Mis días en Pittsburgh: tranquilidad, paseos y preparativos.
Cada persona tiene sus metas, objetivos, sueños cuando va a realizar un viaje. A veces se trata de conocerlo todo, de levantarse muy temprano y dormirse muy tarde para que el tiempo alcance, para poder absorberlo todo. La mayor parte de los días pasan entre museos, lugares interesantes, lugares nuevos. Otras veces se trata de visitar a una persona, volverla a ver después de mucho tiempo, convivir con ella, conocer su entorno, su lugar de trabajo y acompañarla en uno de los momentos más importantes de su vida. Esa fue justo la razón de mi viaje: pasar tiempo con mi amigo, mi hermano después de casi dos años sin verlo y convivir con él, su familia y su futura esposa. La razón principal era estar ahí, ayudarlos con los preparativos de la boda y estar con ellos en ese increíble día (además no podía faltar pues yo sería parte del cortejo nupcial). Por lo tanto, aunque conocí lo más que pude de Pittsburgh, mi objetivo no era pasear todos los días: eso será para mi próxima visita, cuando también mi familia me acompañe.
Los días en Washington DC fueron más movidos para mí con respecto a conocer lugares durante mi viaje. Los días siguientes fueron muy diferentes y más tranquilos también. Por fin pude conocer la pizzería de Fabricio y tuve la oportunidad no sólo de probar su famosa pizza (la cual pude disfrutar sin tener ningún problema con mi estómago, pues algunas pizzas me han sido casi imposibles de digerir) sino también de verlo trabajar.
Pude ayudarlo (un poquito) a preparar pizzas. Primero me enseñó a cortar la masa, lo que él hizo con mucha destreza y velocidad. Parecía fácil, pero no lo fue cuando intenté hacerlo. Creo que no soy tan fuerte para cortar la masa. Después me enseñó a hacer bolas con la masa para la base de la pizza. En eso lo ayudé. Tuvo mucha paciencia para explicarme, como cuando me explicaba matemáticas en la prepa. Yo no daba una y él se esforzaba en que todo me quedara bien claro. Sonrió de la misma manera que cuando me ayudaba en aquellos tiempos. Así estuvimos trabajando un ratito. Me gustó acompañarlo y ayudarlo. Ese día y los dos siguientes comimos pizza. Mi intestino siguió en buenas condiciones y me sentí bien tanto física como anímicamente.
Esa tarde fui a un outlet con la familia de Fabricio, excepto por su mamá que se quedó con él porque iban a recibir a unos familiares al aeropuerto. En este viaje no vine a comprar pero curiosear un poco no me hizo daño. Generalmente en Estados Unidos los centros comerciales son muy bonitos. Este estaba al aire libre y podía sentir la luz del sol en todo mi cuerpo. Había unas esculturas de caballos que me gustaron mucho. Escogimos ese lugar como nuestro punto de reunión.
Encontré vestidos y faldas que me llamaron mucho mi atención. Quizá para el próximo viaje pueda comprarme unos parecidos. Desde hace tiempo me hace falta comprar ropa y un pequeño cambio de «look» me vendría bien. Donded sí compré algo, debo admitirlo, fue en la tienda de dulces. Por fin encontré la famosa azúcar candy que mi papá nos daba cuando éramos niños. Allá la conocen como «Rock Candy» o «Cotton Candy».
Aunque ya no tengo paladar de niña y me pareció excesivamente dulce, me hizo feliz comerla. Pensé en esos fines de semana con mis papás y hermanos; en lo mucho que nos emocionaba ver los dulces en el Palacio de Hierro y escoger el azúcar candy de nuestro color favorito. A mí siempre me encantó el azul. Esta vez no hubo azul; compré el color rosa. Disfruté mi dulce sentada en una mesa lejos del sol pero donde pudiera mirar las nubes.
En la tienda también tenían los famosos Bertie Bott’s Beans, los dulces de los libros y películas de Harry Potter en los cuales había todos los sabores: tanto los más agradables como los desagradables. La primera vez que pasé por la tienda no me atreví a comprarlos; sin embargo, si bien la curiosidad mató al gato, la satisfacción lo revivió. Así que después de varios minutos de duda, me decidí a regresar por ellos.
Los abrí y el que me tocó sabía tan mal que al instante sentí náuseas y ganas de vomitar. El sabor fue earthworm (lombriz de tierra). No me queda más que afirmar que sabía a eso. Me acerqué al bote de basura más cercano para escupirlo. No me quedaron ganas de probar ninguno más. ¡Qué terrible sensación pero también que divertido fue!. No pude evitar reírme. Me reí como niña traviesa. Rejuvenecí varios años en ese instante. Unos minutos después llegó la genial sobrinita de Fabricio y al ver que tenía dulces, quiso probarlos. También le tocó uno desagradable y me divirtió ver la cara que hizo. Por supuesto quiso probar más y se quedó contenta cuando le salió uno de plátano. Decidió que los demás tenían que probarlos y reí con las caras que ellos hicieron (probaran los dulces o no). Fue una experiencia divertida ir al outlet. No pensé que me la pasaría tan bien sin comprar, pero así fue.
El día terminó con una cena en Rock Bottom con las tías de Fabricio que acababan de llegar a Pittsburgh. Me dio mucho gusto conocerlas. Fue una velada tranquila. Comí una exquisita ensalada con arándanos que compartí con la mamá de Fabricio. Fue la cena ideal sobre todo después de la pizza de la tarde.
