La importancia de no rendirse y creer en uno mismo.

El domingo 5 de julio fue la Octava Carrera de Aquí Nadie Se Rinde, evento que se realiza anualmente para ayudar a los niños con cáncer. Siempre espero con emoción a que llegue este día.  En los años pasados he participado como voluntaria y ahora, por primera vez, decidí participar como corredora. Estuve entrenando por  meses para poder correr 10 km.  Estaba muy emocionada por vivir este momento y no me imaginé que sería un viaje tan intenso, duro y extraordinario.

A punto de comenzar Octava Carrera Aquí Nadie se Rinde

A punto de comenzar
Octava Carrera Aquí Nadie se Rinde

Una carrera es un buen ejemplo de cómo alcanzar nuestras metas en la vida: se necesita tener el objetivo bien claro, prepararse para llegar y no detenerse ante los obstáculos: no se mira atrás, la meta se encuentra frente a nosotros.

No fue fácil decidir no ser voluntaria en esta carrera pero confieso que no me arrepiento de mi decisión: correr resultó una gran oportunidad para enfrentar mis demonios,  conocer el alcance de mi fuerza de voluntad y  la importancia de poder manejar mis emociones. También pude constatar, una vez más, lo importante que es visualizarme alcanzando la meta.

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Esta sería mi segunda carrera, la primera fue la de Avon en el 2012. En ambas el reto consistía en  correr 10 km. Aquella vez estuve muy nerviosa, insegura y además tenía el tobillo un poco lastimado. Estuve a punto de darme por vencida en el kilómetro 9, pero un amigo me animó todo el camino y me impidió darme por vencida. Terminamos juntos la carrera.

Dejé de correr un par de años pero desde septiembre comencé a ponerme en forma de nuevo. Cambié mis hábitos alimenticios y desde entonces entreno con dedicación y constancia.  El entrenamiento me dio la confianza y seguridad en mí misma que me faltaron en el 2012 y por eso ahora no estaba nerviosa ni asustada.  Además, ya lo había hecho una vez.   Cada vez que logro algo me digo a mí misma: «Si pudiste una vez, puedes siempre». Esperé tranquila a que llegara el gran día.

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Las cosas nunca son tan fáciles como parecen y en la víspera del gran momento me enfermé de faringitis. Los días previos a la carrera los pasé en reposo y con medicamentos. Le pregunté al doctor si podría participar en la carrera y me dijo que dependía de mí, de cómo me sintiera.

Seguí las indicaciones del doctor; aproveché esos días de reposo para volver a visualizarme en la meta.  Había decidido dedicarle esa carrera a alguien muy especial para mí: mi querido Herwig,  un amigo como pocos quien hoy lucha para combatir el cáncer.  ¿Cómo no participar en la carrera?

For Herwig Carrera Aquí Nadie Se Rinde 2015

For Herwig, Carrera Aquí Nadie Se Rinde 2015

El domingo me desperté antes de que sonara el despertador.  Me sentí fuerte, serena y capaz de cumplir mi objetivo. Era una mañana despejada y pudimos admirar los volcanes. En ese momento no hacía ni frío ni calor, sólo había un poco de viento. Inés y yo ya estábamos listas: ella correría 5km y esta sería su primera carrera.

Al estar en el estadio como corredora, sentí nostalgia de los años anteriores, en los cuales tenía que llegar a las cinco de la mañana para reunirme con mi equipo de voluntarios y comenzar nuestro trabajo. Ese día se reúnen alrededor de mil voluntarios para sacar adelante este gran evento. Es un enorme trabajo de equipo y es una experiencia tan enriquecedora que, al finalizar el evento, a pesar del cansancio y estrés acumulados, los voluntarios quedamos llenos de entusiasmo y listos para regresar el siguiente año.

A la mayoría de los voluntarios no les toca ver nada del espectáculo, trabajan arduamente «detrás de las cámaras» para que las cosas salgan bien. Mientras me acercaba al área de calentamiento, los miraba con admiración. Extrañé reunirme con ellos, lo extrañé mucho.

La carrera inició a las ocho. Empecé a trotar acompañada del viento y estar en el estadio fue muy emotivo. Empecé a aumentar la velocidad y a disfrutar inmensamente. Acompañada de la música me concentré en vivir el momento y dar lo mejor de mí.  Aunque me encontré en el camino a algunos compañeros que también fueron voluntarios el año pasado, la mayor parte del tiempo corrí sola. Me di cuenta de lo importante que es tener al menos un compañero de equipo: alguien a quien echarle porras y que me echara porras también. Esa es una tarea pendiente para la próxima carrera en la que participe.

En esos primeros kilómetros recordé nuestra primera carrera de Aquí Nadie se Rinde. Mi marido y yo fuimos como espectadores, fuimos a ver a Rebeca quien llevaba  apenas 10 meses de tratamiento para combatir la leucemia. Era la primera vez que la veíamos correr sin caerse después del diagnóstico. Fue un gran logro y tanto su papá como yo lloramos emocionados. ¡Celebramos tanto ese día!  Me sentí orgullosa por el camino recorrido y afortunada por estar ahí corriendo en el estadio con Aquí Nadie se Rinde unos años después. Ya había sido espectadora, después voluntaria y ahora me tocaba correr.

Cerca del kilómetro cinco ya había encontrado mi velocidad,  estaba con conectada con mi cuerpo y mis emociones y en lugar de cansarme, mi energía aumentaba: tenía la mente casi en blanco y bien enfocada en llegar a la meta. Todo parecía ir viento en popa. Me parecía ir más rápido que en los días de entrenamiento; me sentía cómoda yendo a ese ritmo.

