Medio Maratón de Día del Padre.
El domingo pasado llegó el esperado día: la Carrera del Día del Padre. Estaba tan emocionada que casi no dormí la noche anterior. Afortunadamente había descansado lo suficiente durante la semana por lo que estaba lista para lo que venía. ¡Después de nueve meses por fin podría participar en una carrera! No sólo eso, mi papá me estaría esperando en la meta, en su día. Desde siempre nos ha impulsado (a mis hermanos y a mí) a hacer deporte.
Una vez más, mi marido madrugó conmigo y me apoyó durante el evento. Me ayudó a calmarme cuando me puse nerviosa. Estuvo ahí aunque se moría de sueño. Siempre me acompaña en las carreras y eso me hace feliz.
Estaba muy entusiasmada porque empezaría la carrera desde el bloque A, el más cercano a la salida justo después del bloque élite. No estaba sola, correría con una buena amiga y compañera de entrenamiento. Fue la primera carrera en la que coincidimos y ambas estábamos entusiasmadas.
Me sorprendió la gran cantidad de corredores que participan en este evento, éramos alrededor de 20,000 personas. Nunca había participado en una carrera tan grande. Me tocó ver el amanecer minutos antes de que dieran la salida. Me sentí contenta y también segura de que todo saldría bien. Estaba tranquila: ya había corrido esta distancia antes, por lo tanto tenía la certeza de que podría hacerlo de nuevo. Pienso que sí pude una vez, puedo siempre. Esta vez el reto no era terminar sino hacerlo en menos de dos horas. Mi objetivo era tardarme máximo una hora y cincuenta minutos en llegar a la meta. Estaba consciente de que no iba por mi mejor tiempo pues acababa de recuperarme de una lesión, pero me sentía fuerte y capaz de hacerlo en menos de dos horas.
No importa en cuántas carreras participemos, ninguna será igual a la anterior: el desafío es diferente y también nuestros objetivos cambian. Cada carrera es para mí una nueva aventura.
A las siete de la mañana sonó el disparo que marcó la salida. No tenía miedo ni nervios, sólo mucha emoción. ¡Cuánto tiempo esperé para llegar a ese momento! Empecé a correr al ritmo de mi amiga. Al principio eso estuvo bien pero después me di cuenta de que me estaba presionando mucho. No puedo negar que fueron los cinco kilómetros más rápidos de mi vida (hasta ahora) pero no iba ni a la mitad y ya me estaba quedando sin aliento. Bajé la velocidad, tomé agua y me sentí un poco desorientada. Seguí avanzando pero no aceleraba. Entonces un corredor me dijo: «¡No es momento para aflojar! ¡Vamos, vamos!». Le agradecí con una sonrisa. Sus palabras me sacaron del trance. Me relajé y aumenté la velocidad sin volver a detenerme. Mis pensamientos estaban desordenados y no lo estaba disfrutando. En lugar de alegrarme porque estaba sana, porque por fin podía competir de nuevo, me estaba exigiendo una velocidad para la que mi cuerpo todavía no estaba listo. Por momentos me sentí como una tortuga desconcertada. Seguí corriendo al mismo ritmo y me concentré en buscar la respiración adecuada.
Me sorprendió ver un camión de bomberos en el camino. Los bomberos estaban ahí, con la sirena encendida y nos gritaban alegres palabras de aliento. ¡Qué increíble experiencia! Esa porra me dio mucho bienestar.
Además del reto de empezar descendiendo (las bajadas nunca han sido mi fuerte), había que lidiar con el intenso sol que nos deslumbraba. Era difícil ver y me estaba derritiendo. Contaba los kilómetros para cambiar de dirección y poder darle la espalda.
Me sentía un poco desmoralizada. Tenía la certeza de estar corriendo muy lento. Por eso me quedé boquiabierta cuando llegué al kilómetro diez y vi que llevaba cuarenta y cuatro minutos. ¡Diez kilómetros en cuarenta y seis minutos! Iba a buen ritmo y con buenas posibilidades de cumplir mi objetivo. Por un rato me deshice de mis inútiles telarañas y la emoción me dio energía para aumentar mi velocidad. Lenta o no, nunca más debo de llamarme tortuga. Tomé agua y no permití que el sol me siguiera intimidando. Pensé en mi papá, en lo emocionado que estaba por esta carrera. Quería que se sintiera orgulloso de mí.
No busqué un corredor a quién seguir. Esta vez me tocaba reencontrarme a mí misma, escuchar a mi cuerpo, aplicar lo aprendido en mi tiempo de reposo y de entrenamiento. No llevaba reloj para medir la velocidad a la que voy ni tampoco tenía alguna aplicación de internet que lo hiciera. Tenía que confiar en mí.
Me llamó la atención y me gustó mucho que en esta carrera había muchas personas apoyando a los corredores: hubo quienes llevaron cajas de kleenex y nos ofrecían pañuelos desechables; otros llevaron naranjas, también hubo quienes llevaron dulces e incluso quienes llevaron agua para los corredores sin número. Me conmovieron estos detalles. No deja de sorprenderme y de hacerme feliz el ambiente de solidaridad que se vive en las carreras.
Alrededor del kilómetro trece comenzó la subida y por fin pude darle la espalda al sol, eso me dio mucho alivio. ¡No podía creer que ya me faltaba menos de la mitad del recorrido!
Éramos tantas personas que a veces aumentaba un poco la velocidad sólo para abrirme camino, para tener espacio. ¡Estaba corriendo de nuevo y físicamente me sentía muy bien!
Pasando el kilómetro catorce me dolieron un poco las corvas: todavía me falta mucho que aprender con las pendientes. Me dieron ganas de llorar. Otra vez mi mente con sus telarañas. Me pregunté porqué me pongo estas metas, porqué me esfuerzo tanto en correr, porqué quiero llegar al maratón. Bajé la velocidad hasta encontrarme frente a un espectacular que decía: No te rindas. Fui acelerando poco a poco, ya no tenía dolor. Eso me animó. Cada vez faltaba menos.
En mi playlist salió una canción de Depeche Mode. Necesito más canciones de este grupo en mi playlist para correr. Cuando escojo la música para estos momentos busco mantener un equilibrio entre canciones muy movidas y canciones con las que tengo un vínculo emocional pues no se trata sólo de mover mi cuerpo sino también mis emociones. Depeche Mode me ayudó a ir más rápido.
La pendiente no terminaba y yo buscaba la mejor manera de abordarla. Por fin encontré la manera de estar tranquila: estaba dando mi mejor esfuerzo, sin miedos ni reservas. A veces deseaba ser más veloz, pero prometí no excederme.
Disfruté mucho los momentos en los que iba corriendo casi sola; era como si la calle me perteneciera, como si fuera la dueña del mundo. Dejó de importarme que los demás me rebasaran. Ya no me presionaba por el tiempo. Era genial ya no tener el sol en la cara.
Me encontré con un halcón, fue maravilloso verlo. Los halcones son personas que corren con los invidentes, son sus guías. Van juntos, amarrados de la mano. El halcón va a la velocidad de la persona a la que guía. Mi admiración para ambos. Una vez más lo repito: ¡Sí se puede! ¡No hay imposibles!
Cerca del kilómetro dieciocho las corvas me dolieron otra vez. De pronto me sentí extremadamente cansada. No se trataba de mi cuerpo sino de mi mente que se estaba dando por vencida.
Alguna vez alguien me habló del muro en las carreras. El muro es el momento en el que el corredor siente que ya no puede más, que ha llegado a su límite, que debe parar. Según lo que me han contado, es común que esto ocurra en el maratón, alrededor del kilómetro treinta. Creo que por primera vez me topé con él. Por una fracción de segundo creí que me derrumbaría, pero recordé las palabras de mi hermano: en una carrera el reto es la mente. El cuerpo aguanta pero si la mente dice basta, hasta ahí llegamos. Justo después de eso pensé en mi papá y mi marido esperándome en la meta, en lo mucho que entrené para llegar a este medio maratón, en lo feliz que me sentí cuando empecé a correr de nuevo. ¡Este era mi momento, estaba corriendo veintiún kilómetros! Estaba lista para esto y más. ¡No iba a derrumbarme ahora! ¡No hay muro que me detenga!
Amo correr. Sentí la adrenalina en mi sangre y aceleré. Avancé con zancadas firmes, abrazando mis sueños y visualizándome en la meta.
Agradezco a las personas que nos echan porras en la ruta, que nos animan a seguir adelante. En ese momento complicado sus palabras de aliento me ayudaron a atravesar el muro. Quiero que sepan que sus gritos, sus sonrisas, sus letreros sí hacen una diferencia, una gran diferencia. Gracias por ese entusiasmo, por esas horas de acompañarnos en el recorrido a la meta. Me ayudaron a sentirme fuerte de nuevo.
Cuando me rebasaron los rabbits que planeaban terminar la carrera en una hora cuarenta y cinco minutos, me percaté de que todavía tenía oportunidad de llegar a la meta en el tiempo deseado.
Hacía tanto calor que no sentí el viento. ¡Había llegado al kilómetro dieciocho! ¡Sólo dos kilómetros más! «¡Vamos!» me dije a mí misma en voz alta varias veces. Los corredores que me escuchaban me daban ánimos también. Hubo algunos que me ayudaron a ir más rápido.
Pensé en mi papá. Llegar a la meta era mi regalo para él en su día. ¡Ya me faltaba poco!
Después del kilómetro veinte vi a mi papá y a mi marido. ¡Qué gran regalo fue verlos ahí! Alcé las manos feliz y les sonreí a ambos. ¡Me sentí muy afortunada!

