Una Carrera por la Vida
Hoy, 13 de abril, es un día muy especial para nosotros: es el día de tu segundo cumpleaños. Me siento muy feliz y, sobre todo, agradecida. Hace cuatro años llegaste a la meta y la salud te abrazó de nuevo.
En esta apacible mañana pienso en ti, en tu lucha, en esos años que corrimos contigo para combatir la leucemia. Hoy pienso en esa carrera por la vida, tu vida.
Mientras corría en el gimnasio esta mañana, me vino a la mente tu lucha como una carrera. Por supuesto, no cualquier carrera: una ruda, dolorosa, de obstáculos y maratónica.
No siempre me ha gustado correr. La primeras veces que lo intenté a los pocos metros me quedé sin aliento y me dio dolor de caballo. Me tomó muchos años volver a intentarlo. Aunque ahora correr está de moda y lo hacen parecer como algo muy sencillo, la realidad es que no lo es. Quizá por eso no puedo evitar ver esos años de lucha como una especie de carrera que, además, no está entre los planes de nadie correr. No hay un entrenamiento para eso. Hay cosas que suceden y no entendemos el porqué. Por lo tanto, no planeo explicar lo inexplicable, mi intención es contarte tu historia como la vi hoy en la caminadora, mientras me preparaba para cumplir mi sueño de hacer medio maratón este año.
Estamos en el año 2009. Nos encontramos frente a la línea de salida, es el kilómetro cero. Un día antes de llegar al área de urgencias del hospital, tienes mucha fiebre. Estás muy asustada porque sospechas que te sucede algo grave. Tu papá y yo también tenemos miedo. Te abrazo fuerte y prometo acompañarte en lo que venga. Aunque en ese momento no está con nosotros, tu papá también hace esa promesa. Llegamos a urgencias. Estás tan débil que a duras penas puedes mantenerte despierta. Tus defensas están tan bajas que no tienes fuerza para nada. De inmediato dan la orden de internarte. Es un día largo para nosotros que tanto te queremos. Tratamos de rebelarnos ante lo inevitable. Las horas pasan y nos confirman que tienes leucemia. Comienza la carrera pero esta vez no puedes (ni nosotros tampoco) darte el lujo de quedarte sin aliento (hacerle caso al miedo) ni tampoco sentir dolor de caballo (detenerse no es una opción). Como si fueras una corredora experta, aceptas el reto sin dudas y sonriendo. Eso es lo más sorprendente: tu sonrisa luminosa no desaparece en esos momentos de confusión y oscuridad. A tu corta edad asumes las consecuencias de esta carrera y te abrazas a la vida, te abrazas casi con fiereza. Descubres que vas a perder el cabello antes de que te lo digamos y tienes claro que el tratamiento será muy doloroso pero no miras atrás: te concentras en la meta y vas hacia adelante.
Cuando uno corre la primera carrera, entendemos que es casi imposible terminar esa carrera solos, nos hace falta un equipo que nos eche porras. La meta parece estar más cerca si hay alguien a nuestro lado, gritándonos que sí se puede, acompañándonos en el camino. Esas porras nos levantan el ánimo cuando parece faltarnos el aire, cuando nuestra voluntad flaquea. Esas porras nos inyectan energía, nos dan vida. Nosotros, Pequeña Traviesa, te acompañaremos en el camino. Ya nos pusimos la playera de tu equipo y tu papá nos creó el lema que es ahora nuestro lema de vida: «Yo sí le voy, le voy a Rebeca».
Avanzamos. Los primeros kilómetros son inciertos y muy dolorosos. Para combatir las lágrimas buscamos reírnos. Tu papá es muy ocurrente y siempre inventa el chiste adecuado. A mí me cuesta más trabajo hacer eso pero todas las noches te hago cosquillas hasta escuchar tus carcajadas. También tu hermana ha encontrado una manera de hacerte reír y, sobre todo, se ríe contigo. En esta carrera la risa nos es indispensable: es el combustible que nos mantiene de pie ahora que nuestra vida ha cambiado. No puedes ir a la escuela ni tampoco al cine. Nuestra rutina ahora es diferente y consiste en citas con los doctores, estudios, quimioterapias, internamientos y grandes cantidades de medicamentos. Tenemos que aprender a distinguir los síntomas esperados (efectos secundarios del tratamiento) de los que necesitan atención inmediata en el hospital. A veces es difícil mantener la calma pero en equipo nos vamos adaptando. A tu lado los tres corremos esta carrera y también enfrentamos nuestros miedos. Nos sorprende tu infinito deseo de vivir y todos luchamos por no sentir cerca a la muerte. En tu cumpleaños lloramos agradecidos por tenerte con nosotros. Corremos estos primeros kilómetros con la energía inherente a un reto nuevo, con la esperanza de que todo estará bien y los terribles nervios de no saber qué nos espera.

