Un cumpleaños en la Naturaleza.

Estoy aquí, sentada frente a la computadora, mirando la lluvia en la ventana, sonriendo. El viento juega con los árboles y el sonido de los truenos predomina. Estoy aquí mientras los grillos callan y la noche llega. La noche, la maravillosa noche que tanto admiro, que tanto amo. Y, mientras miro mi reflejo borroso en la ventana, pienso en la felicidad. Sí, la felicidad que me llena de pies a cabeza y que me hace sonreír sin motivo aparente.

Hace unas semanas Rebeca me hizo una pregunta. No recuerdo las palabras exactas, pero fue algo así: «¿Qué cambiarías de tu vida para ser feliz?» Lo que quizá también pueda traducirse como «¿Qué te hace falta para ser feliz?». La pregunta me tomó por sorpresa. Por un segundo no supe qué contestar porque la única respuesta que me vino a la mente fue nada. Así es, nada porque no necesito cambiar nada, me siento feliz con lo que tengo. Me siento feliz, agradecida y afortunada. Le contesté que no cambiaría nada, que más bien lo que me hace falta es trabajar más en mí y seguir luchando por realizar mis sueños. Me sentí feliz cuando mi marido respondió casi lo mismo que yo.

A lo largo de mi vida he aprendido que la felicidad está dentro de nosotros y que está en nuestras manos alcanzarla. También creo que la felicidad se encuentra en los pequeños detalles como escuchar el canto de los grillos, mirar la luna llena, ver un amanecer o cantar, escuchar música, leer, bailar ya sea solos o compartiendo con las personas que llenan de luz nuestro camino.

Cuando estamos tristes necesitamos un abrazo, alguien con quien hablar, alguien con quien compartir nuestras lágrimas, alguien que nos escuche. A mí me sucede lo mismo con la felicidad, necesito alguien con quien compartirla, alguien a quien abrazar, alguien a quien sonreírle. Hoy quiero compartirlo con ustedes.

Hace una semana tuvimos la oportunidad de celebrar el cumpleaños de mi papá. Escogimos hacerlo en un lugar de Querétaro que es muy especial para él, un lugar lleno de naturaleza, un lugar lejos de la civilización: un lugar para ser feliz.

Contaba las horas para salir de la ciudad y alejarme del ruido, del tráfico, de la tecnología, de todo. En la carretera cruzaba los dedos para que nos tocara un clima benévolo en estos días de tormentas y chubascos. LLevaba días soñando con este fin de semana y, sobre todo, anhelando ver las estrellas. En la ciudad es difícil verlas pero en el campo, no, con excepción de los días nublados.

Llegamos en la noche. El viento me llenó de esperanza. Adiós al internet, a la televisión, a casi toda la tecnología. Sólo en ciertos lugares se podía tener señal en el teléfono y era intermitente. Ese viernes me dio la bienvenida un cielo estrellado sin nubes, una luna deslumbrante. Mi siguiente meta es regresar cuando haya luna llena. Me quedé pasmada mirando al cielo y escuchando el increíble concierto de grillos que llenan de vida a la noche. El viento era cada vez más fuerte y hablaba justo como en las películas de miedo. Me gusta esa especie de sílbido, ese suspiro que rara vez se escucha en la ciudad, ese suspiro tembloroso que a muchos les da escalofríos. Como siempre me pasa con la noche, no quería irme a dormir, quería quedarme afuera.

El sábado fue el gran día y la Naturaleza fue muy generosa con nosotros: hubo viento, hubo sol, hubo más viento y más sol, anocheció después de las ocho de la noche y no cayó una sola gota de lluvia. Una sola. Fue un día hermoso. Estuvimos todos y estuvimos riendo, disfrutando. Mi papá, en su 65avo cumpleaños, sonrió la mayor parte del tiempo y nos hizo trampa a la hora de darle la mordida al pastel. Pude tomar la foto con su cara de niño travieso que yo no le conocía.

Los mejores regalos que la vida me ha dado son días como ese, en el que estuve llena de naturaleza y de amor. Días como ese en el cual todos reímos, nos abrazamos, disfrutamos. Un día perfecto.