Debido a mi salud,  el día anterior a la carrera, consideré la posibilidad de caminar en lugar de correr si me sentía débil (bajo ninguna circunstancia pondría mi salud, mi bienestar en riesgo). El estar tan lista, tan fuerte me «cargó» de energía. Así creí que llegaría a la meta; sin embargo, después del kilómetro seis me empezó a doler la corva (hueco poplíteo) de la rodilla izquierda. No me detuve pero conforme avanzaba, el dolor iba en aumento. Empecé a angustiarme. No tenía la intención de detenerme pero no sabía cómo seguir. Todavía me faltaban poco más de tres kilómetros y el dolor no cedía. Dudé. Mi determinación se tambaleaba y el miedo entenebrecía mi mente. Perdí la concentración. Sentí el impulso de frenarme, de llorar, de pedir ayuda. Justo en ese momento escuché a alguien al lado de mí decir: ¡Vamos, ánimo!. No sé si fue a mí o a los corredores con los que venía o si fue a ambos; pero sus palabras surtieron efecto. Pensé en Rebeca y en su lucha. Si ella no se rindió, ¡yo tampoco!. Tomé aire. Necesité caminar unos metros para que el dolor cediera. Pensé Herwig, mi querido amigo, quien hace un par de meses recibió la noticia de que el cáncer había vuelto y no dejó que el miedo lo dominara: siguió y sigue luchando por la vida, por hacer realidad sus sueños; porque hoy ante la adversidad, él sonríe. Pensé en ellos, en mi marido que me esperaba en la meta. Pensé en mi papá quien también estaría ahí, en el estadio, esperándome, justo en el día de su cumpleaños- hermosa coincidencia correr justo en ese día- con mi hermoso sobrino de cinco años. Pensé en todas las tempestades en mi vida y en todos los amaneceres después.

«¡No me rindo! ¡No me rindo! ¡No me rindo!» me dije en ese momento. Me conecté con el amor y busqué estar en armonía con mi cuerpo.  Comencé a trotar de nuevo; sin embargo, mi mente seguía enfocada en el dolor. Seguí.  Por fin logré dejar de pensar en el dolor y volver a poner la mente en blanco. Troté lo más rápido que pude, a veces corría un poco.  Me acarició la magia de estar en CU, el hecho de estar en un lugar donde tengo tantos recuerdos y que me gusta mucho.  Me reía al ver letreros como «Disminuya su velocidad»  o «Velocidad máxima 40 km/h». ¡Ojalá tuviera que disminuir mi velocidad por que iba a 40 km/h (aunque eso sólo aplique para coches). Nunca vi el kilómetro ocho, cuando me di cuenta ya estaba pasando el kilómetro 9. Estaba a menos de un kilómetro de llegar a la meta. En medida de mis posibilidades aumenté la velocidad y seguí adelante, siempre adelante.

Entrar al estadio me llenó de escalofríos, ver en las gradas a mi familia esperándome me conmovió profundamente, ya casi faltaba poco, muy poco.  Llegué a la meta con las manos en alto y las lágrimas a punto de mostrarse. Llegué sorprendida porque hice mejor tiempo del que esperaba, dadas las circunstancias. Llegué agradecida con mi cuerpo por haber aguantado este reto. Estaba impresionada por el poder que tienen la fuerza de voluntad y la determinación en la mente de una persona. No me sentía exhausta y habría sido perfecto si no fuera por el dolor en mi pierna.

¡En la meta! Octava CarreraAquí Nadie Se Rinde, Estadio CU, Junio 2015

¡En la meta! Octava Carrera Aquí Nadie Se Rinde, Estadio CU, Junio 2015

Aquí Nadie se Rinde, Estadio CU

Aquí Nadie se Rinde, Estadio CU

Mis muy amadas adolescentes salieron a recibirme antes de que llegara a las gradas. Me felicitaron y estuvieron conmigo. Cuando llegamos a las gradas, mi papá me recibió con una enorme sonrisa y mi sobrino me llenaba de preguntas emocionado. Yo sentía que volaba.

Octava Carrera Aquí Nadie Se Rinde, Estadio CU, después de correr 10 km. :)

Octava Carrera Aquí Nadie Se Rinde, Estadio CU, después de correr 10 km. 🙂

Ni la faringitis ni la rodilla me detuvieron. En este fascinante viaje de 10 km logré lo más difícil para mí: TENERME FE, CREER EN MÍ y no hacerle caso a los demonios que siempre me limitan. Me sentí satisfecha, ligera y, por primera vez en mi vida, no le tuve miedo al éxito. Me di la oportunidad de celebrar el haber llegado a la meta. Como Rebeca, como mi familia, como los pacientes (niños y adultos), como los fundadores (a quienes tanto admiro) y voluntarios de Aquí Nadie se Rinde, como mi amigo Herwig: Yo tampoco me rindo, Yo tampoco me rindo. ¡Viva la vida!

Si YO no me rindo, Tú tampoco.

Si YO no me rindo, Tú tampoco.

A partir de hoy me daré siempre la oportunidad de disfrutar mis logros y creeré en mí sin criticarme ni avergonzarme.

No hay misión imposible si tenemos el corazón, voluntad, decisión, paciencia y dedicación para realizarla. Debo tener eso siempre presente, siempre.

~ por Naraluna en julio 9, 2015.

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