Naturaleza Sanadora
No sé si sea el cansancio, lo poco que he dormido en estos días o el no poder nadar porque mi garganta no acaba de sanar, pero hoy mi sensibilidad es excesiva y todo me ha hecho sentir mal. No sólo eso, en el transcurso del día cuestioné mis decisiones y lo único que me venía a la mente eran frases que comenzaban con Y si…: «Y si hubiera…» «Y si no hubiera..» . Tampoco me lograba escapar de la pregunta: «¿Cómo sería mi vida si…?». Me costó trabajo contener mis ganas de llorar, de huir, de esconderme en esa cabaña (hasta ahora imaginaria) en la cual se supone me iría a vivir como ermitaña cuando llegara a la edad adulta.
A diferencia de los días pasados, hoy me sentí, otra vez, como alguien que no cumple con sus propias expectativas; se me olvidó que no debo exigirme tanto, que tengo derecho a equivocarme, que debo confiar en las decisiones que he tomado pues gracias a ellas estoy aquí ahora.
Necesitaba disolver este malestar, transformarlo en algo positivo. En cuanto terminé el trabajo pendiente, decidí irme al lugar donde siempre encuentro paz: el suelo de la azotea donde puedo mirar al cielo. En esta tarde cálida y sin lluvia, me acosté ahí y escuché el suave canto de los pájaros. Extrañé el inolvidable cielo de Pittsburgh; sin embargo, amo el cielo de mi gran ciudad. No había viento y estar al aire libre me ayudó a distraerme y renovarme.
Ante el inmenso cielo mis dilemas se hicieron cada vez más pequeños. Mi mente se quedó en blanco por un instante y me conecté con la naturaleza. Concentré mi atención en mis plantas y mis pensamientos giraron en torno a ellas. Todas son unas sobrevivientes.
Mis rosales sufrieron con el cambio de casa, allá estaban felices en la tierra y para venirnos a esta casa tuvieron que acostumbrarse a vivir en macetas. Por varios meses no dieron flores y algunos parecían agonizar; pero no se dieron por vencidos. Además, en su nuevo hogar, han padecido plagas como pulgones que se comían sus hojas y ardillas que les arrancaban sus botones. A pesar de todo, este mes, todos han dado por lo menos un botón (hasta el rosal que en dos años no había dado nada). Me han regalado más flores que en los años anteriores. Como ellas, he tenido mis años sin flores y también como ellas permanezco de pie cuando llegan las tormentas. También muchas veces me rebelo frente a los cambios y aunque me tarde en aceptarlos, me adapto, tarde o temprano me adapto.
Después pensé en mis lavandas con agradecimiento: son abundantes, generosas y muy resistentes. Además este año me dieron dos retoños que esta tarde están grandes y fuertes. Su intenso aroma aleja a las plagas y atrae a las abejas; a mí, me da calma, transforma mi estrés en tranquilidad; hay ocasiones en las que me duerme un poquito. Aunque sé que no es posible, a veces anhelo pasar la noche ahí, mirando a la luna, junto a mis plantas.
Al lado de mis lavandas tengo azaleas de enormes flores rosadas y sobresalientes. Mi corazón se alegra siempre al verlas.
Junto a ellas crecen una Dalia y algunas manzanillas. Las manzanillas son tan efímeras como duraderas: mueren pronto, pero antes de hacerlo, llenan de retoños la tierra en sus macetas. Se parecen al Fénix: renacen cuando mueren. Siempre quise tener manzanillas y ahora las encuentro siempre en mi pequeño jardín de la azotea. A Dalia la compramos hace poco y no estaba segura de que se adaptaría a su nuevo hogar. Hoy irradia felicidad. Orgullosa muestra su flor y también el botón que ya no tarda en abrirse.
Mis plantas han sobrevivido a la plagas, a los increíbles chubascos de estos días, al intenso sol, a cambios drásticos y siguen luchando para mantenerse vivas. Su lucha me ayudó a ver más allá de mis barreras y desconcierto. Al conectarme con ellas sentí como los hubieras abandonaban mi cuerpo y el dolor disminuía. Ya no dedicaré más tiempo a lamentos innecesarios.
Me quedé acostada un rato más. Cerré los ojos y visualicé una luz que llenaba mis huecos oscuros, luz que abría mi mente a pensamientos positivos, luz que minutos más tarde me motivaría a tomar la pluma y sacudirme los malos pensamientos.
Me levanté despacio y regresé a la casa sonriendo. No me imagino que sería de mí sin la naturaleza.