Luchar, Ayudar, Dar y por sobre todas las cosas, AMAR.
Desde que tengo memoria siempre he sentido la necesidad de ayudar, la necesidad de dar, la necesidad de amar. La felicidad y el bienestar de los demás me hacen feliz a mí.
La vida da la oportunidad de ayudar a los demás, está en nosotros tomar la decisión de hacerlo. Siempre hay alguien que nos necesita: alguien de nuestra familia, un amigo, un conocido, un extraño. Aunque suene redundante, es la verdad: ayudar también nos ayuda. Citando a la Madre Teresa de Calcuta: «Dar es algo diferente. Es compartir». Me gusta compartir el amor y los regalos que la vida me ha dado.
Desde niña soñaba con ayudar. Crecí con el idealismo de salvar al mundo, es decir, de evitar el sufrimiento. Por supuesto, aprendí que eso no es posible pero lo que sí podemos hacer es ayudar a aliviarlo. En fin, crecí con esta necesidad de hacer algo por los demás. Pero durante el comienzo de mi edad adulta no encontraba un lugar para hacerlo. ¿Ayudar en asilos? ¿A niños? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿A quién? La vida da muchas vueltas y uno gira y gira por un rato; sin embargo, cuando uno no pierde su objetivo, tarde o temprano encuentra el camino…
La historia que quiero contarles comienza con un reto muy difícil y que cambió mi vida para siempre. A pesar del miedo, del dolor, de los obstáculos, fue un cambio positivo y puedo afirmar que si pudiera volver el tiempo atrás, no cambiaría nada. Estaré siempre agradecida por todo el aprendizaje y porque esa experiencia me ha dado la oportunidad de dar y de amar más.
Así pues, hace casi cuatro años la leucemia llegó a nuestras vidas, Rebeca tenía casi nueve años cuando la diagnosticaron. En medio del miedo que da esa palabra y la confusión que se vive al momento de enfrentar esta enfermedad, nos salvó el amor y la solidaridad no sólo de nuestras familias y amigos cercanos, sino también de las personas que conocimos en el hospital, de los padres de varios niños que enfrentaban la misma enfermedad. Cuando Rebeca y yo fuimos a su primera quimio, no sabíamos nada. No dormimos. Llegamos en ayunas. Teníamos miedo. Mientras esperábamos nuestro turno en el hospital, la mamá de una hermosa niña nos platicó de qué se trataba, respondió a las preguntas que antes no habíamos hecho, nos dio un poco de paz.
En el hospital se hace una red de solidaridad entres los padres y familiares de los niños. Todos se ayudan unos a otros. La solidaridad, la ayuda desinteresada, el amor al prójimo en el hospital es algo que se vive todos los días. Una vez, mientras mi esposo y Rebeca esperaban a que los llamaran en el hospital, llegó la mamá de Andy, una niña hermosa que ya había emprendido el vuelo. Esta admirable señora llevó tortas para los papás en el hospital porque sabía que muchas familias pasan horas sin comer y en nombre de su hija, preparó esas tortas para compartirlas con ellos. Ése es el amor al prójimo como me lo enseñaron de niña. Ése es el amor solidario que todos hemos necesitado en algún momento de nuestra vida. Ese amor es el refugio a la tormenta que es el cáncer. Ese amor es un abrazo que fortalece. Ese amor es un barco que navega en el río del miedo.
A casi un año del diagnóstico, Rebeca corrió en una carrera organizada por Aquí Nadie se Rinde. Una asociación dedicada a ayudar a los niños con cáncer. Fue la primera vez que corrió desde que enfermó. La vimos con lágrimas en los ojos. No sólo ella corrió, muchos niños como ella lo hicieron. Fue maravilloso ver sus ganas, sus sonrisas, su energía. Estábamos tan emocionados como felices. Ese fue mi primer contacto con la asociación que después se volvería una parte fundamental de mi vida pues unos meses más tarde me uniría como voluntaria.
«Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad» José Martí
La dura lucha para combatir la leucemia me ayudó a encontrar mi camino. Podría usar mi experiencia para dar lo mejor de mí y ayudar a los niños con cáncer. Me acerqué a Aquí Nadie se Rinde y, al instante, me dieron la bienvenida. Tenía la intención de ayudar a los niños, pero había algo más para mí: la oportunidad de ayudar a las mamás. Mi primer visita al hospital como voluntaria consistió en enseñar a las mamás a hacer aretes y pulseras. Aunque amo a los niños y disfruto cada instante que estoy con ellos, entendí que mi lugar estaba con ellas. Como ya lo he dicho y escrito varias veces, el cáncer es una enfermedad que se combate en equipo. Nada hay nada más doloroso para una madre que la enfermedad, el sufrimiento de un hijo. También ellas necesitan apoyo, necesitan un espacio para tomar aire y cobrar fuerzas. Necesitan una palabra de aliento. Necesitan ser escuchadas. Además hay algo que me une a ellas: también en mi casa luchamos para combatir el cáncer.