Para terminar el día, nos desvelamos los tres (Fabricio, Susan y yo) trabajando en la piñata, la célebre piñata que, por accidente dos días después casi termina en la basura. Esa anécdota nos hizo reír mucho después. La piñata sobreviviría, sería terminada y llegaría a su destino final: el lsalón de la fiesta.
A pesar de la próxima boda, los mil detalles, los pendientes, tuve la oportunidad de seguir conociendo Pittsburgh y sus alrededores . La mañana siguiente fuimos a la Cathedral of Learning (Capital del Aprendizaje) de la Universidad de Pittsburgh. El edificio es tan alto como hermoso y forma parte del Registro Nacional de Lugares Históricos de Estados Unidos. Me gusta todo lo gótico y este es el segundo edificio gótico más alto del mundo.
Lo más atractivo de este lugar, además de su arquitectura, son sus salones de nacionalidad (Nationality Rooms) ubicados en el primer y tercer piso de la Catedral. Estos salones se diseñaron para representar la cultura de varios grupos étnicos que se establecieron en Allegheny County. Además de estar abiertos al público, también en ellos se dan clases. Son muchos los salones que visitar. Nada más en el primer piso se encuentran, entre otros, los siguientes salones: polaco, irlandés, lituano, romano, sueco, chino, griego, escocés, checoslovaco e italiano. Es muy evidente la diversidad en cada uno de ellos. Cada uno refleja la cultura del país que representa.
Un poco de información acerca de los «Nationality Rooms» (está en inglés)
Para quienes nos gusta el arte, estos salones son impresionantes. Estoy segura de que me costaría mucho trabajo tomar clases en uno de ellos, me distraería todo el tiempo mirando a mi alrededor. Las diferencias entre cada salón son muchas, no sólo se trata de la decoración sino también de la distribución de las sillas, mesas, escritorios. Por ejemplo, en algunos salones como el polaco y el austriaco, sólo hay una mesa rectangular grande rodeada de sillas. No hay escritorio de maestros. En el salón suizo hay varias mesas rectangulares acomodadas de forma horizontal frente al pizarrón. Tampoco hay escritorio de maestro, pero hay un podio a la izquierda del pizarrón. Tanto las sillas como el podio están decorados con diferentes símbolos suizos. No me daría tiempo de describirlos todos. Tampoco tuvimos tanto tiempo para visitarlos pues teníamos sólo una hora y cuarto para hacerlo. Quedé encantada con este lugar y espero regresar para poder visitar cada salón con más detenimiento.
También subimos al piso 36 (el más alto) para disfrutar la vista. Tomé algunas fotos, la única desventaja fue tener que hacerlo a través del vidrio. Sin embargo, creo que a pesar de eso, salieron bien y se puede apreciar el hermoso paisaje. Salí satisfecha y feliz de ese lugar.
Dimos un breve recorrido en coche y nos reunimos con Fabricio y la familia que ese día llegó a Pittsburgh. Ya se acercaba el día de la boda y los invitados mexicanos (principalmente familiares aunque también amigos) comenzaban a llegar.

Pittsburgh Paseo desde el coche
Para finalizar el día, acompañé a los novios a comprar y recoger las cosas pendientes para la boda y la luna de miel. Ya faltaba muy poco para el esperado día. ¡Qué rápido pasa el tiempo!
Al cumplir una semana fuera de casa, me tocó uno de los días más calurosos de este verano en Pittsburgh. Yo me estaba derritiendo y no estuve muy activa ese día. Mi deseo era quedarme sentada junto al aire acondicionado y tratar de revivir un poco. Ese día llevamos mi vestido a la tienda donde fue comprado para que lo plancharan. Para la boda todas las damas (bridesmaids) y dama de honor (maid of honor) debíamos ponernos un vestido exactamente igual (mismo modelo y comprado en la misma tienda). Hace unos meses mi vestido viajó de Pittsburgh a México. En cuanto llegó a mis manos me lo probé y poco antes de realizar mi viaje le hicieron los ajustes necesarios para que me quedara perfectamente bien. Por supuesto tuve que volver a doblarlo para meterlo a la maleta y así llegó a Pittsburgh: bien doblado y también arrugado. En la tienda lo dejaron perfecto y sin costo extra. Me quedé muy tranquila: eso era lo único que me faltaba para tener todo listo para el gran día.
Fue un día relajado y pasé la mayor parte del tiempo en casa de Fabricio. Estaba tan acalorada que no tenía muchas ganas de salir. En realidad me sentía como cucaracha fumigada; estaba tan agobiada por el calor que me fue necesario tomar una siesta. Lo mismo me sucedió cuando viajé a Monterrey, Torreón y Tampico hace ya algunos años. Una insomne como yo deja de serlo en los días excesivamente cálidos: todo el día me da sueño.
Cuando regresó Fabricio del trabajo, pintamos la piñata de blanco para quitarle el color a periódico y ya por fin poder decorarla. Jamás me imaginé que una de mis actividades en Pittsburgh sería hacer una piñata con mi hermano Fabricio y fue muy divertido. .
A pesar de que fue un día relajado, nos dormimos tarde. Me desvelé todos los días del viaje y estuvo bien, sabía que sería así. No me hizo falta sueño, casi todos los días me desperté a las siete de la mañana o poquito antes. Ya sólo quedaba un día en Pittsburgh antes de irnos a Carrolltown, el pueblito donde se realizaría la boda. Ese día pasaríamos la mañana y parte de la tarde en el centro de Pittsburgh…