Caminamos por la cañada y vi varias libélulas que mi cámara no pudo fotografiar pero que se quedaron bien guardadas en mi memoria. Una de ellas era morada (o por lo menos así se veía mientras volaba sobre el agua). Me queda claro que necesito un lente con más «zoom» para poder captar toda su belleza con mi cámara. Desde niña, cuando iba a Cuernavaca con mis abuelos, he sentido una cierta fascinación por las libélulas con las que no me encuentro muy seguido.

No pude fotografiar libélulas, pero me encontré con un grillo, un tierno grillo verde amarillo que cantaba alegremente. Me acerqué a él con mucho cuidado, no quería interrumpirlo, sólo admirarlo y fotografiarlo, agradecerle por las noches de conciertos que tanto me alegran la vida. Se quedó quieto y tranquilo, me permitió acercarme y tomarle fotos. Hice lo mejor que pude y sigo pensando en ese lente nuevo que tanto quiero.

Grillo

Grillo

No le tengo miedo a los bichos, por el contrario, la mayoría me gustan. En este viaje conocí las Tantarrias. Nunca las había visto y me parece que allá son muy comunes. Me encantaron. Me dijeron que se acostumbra meterlas vivas al sartén para freírlas y después comerlas…me dieron escalofríos de sólo pensarlo. Prefiero sólo admirarlas y, si tengo la oportunidad, fotografiarlas.

Una hermosa Tantarria

Una hermosa Tantarria

Tantarria

Tantarria

Hubo una época en la huía de las abejas, sé que duelen mucho sus picaduras. Ahora me gusta observarlas cuando me encuentro con ellas. Ahora pude verlas en las flores. Me encontré a una comiendo polen. Tan concentrada en su tarea que apenas notó mi presencia cuando me acerqué con mi cámara. Ahora me gusta, con la debida distancia y cautela, observarlas.Si nos sacudimos el miedo a los insectos, podemos apreciar su belleza.

 

Abeja y Flores

Abeja y Flores

Abeja  y polen

Abeja y polen

Entre bichos, viento, árboles y flores caminé. Me sentí libre y fuerte. Soy parte de la maravillosa tierra, del milagro del día y de la noche, del sol y de la luna, del viento; soy pasto, soy cielo, soy nube, soy todo, soy nada. Soy naturaleza.

Un lugar en Querétaro

Un lugar en Querétaro

Flor

Flor

Cactus

Cactus

Y en cuanto las vi, se me antojaron. No recuerdo cuando fue la última vez que me comí una tuna…

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No había visto unas calabazas tan grandes. Ya no están buenas para comerlas, pero sirven como abono para la tierra.

Calabazas

Calabazas

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Chiles, manzanas, mesquites y flores. Risas, abrazos y los 65 años de mi padre llenos de viento y sol, sin lluvia. Sin lluvia.

Chiles

Chiles

Manzanas

Manzanas

Mesquite

Mesquite

Mesquite

Mesquite

Flor

Flor

Rosas

Rosas

Rosas

Además tuvimos el privilegio de comer unas gorditas con poca grasa recién hechas. Me sentí en casa.

Gorditas de queso y chile. Recién hechas.

Gorditas de queso y chile. Recién hechas.

Siempre miro la cielo y nunca es igual. Les comparto mis atardeceres, el cielo de las ocho de la noche de este verano en Querétaro. Creo que el cielo de Querétaro es uno de los más hermosos, en este lugar, lo es aún más. No puedo fotografiar la noche todavía, algún día encontraré la manera, mientras tanto, seguiré fotografiando atardeceres. Ninguno es igual al anterior… y todos tienen su dosis de magia.

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Así, feliz, llegó la noche. Me escapé y en silencio platiqué con ella. No tuve frío, sólo paz, mucha paz. Logré obligarme a dormir casi las tres de la mañana. Me desperté con una sonrisa y pensando en que, a pesar de las tormentas que nos toca vivir, de los grandes retos, los obstáculos, ¡la vida es maravillosa! Si nos damos la oportunidad, tarde o temprano el sol llega a nuestras vidas y aminora las tormentas.
Buenas noches a todos…o buenos días, buenas tardes…

~ por Naraluna en julio 12, 2014.

2 respuestas to “Un cumpleaños en la Naturaleza.”

  1. Así deberíamos vivir siempre, Naraluna, con plena conciencia, como cuando salimos de viaje.
    Están increíbles tus fotos.
    ¡Muchos saludos!

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