Pastel de Cumpleaños.
Ahora vamos a la mitad del camino. Ni una sola vez has dudado. Eres más fuerte que tu miedo. Tu determinación crece más cada día. Nos impresiona tu manera de enfrentarte a esta enfermedad. No importa lo dura que sea la quimio, tú vas con todo, siempre con todo. Llegas al hospital con el uniforme puesto porque después de la quimio vas a ir a la escuela. No estás dispuesta a perder más clases de las necesarias. Muchas veces tienes naúseas, dolores intensos en las piernas, estás débil y a duras penas puedes subir las escaleras para llegar a tu salón, pero no desistes. Muchos de tus compañeros se burlan de ti en lugar de ayudarte. Te hacen bromas estúpidas relacionadas con el cáncer. Te lastiman pero no lloras ni te escondes, muchas veces ni siquiera nos dices nada. Pase lo que pase tú sigues yendo a la escuela. Ahora tienes dos luchas: una por tu vida y la otra para defenderte de tus compañeros hostiles. Estamos contigo, Pequeña Traviesa, siempre contigo. Nosotros le vamos a Rebeca. Cada vez las quimios te pesan más. El vómito llega más seguido y las piernas no te responden. Conseguimos una silla de ruedas para salir a pasear. Una tarde soleada en Coyoacán cantas con tu papá y te ríes. Tu voluntad es irrompible. Yo los observo conteniendo las lágrimas. Inclusive en momentos como éste la vida es hermosa. Tu hermana, tu papá y yo estamos contigo. Tu hermana tiene su propia batalla pero no por eso deja de reírse y tampoco se da por vencida. El amor nos hace fuertes, muy fuertes. Cuando sentimos que nos quedamos sin aliento, que ya no podemos seguir avanzando, nuestros familiares y amigos nos hidratan a lo largo del camino, nos reaniman con su apoyo profundo e incondicional. Siempre me faltan palabras para agradecerles. A veces lloras, pero la mayor parte del tiempo sonríes. Te exiges mucho, a veces más de lo necesario. Me gustaría que no te exigieras tanto pero entiendo que eso te ayuda a seguir avanzando. Por fin puedo trabajar en casa y quedarme todo el día contigo en los días complicados. Sueñas con ser chef y nos divertimos haciendo pasteles. Te encanta el pescado al eneldo y disfrutas mucho prepararlo. Nos sentimos todos más cerca de la meta. Ya nos adaptamos a nuestra rutina y cada día es un milagro, una oportunidad, un regalo. Cada día es un oasis en un tórrido desierto.
