Después de la ansiedad llega la calma.
Una vez más tu cuerpo se desacomoda, no sabes dónde comienzan o terminan los hormigueos. Las sábanas son nudos que ahorcan. Las noches son casi tan largas como la muerte. Los grillos enmudecen, taciturnos se ocultan en la negrura insondable y ni siquiera el viento habla.
No tienes idea de porqué te visita de nuevo. No logras quitártela de la piel, del cuello, de la conciencia. Sientes que te asfixias. Lloras sin lágrimas y después de un par de horas (o el tiempo que haya sido) tomas la pastilla que adormece el cuerpo: una ligera dosis de valeriana para relajar los músculos y poner las ideas en blanco. Duermes sin sueños, desconectada de todo.
A la mañana siguiente, despiertas con el agotamiento posterior a la crisis. Estás un poco rota y desorientada. El ejercicio ayuda pero no es suficiente. Al llegar a casa duermes un poco, eso te reanima.
Terminas de leer La Romana de Alberto Moravia. ¡Qué buen libro!, pero también qué intensa melancolía se queda contigo.
Tu cuerpo ya no duele: llega la paz después de la ansiedad. Si tuvieras fuerzas sonreirías pero ahora estás obligada a enfrentarte a tus errores. El trabajo que hiciste no quedó bien y ahora debes corregirlo. Te sientes muy mal contigo misma. Estás enojada y no comprendes cómo sucedió esto.
En días como éste parece que no vales nada, que haces mal las cosas como cuando en la escuela se burlaban de tu letra horrible o de tu forma de cortar el papel. Te agobia esa sensación de ineptitud que ha estado contigo varios momentos de tu vida.
En fin, ya no tienes tiempo para seguir atormentándote. Corriges tus errores, buscas hacerlo lo mejor posible y terminas casi hasta la madrugada. Cenicienta ya se habría convertido en calabaza.
Te duelen los hombros y el cuello, pero sobre todo te dueles tú. Se queda contigo esta abrumadora sensación de inutilidad. Te percibes tan destructiva como la tormenta que azota a la ciudad.
Te tiras a la cama y caes rendida en los brazos de Morfeo. Por primera vez en la semana duermes sin dolor ni miedo, pierdes la conciencia por varias horas y al fin descansas.
Cuando despiertas estás en paz pero muy triste. Dejas de recriminarte pero la sensación de malestar no se desvanece. Todavía necesitas ser más flexible y también más segura. Nunca te has creído perfecta pero hoy eres demasiado imperfecta. Te crees lejos de las personas que admiras. ¿Dónde está la mujer que persigue sus sueños?
Un día a la vez, un logro a la vez. Tu cuerpo se está acomodando de nuevo. Poderte mover con ligereza es el logro de hoy. Tu lucha porque estos ataques no se repitan apenas comienza. Salir de la ansiedad es un proceso largo, no es algo que desaparezca después de unos meses. ¡Ánimo! Tienes la fuerza de voluntad para lograrlo.
Cierto es que te equivocaste, pero eso no es el fin del mundo. Sueles decir que el fracaso no existe: el fracaso es aprendizaje, es una oportunidad para ser mejor. ¿Por qué no pones en práctica tus palabras? Tus aciertos pesan más que tus fallas. ¿Cuándo vas a darte cuenta?
Después de la ansiedad llega la calma. Visitas tus flores para sentirte un poquito viva. Te sorprende la belleza de la rosa anaranjada (casi no ha dado flores en los años anteriores), te acaricia su perfume esta vez muy profundo. Mientras disfrutas ese exquisito aroma recuerdas que los seres humanos somos perfectamente imperfectos y sientes alivio. Eso le da sentido a la vida. Entonces tu imperfección ya no causa tanta angustia. Después de todo, cada día es una oportunidad para comenzar de nuevo.