Volar en Playa del Carmen
En días como hoy pienso en el calor de la playa y me hace falta la caricia del mar. Recuerdo esos maravillosos momentos en Playa del Carmen en noviembre, justo antes de cambiarnos de casa. Nunca había ido a esta playa y me sentí feliz de estar cerca del mar nuevamente. Siempre en la playa me lleno de energía. Ahí, por primera vez en muchos años, le perdí el miedo al mar y me atreví a sumergirme y mecerme en sus cálidas aguas. Me llené de brisa marina y respiré en libertad.
En este invierno tan frío, el recuerdo del cielo en la playa, del sol entre las nubes me da un poco de calor. Siempre me anima mirar el cielo y dejar que me deslumbre un poco el sol. Me gusta descifrar los mensajes de las nubes, ellas siempre me muestran una figura diferente y la mayor parte de las veces me hacen sentir bien.
Recuerdo cuando en mi infancia me acostaba en el pasto del jardín de mi abuela y me ponía a mirar las nubes, a veces sola, a veces con mi hermano y mi prima. Aunque ahora ya no lo hago seguido, es algo que sigo disfrutando mucho.
El cielo azul, las nubes y el mar: la combinación perfecta, el mejor lugar. Estas fotos las tomé en Playa del Carmen y son el resultado de un hermoso viaje familiar. También son el resultado de un reencuentro conmigo misma, con el mar, con mis sueños. Me despedí de la mayoría de mis miedos y comenzaron a crecer mis alas, mis ansias de volar…
Amo la naturaleza y la playa siempre ha sido un lugar mágico para mí. Esta vez tuve la oportunidad de fotografiar a las gaviotas antes y durante su vuelo. Me tocó el milagro de verlas extender sus alas y navegar en el cielo. Pude también compartir la ilusión y emoción de mi sobrino de dos años que corría detrás de ellas, queriendo alcanzarlas, acariciarlas. Mientras corría sonreía y gritaba feliz «pío, pío». Como mi hermano y como yo, él también ama la naturaleza.
Estos son los pequeños milagros que nos da la vida y suceden cerca de nosotros todos los días. El vuelo de un pájaro, la hermosura de un colibrí, el botón de un flor que nos sonríe en un frío invierno, el canto de los grillos en una solitaria noche, el vuelo de las gaviotas en la playa: el amor está en todo los que nos rodea…
Para terminar, quiero compartirles algunas de esas fotos.
A veces necesitamos volar solos para encontrar nuestro camino, para reconciliarnos con nosotros mismos, para después poder volar con las personas que amamos.
Y así encontrar la paz.
Volar en pareja, descubrirnos sin temor a caer.
En equipo luchar todos juntos por el l mismo sueño, llenando de amor cada lugar…
Solos y acompañados volar para llegar a casa, para sentir el abrazo del viento, para vivir el sueño que siempre nos ha acompañado.
Correr, reír, perseverar y jamás rendirse: «el cielo es el límite». La felicidad la llevamos dentro y los más pequeños detalles nos pueden hacer sonreír. Nos pueden dar un motivo, una ilusión, una esperanza en un día sumamente triste.
La vida es un viaje que dura muy poco, hay que vivir intensamente.