Cuando empecé a ser voluntaria, pensaba sólo en ayudar. Jamás se me ocurrió que serlo también me ayudaría a mí y que transformaría por completo mi manera de ver la vida, de percibir las cosas…
Un poco de ayuda puede cambiar nuestro mundo. La ayuda que recibimos cuando Rebeca enfermó nos guió en un camino tan difícil. Lo menos que podíamos hacer después era corresponder y ayudar de la misma manera. Pero eso no lo es todo; en realidad, ayudar va mucho más allá de eso. Es difícil comprender la magnitud de esto si uno no lo vive.
No sabemos de qué manera podemos influir o cambiar la vida de alguien. Así como la maldad puede quebrar un espíritu y destruir vidas; el amor da esperanza, disminuye el dolor, acompaña, fortalece, construye, ayuda a sanar. Nunca voy a olvidar las palabras de una muy hermosa adolescente guerrera, Denisse, quien ha ganado en su batalla contra esta enfermedad. Ella y su mamá me regalaron un rosal precioso y cuando, pasmada y conmovida, le agradecí, me dijo: «El hospital para nosotros es un abismo y personas como ustedes son la barrera que nos impiden caer.» Esas palabras me motivan todos los días, me dan fuerza en los momentos difíciles y me recuerdan la razón por la cuál no hay que rendirse nunca. Ojalá pudiéramos impedirles a todos caer en ese abismo. No sólo a estos grandes guerreros y sus familias, sino a todas las personas que enfrentan retos terriblemente duros y que, a veces, tienen que hacerlo solas. ¿Cómo sería el mundo si todos nos uniéramos para dar, para amar?
El amor es infinito, entre más ama una persona, más amor tiene para dar. No hay límites y no hay cansancio. El amor da energía, jamás la quita. Por eso dicen que el amor es un motor, mueve al mundo.
Un papá que llevó música al hospital para alegrar a todos. A todos. 🙂
Hoy en día no puedo imaginar mi vida sin ser voluntaria. Es el camino que escogí seguir. En este camino se lucha y se ama todos los días. Todos. En un mundo tan lleno de violencia, egoísmo, destrucción, materialismo, consumismo, ¿qué puede dar más esperanza que una cadena de amor, solidaridad, apoyo y luz? Las personas que he conocido me llenan de fe en la humanidad. Me hace feliz saber que hay personas que todo lo dan por el bienestar de los demás.
Como voluntaria me concentro en los demás, en todo lo que puedo dar, en todo lo que puedo hacer para lograr una sonrisa, para dar paz, para compartir fuerza, para amar más. La mayor parte del tiempo siento que hago muy poco: unas horas los viernes y mi participación en los eventos que me sean posibles. Tengo la necesidad de hacer más y por eso mi mente siempre está trabajando en encontrar más formas de apoyar. Las posibilidades para ayudar son infinitas y lo más maravilloso es que la mayoría de ellas no implican dinero. No es necesario ser millonario para alegrarle la vida a alguien. Con amor, dedicación y tiempo se pueden hacer milagros. Sí, milagros. Porque para muchos de nosotros, la vida es un milagro. Ayudar le da sentido a la vida, nos convierte en el eslabón de una cadena que ilumina el mundo. Pocos conocen el poder, la fuerza de su sonrisa y el como ésta puede transformar la vida de alguien. Les aseguro que siempre hay alguien que necesita una sonrisa. Siempre.
Woooooauuuu! de verdad no esperaba menos de tu historia,sobrepaso mis expectativas, no sólo por lo que nos cuentas,si no como lo cuentas y lo compartes,tu experiencia de vida…en especial de ese mundo que se vuelve ajeno para muchos e indiferente para otros.Me encanta este parrafo:
«Ese es el amor solidario que todos hemos necesitado en algún momento de nuestra vida. Ese amor es el refugio a la tormenta que es el cáncer. Ese amor es un abrazo que fortalece. Ese amor es un barco que navega en el río del miedo.»
Lo que nos cuentas tiene corazón y vida,escencia de un espíritu vivo y danzante…me ha gustado tanto que lo voy a compartir en mi facebook,por favor no dejes de escribír…es una manera fulminante de encontrar sentido en las cosas que dejan de tenerlo cuando se te lee,Gracias por compartirlo,un abrazo a ti y a tu familia.
Me quedo sin palabras, muchas pero muchas gracias.
Gracias también por compartirlo. Un abrazo para ti también. 🙂 🙂
Muchas gracias por ser como eres y orgulloso de ser parte de tu familia!!! Un abrazo enorme para todos, especialmente a Rebeca!! Dios la bendijo con una familia como la suya
Gracias, muchas gracias. ❤ Un muy pero muy fuerte abrazo para ti.
Hermoso y admirable, una historia conmovedora que nos hace remover aquellos sentimientos de solidaridad y agradecimiento con lo que nos da la vida y las oportunidades que se presentan, gracias por la dedicación y alegría con que te acercas a nosotras que sin conocerte ya te sentimos como una amiga 😀
Gracias, muchas gracias. Gracias a ti, a ustedes, por darme la oportunidad de acercarme. Gracias también por tus palabras. Sabes que en lo que pueda, aquí estoy. ❤