Terrorismo y violencia. Dolor por la humanidad. ¿Es la ignorancia felicidad?
Estoy sola, sólo la música me acompaña en esta tarde tranquila. Me tomo un té de frutos rojos para enfrentarme a mis palabras.
Me desperté sintiéndome feliz pero después me atacó este dolor profundo ya tan conocido que viene siempre acompañado de una empatía colmada de impotencia. Una vez más me agobian las preguntas sin respuesta con respecto a lo que sucede en mi país y en el resto del mundo: los narcos, las bombas del terrorismo, las guerras, la violencia y sus vestidos tan diversos pero siempre con el mismo resultado: dañar a personas inocentes.
Alguna vez, para sobrevivir a este dolor -al cual le puse el nombre de dolor por la humanidad-, busqué evadirme de las noticias, cobijarme en la frase la ignorancia es felicidad. Era una adolescente entonces y las noticias de la Guerra del Golfo en 1991 (si mal no recuerdo fue la primera guerra televisada) me dejaron desolada. Sin embargo, ¿la ignorancia da felicidad? ¿De verdad me gustaría vivir encerrada en una burbuja rosa que me impidiera enterarme de lo que sucediera a mi alrededor? ¿Me sentiría bien siendo indiferente al sufrimiento y a las necesidades de los demás? Ignorar las cosas no me permitiría tener conciencia ni tampoco empatía. Quizá la ignorancia podría protegerme de alguna cosas pero eso me debilitaría y, además, no me haría feliz. No, la ignorancia no da felicidad, aunque a veces lo parezca.
Desde que tengo memoria llevo en mí el dolor por la humanidad y ese fue el motivo de las grandes depresiones de mi adolescencia y de mis veintes; algunas veces sigue siendo el motivo de mis mayores crisis existenciales.
A pesar de tanta oscuridad, la vida es un regalo que atesoro y agradezco. No aspiro a entender la crueldad que hay en el mundo y tampoco está en mis manos detenerla. Sé que no está bien deprimirme o llenarme de angustia por lo que sucede en el mundo, y todavía me cuesta trabajo entender que no debo de sentirme culpable por las bendiciones que tengo en la vida.
No sé qué hacer con las noticias que últimamente invaden las redes sociales sobre la violencia de los narcos en México, las explosiones en Manchester, Marawi, Bangkok, Jakarta, la situación en Siria y la lista de tragedias no se acaba. Tantas muertes de inocentes, tantos heridos, tanta pobreza. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué? Las razones, motivos, para mí, siempre carecen de sentido. No explican nada ni mucho menos justifican lo que sucede (como si fuera posible justificarlo). No sé cómo disolver este nudo en mi pecho, esta desesperación, esta impotencia.
La mayor parte del tiempo no tengo idea de cómo abordar este tema. No puedo ser indiferente pero tampoco puedo sumergirme en esta oscuridad en la que navego justo ahora. Vuelven los dilemas de mi adolescencia: ¿Cómo ser feliz mientras tantas personas sufren así? ¿Cómo sonreír cuándo el mundo parece un lugar tan violento? ¿Cómo aceptar (si se le puede decir así) que estas cosas sucedan?
¡Cómo quisiera tener superpoderes y salvar al mundo como en las películas de superhéroes! Aunque, siendo realistas, ni Supermán, Batmán o Hulk, podrían salvarnos de nosotros mismos.
¿Qué hacer con la impotencia, el dolor, las tragedias?
Creo que ni siquiera frente al espejo jamás sabré cómo abordar este tema. Rara vez hablo de él en mis redes sociales. No soy indiferente, sólo no deseo intensificar el dolor que ya muchos sentimos. Tampoco deseo emitir juicios, creo que esos sobran ahora. No quiero ser parte de la oscuridad que desmorona al mundo.
Muchas personas me han dicho que la vida es para ser felices, para eso estamos aquí. Estoy convencida de que eso es cierto y hoy es uno de esos días en los que necesito creerlo. Me niego a vivir con miedo, con resentimiento, ira, rencor, deseo de venganza. Me niego también a emitir juicios o condenas. La única manera de lograr marcar una diferencia es con mi actitud ante la vida y, sobre todo, ante los demás. Me niego a actuar con indiferencia. He de ayudar en medida de mis posibilidades. En lugar de que el dolor me consuma y la oscuridad me devore, puedo regalar una sonrisa, tratar a los demás con amabilidad, saludar a quien se cruce en mi camino, ser más empática y juzgar menos, perdonar siempre: amar más.
¿Cambiaré al mundo? Eso nunca pues eso depende de cada uno de nosotros y somos muchos. Lo que sí puedo hacer es cambiar mi mundo y compartir mi luz con quien quiera recibirla.
¿Qué he hecho en otras ocasiones cuando me encuentro con noticias tan oscuras? Me aferro a la luz de las personas que siempre encuentran una razón para vivir, que nunca pierden la esperanza ni tampoco se rinden. Esas personas me contagian sus ganas de vivir y me enseñan a creer que todo es posible si uno actúa con amor a sí mismo y al prójimo, con profundo respeto a los seres vivos y a la naturaleza.
Creo en el poder de la oración, de la energía positiva de los pensamientos, del amor. Por eso pido por el mundo, por esta humanidad tan herida. Nos necesitamos unos a otros para poder sanarla. El amor al prójimo puede marcar la diferencia y ayudarnos a construir un lugar de paz.

Hermoso el cielo de hoy.
En las mañanas, al despertar, agradezco tener un día más en el paraíso, al lado de mi familia, compartiendo risas, sueños y abrazos. Un día más para disfrutar las travesuras de mis sobrinos, para celebrar los cumpleaños, para correr y llenarme de viento, para mirar el cielo y percibir el aroma de mis cempasúchiles que ya están floreciendo. Ojalá todos los seres humanos tuviéramos la oportunidad y la libertad para hacer eso. Ojalá llegue el día en que eso sea posible. Ojalá.

Cempasúchiles