos aburrimos, cansamos y hartamos. Después nos sofocamos y surge en nosotros la necesidad de alejarnos, de huir de la monotonía.

En mi infancia y adolescencia aseguraba que nunca me iba a casar pues, entre otras cosas, no  podía imaginarme pasar toda la vida con la misma persona sin hartarme (o sin que la persona se hartara de mí).  Lo más difícil en una relación es mantener viva la conversación y, sin ésta, la  rutina y monotonía terminan por devorarlo todo. Para mantener viva esa conversación hay que tener algo «nuevo» que contar al final del día, una anécdota, algo que haya sucedido en el trabajo, un chiste; hay que tener actividades que compartir y metas que perseguir. Hay que tener actividades diferentes y no hacerlo todo, absolutamente todo, juntos. Esto permite aprender de las diversidad y fortalecer lo que tienen en común.

En contraste con los habitantes del anexo, nosotros no estamos condenados a estar el uno frente al otro las 24 horas del día todos los días del año. Tenemos la oportunidad de darnos un respiro para después aportar nuevas cosas a las personas que nos rodean.

Mantener viva la conversación, construye y fortalece las relaciones; la monotonía las destruye y mata. Tener actividades y metas, mantenerme ocupada y tener tiempo para mí, me permite tener algo que decir, algo que compartir; esto me permite vivir en libertad con los demás.

Esa fue mi primera reflexión y percepción en esta «nueva» lectura del diario. Es un hecho que no es necesario estar encerrado para sentirse sofocado y que la rutina puede acabar con cualquier relación.  Los habitantes del anexo no tenían otra opción, ¿pero qué pasa con quienes si la tenemos?

Si no tenemos experiencias que compartir, nos quedamos estancados, aburridos de las personas. Esa sensación de «claustrofobia» emocional, de monotonía, me angustió.  Pensé en las relaciones que he tenido y en las relaciones en general, ¿por qué pasar el tiempo aferrándose a quien nunca tiene nada que decir cuando hay un mundo afuera lleno de sol, de oportunidades y tenemos la puerta abierta para ir tras ellas?

En fin, continué con mi lectura y lo siguiente que quiero escribir es lo que tengo en común con Ana Frank y su filosofía de vida como yo la percibo.

Me parece que una de las razones por las que su diario sigue vigente es por el optimismo de Ana, por su invencible fe en la humanidad a pesar de la crueldad que le tocó vivir. Uno esperaría encontrar puro dolor y horror en las palabras de una persona que vivió encerrada y con el terror de que la Gestapo los encontrara; sin embargo, no es el tono del diario. Ana se aferraba a la vida. Hasta en los momentos más complicados mantuvo la esperanza y el amor a la naturaleza, a la humanidad.

La vida de todos los seres humanos está llena de retos y vivir nunca ha sido fácil para nadie. A veces rendirse parece una mejor alternativa. Hoy en día parece que hay más motivos para sufrir  (las malas noticias de lo que sucede en el mundo, las enfermedades, el estrés, la violencia, la fragilidad de nuestras relaciones) que para amar y ser feliz. Hay una gran cantidad de personas a quienes les cuesta mucho trabajo sonreír.

Ana Frank, a pesar de todo lo vivido, no perdió el entusiasmo para vivir y encontraba la felicidad en los pequeños detalles. A pesar de tener tantas cosas en contra, se negaba a rendirse, a sufrir, a verlo todo negro. No se centraba en la miseria sino en la belleza que todavía hay en el mundo.  En su diario escribió: » Piensa en toda la belleza que todavía hay a tu alrededor y sé feliz.»

Lavanda

A menudo es más fácil centrarnos en las desgracias, en el sufrimiento, en lo que está mal, pero eso sólo nos hace sentirnos peor. ¿Qué sucedería  si mejor  nos centramos en lo que está bien, en lo que sí  funciona, en las cosas buenas que ocurren a nuestro alrededor y en el mundo?

Me considero una persona más feliz desde le busco lo bueno a todo. Si en las circunstancias más adversas, Ana Frank pudo hacerlo, entonces, ¿qué me impide a mí lograrlo?  Amo la vida y agradezco estar aquí hoy, en este instante.

Ana, como yo, amaba la naturaleza. Encontraba en ella la fuerza para seguir adelante y no darse por vencida.

«Mirar el cielo, las nubes, la luna y las estrellas realmente me hace sentir tranquila y llena de esperanza. (…) ¡La naturaleza me hace sentir humilde y lista para enfrentar cualquier golpe con valor!».

Luna

La naturaleza es la respuesta; en ella hay armonía, en su poder sanador podemos encontrar alivio, en su energía luminosa podemos renovarnos.  A su corta edad, esto Ana lo sabía muy bien.

La naturaleza, junto con la risa, son la mejor medicina. Innumerables veces el simple hecho de mirar al cielo desvanece mis lágrimas y me transforma en sonrisa. Sentir el beso del sol en mi cuerpo o la caricia de la luna, abrazar un árbol, dormir con el canto de los grillos y despertar con el susurro de los pájaros, ver nacer a un colibrí, hundir mis pies descalzos en el pasto, embriagarme con el aroma a humedad después de la lluvia, florecer con las lavandas me recuerda que estoy viva, que soy fuerte, que la vida es magia, que soy afortunada, muy afortunada. Ningún amanecer es igual a otro. Ninguna noche se parece a la anterior. El cielo siempre cambia de color y las nubes siempre me sorprenden con sus infinitas imágenes. El viento cuenta historias diferentes y la lluvia nunca tiene el mismo sabor. Soy una con la naturaleza y cuando siento que muero, en sus brazos revivo.