Cuando menos cuenta nos damos ya estamos en la recta final. No sabemos cuándo llegará el día, pero intuimos que está cerca. Estás harta, enojada y te preguntas si vale la pena seguir. Las quimios te tiran casi todo el cabello. Te duele todo el cuerpo y te sientes desmotivada. Estamos en el hospital, la quimio es muy larga. Decides no hablar en esas horas. No quieres interactuar con nadie. Sólo quieres dormir, evadirte, salir de ese lugar y nunca regresar. Yo te acompaño sin interrumpirte. A veces te doy la mano, la mayor parte del tiempo te doy tu espacio. Entiendo tus razones, a la vez me aterra la idea de que te des por vencida; sin embargo, no está en tu naturaleza hacerlo. No sé qué decirte. Me faltan palabras. Entonces recuerdo mi primera carrera en la que debía llegar a los diez kilómetros. En el kilómetro nueve estuve a punto de darme por vencida. Me dolía mucho el talón y estaba física y emocionalmente exhausta. No me creí capaz de más. Sólo me faltaba un kilómetro pero mi cuerpo me decía basta. El último kilómetro de una carrera es el más arduo, el más largo. Es ahí cuando sentimos el peso del camino recorrido y el cansancio se hace evidente en nuestro cuerpo. Es el kilómetro que más esfuerzo y voluntad requiere y el que nos muestra de qué estamos hechos. El apoyo que me dio mi amigo que corría a mi lado me dio el empujón que necesitaba para salir del trance y no detenerme. Ahora me toca a mí darte ese empujón. Te cuento mi historia y hablamos de la meta. Tú puedes, pequeña Traviesa, es el final de la carrera, la parte más difícil pero si tienes paciencia llegarás a donde quieres. Tu papá y tu hermana logran hacerte reír. Las quimios pasan. Tu cuerpo se recupera. Te levantas pues darte por vencida no es lo tuyo. Lucharás hasta el último instante. Ya eres casi una adolescente y eres más hermosa de lo que te imaginas. Empieza a crecerte el cabello, más chino esta vez. A todos nos encantan esos nuevos rizos…
Estamos frente a la Meta. Es 13 de abril, un viernes más de consulta, un viernes como cualquier otro. La espera es larga pero por fin llega tu turno de pasar al consultorio. El tratamiento ha terminado. Ya no necesitas más quimios ni medicamentos. Ya no más consultas semanales. Comienza el periodo de vigilancia: cinco años de observación, de estar al pendiente de que no haya recaída. Lloro cuando me dan la noticia. Te abrazo a ti. Abrazo a tu papá. Nos abrazamos los tres. Nos falta tu hermana que está en la escuela. Muero por darle la noticia. Quiero gritar. Quiero celebrar. Quiero reír. Quiero llorar. Quiero dar gracias a todos los doctores y enfermeras. A toda nuestra familia y amigos cercanos. A todas las personas solidarias que conocimos en el hospital. A las personas de Aquí Nadie se Rinde que tanto nos apoyaron. A los niños que nos cambiaron la vida mostrándonos su enorme valor. Quiero brincar. Quiero compartir la noticia con el mundo entero. Nos pasamos el día riendo y llorando, llorando y riendo los cuatro. Abrazamos la vida. ¡Lo lograste pequeña Gran Guerrera! ¡Lo lograste!
Llegamos a la meta y nos sentimos felices. Queremos tirar la casa por la ventana. No podemos dejar de abrazarte…
Han pasado cuatro años. Nos falta sólo uno para terminar el periodo de vigilancia: un año más para cerrar este ciclo. Muchos pensarían que la vida es una fiesta después del cáncer y aunque algo hay de cierto en eso, no es así todo el tiempo. El regreso a la «normalidad» dista mucho de ser fácil. Ya nos habíamos acostumbrado a esa rutina de doctores y hospitales. La primera semana me desperté varias veces angustiada porque no te había dado tus medicamentos. Me tomaba unos minutos recordar que ya no los necesitabas. Los primeros meses a tu papá y a mí nos angustiaba mucho la posibilidad de que recayeras pues ya no estabas recibiendo tratamiento. Nos tomó mucho tiempo dejar de angustiarnos si tenías gripa, si te dolía la cabeza o el estómago o si tenías fiebre. El camino a la normalidad fue otro reto y todos necesitamos tiempo para acomodarnos. Pero, como diría Michael Ende, esa es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.
Hoy, cuatro años después de la gran noticia, celebro que estés aquí con nosotros. Celebro y admiro tu carrera por la vida. Celebro las risas y también las lágrimas, los buenos y los malos momentos. Celebro y agradezco todo lo que he vivido contigo, con tu papá y con tu hermana. Si pudiera regresar al pasado, no cambiaría nada, absolutamente nada. Recorrería exactamente el mismo camino para llegar este momento, a este día.
Hoy, 13 de abril, celebramos tu segundo cumpleaños por cuarta vez. Estoy tan emocionada, que al igual que hace cuatro años, río y lloro, lloro y río. Al mismo tiempo, te digo, Rebeca, que agradezco los arco iris en nuestras vidas pues a pesar de las tormentas, están siempre llenas de colores.

Arco Iris