A punto de llegar a la meta. Carrera del Día del Padre Junio 2017
El último kilómetro es el más pesado, el más largo pues estamos tan ansiosos por terminar que el tiempo parece eterno… Y, sin embargo, llegué. ¡Lo hice! ¡Corrí este medio maratón en una hora con cincuenta y dos minutos y cuarenta y seis segundos! Casi pierdo el equilibrio de la emoción. Tuve que controlarme, estuve a punto de ceder al llanto. Tuve presente mi lucha de estos meses y mi sueño de correr otra vez. ¡Lo logré! Terminé entera y sin dolor. Mi espalda estaba en excelentes condiciones. Satisfecha y agradecida caminé hacia la zona de recuperación. Tomé agua y me comí un plátano. Después me tomé una foto con la medalla e hice mis estiramientos. Nada me dolía, ¡nada!

Mi voluntad es más fuerte que mis dudas. No hay muro que me detenga. Carrera Día del Padre Junio 2017
Hay veces en las que correr me da placer, libertad y sueños, pero hay otras que me obliga a enfrentarme a mis miedos, a superar mis inseguridades y me enseña a ir más allá de los límites.
Alguna vez me creí incapaz de correr, no aguantaba más de cien metros. Ahora avanzo hacia mi primer maratón.
En esta carrera aprendí que mi voluntad es más fuerte que mis dudas. No hay muro que me detenga. ¡Voy por más! ¡El maratón me está esperando!

Carrera del Día del Padre Junio 2017
~ por Naraluna en junio 24, 2017.
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