Cielo

Esos breves instantes en los que Ana furtivamente podía mirar al cielo a través de la ventana eran suficientes para inyectarle esperanza. La idea de poder caminar libremente en la naturaleza le bastaba para sentirse mejor. Poder salir y ver el cielo es un gran privilegio que siempre he valorado. En realidad es un gran alivio poder hacerlo cuando uno tiene claustrofobia.

Ya casi son las siete y escucho el concierto de mis grillos mientras escribo. Me pregunto si cerca del anexo había grillos, si se escuchaba algo más que no fueran los bombardeos, los gritos de violencia, los miedos.

Con respecto a la humanidad, ella sostenía que, a pesar de todo, todavía creía que las personas son realmente buenas en el fondo.  Lo cual resulta casi inconcebible creer en esa época, en una de las peores guerras que ha sufrido la humanidad. Sin embargo, tenía razón. Si algo me ha mantenido de pie en la vida es justamente esa creencia: a pesar de todo hay bondad en este mundo.  Cuando me abruman las malas noticias, el peso de la violencia en nuestro país y  en el mundo, me acuerdo de la gente buena, de los verdaderos héroes (los de carne y hueso, no los de las historias) que he conocido y me lleno de esperanza, me centro siempre en el amor y nunca en el odio.

Pensando en estas personas que día a día ponen su granito de arena para que el mundo sea un lugar mejor, me lleno de luz y me siento capaz de perdonarlo todo: perdonar toda la terrible violencia para llenar de amor lo que me sea posible. Considero indispensable tener fe en la humanidad para poder amar, ser feliz y para tener algo que ofrecer a los demás. Solamente siendo feliz soy capaz de  hacer felices a quienes me rodean.  Ana Frank decía que una persona feliz hace felices a quienes la rodean y estoy de acuerdo con ella; quien es feliz, regala felicidad.

Por último, quiero compartir algo que cambió mi vida cuando pude entenderlo. Desde niña he tenido este complejo de ser una heroína, de querer salvar al mundo y evitar que las personas sufran. Supongo que soñaba con ser una especie de superniña o mujer maravilla. Está por demás mencionar lo imposible que eso resulta. En la vida real (lejos de los cuentos y de la televisión) una sola persona no puede salvar al mundo; esa sí es una misión imposible. En mi adolescencia me deprimí mucho por esto y sentía dentro de mí el peso del dolor del mundo además de la impotencia de no poder hacer nada para cambiar las cosas.  Lloré más de lo que reí por un tiempo y fue hasta llegar a la edad adulta que descubrí cómo podía ayudar a «salvar al mundo». Si, ayudar porque no es tarea de una sola persona súper poderosa, sino de un equipo formado de seres humanos que tengan la misma necesidad y deseo de mejorar las cosas.

Ana no sintió la desolación que yo sentí pues su visión era más clara. Ella sabía que la posibilidad de mejorar al mundo está en las manos de cada persona: «¡Qué maravilloso es que nadie tenga que esperar ni un minuto para empezar a mejorar el mundo!».  Esas fueron sus palabras. Desde esa perspectiva, cualquier persona grande o pequeña puede contribuir para que el mundo sea un lugar mejor y también más justo para vivir. Si todos ponemos de nuestra parte, si todos trabajamos en equipo, si todos vemos no sólo por nuestro bienestar sino por el bienestar de las personas que nos rodean, habrá mas amor y menos odio, más solidaridad y menos abandono, menos hambre, menos injusticia, menos sufrimiento.

Siempre podemos dar algo de nosotros a los demás, todos tenemos algo que ofrecer, todos podemos realizar actos de generosidad con nuestros prójimos. ¿Qué sucedería si todos diéramos lo mejor de nosotros a los demás y trabajáramos en equipo por nuestro bienestar y el de las personas que nos rodean?

Ana  también escribió que las guerras seguirán y el ser humano seguirá destruyendo lo que construye y crea si no  hay un cambio profundo en la humanidad;  yo lo veo como una especie de metamorfosis en la que le debemos dar más importancia al amor, a la naturaleza, al bienestar común que a los valores materiales, que al deseo de poder; no se trata de pensar solamente en uno mismo como independiente de los demás, como si estuviéramos separados de la naturaleza,  del planeta en el que vivimos;  cuando es un hecho que todos somos parte de la naturaleza, todos somos parte del universo.

La realidad es que yo sola no puedo cambiar las cosas en este mundo, pero sí puedo poner mi granito de arena y actuar con generosidad, dando lo mejor de mí a los demás, dando todo lo que pueda dar, amando a todos los que me rodean; así puedo contribuir para que vivamos en un mundo mejor.

No, no soy ni seré heroína, pero sí puedo ser alguien que ayude a marcar la diferencia, alguien que trabaje en equipo para llenar de luz y amor nuestro planeta. Puedo ser alguien que, a pesar de todo, siempre tenga fe en la humanidad y crea que hay bondad en los seres humanos (aunque algunos la tengan muy bien escondida).

Hoy y todos los días pondré mi granito de arena y lucharé por la paz, armonía y justicia. No importa que tan grande sea la oscuridad, siempre me esforzaré en encontrar la luz.  Como escribió Ana Frank: «Las cosas sólo son tan malas como tú las veas».

árbol

~ por Naraluna en febrero 17, 2015.

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